LAS PROFECÍAS PAPALES DE SAN MALAQUIAS

INTRODUCCIÓN 

San Bernardo, que fue amigo y biógrafo del San Malaquías, nos dice que nació en Irlanda, cuya isla siempre fue conocida con el nombre de «la verde Erin» porque los habitantes de aquel privilegiado lugar suelen afirmar, muy orgullosos, que su país es el único del mundo donde el visitante puede disfrutar de más de cien tonalidades distintas del color verde.

            Nos sigue diciendo el santo Bernardo, que su amigo Malaquías nació en el año 1094, en Armagh, región del Ulster. Que fue sacerdote a los veinticinco años, y obispo de la ciudad de Connor a los treinta. Y que Dios le favoreció con milagros tales como la muerte de los oficiales que mandaban una tropa que se dirigía hacia Armagh, con órdenes expresar de matar al santo. Muerte que no pudieron consumar porque Dios les envío un rayo que los dejó fulminados antes de llegar a la  mencionada ciudad.

            En el año 1139 —sigue diciendo el santo Bernardo—, por motivos del gobierno y mejoras de su diócesis, Malaquías tuvo que viajar a Roma, con gran sentimiento de sus feligreses, que lamentaban su momentánea ausencia. Iniciado el viaje, al pasar por York, se produjo otro milagro. Cuenta Bernardo que el sacerdote Sicar, que no le conocía ni sabía que tuviese que pasar por allí, le saludó por su nombre. Y, tal vez inspirado por Dios, lo calificó de Profeta.

            Dice Bernardo que cuando el santo atravesó Francia, se detuvo en Claraval donde ambos entablaron una relación de amistad tan profunda que perduró hasta su muerte.

            El papa Inocencio II le recibió con afecto, y conociendo su valía, le negó el permiso para recluirse en Claraval con san Bernardo. Le retuvo en Roma un mes y, al despedirse, el Papa, queriendo mostrarle su estimación, hizo lo siguiente: colocó en la cabeza del santo su mitra Papal, lo revistió luego con su estola y manipulo, y cuando ya estuvo recubierto con las ropas del Vicario de Cristo, le abrazó efusivamente.

            Dicen otros biógrafos, y a fe que esto no lo dice ni escribe san Bernardo en ningún sitio, que durante este tiempo de su viaje a Roma, escribió san Malaquías sus célebres «profecías». Así parece afirmarlo el hecho de que allí, en Italia, en un convento de Mantua para ser más precisos, se encontrase, en el siglo XVI, el manuscrito de las Profecías de los Papas, escrito de su puño y letra.

Asimismo nos hace saber nuevamente el santo Bernardo, con dolor y sentimiento, que Malaquías murió en sus brazos. Dice que cuando años después de su visita a Italia, necesitó de nuevo entrevistarse con el Papa para resolver asuntos de su feligresía, como quiera que el Pontífice se encontrase en Claraval, hacia allí se dirigió. A los pocos días de estar en el monasterio, enfermó de unas fiebres muy pertinaces que le llevaron a la muerte. Haciéndonos constar san Bernardo, que su amigo murió el mismo día y a la misma hora que él mismo había profetizado unos años antes de morir.

DÍA Y HORA DE SU MUERTE. SU SIMBOLISMO

Es muy curioso que el fallecimiento de san Malaquías se produjera a la edad de 54 años. El número 54 simbolizaba, para los cabalistas de la Edad Media, el fin del mundo.

E igual de curioso es que su muerte se produjera el día 2 de noviembre de 1148, día de todos los santos difuntos.

Tal vez Dios, gobernador de todos los destinos de la humanidad, quisiera anunciar con estos signos la misión profética que le había sido encargada a Malaquías. No hace falta recordar que este santo pronosticó en sus profecías papales el fin de una Iglesia que se dedica a servir a ricos y poderosos, para volver de nuevo a la Iglesia de Jesús. La Iglesia que volverá a ser perseguida y martirizada por defender a los pobres, a los hambrientos y a los necesitados.

LAS PROFECÍAS DE LOS PAPAS

Las profecías papales de san Malaquías, escritas en el año 1139, aseguran que después de Juan Pablo II, sólo aparecerán dos papas más, y que durante el pontificado del último de estos dos, la Iglesia actual desaparecerá para volver de nuevo a la Iglesia que fue fundada e instituida por Jesús.

Comienza este santo irlandés profetizando —de uno en uno—, a todos los papas que irán sucediendo a Inocencio II, que era el papa que gobernaba la Iglesia en los tiempos del profeta. Como número uno nos describe a Celestino II, dándole el siguiente lema: «Ex castro Tíberis», y acertando de pleno en él, ya que este pontífice había nacido en Ciudad de Castillo, situado a la orilla del Tíber, en la Tuscania Romana.

Como quiera que la lista de todos los papas que cita san Malaquías en sus Profecías son demasiado largas para transcribirlas completas, y teniendo en cuenta también que sería lamentable no dar a conocer aunque sea una parte muy pequeña de ellas precisamente por el gran interés que han llegado a provocar entre los estudiosos y simbolistas de todos los tiempos, mostraremos solamente aquellas que comienzan en el siglo XX y terminan en el siglo XXI. Los Papas que entran en estos dos siglos, acompañados de sus respectivos Lemas y, como es obligado, de las definiciones que de estos Lemas han efectuado estudiosos de todos los tiempos, son los siguientes:

Número 102. Corresponde al papa León XIII, que fue elegido el 20 de febrero de 1878 y muerto el día 20 de julio de 1903.

Lema: «Lumen in coelo», es decir: «Luz en el cielo»

Confirmaciones: En su escudo familiar figuraba una estrella, sobre fondo azul celeste. La indicada estrella llevaba una brillante cabellera detrás, simbolizando a la luz del cielo.

Número 103. Corresponde al papa Pío X (4 de agosto de 1903 – 20 de agosto de 1914).

Lema: «Ignis ardens», es decir, «Fuego ardiente».

Confirmaciones: El fuego de su caridad, la compasión que sentía por las desgracias de sus semejantes, fueron tan intensos, que murió de sentimiento a poco de estallar la Gran Guerra.

            Algunos simbolistas señalan que la reunión del Conclave que lo eligió Papa, tuvo lugar el 31 de julio, festividad de san Ignacio de Loyola. Y que Ignacio significa etimológicamente: «fuego ardiente»; otros que su proclamación se produjo el día 4 de agosto, festividad de Santo Domingo de Guzmán, a quien se representa junto a un cachorro de león con una tea encendida, o fuego ardiente.

Número 104. Corresponde al papa Benedicto XV (3 de septiembre de 1914 – 22 de enero de 1922).

Lema: «Religio depopulata», es decir: «Religión despoblada».

Confirmaciones: Fue este Papa contemporáneo de la Primera Guerra Mundial, que se produjo entre los años de 1914 a 1918. Las naciones que luchaban eran cristianas. Murieron en ella millones de cristianos. Hay quienes afirman que por ello, el lema encaja perfectamente en este pontificado, porque «religión despoblada» equivale a cristiandad diezmada.

Numero 105. Corresponde al papa Pío XI (6 de febrero de 1922 – 10 de febrero de 1939).

Lema: «Fides intrepide», es decir: «Fe intrépida».

Confirmaciones: En sus tiempos se precisaba, igual que se precisa hoy, valor heroico para cumplir totalmente las virtudes cristianas en una Sociedad moderna y tremendamente materializada. Su intrepidez en la promulgación y defensa de la fe en los países inhóspitos, fueron indiscutibles, mereciendo el nombre de «Papa de las Misiones». Y también se preocupó del perfeccionamiento de los mismos fieles organizando la Acción Católica, que en aquellos tiempos borrascosos bien se le puede dar el calificativo de Fides Intrepide.

Número 106. Corresponde al papa Pío XII (2 de marzo de 1939 – 9 de octubre de 1958).

Lema: «Pastor Angelicus», es decir «Pastor Angélico».

Confirmaciones: Respecto al adjetivo Pastor se hizo la objeción de que son pastores todos los papas, e incluso los simples sacerdotes. En efecto, pastores de almas son. Pero, ¿puede negarse que tal adjetivo le fue aplicado con justeza por tratarse de un Pastor excepcional, que tuvo que regir la nave de la Iglesia en tiempos borrascosos y difíciles? Jamás se vio un pontífice más infatigable, culto y celoso, haciéndose oír de todos, hablando siempre con suficiencia y, según los auditorios, en inglés, francés, español, alemán o italiano. Destacable es la opinión de que el idioma español lo aprendió en un trasatlántico, durante su viaje a Buenos Aires.

            Dirigió grandes disertaciones a deportistas, médicos, dentistas, farmacéuticos, abogados, notarios, periodistas, libreros, industriales, hasta a los dibujantes de modas, y a los conquistadores del espacio. Declaró patrono de la Comunidad Electrónica al Arcángel San  Gabriel, el primero en llevar a la Humanidad la grata y trascendental noticia de la Redención.

            Su pontificado fue testigo de las más espantosas guerras, así como de la explosión de la bomba atómica. Y ello dio lugar a numerosas y variadas manifestaciones de su celo, caridad, inteligencia y valor.

            Fue en efecto, el Papa valiente que se enfrentó contra el Nazismo, y excomulgó a los gobernadores comunistas de Yugoslavia, Hungría, Checoslovaquia, Turquía y Polonia, por sus respectivas persecuciones e injusticias contra los Cardenales Stepinac, Mindeszenty, Beral, Pacha y Wyszynski. No tuvo jamás miedo cundo tuvo que defender la verdad y la justicia.

            Denunció públicamente también la infame labor que los comunistas ejercían con los niños: borrar de sus mentes la idea de Dios; cambiar en odio el amor a su familia, incitándoles a denunciar a sus propios padres, con el señuelo de viles recompensas; les enseñaban también canciones blasfemas; y los corrompían deliberadamente en todos los aspectos de la ética, e incluso de la sexualidad.

            Su acción benéfica durante la tremenda Guerra Mundial fue considerable: cursó órdenes desde el Vaticano a todos los obispos en cuyas Diócesis hubiera campos de prisioneros, para que, sin distinción de razas, naciones o religiones, visitasen a los cautivos y les ayudasen materialmente, poniéndoles además en comunicación con sus familias; organizando canje de prisioneros heridos y de civiles internados. De resulta de sus gestiones y esfuerzos, unas sesenta y cinco mil personas regresaron a sus hogares; y fueron surtidos con ingentes cantidades de medicamentos los hospitales de sangre y con miles de toneladas de alimentos las personas cuyos hogares habían sido arrasados por la guerra.

Cuando se produjo el famoso bombardeo de Roma su decisión fue valerosa y caritativa: ordenó recoger todo el dinero de la caja del Vaticano, unos dos millones de liras, y acompañado por el Cardenal Montini, en un pequeño automóvil cruzó las calles de Roma, en las que aún seguían cayendo bombas, hasta llegar a la estación y los muelles, objeto principal de las andanadas de proyectiles, y allí se mezcló con el pueblo confortando a todos, repartiendo aquel dinero y manchando de sangre sus manos y su blanca sotana.

            El denominado «derecho de asilo», alcanzó en el Vaticano inusitada amplitud; pues para ayudar a los perseguidos políticos, desestimando la orden de tener que exigir un riguroso control para entrar en el Estado Papal, Pío XII dio reservadas instrucciones a sus guardias, para no ser demasiado minuciosos. Nadie fue rechazado, ni se estableció distinción alguna entre blancos, negros o amarillos; católicos, protestantes o judíos. Respecto a esto los nazis fascistas habían exigido a los hebreos residentes en Roma la entrega de un millón de liras y cien libras de oro, so pena del saqueo de sus casas y el internamiento en campos de concentración. Como quiera que los judíos no poseían aquel oro, el Papa ordenó fundir muchos vasos sagrados y les proveyó de la suma pedida.

Número 107. Corresponde al papa Juan XXIII (28 de octubre de 1958 – 3 de junio de 1962).

Lema: «Pastor et Nauta», es decir: «Pastor y Navegante».

Confirmaciones: El profeta Malaquías al denominar pastores tan solo a Pío XII y a Juan XXIII, quiso indicar, inspirado por Dios, que ambos serían pastores extraordinarios necesarios para neutralizar, con su sabiduría, valor y dinamismo, los graves peligros del materialismo desatado y la descristiniciadora labor, tan característica de aquellos tiempos.

            Por lo que respecta a la condición de Navegante, señalada en el Lema malaquíano, es innegable, si consideramos que cuando fue elevado al Solio Pontificio, era Patriarca de Venecia, ciudad acuática, donde la navegación es necesaria para todos los vecinos que salen de sus casas.

Número 108. Corresponde al papa Pablo VI (21 de junio de 1963 – 6 de agosto de 1978).

Lema: «Flor de flores».

Confirmaciones: En su escudo cardenalicio había flores, pero flores de lis; y las flores de lis se denominan flor de flores, porque cada una se compone de tres florecillas.

Número 109. Corresponde al papa  Juan Pablo I (26 de agosto de 1978 – 28 de septiembre de 1978).

Lema: «De medietate Lunae», es decir: «de la mitad de la luna».

Confirmaciones: Según la mitología de la India Brahmánica, en la media luna es donde habitan las almas de los seres humanos que fueron envenenados.

            Los griegos creían que sobre la luna vieja (media luna) viajaban las almas de los mártires. De ahí que dos días antes de aparecer en el cielo la luna vieja, los lobos y los perros aullasen por la noche llorando por esta clase de difuntos.

Faltando todavía cuatro siglos para la muerte de Mahoma y, por lo tanto para que los seguidores de la religión mahometana adoptaran como símbolo la media luna, el evangelista Juan en su Apocalipsis, capítulo 12, versículo1, testifica lo siguiente: «Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol y con la media luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas...»

Tomando este versículo como ejemplo, y creyendo los antiguos exegetas cristianos que la virgen mantenía de esta forma a los enemigos de la Iglesia sujetados a sus pies, comenzaron a representarla primero con la media luna bajo sus pies, y luego pisando una horrible serpiente y con la media luna bajo sus pies. El Anticristo había quedado representado bajo el monstruoso cuerpo de una serpiente con cabeza de un dragón de largas oerejas, y los enemigos de la Iglesia con la imagen de la media luna.

            Juan Pablo I no se mostró como el papa dócil y manejable que los pertinaces moradores del Vaticano habían creído elegir. A pesar de cuantas exhortaciones y lances recibió de los guardianes de la ortodoxia católica que no podían creer ni consentir que la Constitución vigente fuese saltada a la torera, el nuevo papa rechazó ser coronado y sustituyó tan magno acto por una simple investidura.

            A los cuatro días de su breve pontificado expuso al Colegio Cardenalicio su deseo de publicar una Encíclica con el inviolable deseo de fortalecer y aumentar las reformas habídas en el Concilio Vaticano II. Concilio que este papa consideraba —dicho con sus propias palabras—, como necesario para que la Iglesia siguiese creciendo y modernizándose.

            Pocos días depués expresó su deseo de que fuese creada una disposición por la cual sería destinado el 1% de los ingresos de todas las iglesias a la iglesia del tercer mundo. Con ello, por mano de los mismos misioneros sin que mediese intermediario alguno, se podría disminuir con más eficacia el hambre, las enfermedades y la muerte prematura de los niños en el tercer mundo.

            Este Papa reinó durante 33[1] días, y murió en circunstancias muy extrañas. Tal vez la mano de esos enemigos que no desean que la Iglesia sea modernizada y compatible con las exigencias de nuestros tiempos, representados aquí por la media luna, tuviesen algo que ver en ello.

            Sabiendo que la luna vieja (media luna) muere para dar vida a la luna nueva[2] (absoluta oscuridad), se pueda comentar que tal vez el profeta Samuel sabía ya en su tiempo algo de esto cuando en 1Sam. 20:18, dice: «Mañana es luna nueva, y tú serás echado de menos, porque tu silla quedará vacía...»

Número 110. Corresponde al papa Juan Pablo II (16 de octubre 1978 – 2 de abril de 2005)

Lema: «de labore solis», o sea: «de la misión del sol».

Confirmaciones: Expresión que vista desde el aspecto moral e histórico, nos dice que el portador de este lema se verá sometido a los mismos trabajos y a los mismos peligros que el verdadero Sol: Jesucristo. Como así fue, pues en la memoria de todos todavía reside el recuerdo del gravísimo atentado que sufrió con arma de fuego durante una audiencia en la plaza de San Pedro.

            Juan Pablo II era consciente de los peligros que le acechaban cada vez que salía. El mismo Pablo nos hace saber que él también los había sufrido cuando en 2Cor. 11:12, nos dice: «Muchas veces he estado en viajes a pie, en peligros de ríos, en peligros de asaltantes, en peligros de los de mi nación, en peligros de los gentiles, en peligros en la ciudad, en peligros en el desierto, en peligros en el mar, en peligros entre falsos hermanos...» Pero a pesar de saber Juan Pablo II los peligros a los que se exponía cada vez que salía de su cómodo despacho, pesaba más en su corazón el amor que sentía hacia el mundo que no podía venir a él, que la desconfianza.

El papa viajero creía con toda su alma que los papas eran elegidos para seguir el ejemplo de los apóstoles incluso aceptando por amor a Dios y a sus semejantes, si así era preciso, el mismo martirio que sus antecesores sufrieron.

Número 111. Corresponde al papa Benedicto XVI (19 de abril 2005 – 11 de febrero de 2013 mediante renuncia irrevocable).

Lema: «de gloria olivea», o sea: «de la gloria del óleo».

Confirmaciones: Con el óleo son ungidas las personas que son elegidas para llevar a cabo acciones extraordinarias de todo tipo. La renuncia al papado antes de terminar su tiempo, fue, asegurado por personas y por cuantos medios informativos se pronunciaron y se siguen pronunciando, como el acto más extraordinario que se ha dado desde el día 13 de diciembre de 1294, en que el papa Celestino V, hombre también de excepcionales virtudes y sencillez, dándose cuenta después de estar ocupando la silla de Pedro cinco meses de que era una mera marioneta en manos de clanes cardenalicios que habían olvidado lo que Jesús les aconseja en el Evangelio: «No sirváis a Dios y a las riquezas, porque menospreciaréis al uno y amaréis a las otras...», como no existía todavía en aquellos tiempos una disposición por la cual un papa pudiese renunciar a su pontificado, la estableció él mismo para volver a poder ser libre ante Dios, ante su propia conciencia y ante los hombres.

A este lema se le han dado muchas explicaciones y lecturas, habiéndose elegido como la más acertada, por ser la menos apocalíptica, la de que el olivo suministra el óleo, elemento fundamental del sacramento de la Extremaunción. Por lo tanto, parece ser, que este óleo simboliza la agonía de una Iglesia intrigante, dividida y ambiciosa. Dato este que viene a entroncar con el mensaje que la virgen transmitió a los pastores Melania Calvet y Maximino Giraud, en el cual les decía, entre otras cosas, lo siguiente: «Desgraciados aquellos sacerdotes y aquellas personas consagradas a Dios, que con su infidelidad y su mala conducta, están crucificando de nuevo a mi Hijo...»

No falta quien afirma que en su Carta Encíclica «Spe Salvi», es decir: «Salvados en la esperanza», Benedicto XVI, a pesar de cuantos sufrimiento y decepciones lleva sobre sus espaldas, nos conmina a tener esperanza.

En la Introducción de la mencionada Encíclica, el Papa hace una pequeña síntesis de toda su Carta, observando y proponiendo lo siguiente: «En esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros. Según la fe cristiana, la “redención”, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. Ahora bien, se nos plantea inmediatamente la siguiente pregunta: pero, ¿de qué género ha de ser esta esperanza para poder justificar la afirmación de que a partir de ella, y simplemente porque hay esperanza, somos redimidos por ella? Y, ¿de qué tipo de certeza se trata?».

Número 112. Corresponde al papa Francisco (13 de marzo 2013-

Lema: «Petrus Romani», o sea: «Pedro Romano».

Confirmaciones: Si «Pedro» es sinónimo de Papa, el Pontífice elegido es descendiente de emigrantes italianos, y a todo esto le añadimos que las primeras palabras que pronuncia ante los fieles congregados son para definirse como el Obispo de Roma, definiendo asimismo a su antecesor como el Obispo emérito, podemos decir que Malaquias acierta al darle el nombre de «Pedro Romano», o el Papa que igual que Jesús no quiso ser llamado Rabí (excelencia), Padre (porque Padre solamente es el Señor, Dios de las alturas) ni otro ostentoso  título que no fuese el de «maestro» (persona que enseña), podemos dar por acertado el lema dado por Malaquías a este Pontífice: «Obispo de Roma o Pedro Romano».
            El santo Malaquías agrega al lema dado a este papa estas apocalípticas palabras: «En la última persecución de la Santa Romana Iglesia, ocupará el solio Pedro Romano, el cual apacentará sus ovejas en medio de grandes tribulaciones, pasadas las cuales, la ciudad de las siete colinas será destruida y el Juez tremendo juzgará al Pueblo».

            Este es el papa que cierra el ciclo de las profecías de san Malaquías y, por lo tanto, el que está destinado a devolverle a Cristo la Iglesia que Él mismo instituyó. Una Iglesia que volverá a ser impopular entre los ricos y poderosos porque retornará a sus orígenes y levantará su voz nuevamente para denunciar a los cuatro vientos que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico en el reino de Dios... Tal vez para dar fundamento a estas palabras sea por lo que Malaquías le llame Pedro y no Papa. Con ello nos quiere dar a entender tal vez que con un Papa que fue el primero en todo comenzó la Iglesia de Cristo, y que con un Papa que será el primero en todo, volverá la Iglesia de Cristo a sus inicios. Pues no en vano el Obispo Romano o Pedro Romano, es el primero en llamarse Francisco, el primero en ser Jesuita, el primero en ser latinoamericano, el primero que no ha nacido en Oriente Medio, el primero que no ha nacido en Europa, el primero que ha mostrado al Pueblo de Dios los huesos de san Pedro...

Recordando nuevamente el mensaje que la virgen le dedica a los pastores Melania Calvet y Maximino Giraud: «Desgraciados aquellos sacerdotes y aquellas personas consagradas a Dios, que con su infidelidad y su mala conducta, están crucificando de nuevo a mi Hijo...», podemos comenzar a desvelar las apocalípticas palabras que Malaquías agrega al papa que da en llamar Pedro Romano. Estos sacerdotes y personas consagradas a Dios que con su infidelidad están crucificando de nuevo a Cristo, son lo que desde los tiempos de Constantino[3] hasta nuestros días están malogrando y persiguiendo la Santa Romana Iglesia. Pedro Romano tendrá que terminar con esta persecución, pero encontrará mucha dificultad y trabajo en su camino. Tal vez por ello nos diga el santo irlandés que este papa tendrá que apacentar a sus ovejas en medio de grandes tribulaciones, pasadas y vencidas las cuales, todo el mal que existe en la ciudad de las siete colinas será destruido y juzgado para dar paso nuevamente a la Iglesia de Jesús.

Y esta parece que es el misión que el papa Francisco se ha impuesto a sí mismo. A la chita callando, como dicen en mi pueblo, en menos de ocho meses que lleva ocupando la silla de Pedro, solamente se le ha visto transitar por un único camino. El camino que tiene como ruta principal el retorno al Evangelio de Jesús que se revela a los pobres, a los enfermos, a los perseguidos, a los marginados... El Evangelio que no hace distinción entre negros y blancos, hombres y mujeres, ricos y pobres, niños o adultos... Es aventurado afirmarlo, pero ese camino es el que durante muchos años fueron construyendo aquellos sacerdotes que por querer que la Iglesia volviera al primitivo Evangelio de Jesús, fueron apartados de su minsterio, condenados al silencio, forzados a abandonar su congregación... Un camino muy espinoso y difícil de transitar cuya meta principal es la teología de la liberación.

EPÍLOGO

 En resumen, de la lectura de estas profecías sacamos en claro que Jesucristo quiso iniciar su Iglesia con un Obispo de Roma que fue el primero en todo, y que por seguir las directrices de su Maestro murió martirizado por defender a los pobres, a los desposeídos y a los perseguidos injustamente; y hará renacer de nuevo su primitiva Iglesia con otro Obispo de Roma que, siendo también el primero en todo, después de muchas penalidades y tribulaciones, volverá a restituirla echando a los mercaderes de ella... Y aquí, en este punto, es donde se hará verdad otra parte del mensaje que la virgen les transmitió a Melania y Maximino: «Grande será entonces el número de sacerdotes que abandonarán la verdadera religión. Incluso cardenales y obispos...»

Pero no sería honesto terminar este escrito sin hacer saber a los lectores que hay sin embargo otras muchas teorías acerca de estas profecías. Por no citarlas todas, daré a conocer la primera y la última que fueron escritas. La primera de ellas dice que ninguno de los papas anteriores se atrevieron a tomar el nombre de Pedro por respeto al primer pontífice. Pues bien —asegura el autor de esta teoría—, el último tomará, por inspiración divina, el nombre de Pedro para que tanto la Iglesia como el  mundo entero terminen simétricamente con un Pedro II y último.

            La última teoría es la que algunos autores están haciendo circular recientemente. En ella se nos dice que es la Iglesia católica propiamente dicha la que terminará. Los fieles dejarán la Iglesia y, sin creyentes que la sustenten desaparecerá. Y para dar más fuerza a esta descabellada teoría, apoyándose en meras suposiciones, no dudan en afirmar que el actual pontífice, en vez de defender los derechos humanos, colaboró activamente con la dictadura militar argentina. Y para rematar la faena, nos hacen ver las siguientes señales: fue elegido el día 13 del 2013 y hace el número 266 de todos los papas elegidos hasta el momento.

         Pero sea cual fuere el mensaje que el santo deseaba enviarnos, no falta mucho para que salgamos de dudas. El tiempo que es el mejor juez que tenemos porque todo lo desvela, pronto nos hará saber si Malaquías acertó o se equivocó. Tal vez, y puede que esto sea lo más razonable, queden estas profecías, como las otras muchas que se han hecho hasta el momento, en una entelequia, en una ficción o en un sueño de profeta, dejando  así todas los pronósticos hechos hasta el momento, incluido el mío, sin más valor que el papel donde fueron escritos. Muchos de vosotros seréis testigos de ello.

NOTA FINAL

San Bernardo, el único biógrafo fiable del Irlandés Malaquías, no dice en  ningún sitio que estas profecías hubiesen sido escritas por él. Pero pudo ocurrir, sin embargo, que Bernardo ignorase que las había escrito. Tengamos en cuenta que teóricamente estas profecías fueron escritas durante  la visita que Malaquías hizo al papa Inocencio II. Se cuenta que el pontífice, estando al tanto de su mansedumbre y buen juicio, lo recibió con afecto, y le rogó que se quedase en Roma durante algún tiempo porque necesitaba de sus sensatos consejos para resolver algunos problemas que habían surgido en el seno de la Iglesia.

            Durante el tiempo que san Malaquías estuvo en Roma, se sabe que escribió mucho, y que entabló además una afectuosa amistad con un fraile Benedictino proveniente del monasterio de Mantua que se hallaba por aquellos días en Roma por haber sido llamado por el papa para que le ayudase también a solventar los problemas antes aludidos. Lo que no se sabe es cuál fue el tema de sus escritos. Tal vez fuesen las profecías papales y que el papa Inocencio II, habiendo sido la primera personas que las había leído, le hubiese aconsejado al escritor que las dejara ocultas hasta que el tiempo probara su veracidad. De otra forma no podemos explicarnos el acto que el pontífice realizó con Malaquías cuando se despidió de él. Se dice en su biografía que el Papa colocó en su cabeza la mitra papal y lo revistió después con la estola y el manípulo, como dando a entender que había leído y aprobado las profecías papales.

            Parece ser que la sugerencia del Papa de ocultar los escritos de Malaquías hasta que pasara un tiempo prudencial y poder de esta forma probar su veracidad con más criterio, se cumplió. No se supo nada de ellos hasta que en el año 1590 un monje benedictino llamado Arnaldo encontró en el archivo del monasterio de Mantua el manuscrito de san Malaquías escrito de su puño y letra. El monje Arnaldo lo puso en conocimiento de sus superiores, y estos escribieron al Papa, quien, después de leer el manuscrito quedó perplejo y asombrado. El cumplimiento de los lemas asignados a los papas, incluido el de él mismo, eran exactos.

No advirtiendo en el escrito ninguna clase de manipulación ni superchería, dio órdenes expresas de que fuese guardado en el Archivo Vaticano, donde actualmente se encuentra.

[1] El número 33 es el valor numérico de la palabra hebrea «Kabi», que significa sacrificio, sufrimiento, martirio... Basándose en este significado la Cábala nos dice que «Kabi», cuyo valor numérico es el número 33, contiene un vaticinio que deberemos estudiar para desvelarlo. En el ámbito cristiano el 33 es el número que verifica el ajusticiamiento de Nuestro Señor Jesucristo.

[2] Es una fase lunar que sucede cuando la luna se encuentra situada exactamente entre la tierra y el sol, de manera que su hemisferio iluminado no puede ser visto desde nuestro planeta.

[3] Con la llegada de Constantino a la religión cristiana, la Iglesia primitiva desaparece y comienza a extenderse una nueva Iglesia. La Iglesia que está al servicio de los ricos y de los poderosos. Los hijos de los reyes son nombrados, sin límite de edad, cardenales, y la mayoría de ellos llegan fácilmente al papado;  los obispos son honrados como príncipes, elevados a los más altos puestos políticos y se convierten en legisladores y guías de los preceptos morales; el sacerdote es el guardián de los derechos monárquicos de la Iglesia. Por una parte, contenta a los pobres recordándoles el especial amor que el Redentor siente  por ellos, y por otra parte, les conminaba a ser sumisos y dar al César lo que es del César. Constantino multiplicó y se inventó títulos como ilustrísimo, excelentísimo, reverendísimo, santo padre... Aunque los aristócratas de la nueva Iglesia se mostraban al pueblo como pobres, no les fue posible demostrar su predicada pobreza. Sus ricas vestimentas, sus lacayos de peinadas pelucas, sus cortejos casi de reyes, sus caros carruajes, sus tierras, sus ciudades enteras, sus iglesias y su catedrales, no podían hacerse invisibles ni prescindir de ellas. La nueva Iglesia había adquirió tal poder, que de ser perseguida y martirizada, pasó a perseguir y a martirizar. En nombre del Dios que gobernaba esa Iglesia, se cometieron los abusos, crímenes y atrocidades  más horribles que nuestra historia recuerda.

   

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