LA PUERTA SECRETA DE LOS SACRAMENTOS DEL VERDADERO YOGA

Parte 6ª - EL VIAJE

En el año 1964, con ánimo de llegar a conocer directamente de boca de practicantes de otras religiones que no fueran la católica, pues yo estaba convencido entonces, y todavía hoy sigo estándolo,  de que las diferentes religiones que pueblan el mundo han de ser un abrazo y no un muro que las separe, me propuse recorrer el vasto territorio de China.

Con sólo una mochila a las espaldas, poco dinero y mucha ilusión, estuve conviviendo y escuchando a bozos, viví luego en una cueva con unos ermitaños que me enseñaron la religión de Confucio mientras tocan un instrumento musical llamado "qin".

Más tarde, y después de andar kilómetros y kilómetros por caminos solitarios, me dirigí hacia la región tibetana de Lhassa, donde en el monasterio de Sera fui acogido, no como aspirante a monje, sino como oyente y asimilador de conocimientos, pues era por entonces reglamentario en esta religión admitir tanto a los que aspiraban a ser monjes como a los que querían seguir manteniendo su condición de laicos. La única diferencia que existía entre el ingreso de unos u otros, era que en la admisión de los aspirantes a monjes se llevaba a cabo una compleja ceremonia llamada «prarajyra», que en nuestra lengua quiere decir: «salida», que simbolizaba la salida de este mundo. Allí tuve el honor de conocer, en una de sus muchas visitas al monasterio, al actual Dalai Lama, cuyo nombre religioso era: Jetsum Jambel Ngawang Losang Yesthe Tenzin Gyatso, que había asumido el poder civil y religioso el día 17 de diciembre de 1950, y también al Lama Thubten Yeshe, un Lama muy conocido en España por haber dado ya varias conferencias.

Después de nueve meses de estar compartiendo monasterio y de recibir las enseñanzas de los pacientes y sabios lamas, dejé la apacible ciudad de Lhassa y me dirigí hacia la India. Directamente hacia la región de Bihar, donde los buditas, mediante sus clases, me habían dicho que el Buda había recibido allí en su juventud enseñanzas de unos hombres santos conocidos como brahmanes que habitaban por aquellas tierras. Parece ser, y según me contaron, que el padre de este príncipe no quería que su hijo tuviera contacto con las miserias humanas, y para ello lo rodeó de todo lo más hermoso que estaba a su alcance. Pero Siddharta —que así se llamaba el príncipe que más tarde alcanzó la iluminación—, saliendo un día de palacio vestido con ropas vasallas llegó a ver el sufrimiento ajeno, supo de la enfermedad y de la muerte. Acto seguido abandonó el palacio y se dirigió hacia la región de Bihar, donde se quedó a vivir con un brahman que le enseñó a vivir ascéticamente, y le dijo que la verdad que él buscaba solamente podría encontrarla dentro de su corazón. Según se cuenta, Siddharta tenía veintinueve años cuando decidió comenzar a recorrer los caminos para buscar la verdad, y aún pasó otros seis años recorriendo la India, buscando esa serenidad que tanto admiraba en el brahman que había sido su precursor. Por fin, en la soledad de una noche, cuando se encontraba prácticamente al borde de la desesperanza, bajo las ramas de un árbol, Siddahrta Gautama fue iluminado y con la fuerza de la verdad, el Buda comenzó su camino de predicación a la buena gente que encontraba a su paso. Su verdad era sencilla, nada hay de permanente en el Universo cambiante, en un Universo en el que nuestros actos, y los dioses, nos premian o castigan con un nuevo nacimiento en el que nuestro ser, transmigrado, alcanzará un estado más perfecto o más imperfecto, según los méritos de nuestra propia vida, según haya sido de triunfal nuestra lucha contra los anhelos y las pasiones... Pero quizás sea más grato para vuestros ojos y sentidos, conocer esta misma historia a través de un fragmento del poema llamado «La Luz de Asia». Poema que fue escrito por el inglés Sir Edwin Arnold en el año 1879, una de las mejores biografías en poesía que han sido escritas sobre el Buda:

En esta soledad silvestre una vez más
vivía Buda, meditando sobre las penas humanas,
el camino del destino, las doctrinas de los libros,
las lecciones de las criaturas de la espesura,
los secretos del silencio de donde todo viene,
los secretos de las tinieblas a donde todo va,
la vida que queda, en el medio, como el arco que se lanza
de nube en nube a través del firmamento,
que tienen neblinas para su mansión y fuentes vaporosas,
disolviendo de nuevo en la nada su color tan hermoso
de zafiro, granate y gris opaco.
Luna tras luna estaba nuestro señor sentado en el monte,
meditando tanto que a menudo
se olvidaba de comer, levantándose de sus pensamientos
prolongados después del alba y del anochecer,
viendo su taza vacía. Comía por fuerza
frutas silvestres caídas desde las ramas

sacudidas por algún mono charlatán
o por algún pájaro. De este modo se debilitó
su gracia; su cuerpo, sostenido por la fuerza del alma,
perdió día por día las treinta y tres señales,
que testificaban al Buda. Apenas la hoja,
cayendo seca y marchita a sus pies
desde el roble, tenía menos parecido
con el suave verdor de primavera que el de sí mismo,
que era la flor principesca de todo su tierra.

Tres días estuve recorriendo la región de Bihar. Buscando sin descanso y con mucho interés a uno de estos santos hombres cuya identidad era conocida entre sus correligionarios con el nombre de brahmanes.

Un día, recuerdo que estaba amaneciendo, en un solitario lugar, que se encontraba casi en el corazón de un bosque, a la puerta de una miserable casa construida con barro y cañas de bambú, vi a un hombre que, si no hubiera sido por un modesto turbante azul, hubiera estado completamente desnudo. El hombre estaba sentado sobre el suelo de una limpia terraza, al aire libre, tenía las piernas cruzadas, las manos sobre las rodillas y los ojos cerrados. Sin duda era un hombre santo que estaba meditando. Y con tanta devoción lo estaba haciendo que ni siquiera reparó en mi presencia.

En muchos lugares de la India había visto, e incluso había participado con ellos, en ceremonias públicas donde se reunían un número considerable de fieles para cantar el mantra Hare Krishna, Hare Hare... En estas ceremonias cuanta más gente haya, mejor. Pero lo que nunca había visto era un yogui en la más completa soledad y totalmente desnudo, a pesar de que el libro sagrado del Bhagavad gitâ dice de manera categórica que para practicar el yoga de la meditación, hay que retirarse a un lugar santo aislado. Es decir, en el caso de los yoguis hindúes viven en soledad y en lugares que ellos mismos eligen porque son telúricos.

No quiero dar la sensación de que era la primera vez que veía a alguien en la posición de la honorable meditación, no. Ya en el monasterio de Sera, en el Tibet, de donde provenía, había visto, mientras conviví con ellos, a muchos monjes en esta posición, pero nunca desnudos completamente. Ya que allí, la religión de los pueblos tibetanos está toda ella fundamentada en la religión india, que en el Tibet adquiere formas especiales de doctrinas y practicas, combinadas con una serie de elementos indígenas. Del Budismos antiguo, los tibetanos aceptan el código de moralidad básico y el Vinaya, que sientan las bases generales del tipo de vida laico y monástico. Las doctrinas del Mahayana constituyen el marco filosófico y doctrinal, y el Vajrayana ofrece una completa gama de recursos MEDITATIVOS y rituales que son respetados y considerados como los más efectivos para progresar hacia el estado de iluminación y conseguir beneficios espirituales y terrenales. De forma que, aunque sus sentimientos religiosos están basados en el valor de la vida monástica que fue concebida durante los primeros tiempos del budismo, no dejan de considerar como muy importante los ideales indios del Mahayana y del Vajrayana, es decir, los del bodhisattva y los del gogui consumado cuyo objetivo último es alcanzar el estado de iluminación.

Quizás sea bueno, antes de seguir con nuestro tema, que os dé a conocer la relación que la religión budista tiene con los seres humanos, y los beneficios que obtiene del yoga. Y, tal vez, para que no sean mis palabras, siempre iletradas en estos temas, las que os hablen, sería bueno, como ya hicimos anteriormente con la conferencia dada por el ilustre maestro Bhaktivedanta Swami Prabhupada, en el Comvay Hall de Londres, transcribir ahora literalmente una de las conferencias que mi querido maestro el Lama Thubten Yeshe impartió el día 30 de septiembre del año 1983 en Ginebra (Suiza). Lo hago así porque estoy seguro de que sus palabras os darán a conocer la relación que el budismo tiene con relación a los seres humanos, y sus diferentes logros conseguidos a través de la meditación y del pensamiento:

El budismo nos hace ver que los seres humanos tenemos unas cualidades muy elevadas, especialmente, la intuición y la capacidad intelectual. Según el punto de vista budista, el proceso de crecimiento del ser humano es diferente al de un vegetal. Se nos explica también que la conciencia humana es fundamentalmente pura y clara, que el núcleo del ser humano es la conciencia y no el cuerpo físico y que si en nuestra vida nos sentimos felices o desdichados depende de la interpretación que haga nuestra propia conciencia: si creemos que nuestra vida es miserable, ésta se vuelve miserable. Todos los problemas humanos son creados por la mente,  no son enviados por Dios ni por Buda.

Si somos capaces de hacer de nuestra vida un desastre, también somos capaces de solucionar nuestros problemas. No es correcto pensar: «mi problema es tan grande como todo el Universo, abarca el cielo, el espacio todo. Así pues, hasta que destruya el sol y la luna, no podré acabar con mi problema». Esto es erróneo. Cada uno de nosotros hemos de reconocer que somos responsables de nuestras acciones, de cuerpo, palabra y mente, así como de solucionar nuestros propios problemas. No debemos culpar a nadie más.

La mayoría de los problemas que tenemos son intelectuales, ya que estamos demasiado involucrados con el intelecto y el razonamiento. Por supuesto, hay problemas que vienen de la intuición, pero la raíz de la mayor parte de ellos, como los desequilibrios emocionales y la ansiedad, están en el intelecto. Siempre estamos intelectualizando y éste es nuestro gran problema.

De pequeños no tenemos problemas políticos, ¿verdad? Pensadlo. En nuestra mente no existen problemas políticos. Cuando somos pequeños tampoco tenemos problemas económicos ni con la sociedad, porque aún no estamos preparados, aún somos demasiado jóvenes para los conflictos del «ego», para poder intelectualizar. Tampoco existen a esa edad conflictos religiosos, ni insatisfacción espiritual, ni conflictos filosóficos o racistas. Un bebé no tiene problemas intelectuales. Cuando empezamos a crecer, empezamos a intelectualizar. Lo intelectualizamos todo: ¿quién es ése? ¿Quién soy yo? ¿Cómo debería identificarme? ¿Cuál es mi arquetipo más significativo? El ego siempre quiere algo con lo que identificarse, algo para sostenerse, algo donde agarrarse. Nos cuesta trabajo ser naturales. Somos totalmente «artificiales» y, consecuentemente, nos sentimos confusos e insatisfechos.

Podéis ver que la mayoría de los problemas que tenemos los seres humanos en este mundo moderno, surgen de las relaciones conflictivas con los demás: los hombres tienen problemas con las mujeres, las mujeres con los hombres. Todos ellos surgen de nuestra intelectualización, de nuestros juegos intelectuales y no de la intuición. Concebimos las cosas a través de nuestros conceptos intelectuales: «Este es el mejor objeto al que puedo agarrarme, ¡si no lo consigo me suicidaré! Todo lo demás no es real para mí, sólo ese objeto es mi realidad».

Nuestro problema es que usamos nuestro intelecto de una manera innatural, somos poco prácticos y no permanecemos en contacto con la realidad. Al estar engañados, cuando describimos una manzana decimos: «tiene ésta y aquélla cualidad; es fantástica; tiene un color muy bonito; es maravillosa, y por eso me gusta». Describimos estas cosas de una forma tan exagerada que acabamos con una mente enferma, puesto que, fundamentalmente, esto son fantasías. A la manzana le añadimos nuestra propia proyección fantástica y esto hace que nos sintamos desdichados e insatisfechos con el objeto verdadero. La razón por la que nos sentimos insatisfechos con el objeto «manzana», es que solamente hemos tenido en cuenta nuestra proyección fantástica de ella, no hemos sido realistas.

Según el budismo, tenemos la capacidad para examinar nuestra propia mente, para ver si estamos pensando de manera positiva o negativa, si estamos haciendo proyecciones fantásticas o no. Somos capaces de hacerlo. Como sabéis Buda significa «complemento desarrollado» y todos nosotros tenemos el potencial para desarrollar errores y pensamientos contaminados.

Somos competitivos; nos valemos de la sociedad, de nuestro país y de los demás. Todos estos problemas surgen de la intelectualización, de ser artificiales y de pensar «yo quiero», «yo quiero». De esta forma, nos vamos volviendo cada vez más infelices. ¿comprendéis? Muchas veces nos volvemos extremistas y desdichados, sin control alguno sobre nosotros. Si construimos una fantasía para sostener nuestra propia imagen, entonces llegaremos a un punto en el que ya no es posible seguir adelante con ello y nos ahogaremos en nuestro propio mundo de ilusión. No podremos salir de allí, será algo demasiado difícil.

Así pues, sugiero que antes de que nos llegue esta tremenda confusión, vayamos intentando eliminarla poco a poco y dejemos que nuestra situación sea cada vez mejor.

Debemos preguntarnos si tanta intelectualización nos beneficia o no. Desde el punto de vista del budismo, en vez de dejar que el intelecto nos domine totalmente, debemos aprender a utilizar nuestra sabiduría, nuestra discriminación y analizar si esto vale o no la pena.

Los problemas de la sociedad, los del mundo entero y los de cada uno de nosotros surgen de nuestra intelectualización sobre las cosas; son creados por el «ego», no son algo natural. Al decir esto, me refiero a que, cuando nacemos, cuando somos pequeños, no las tenemos y tampoco cuando morimos.

En el budismo tibetano utilizamos la MEDITACIÓN para que nos ayude a poder ver de manera limpia y clara lo que está pasando a nivel convencional: nuestros conflictos del ego. La MEDITACIÓN nos permite ir más allá de las emociones y de los conflictos del ego para poder ver lo que realmente sucede en nuestra mente, como si mirásemos un objeto desde fuera.

El budismo nos dice que todos los seres humanos diariamente tenemos problemas emocionales y obsesiones causadas por conflictos del ego; pero también tenemos la capacidad para ir más allá de ellos y poder ver con claridad. Ya que tenemos esta capacidad, no debemos pensar: «Estoy totalmente confuso, mi naturaleza es esta misma confusión. No hay forma de ver con más claridad». Esta es una actitud errónea, y nos hace infravalorar nuestra calidad humana.

El budismo es humanista, es un tipo de religión científica que tiene que ver con los problemas de la humanidad y la manera de resolverlos. Ni Buda ni Dios son lo importante. Creemos que lo importante es que investiguemos la realidad de nuestra propia conciencia, en vez de ignorarla y poner toda nuestra atención en el cuerpo. Prestar únicamente atención a nuestro cuerpo no es saludable y carece de valor, no nos aporta satisfacción. La satisfacción está en la conciencia, no en el cuerpo físico. La conciencia humana es diferente del cuerpo físico o del cerebro.

Lo que estoy diciendo acerca de la realidad de la vida humana es que somos capaces de solucionar nuestros problemas, los problemas de la humanidad. Necesitamos una comprensión firme de que nuestros problemas son como bebés, debemos preocuparnos por ellos y resolverlos. De esta forma, se desarrolla una cierta confianza en uno mismo. Debemos comprender que todos los seres humanos tenemos la sabiduría para poder solucionar nuestro dilema. No penséis que la naturaleza humana es completamente ignorante. Tenemos sabiduría, amor y compasión. No se debe pensar: «yo siempre me enfado, estoy lleno de odio, no tengo amor, ni sabiduría, ni compasión». Ésta sería una actitud totalmente nihilista de vuestra realidad. Cuando tenemos cierta confianza en nosotros, cuando nos fiamos de nosotros mismos y tenemos alguna experiencia de nuestra propia sabiduría y compasión, entonces empezamos a ser más naturales y dejamos que se desarrolle nuestra intuición.

A veces, un exceso de intelectualización y egoísmo perjudican la intuición. La intuición es algo innato, no está influida por la filosofía, la religión, los profesores o el entorno en que vivimos. La intuición simplemente está ahí y en vez de mantenerla encerrada, debe ser protegida de manera que pueda manifestarse.  

Debemos reconocer que somos nosotros los que creamos todos los problemas humanos. No deberíamos culpar a la sociedad, a los amigos, a los padres. No debemos culpar a nadie. Vuestros problemas los habéis creado vosotros mismos. Nosotros somos los creadores de nuestra propia fortuna y de nuestra liberación.

Durante el proceso de la muerte, cuando morimos de forma natural, todos los conceptos sobre política, la economía, la sociedad, el racismo, el capitalismo, el comunismo..., todo se desvanece de forma natural en el espacio. Pensad en cualquier actitud o pensamiento egoísta que hayamos tenido como, por ejemplo, aprovecharnos de los demás pensando: «yo soy inteligente, me aprovecharé de los africanos porque son ignorantes; hay muchas cosas que ellos desconocen por lo tanto puedo aprovecharme de ellos».  Esto no solamente nos sucede cuando morimos, también ocurre cuando dormimos. Al dormir, todos estos conceptos se absorben  siguiendo el mismo proceso que a la hora de la muerte. Cuando dormimos todos los conflictos del ego y todos los problemas, se disuelven. Por esta razón, es mejor dormir que involucrarse demasiado en la intelectualización, las emociones, el enfado o el odio, porque cuando dormimos, entramos en un estado natural, un estado de conciencia fundamental, que no necesita utilizar el intelecto.

En la tradición budista se acostumbra a meditar por las mañanas, ya que cuando nos levantamos todos los conceptos polucionados han desaparecido y tenemos un poco más de claridad mental. Cuando dormimos, todas las energías que hemos ido creando durante el día desaparecen temporalmente y al despertarnos, poco a poco van apareciendo otra vez. Si meditamos por la mañana, podemos ser más neutrales y estar más centrados. Por la mañana la concentración es mucho mejor que a otras horas del día en las que estamos más distraídos o ensimismados. Incluso si no meditamos o no somos grandes meditadores, si queremos pensar sobre algo de forma limpia y clara, es mejor hacerlo por la mañana. Esta es mi sugerencia.

En el budismo, la MEDITACIÓN no es únicamente la concentración en un solo punto, también existe la meditación analítica, en la cual investigamos sobre una base real.

Es muy importante que cada uno conozca el funcionamiento de su propia mente durante el día, la noche y en el momento de la muerte. Es muy importante que nos adiestremos para conocer todo esto, entonces ya no temeremos a la muerte como si fuera algo terrible: ¡un agujero negro que te aspira y te come! Desde el momento en que nacimos, nuestra muerte es algo definitivo. Pensamos que es algo especial, como si morir fuese más importante que perder nuestro empleo, la amiga, el amigo, la esposa o el marido. Ésta es una actitud errónea.

También consideramos la muerte como algo negativo, pero esto es sólo una proyección de nuestra mente. En realidad morir es mejor que tener esa flor, porque esta flor no nos proporciona una gran paz y dicha, nos da algo, pero no la gran paz y felicidad que nos ofrece la experiencia de la muerte. Morir es mucho mejor que tener una esposa, un marido, un amigo o una amiga, ellos nos dan muy poca felicidad. Estas personas no pueden solucionar nuestros problemas fundamentales; lo único que pueden solucionar son algunos problemas emocionales y de forma temporal. Sin embargo, en el momento de la muerte, acaban todas nuestras ansiedades, todas las emociones. El proceso de la muerte natural es largo y muy lento.

Cuando morimos se deterioran cada uno de los cuatro elementos —a esto lo llamamos «absorción»— y va degenerando poco a poco, muy lentamente, entonces aparecen ciertas versiones, tanto internas como externas. Asimismo, los cinco agregados —la forma, las sensaciones, la discriminación, los factores producidos y la conciencia— se absorben y desaparecen.

Normalmente pensamos que poder ver formas es fantástico, es un placer. También creemos que tener sensaciones es algo necesario, ¿verdad? Siempre pensamos que las sensaciones son muy importantes y nos aferramos a ellas tanto como podemos. Sin embargo, en el budismo, existe la idea de permanecer despegados de los objetos sensoriales. Esto es la renuncia. La renuncia es algo muy natural. ¿Por qué? Bien, cuando nacisteis, y cuando erais bebés, no teníais problemas de apego. Éste se desarrolló al estar en contacto con la sociedad; antes no había objetos sensoriales.

Cuando estamos dentro de la madre, ya se ha renunciado a todo, no se tiene nada, no nos aferramos a nada, no existe la más leve señal de apego. Cuando estamos en el seno de la madre, no tenemos ningún objeto sensorial externo, no hay ningún objeto al que apegarnos. ¡En este momento vivimos una renuncia natural!

Actualmente, tenéis un coche, pero no es suficiente; dos coches, y tampoco son suficientes; a continuación un barco, luego el barco ha de ser más grande. ¿Comprendéis? Y así seguimos indefinidamente. Es la insatisfacción. Debemos darnos cuenta de que nacimos con renuncia, una renuncia natural. Cuando nacemos no tenemos apegos, no tenemos demasiadas preocupaciones, nos sentimos bastante complacidos. Más tarde, vamos creando más y más preocupaciones, luego morimos y con la muerte, vuelve la renuncia natural.

Así pues, sed naturales. No penséis que en las filosofías orientales  la renuncia y el despego son algo polucionado, tan sólo ideas orientales. La satisfacción no depende únicamente de los objetos materiales. La satisfacción surge de la simplicidad. No estoy diciendo que seáis malos porque pertenecéis a una sociedad con economía próspera. No es que me sienta celoso y por ellos os digo que sois malos. Todos necesitamos la simplicidad para obtener la satisfacción interna. No estoy celoso de vuestros placeres, de vuestras riquezas. Lo importante es ver ¿por qué os sentís insatisfechos? Siempre encontramos algún motivo externo al que culpar: «no hay suficiente de esto... No es suficiente aquello..» Esto no es verdad. En vuestro interior es donde falta algo y esto es lo que debemos reconocer.

Cuando digo: «despego» me refiero a estar más «suelto», más despreocupado. Estar despegado no significa que se debe renunciar a todo. El despego significa no «colgarse» de nada, ni estar sujeto a nada, simplemente debemos suavizar nuestro aferramiento, sentirnos más relajados y no tan tensos.

Renunciar no significa que necesariamente tengamos que deshacernos del dinero. Podemos tener dinero y disfrutarlo de manera razonable, valorando nuestra vida en comparación con la vida tan simple de los pueblos del tercer mundo. Si solamente prestáis atención al dinero y a los grandes almacenes, entonces esto hará que os sintáis desdichados. Debéis valorar el placer y el dinero, apreciar este lugar, disfrutarlo y sentiros satisfechos. De lo contrario, aun poseyendo todo el dinero que hay en los bancos suizos, os sentiríais desgraciados.

Según la sicología budista, el que un objeto proporcione satisfacción depende de la decisión que tome nuestra conciencia. Es nuestra conciencia la que decide: «esto hace que me sienta feliz», «esto es bonito», incluso antes de haber visto el objeto. Luego cuando lo vemos con nuestros ojos, pensamos: «¡Oh qué bonito es!» Es vuestra conciencia la que decide: «esta persona es muy mala» y entonces, cuando está delante de vosotros, la veis como una mala persona.

La razón por la que el budismo tibetano da una serie de indicaciones para poder comprender el proceso de la muerte, describiendo lo que sucede y la forma en que deben tratarse las crisis de alucinaciones y visiones que aparecen, es para poder abordar todo esto sin que nos cree confusión. De esta manera, podremos reconocer las ilusiones como ilusiones, las proyecciones como proyecciones y las fantasías como fantasías.

Una vez absorbidos los cuatro elementos, cuando ya han desaparecido, aún funciona la conciencia sutil. Aunque la respiración haya cesado, la conciencia sutil permanece allí. Los médicos occidentales creen que cuando no se respira, significa que se está muerto y por lo tanto, pueden meterte en una nevera. Desde el punto de vista budista, aun cuando la persona no respira, sigue estando viva, experimentando las cuatro visiones: la blanca, la roja, la negra y luego la luz clara. Estas cuatro visiones se las reconoce cuando se está acostumbrado a meditar. Se puede permanecer en el estado de la luz clara, de dicha, durante muchos días, incluso meses, en contacto con la realidad universal.

Por supuesto, los occidentales pueden pensar: «¡Oh, esto es lo que creen los budistas, este monje no está hablando de su propia fe, todo esto no tiene nada que ver con nosotros!». Sin embargo, aunque no lo experimentéis ahora, ésta es la experiencia que tienen los seres humanos.

He oído algo sobre un francés que murió y volvió a la vida. No era ninguna persona religiosa según los médicos, estuvo muerto durante dos horas y luego volvió a despertarse; más tarde escribió las experiencias que había tenido durante el tiempo que había estado muerto. Este es un ejemplo, él no creía en ninguna fe religiosa, sin embargo, estuvo muerto y escribió las experiencias que tuvo durante la muerte.

Aunque no se crea en la descripción que hace el budismo sobre el proceso de la muerte, se puede comprender fácilmente si se es consciente del proceso del sueño. Creo que, actualmente, existen unas máquinas para comprobar cómo los conceptos emocionales se disuelven durante el proceso del sueño y de la muerte. Sin basarse en la descripción budista, creo que se pueden analizar estos procesos por medio de máquinas. Por lo tanto, se puede relacionar al proceso del sueño con el de la muerte.

 

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