En
el año 1964, con ánimo de llegar a conocer directamente de boca de
practicantes de otras religiones que no fueran la católica, pues yo estaba
convencido entonces, y todavía hoy sigo estándolo,
de que las diferentes religiones que pueblan el mundo han de ser un
abrazo y no un muro que las separe, me propuse recorrer el vasto territorio de
China.
Con
sólo una mochila a las espaldas, poco dinero y mucha ilusión, estuve
conviviendo y escuchando a bozos, viví luego en una cueva con unos ermitaños
que me enseñaron la religión de Confucio mientras tocan un instrumento musical
llamado "qin".
Más
tarde, y después de andar kilómetros y kilómetros por caminos solitarios, me
dirigí hacia la región tibetana de Lhassa, donde en el monasterio de Sera fui
acogido, no como aspirante a monje, sino como oyente y asimilador de
conocimientos, pues era por entonces reglamentario en esta religión admitir
tanto a los que aspiraban a ser monjes como a los que querían seguir
manteniendo su condición de laicos. La única diferencia que existía entre el
ingreso de unos u otros, era que en la admisión de los aspirantes a monjes se
llevaba a cabo una compleja ceremonia llamada «prarajyra», que en nuestra
lengua quiere decir: «salida», que simbolizaba la salida de este mundo. Allí
tuve el honor de conocer, en una de sus muchas visitas al monasterio, al actual
Dalai Lama, cuyo nombre religioso era: Jetsum Jambel Ngawang Losang Yesthe
Tenzin Gyatso, que había asumido el poder civil y religioso el día 17 de
diciembre de 1950, y también al Lama Thubten Yeshe, un Lama muy conocido en
España por haber dado ya varias conferencias.
Después
de nueve meses de estar compartiendo monasterio y de recibir las enseñanzas de
los pacientes y sabios lamas, dejé la apacible ciudad de Lhassa y me dirigí
hacia la India. Directamente hacia la región de Bihar, donde los buditas,
mediante sus clases, me habían dicho que el Buda había recibido allí en su
juventud enseñanzas de unos hombres santos conocidos como brahmanes que
habitaban por aquellas tierras. Parece ser, y según me contaron, que el padre
de este príncipe no quería que su hijo tuviera contacto con las miserias
humanas, y para ello lo rodeó de todo lo más hermoso que estaba a su alcance.
Pero Siddharta —que así se llamaba el príncipe que más tarde alcanzó la
iluminación—, saliendo un día de palacio vestido con ropas vasallas llegó a
ver el sufrimiento ajeno, supo de la enfermedad y de la muerte. Acto seguido
abandonó el palacio y se dirigió hacia la región de Bihar, donde se quedó a
vivir con un brahman que le enseñó a vivir ascéticamente, y le dijo que la
verdad que él buscaba solamente podría encontrarla dentro de su corazón. Según
se cuenta, Siddharta tenía veintinueve años cuando decidió comenzar a
recorrer los caminos para buscar la verdad, y aún pasó otros seis años
recorriendo la India, buscando esa serenidad que tanto admiraba en el brahman
que había sido su precursor. Por fin, en la soledad de una noche, cuando se
encontraba prácticamente al borde de la desesperanza, bajo las ramas de un árbol,
Siddahrta Gautama fue iluminado y con la fuerza de la verdad, el Buda comenzó
su camino de predicación a la buena gente que encontraba a su paso. Su verdad
era sencilla, nada hay de permanente en el Universo cambiante, en un Universo en
el que nuestros actos, y los dioses, nos premian o castigan con un nuevo
nacimiento en el que nuestro ser, transmigrado, alcanzará un estado más
perfecto o más imperfecto, según los méritos de nuestra propia vida, según
haya sido de triunfal nuestra lucha contra los anhelos y las pasiones... Pero
quizás sea más grato para vuestros ojos y sentidos, conocer esta misma
historia a través de un fragmento del poema llamado «La Luz de Asia». Poema
que fue escrito por el inglés Sir Edwin Arnold en el año 1879, una de las
mejores biografías en poesía que han sido escritas sobre el Buda:
En
esta soledad silvestre una vez más
vivía
Buda, meditando sobre las penas humanas,
el
camino del destino, las doctrinas de los libros,
las
lecciones de las criaturas de la espesura,
los
secretos del silencio de donde todo viene,
los
secretos de las tinieblas a donde todo va,
la
vida que queda, en el medio, como el arco que se lanza
de
nube en nube a través del firmamento,
que
tienen neblinas para su mansión y fuentes vaporosas,
disolviendo
de nuevo en la nada su color tan hermoso
de
zafiro, granate y gris opaco.
Luna
tras luna estaba nuestro señor sentado en el monte,
meditando
tanto que a menudo
se
olvidaba de comer, levantándose de sus pensamientos
prolongados
después del alba y del anochecer,
viendo
su taza vacía. Comía por fuerza
frutas
silvestres caídas desde las ramas
sacudidas
por algún mono charlatán
o
por algún pájaro. De este modo se debilitó
su
gracia; su cuerpo, sostenido por la fuerza del alma,
perdió
día por día las treinta y tres señales,
que
testificaban al Buda. Apenas la hoja,
cayendo
seca y marchita a sus pies
desde
el roble, tenía menos parecido
con
el suave verdor de primavera que el de sí mismo,
que
era la flor principesca de todo su tierra.
Tres días estuve recorriendo la región de Bihar.
Buscando sin descanso y con mucho interés a uno de estos santos hombres cuya
identidad era conocida entre sus correligionarios con el nombre de brahmanes.
Un día, recuerdo que estaba amaneciendo, en un
solitario lugar, que se encontraba casi en el corazón de un bosque, a la puerta
de una miserable casa construida con barro y cañas de bambú, vi a un hombre
que, si no hubiera sido por un modesto turbante azul, hubiera estado
completamente desnudo. El hombre estaba sentado sobre el suelo de una limpia
terraza, al aire libre, tenía las piernas cruzadas, las manos sobre las
rodillas y los ojos cerrados. Sin duda era un hombre santo que estaba meditando.
Y con tanta devoción lo estaba haciendo que ni siquiera reparó en mi
presencia.
En muchos lugares de la India había visto, e incluso
había participado con ellos, en ceremonias públicas donde se reunían un número
considerable de fieles para cantar el mantra Hare Krishna, Hare Hare... En estas
ceremonias cuanta más gente haya, mejor. Pero lo que nunca había visto era un
yogui en la más completa soledad y totalmente desnudo, a pesar de que el libro
sagrado del Bhagavad gitâ dice de manera categórica que para practicar el yoga
de la meditación, hay que retirarse a un lugar santo aislado. Es decir, en el
caso de los yoguis hindúes viven en soledad y en lugares que ellos mismos
eligen porque son telúricos.
No quiero dar la sensación de que era la primera vez
que veía a alguien en la posición de la honorable meditación, no. Ya en el
monasterio de Sera, en el Tibet, de donde provenía, había visto, mientras
conviví con ellos, a muchos monjes en esta posición, pero nunca desnudos
completamente. Ya que allí, la religión de los pueblos tibetanos está toda
ella fundamentada en la religión india, que en el Tibet adquiere formas
especiales de doctrinas y practicas, combinadas con una serie de elementos indígenas.
Del Budismos antiguo, los tibetanos aceptan el código de moralidad básico y el
Vinaya, que sientan las bases generales del tipo de vida laico y monástico. Las
doctrinas del Mahayana constituyen el marco filosófico y doctrinal, y el
Vajrayana ofrece una completa gama de recursos MEDITATIVOS y rituales que
son respetados y considerados como los más efectivos para progresar hacia el
estado de iluminación y conseguir beneficios espirituales y terrenales. De
forma que, aunque sus sentimientos religiosos están basados en el valor de la
vida monástica que fue concebida durante los primeros tiempos del budismo, no
dejan de considerar como muy importante los ideales indios del Mahayana y del
Vajrayana, es decir, los del bodhisattva y los del gogui consumado cuyo objetivo
último es alcanzar el estado de iluminación.
Quizás sea bueno, antes de seguir con nuestro tema, que
os dé a conocer la relación que la religión budista tiene con los seres
humanos, y los beneficios que obtiene del yoga. Y, tal vez, para que no sean mis
palabras, siempre iletradas en estos temas, las que os hablen, sería bueno,
como ya hicimos anteriormente con la conferencia dada por el ilustre maestro
Bhaktivedanta Swami Prabhupada, en el Comvay Hall de Londres, transcribir ahora
literalmente una de las conferencias que mi querido maestro el Lama Thubten
Yeshe impartió el día 30 de septiembre del año 1983 en Ginebra (Suiza). Lo
hago así porque estoy seguro de que sus palabras os darán a conocer la relación
que el budismo tiene con relación a los seres humanos, y sus diferentes logros
conseguidos a través de la meditación y del pensamiento:
El
budismo nos hace ver que los seres humanos tenemos unas cualidades muy elevadas,
especialmente, la intuición y la capacidad intelectual. Según el punto de
vista budista, el proceso de crecimiento del ser humano es diferente al de un
vegetal. Se nos explica también que la conciencia humana es fundamentalmente
pura y clara, que el núcleo del ser humano es la conciencia y no el cuerpo físico
y que si en nuestra vida nos sentimos felices o desdichados depende de la
interpretación que haga nuestra propia conciencia: si creemos que nuestra vida
es miserable, ésta se vuelve miserable. Todos los problemas humanos son creados
por la mente, no son enviados por
Dios ni por Buda.
Si
somos capaces de hacer de nuestra vida un desastre, también somos capaces de
solucionar nuestros problemas. No es correcto pensar: «mi problema es tan
grande como todo el Universo, abarca el cielo, el espacio todo. Así pues, hasta
que destruya el sol y la luna, no podré acabar con mi problema». Esto es erróneo.
Cada uno de nosotros hemos de reconocer que somos responsables de nuestras
acciones, de cuerpo, palabra y mente, así como de solucionar nuestros propios
problemas. No debemos culpar a nadie más.
La
mayoría de los problemas que tenemos son intelectuales, ya que estamos
demasiado involucrados con el intelecto y el razonamiento. Por supuesto, hay
problemas que vienen de la intuición, pero la raíz de la mayor parte de ellos,
como los desequilibrios emocionales y la ansiedad, están en el intelecto.
Siempre estamos intelectualizando y éste es nuestro gran problema.
De
pequeños no tenemos problemas políticos, ¿verdad? Pensadlo. En nuestra mente
no existen problemas políticos. Cuando somos pequeños tampoco tenemos
problemas económicos ni con la sociedad, porque aún no estamos preparados, aún
somos demasiado jóvenes para los conflictos del «ego», para poder
intelectualizar. Tampoco existen a esa edad conflictos religiosos, ni
insatisfacción espiritual, ni conflictos filosóficos o racistas. Un bebé no
tiene problemas intelectuales. Cuando empezamos a crecer, empezamos a
intelectualizar. Lo intelectualizamos todo: ¿quién es ése? ¿Quién soy yo?
¿Cómo debería identificarme? ¿Cuál es mi arquetipo más significativo? El
ego siempre quiere algo con lo que identificarse, algo para sostenerse, algo
donde agarrarse. Nos cuesta trabajo ser naturales. Somos totalmente «artificiales»
y, consecuentemente, nos sentimos confusos e insatisfechos.
Podéis
ver que la mayoría de los problemas que tenemos los seres humanos en este mundo
moderno, surgen de las relaciones conflictivas con los demás: los hombres
tienen problemas con las mujeres, las mujeres con los hombres. Todos ellos
surgen de nuestra intelectualización, de nuestros juegos intelectuales y no de
la intuición. Concebimos las cosas a través de nuestros conceptos
intelectuales: «Este es el mejor objeto al que puedo agarrarme, ¡si no lo
consigo me suicidaré! Todo lo demás no es real para mí, sólo ese objeto es
mi realidad».
Nuestro
problema es que usamos nuestro intelecto de una manera innatural, somos poco prácticos
y no permanecemos en contacto con la realidad. Al estar engañados, cuando
describimos una manzana decimos: «tiene ésta y aquélla cualidad; es fantástica;
tiene un color muy bonito; es maravillosa, y por eso me gusta». Describimos
estas cosas de una forma tan exagerada que acabamos con una mente enferma,
puesto que, fundamentalmente, esto son fantasías. A la manzana le añadimos
nuestra propia proyección fantástica y esto hace que nos sintamos desdichados
e insatisfechos con el objeto verdadero. La razón por la que nos sentimos
insatisfechos con el objeto «manzana», es que solamente hemos tenido en cuenta
nuestra proyección fantástica de ella, no hemos sido realistas.
Según
el budismo, tenemos la capacidad para examinar nuestra propia mente, para ver si
estamos pensando de manera positiva o negativa, si estamos haciendo proyecciones
fantásticas o no. Somos capaces de hacerlo. Como sabéis Buda significa «complemento
desarrollado» y todos nosotros tenemos el potencial para desarrollar errores y
pensamientos contaminados.
Somos
competitivos; nos valemos de la sociedad, de nuestro país y de los demás.
Todos estos problemas surgen de la intelectualización, de ser artificiales y de
pensar «yo quiero», «yo quiero». De esta forma, nos vamos volviendo cada vez
más infelices. ¿comprendéis? Muchas veces nos volvemos extremistas y
desdichados, sin control alguno sobre nosotros. Si construimos una fantasía
para sostener nuestra propia imagen, entonces llegaremos a un punto en el que ya
no es posible seguir adelante con ello y nos ahogaremos en nuestro propio mundo
de ilusión. No podremos salir de allí, será algo demasiado difícil.
Así
pues, sugiero que antes de que nos llegue esta tremenda confusión, vayamos
intentando eliminarla poco a poco y dejemos que nuestra situación sea cada vez
mejor.
Debemos
preguntarnos si tanta intelectualización nos beneficia o no. Desde el punto de
vista del budismo, en vez de dejar que el intelecto nos domine totalmente,
debemos aprender a utilizar nuestra sabiduría, nuestra discriminación y
analizar si esto vale o no la pena.
Los
problemas de la sociedad, los del mundo entero y los de cada uno de nosotros
surgen de nuestra intelectualización sobre las cosas; son creados por el «ego»,
no son algo natural. Al decir esto, me refiero a que, cuando nacemos, cuando
somos pequeños, no las tenemos y tampoco cuando morimos.
En
el budismo tibetano utilizamos la MEDITACIÓN para que nos ayude a poder
ver de manera limpia y clara lo que está pasando a nivel convencional: nuestros
conflictos del ego. La MEDITACIÓN nos permite ir más allá de las
emociones y de los conflictos del ego para poder ver lo que realmente sucede en
nuestra mente, como si mirásemos un objeto desde fuera.
El
budismo nos dice que todos los seres humanos diariamente tenemos problemas
emocionales y obsesiones causadas por conflictos del ego; pero también tenemos
la capacidad para ir más allá de ellos y poder ver con claridad. Ya que
tenemos esta capacidad, no debemos pensar: «Estoy totalmente confuso, mi
naturaleza es esta misma confusión. No hay forma de ver con más claridad».
Esta es una actitud errónea, y nos hace infravalorar nuestra calidad humana.
El
budismo es humanista, es un tipo de religión científica que tiene que ver con
los problemas de la humanidad y la manera de resolverlos. Ni Buda ni Dios son lo
importante. Creemos que lo importante es que investiguemos la realidad de
nuestra propia conciencia, en vez de ignorarla y poner toda nuestra atención en
el cuerpo. Prestar únicamente atención a nuestro cuerpo no es saludable y
carece de valor, no nos aporta satisfacción. La satisfacción está en la
conciencia, no en el cuerpo físico. La conciencia humana es diferente del
cuerpo físico o del cerebro.
Lo
que estoy diciendo acerca de la realidad de la vida humana es que somos capaces
de solucionar nuestros problemas, los problemas de la humanidad. Necesitamos una
comprensión firme de que nuestros problemas son como bebés, debemos
preocuparnos por ellos y resolverlos. De esta forma, se desarrolla una cierta
confianza en uno mismo. Debemos comprender que todos los seres humanos tenemos
la sabiduría para poder solucionar nuestro dilema. No penséis que la
naturaleza humana es completamente ignorante. Tenemos sabiduría, amor y compasión.
No se debe pensar: «yo siempre me enfado, estoy lleno de odio, no tengo amor,
ni sabiduría, ni compasión». Ésta sería una actitud totalmente nihilista de
vuestra realidad. Cuando tenemos cierta confianza en nosotros, cuando nos fiamos
de nosotros mismos y tenemos alguna experiencia de nuestra propia sabiduría y
compasión, entonces empezamos a ser más naturales y dejamos que se desarrolle
nuestra intuición.
A
veces, un exceso de intelectualización y egoísmo perjudican la intuición. La
intuición es algo innato, no está influida por la filosofía, la religión,
los profesores o el entorno en que vivimos. La intuición simplemente está ahí
y en vez de mantenerla encerrada, debe ser protegida de manera que pueda
manifestarse.
Debemos
reconocer que somos nosotros los que creamos todos los problemas humanos. No
deberíamos culpar a la sociedad, a los amigos, a los padres. No debemos culpar
a nadie. Vuestros problemas los habéis creado vosotros mismos. Nosotros somos
los creadores de nuestra propia fortuna y de nuestra liberación.
Durante
el proceso de la muerte, cuando morimos de forma natural, todos los conceptos
sobre política, la economía, la sociedad, el racismo, el capitalismo, el
comunismo..., todo se desvanece de forma natural en el espacio. Pensad en
cualquier actitud o pensamiento egoísta que hayamos tenido como, por ejemplo,
aprovecharnos de los demás pensando: «yo soy inteligente, me aprovecharé de
los africanos porque son ignorantes; hay muchas cosas que ellos desconocen por
lo tanto puedo aprovecharme de ellos». Esto
no solamente nos sucede cuando morimos, también ocurre cuando dormimos. Al
dormir, todos estos conceptos se absorben siguiendo
el mismo proceso que a la hora de la muerte. Cuando dormimos todos los
conflictos del ego y todos los problemas, se disuelven. Por esta razón, es
mejor dormir que involucrarse demasiado en la intelectualización, las
emociones, el enfado o el odio, porque cuando dormimos, entramos en un estado
natural, un estado de conciencia fundamental, que no necesita utilizar el
intelecto.
En
la tradición budista se acostumbra a meditar por las mañanas, ya que cuando
nos levantamos todos los conceptos polucionados han desaparecido y tenemos un
poco más de claridad mental. Cuando dormimos, todas las energías que hemos ido
creando durante el día desaparecen temporalmente y al despertarnos, poco a poco
van apareciendo otra vez. Si meditamos por la mañana, podemos ser más
neutrales y estar más centrados. Por la mañana la concentración es mucho
mejor que a otras horas del día en las que estamos más distraídos o
ensimismados. Incluso si no meditamos o no somos grandes meditadores, si
queremos pensar sobre algo de forma limpia y clara, es mejor hacerlo por la mañana.
Esta es mi sugerencia.
En
el budismo, la MEDITACIÓN no es únicamente la concentración en un solo
punto, también existe la meditación analítica, en la cual investigamos sobre
una base real.
Es
muy importante que cada uno conozca el funcionamiento de su propia mente durante
el día, la noche y en el momento de la muerte. Es muy importante que nos
adiestremos para conocer todo esto, entonces ya no temeremos a la muerte como si
fuera algo terrible: ¡un agujero negro que te aspira y te come! Desde el
momento en que nacimos, nuestra muerte es algo definitivo. Pensamos que es algo
especial, como si morir fuese más importante que perder nuestro empleo, la
amiga, el amigo, la esposa o el marido. Ésta es una actitud errónea.
También
consideramos la muerte como algo negativo, pero esto es sólo una proyección de
nuestra mente. En realidad morir es mejor que tener esa flor, porque esta flor
no nos proporciona una gran paz y dicha, nos da algo, pero no la gran paz y
felicidad que nos ofrece la experiencia de la muerte. Morir es mucho mejor que
tener una esposa, un marido, un amigo o una amiga, ellos nos dan muy poca
felicidad. Estas personas no pueden solucionar nuestros problemas fundamentales;
lo único que pueden solucionar son algunos problemas emocionales y de forma
temporal. Sin embargo, en el momento de la muerte, acaban todas nuestras
ansiedades, todas las emociones. El proceso de la muerte natural es largo y muy
lento.
Cuando
morimos se deterioran cada uno de los cuatro elementos —a esto lo llamamos «absorción»—
y va degenerando poco a poco, muy lentamente, entonces aparecen ciertas
versiones, tanto internas como externas. Asimismo, los cinco agregados —la
forma, las sensaciones, la discriminación, los factores producidos y la
conciencia— se absorben y desaparecen.
Normalmente
pensamos que poder ver formas es fantástico, es un placer. También creemos que
tener sensaciones es algo necesario, ¿verdad? Siempre pensamos que las
sensaciones son muy importantes y nos aferramos a ellas tanto como podemos. Sin
embargo, en el budismo, existe la idea de permanecer despegados de los objetos
sensoriales. Esto es la renuncia. La renuncia es algo muy natural. ¿Por qué?
Bien, cuando nacisteis, y cuando erais bebés, no teníais problemas de apego.
Éste se desarrolló al estar en contacto con la sociedad; antes no había
objetos sensoriales.
Cuando
estamos dentro de la madre, ya se ha renunciado a todo, no se tiene nada, no nos
aferramos a nada, no existe la más leve señal de apego. Cuando estamos en el
seno de la madre, no tenemos ningún objeto sensorial externo, no hay ningún
objeto al que apegarnos. ¡En este momento vivimos una renuncia natural!
Actualmente,
tenéis un coche, pero no es suficiente; dos coches, y tampoco son suficientes;
a continuación un barco, luego el barco ha de ser más grande. ¿Comprendéis?
Y así seguimos indefinidamente. Es la insatisfacción. Debemos darnos cuenta de
que nacimos con renuncia, una renuncia natural. Cuando nacemos no tenemos
apegos, no tenemos demasiadas preocupaciones, nos sentimos bastante complacidos.
Más tarde, vamos creando más y más preocupaciones, luego morimos y con la
muerte, vuelve la renuncia natural.
Así
pues, sed naturales. No penséis que en las filosofías orientales
la renuncia y el despego son algo polucionado, tan sólo ideas
orientales. La satisfacción no depende únicamente de los objetos materiales.
La satisfacción surge de la simplicidad. No estoy diciendo que seáis malos
porque pertenecéis a una sociedad con economía próspera. No es que me sienta
celoso y por ellos os digo que sois malos. Todos necesitamos la simplicidad para
obtener la satisfacción interna. No estoy celoso de vuestros placeres, de
vuestras riquezas. Lo importante es ver ¿por qué os sentís insatisfechos?
Siempre encontramos algún motivo externo al que culpar: «no hay suficiente de
esto... No es suficiente aquello..» Esto no es verdad. En vuestro interior es
donde falta algo y esto es lo que debemos reconocer.
Cuando
digo: «despego» me refiero a estar más «suelto», más despreocupado. Estar
despegado no significa que se debe renunciar a todo. El despego significa no «colgarse»
de nada, ni estar sujeto a nada, simplemente debemos suavizar nuestro
aferramiento, sentirnos más relajados y no tan tensos.
Renunciar
no significa que necesariamente tengamos que deshacernos del dinero. Podemos
tener dinero y disfrutarlo de manera razonable, valorando nuestra vida en
comparación con la vida tan simple de los pueblos del tercer mundo. Si
solamente prestáis atención al dinero y a los grandes almacenes, entonces esto
hará que os sintáis desdichados. Debéis valorar el placer y el dinero,
apreciar este lugar, disfrutarlo y sentiros satisfechos. De lo contrario, aun
poseyendo todo el dinero que hay en los bancos suizos, os sentiríais
desgraciados.
Según
la sicología budista, el que un objeto proporcione satisfacción depende de la
decisión que tome nuestra conciencia. Es nuestra conciencia la que decide: «esto
hace que me sienta feliz», «esto es bonito», incluso antes de haber visto el
objeto. Luego cuando lo vemos con nuestros ojos, pensamos: «¡Oh qué bonito
es!» Es vuestra conciencia la que decide: «esta persona es muy mala» y
entonces, cuando está delante de vosotros, la veis como una mala persona.
La
razón por la que el budismo tibetano da una serie de indicaciones para poder
comprender el proceso de la muerte, describiendo lo que sucede y la forma en que
deben tratarse las crisis de alucinaciones y visiones que aparecen, es para
poder abordar todo esto sin que nos cree confusión. De esta manera, podremos
reconocer las ilusiones como ilusiones, las proyecciones como proyecciones y las
fantasías como fantasías.
Una
vez absorbidos los cuatro elementos, cuando ya han desaparecido, aún funciona
la conciencia sutil. Aunque la respiración haya cesado, la conciencia sutil
permanece allí. Los médicos occidentales creen que cuando no se respira,
significa que se está muerto y por lo tanto, pueden meterte en una nevera.
Desde el punto de vista budista, aun cuando la persona no respira, sigue estando
viva, experimentando las cuatro visiones: la blanca, la roja, la negra y luego
la luz clara. Estas cuatro visiones se las reconoce cuando se está acostumbrado
a meditar. Se puede permanecer en el estado de la luz clara, de dicha, durante
muchos días, incluso meses, en contacto con la realidad universal.
Por
supuesto, los occidentales pueden pensar: «¡Oh, esto es lo que creen los
budistas, este monje no está hablando de su propia fe, todo esto no tiene nada
que ver con nosotros!». Sin embargo, aunque no lo experimentéis ahora, ésta
es la experiencia que tienen los seres humanos.
He oído
algo sobre un francés que murió y volvió a la vida. No era ninguna persona
religiosa según los médicos, estuvo muerto durante dos horas y luego volvió a
despertarse; más tarde escribió las experiencias que había tenido durante el
tiempo que había estado muerto. Este es un ejemplo, él no creía en ninguna fe
religiosa, sin embargo, estuvo muerto y escribió las experiencias que tuvo
durante la muerte.
Aunque
no se crea en la descripción que hace el budismo sobre el proceso de la muerte,
se puede comprender fácilmente si se es consciente del proceso del sueño. Creo
que, actualmente, existen unas máquinas para comprobar cómo los conceptos
emocionales se disuelven durante el proceso del sueño y de la muerte. Sin
basarse en la descripción budista, creo que se pueden analizar estos procesos
por medio de máquinas. Por lo tanto, se puede relacionar al proceso del sueño
con el de la muerte.