EL TERCIO PROVINCIAL DE
MURCIA
Dos compañías militares de este Tercio lucharon bajo las órdenes de Bernardo Gálvez en la guerra de la independencia de los Estados Unidos de América, y en sus filas fue admitido como cadete don José de Sanmartín, que llegó a alcanzar, durante los doce años que estuvo en El Tercio y antes de salir de él, el grado de comandante.
CREACIÓN:
Este Tercio fue creado, según Ordenanza sancionada por el rey Carlos II, el día 3 de julio de 1694. Y fue instituido, según explican las mismas Ordenanzas, ante la imperiosa necesidad de una reforma de los ejércitos que vigilaban y defendían las fronteras. El mando de este Tercio le fue dado al glorioso Maestre de Campo don Luis Fernández Daza, quien, con el consenso de sus jefes y oficiales, tomaron por patrona a la Inmaculada Concepción.
SUS DOS ESCUDOS DE ARMAS:
El primer escudo de armas del recién creado Tercio Provincial de Murcia fue el que se da a conocer en este diseño que pertenece al año 1575, cuando todavía no se le había concedido a la histórica ciudad de Murcia la séptima corona de oro, ni se había incorporado en su centro el corazón del rey Alfonso X, pues, como antes hemos dicho, el año de su creación fue el 1694 y la séptima corona no le fue concedida a Murcia hasta el año 1707.
                                

El segundo y último escudo que fue tomado por este Tercio, es el que también damos a conocer en el diseño adjunto. En el año 1710, después de haber cambiado el nombre en varias ocasiones, vuelve a cambiar y pasa a ser conocido como: Regimiento de Infantería de Murcia número 24. Como quiera que tres años antes Felipe V ya le había concedido a la ciudad de Murcia la séptima corona, y la facultad de lucir en su escudo el corazón del rey Alfonso X, El Regimiento de Infantería de Murcia número 24, a la vista del nuevo escudo —que había cambiado totalmente para bien—, lo adoptan y ya no lo dejarán hasta su disolución en el año 1987.
Este segundo escudo está compuesto, como vemos en el diseño adjunto, por seis coronas de oro enfrentadas en pares, que salvaguardan entre ellas lo más preciado que la ciudad posee: el símbolo del corazón del rey Alfonso X, coronado por la séptima corona que fue concedida por el rey Felipe V, ribeteada de la siguiente leyenda en latín: PRISCAE NOVISIMAE EXALTAT ET AMOR, cuya traducción es la siguiente: Glorificar y amar tanto lo antiguo como lo nuevo, y todo él circundado por los escudos de Castilla y de León.
UNIFORME
Debido a que tomaron como referencia para confeccionar su uniforme el hábito de su patrona la Inmaculada Concepción, fueron conocidos por el mote de Los Azules Nuevos. Su atuendo, bastante inusual para un soldado de aquellos tiempos, era el siguiente: camisa blanca, casaca azul, calzones azules, chupa[1] azul, medias blancas y botas de media caña de cordobán[2] los soldados y de caña completa de cuero de color negro los jefes y oficiales.
                     
                   

Como el hábito no hace al monje, tal como dice un refrán español, el color de su uniforme —totalmente azul—, aunque al principio fue motivo de alguna que otra risa y comentarios varios, comenzó muy pronto a ser respetado por su valor en el campo de batalla. Muchas y muy importantes fueron las recompensas que este Regimiento logró a través de los años de su existencia. Pudiendo citar entre ellas, La Medalla al Valor en la Batalla de Bailen. Condecoración esta que le fue concedida colectivamente a cuantos regimientos se distinguieron por su audacia y valor en la mencionada batalla. En esta batalla, perteneciendo todavía al Tercio Provincial de Murcia con el grado de comandante, participó y se distinguió el que más tarde sería conocido en Argentina como «El padre de la Patria» y en Perú y Chile como «El Libertador». El Himno Nacional del Perú, por ejemplo, en sus últimas estrofas, recordando a este gran hombre, dice lo siguiente:
...Por doquier San Martín, inflamado,
¡libertad! ¡Libertad! Pronunció;
y meciendo su base los Andes,
le anunciaron también a su voz.
UN JOVEN CADETE
Era el 
día 23 de abril de 1784. Al puerto de Cádiz llega un barco procedente de 
Argentina. Por la pasarela de desembarco baja una familia en la cual nadie 
repara ni nadie conoce. Parece una de esas tantas familias que en aquellos 
tiempos emigraban desde Hispanoamérica y se venían a España buscando un futuro 
mejor. Pero no era así. El cabeza de familia era —nada más y nada menos—, que 
don Juan de Sanmartín. Capitán del ejército real. Ilustre militar que había 
desempeñado para la Corona española grandes y provechosos servicios, y había 
elegido aquella región para vivir su jubilación. Le seguían por la pasarela su 
esposa, doña Gregoria Matorras, y sus cinco hijos, que, por orden de nacimiento 
eran los siguientes: María Elena, Manuel, Juan, Justo y José, que era el más 
pequeño de todos. Tenía seis años de edad. 
El distinguido militar vive con su familia en Cádiz apenas unos siete meses. Después, sabiendo por otras personas que Málaga es una ciudad más floreciente y con más oportunidades para residir y educar a sus hijos, se traslada a Málaga.
Y efectivamente, en Málaga sus hijos varones pueden asistir y ser educados en buenos colegios. El pequeño José es mandado al Seminario de Nobles de Madrid, una institución gobernada por la Compañía de Jesús que solamente admitían a los hijos de los nobles o de los acaudalados.
Después de dos años de estar instruyéndose en esta institución madrileña, sus padres se lo traen de nuevo a Málaga y lo matriculan en la Escuela de Temporalidades, dirigida también por jesuitas.
En esta Escuela estuvo el pequeño José de Sanmartín hasta que cumplió los 12 años de edad. Quería ser militar como su padre. Y, su padre, que por haber sido precisamente militar, conocía y sabía qué unidades castrenses eran las más capaces para formar futuros oficiales, eligió, para que su hijo se educase militarmente, El Tercio Provincial de Murcia, donde ingresó el niño como cadete y donde aprendió el arte de ser un verdadero soldado durante los más de doce años que estuvo en el regimiento.
Más tarde, y según aseguran algunos historiadores, cuando por fin Argentina fue liberada, eligió la bandera de la nación con los mismos colores que él había vestido siendo cadete del Regimiento Provincial de Murcia: Blanco y azul celeste.
La historia de este gran hombre, es la historia de la emancipación sudamericana. Fue noble, fue valiente y fue leal. En él, el ser virtuoso no era mérito sino hábito. En su vida resplandeció siempre la grandeza de su alma y la potencia de su genio militar. El paso de los Andes, la victoria de Chacabuco y Maipo son testimonios de su inteligencia de estratega. Tres repúblicas le deben su independencia. «Mi gloria está colmada». Frase suya que refleja su modestia, esa modestia ejemplar que le acompañó incluso en su hora postrera, allá, en tierras de Francia, contra la cual había luchado antaño heroicamente.
DON BERNARDO GÁLVEZ CONOCE EL TERCIO
Las epidemias, la 
piratería y las grandes inundaciones que la ciudad de Málaga comenzó a sufrir 
durante los siglos XVII y XVIII, mermaron mucho a sus ciudadanos y, sobre todo, 
a los soldados que tradicionalmente estaban destinados a defender el 
Mediterráneo. 
Como quiera que la ciudad de Málaga era en aquellos tiempos, una de las más importantes de España. Gozaba de excelentes bodegas de donde salía un vino muy apreciado por franceses, ingleses, italianos, holandeses y portugueses, cuyos barcos llegaban diariamente al puerto para llenar sus bodegas de grandes toneles de vino, seras[3] colmadas de pasas, vasijas de vidrio, trigo, cebada e, incluso a veces, madera para la fabricación de barcos, los consejeros del rey le propusieron a éste enviar allí el Tercio Provincial de Murcia para suplir a los soldados que habían ido causando baja por culpa de los males antes aludidos.
Don Bernardo Gálvez tenía por aquel tiempo 14 años de edad, pero ya llevaba dos años de estudios en la Academia militar de Ávila. Se encontraba en Macharaviaya, el pueblo donde había nacido, disfrutando de un permiso que había obtenido siendo todavía cadete de la mencionada Academia Militar, cuando supo que en Málaga se encontraba el Tercio de soldados murcianos. Como quiera que había oído hablar mucho y muy bien de ellos, marchó hacia la ciudad para conocerles.
El cadete Gálvez y los soldados del Tercio de Murcia, sobre todo los más jóvenes, que eran los que más se identificaban con él, hicieron muy buenas migas. Hablaron mucho, sobre todo de los ingleses y de las males artes que estos habían usado para quedarse con Gibraltar.
Aunque España ayudaba a los rebeldes con armas, barcos y dinero porque no deseaba entrar de lleno en una guerra que podría traerle consecuencias de posteriores venganzas por parte de los ingleses, en el año 1776, teniendo don Bernardo Gálvez 30 años de edad, es nombrado Gobernador y Comandante en Jefe de la Luisiana Española, para que, sin que parezca que está en guerra contra los ingleses, defienda su territorio y ayude en nombre de España a los soldados rebeldes.
Don Bernardo comienza a cumplir las órdenes recibidas, e intuyendo que pronto los ingleses intentarían hostigar los territorios gobernados por él —como así fue—, empieza a reclutar hombres. Es entonces cuando se acuerda de aquellos soldados del Tercio Provincial de Murcia que había conocido años antes en Málaga y, mediante escrito enviado al Gobierno español, solicita le sean facilitadas dos o tres compañías pertenecientes al Terció.
Don José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca, Secretario de Estado del Reino Español en aquellos tiempos, como resulta que también es murciano, se siente muy orgulloso y da su beneplácito para que dos compañías del Tercio Provincial de Murcia embarquen desde Málaga hacia la Luisiana española para ponerse a las órdenes de su nuevo jefe. Con ellos marchan otros muchos malagueños que ven una oportunidad de hacer fortuna en una tierra de la cual, según aseguran algunos, nace todo lo que se planta y se encuentra oro en la ribera de cualquier río y en las entrañas de las montañas.
En el año 1778 don Bernardo tiene en las tierras gobernadas por él infinidad de españoles que han llegado allí para ponerse bajo sus órdenes: murcianos, malagueños, canarios, gallegos y hombres de otros lugares de España se mezclan allí y hacen de todas una sola familia.
Comienzan luego a relacionarse con las diferentes tribus indígenas que por el lugar se encuentran, y los convencen para que se unan a ellos. Lo que los nativos hacen de muy buena gana porque se ven mejor tratados por los españoles que por los ingleses.
Don Bernardo Gálvez se entrevistó con George Washington, y realizó para él y para la noble causa por la cual luchaban, grandes beneficios. Sus tropas no dejaron que los ingleses pasaran por sus tierras ni que usaran el río Misisipi para navegar por él. Bloquearon el puerto de Nueva Orleans, e hicieron otras muchas valiosas acciones que valieron para que el General Washington ganara la guerra y forjase luego el país más grande próspero y libre del mundo... Muchos americanos perdieron la vida para conseguirlo, pero no hay que olvidar que también fueron muchos los españoles que murieron allí luchando por la Libertad... Españoles que habían leído muchas veces la insigne obra de Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, y habían aprendido a amar la Libertad a través de las palabras que don Quijote le dice a Sancho: «La Libertad, querido sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad se puede y debe aventurar la vida...»
Antonio Galera Gracia
Doctor 
en Historia, Licenciado en Teología, escritor y
Gran Cruz al Mérito de la 
Investigación Histórica de Santa María de España.