PRINCIPIO DEL TEMPLE

 

La Orden del Temple nació allá por el año 1118 para, desinteresadamente, acompañar, proteger y defender a los peregrinos cristianos que se dirigían a Tierra Santa contra los latrocinios, vejaciones y ataques incontrolados de los infieles sarracenos. Después, en el año 1129, cuando la Orden comenzó a engrandecerse, le fueron ampliadas estas facultades y ya no se dedicaron sus miembros únicamente a la protección de los peregrinos cristianos y a la defensa de los Santos Lugares, sino que comenzaron a tomar parte junto a los reyes en todas las expediciones y batallas que contra los infieles sarracenos en cualquier lugar del mundo cristiano se libraban. 

 

El régimen interior era de comunidad y recogimiento. Hacían voto de pobreza, de castidad, de obediencia, de humildad y de combatir por el servicio de Jesucristo... Y, a pesar de lo que contrariamente se ha venido diciendo, los templarios llevaban hasta tal extremo sus deberes y promesas que cuando alguno fallaba grave o levemente o incumplía alguno de sus votos, él mismo se imponía personalmente su penitencia, independientemente de la pena que en Capítulo aparte le pudiera corresponder a juicio del Consejo Capitular. Por eso no era raro ni a nadie extrañaba  ver frecuentemente a intramuros de las posesiones templarias, caballeros semidesnudos de pie sobre las almenas. Donde estaban, a veces, hasta cinco días con sus cinco noches sin comer, sin beber y sin moverse... Ni tampoco era raro ver a otros azotarse hasta sangrar, o atarse por los pies a las colas de sus caballos y dejarse arrastrar por ellos al galope, aguantando el seco golpeteo del empedrado del patio sobre sus cuerpos y sus cabezas.

 

Sus colores eran el blanco y el negro, denotando el primer color la candidez y la confianza para los amigos y el segundo, la fiereza con que debían infundir el terror entre sus enemigos. En el año 1130, los templarios ya constituían un verdadero Ejército y así lo hace constar San Bernardo cuando manifiesta: "Ha aparecido una nueva caballería en la tierra de la Encarnación. Es nueva y aún no ha sido probada en el mundo, en el que desarrolla un doble combate tanto contra sus adversarios de carne y de sangre, como contra el espíritu del mal. Y a los que combaten contra los vicios y los demonios, yo los llamo maravillosos y dignos de todas las alabanzas debidas a los religiosos". Pero san Bernardo dice en este mismo docuemnto además de los templarios algo que ha sido aprovechado por los detractores del templarismo para decir que eran poco más que unos cerdos, sin caer en la cuenta que en aquellos tiempos el aseo personal no era precisamente algo que puediese llevarse a efecto diariamente, bien por la ausencia de duchas, bien por los viajes largos, bien por las largas concetraciones en los campos de batalla, por ello era necesario en las iglesias y ermitas inciensar la sala para ahogar el mal olor que los asistentes emitían. San Bernardo dice:  "Afeitan sus cabellos, jamás se les ve peinados, raramente lavados, la barba hirsuta, apestando a polvo, sucios a causa de sus arneses y el calor. En ello hay una doble ventaja. La partida de esa gente es una liberación para el país y Oriente se alegrará de su llegada a causa de los servicios que allá podrán realizar".

 

Más de veinte veces, las milicias del Temple salvarán a Tierra Santa de la invasión de los sarracenos y seis de sus grandes maestres mueren en combate. En Oriente contribuyen al provecho de la acciones bélicas, pillaje incluido. Y en Occidente aumentan las donaciones hacia el Temple. Los grandes señores convierten al Temple en su heredero. Hasta el propio rey de Aragón quiere donar su reino a los templarios. El clero secular se opuso a ello, de no ser así se hubiera producido una curiosa experiencia. Un país entero dirigido por una caballería religiosa. En Oriente, la Orden es un ejército en combate; en Occidente, una organización monacal cuyos miembros están armados para la defensa.

 

El apoyo que San Bernardo dio a la Orden hizo que fuera favorecida por los señores feudales y que sus caballeros se extendieran por toda Europa y que en sus numerosos monasterios llegaran las generosas donaciones continuamente hasta el punto de convertir a la Orden del Temple en la comunidad más rica y poderosa de Occidente. En Francia tuvo su natural asiento sobrepasando en poder y riqueza a cuanto hasta entonces se había conocido, rivalizando sus grandes maestres con los reyes. Ciertamente, el Temple tuvo muchos amigos, pero tampoco le faltaron encarnizados adversarios. Guillermo de Nacy, dos años después de muerto San Bernardo, cuenta de la Orden hechos atroces, llega a acusar a sus miembros de sodomitas afirmando que uno de los ritos se basaba en el beso que el que pretendía entrar en la Orden debía propinar en el miembro viril del gran maestre. Eduardo de Vitry, en el siglo XIII dice de los templarios: "Educados en las delicias y vicios del Oriente, su orgullo no tiene límites. Yo lo sé y lo sé de buen origen que algunos sultanes han sido recibidos en la orden permitiendo que celebren sus ritos supersticiosos y presten su adoración al falso profeta Mahoma". "Beber como un templario" era un dicho común en aquella época y en el siglo XV se aseguraba que casa de templario y casa de prostitución era la misma cosa pues la Orden mantenía burdeles abiertos para beneficiarse con los ingresos que obtenían de tal negocio... Nada se ha podido probar documentalmente de todos estas críticas que creemos fueron proferidas más por despecho que por rigor histórico, ya que si algo de esto hubiese sido cierto, el Papa, que era al fin y al cabo su Rey, por encima de los reyes, hubiera tomado cartas en el asunto.

 

En España, los reyes Alfonso "el Emperador" y Alfonso "el Batallador" en Castilla y Aragón respectivamente, protegieron a los templarios otorgando a la Orden cuantiosas dádivas y recompensas. Hubo un momento en que la orden del Temple sobrepujó a las Ordenes de Caballería, de Calatrava y Alcántara hasta el punto de que cuando los otros tenían un convento, los templarios poseían diez. Pero también es cierto que los caballeros del Temple participaban en todas las batallas contra los moros lo que ocasionó que los reyes, agradecidos por su inestimable ayuda, les fueran otorgando cada vez mayor número de villas, castillos, tierras y riquezas. Bajo tales auspicios, el número de individuos que componían la Orden aumentaba sin cesar siendo el gran maestre de la Orden el mayor señor de toda la Cristiandad, después del Papa, los emperadores y los reyes.

 

Su final se encuentra rodeado de la violencia, la sangre, la tortura y la muerte. Y uno de los acontecimientos más graves de la Edad Media es la disolución de la Orden por decisión del Papa, así como el proceso contra los principales caballeros del Temple, su prisión, y su tortura para obligarlos a confesar los atroces delitos de que fueron acusados. Su caída engendró una duda que aún hoy se mantiene. ¿Era la Orden del Temple culpable de los atroces delitos de que fue acusada o por el contrario todo se debió a una baja y rastrera política de Estado por parte del rey Felipe el Hermoso de Francia, o todo se debió a la envidia de dicho soberano hacia la Orden y su deseo de apoderarse de sus riquezas?.

 

Aquellos tiempos resultan algo difíciles de comprender hoy, con unos monarcas que no se detenían ante los medios más bajos y vituperables cuando se obstinaban en el logro de sus caprichos y la satisfacción de su inagotable sed de riquezas. Entonces, a la opinión pública no se la tenía en cuenta para nada, era como si no existiera y la justicia era burlada una y otra vez precisamente por aquellos que más obligación tenían de respetarla y hacerla cumplir.

   

Jaime de Molay, su último Gran Maestre, viajó a Francia, encabezando un gran cortejo; llevaban dos mulos cargados de oro y plata.

 

El Gran Maestre había sido padrino de uno de los hijos del Rey Felipe el Hermoso. El temple había servido de asilo a este monarca en numerosas ocasiones. La orden era católica y adicta al sumo pontífice. Y sin embargo, el rey de Francia y el Papa francés Clemente V, conspiraron contra la orden con el objeto de desposeerla de todos sus bienes.

 

Todo el mundo conoce el falso proceso de los templarios, y las calumnias empleadas contra ellos por hombres que habían vestido su hábito y ayudado en otro tiempo a hacer justicia.

 

El 18 de marzo del año 1314 fueron quemados públicamente Jaime de Molay y sus caballeros. La orden del temple fue disuelta y sus bienes confiscados.

 

A Hugues de Payns, le sucedieron los siguientes maestres: Robert de Bourguiñon, Everardo de Barres, Bernardo de Tremelay, Beltrán de Blancaflort, Felipe de Naplouse, Odon de San de Saint-Amard, Arnaldo de la Torre-Roja, Juan de Terri, Gerardo de Ridefort, Roberto de Sablé, Gilberto Eral, Felipe du Plessis, Guillermo de Chartres, Pedro de Montagú, Armand de Grospierre, Hernan de Perigord, Guillermo de Sonnac, Renaud de Vichy, Tomás de Beraud, Guillermo de Beaujeu, Teobaldo Gaudini y Jaime de Molay.