Hugues
de Payns (1118-1136)
Gracias
al capítulo correspondiente, hemos podido saber con toda seguridad que el
fundador y primer maestre de la Orden del Templo de Jerusalén nació en Payns,
una pequeña aldea francesa situada a quince de kilómetros de Troyes, junto a
la orilla sur del Sena, que se encontraba en aquel tiempo bajo la autoridad y
gobierno del señor feudal el conde de Champagne, padre de Hugo de Champagne, el
décimo caballero que puede considerarse también como fundador de la Orden.
Por
este hecho, o sea, por el de que se haya sabido de buena tinta que el primer
maestre de la Orden de los templarios era oriundo de Payns, fue por lo que
cronistas, historiadores e investigadores del lugar y de otros sitios del mundo,
decidieran, hace ya algunos años, comenzar a indagar por aquella zona, y que
gracias al fruto de esas averiguaciones se haya llegado a saber que cuando a la
Orden del Templo le fue concedido por la Santa Sede permiso para sentar sus
reales en toda la Europa cristiana, una encomienda del Temple se instalara en
Payns por orden del maestre Hugo. Donde habitaron un castillo desde el año 1130
hasta el 1307, año en que se dio la orden de que fuesen arrestados todos los
templarios franceses allí donde fuesen encontrados. Castillo este que fue
totalmente destruido en el año 1351, durante la guerra de los cien años que
Francia mantuvo contra los ingleses. No habiendo quedado de esta fortaleza ningún
rastro por el cual hoy pudiéramos saber cómo era ni cómo estaba distribuida.
Y,
asimismo, hemos llegado saber que el mencionado Hugo de Payns nació en Payns en
el año 1070, que tenía 48 años cuando fundó la Orden, que estaba casado, tenía
dos hijas, una de 18 años y la otra de 20. Y que para poder fundar la Orden y
vivir una vida religiosa a modo de los Canónigos Regulares, tuvo que pedir por
escrito el permiso de su esposa. Cosa esta última que era imprescindible para
que cualquier caballero casado pudiera dejar el mundo y refugiarse en una orden
de naturaleza religiosa ya que, sin este requisito, ni obispos, ni arzobispos ni
patriarcas daban su consentimiento.