Así como las órdenes de Santiago, Calatrava y San Juan de Jerusalén se presentaron en el Reino de Murcia y en la provincia de Alicante tempranamente, la Orden del Templo de Salomón, por el contrario, no lo hizo hasta bien entrado el año 1266, de la mano del rey de Aragón y Conde de Barcelona don Jaime I, cuyas tropas ayudaron a las de su yerno el rey Alfonso X a reconquistar unos enclaves que, por medio de tratados entre ambos reinos, los que se encontraran desde Villajoyosa hacia el Sur serían para la corona de Castilla, mientras que los que se hallasen al Norte pertenecerían a la corona de Aragón.
Es natural que lo antedicho aconteciese de esa forma. Téngase en cuenta que por la buena acogida que los de la Orden del Templo obtuvieron en el Condado de Barcelona y en el reino de Aragón, su presencia allí fue bastante prematura. Y, luego, la posterior unificación de ambos dominios por parte de don Ramón Berenguer IV con motivo de su boda con doña Petronila de Aragón, aceleró la reconquista en aquellos feudos, llegando en poco tiempo a poseer Mallorca, y gran parte de tierras y ciudades valencianas. Las tropas Aragonesas no tenían en aquel tiempo rival que pudiese enfrentarse a ellos.
Debido a este empuje, los árabes que dejaban las ciudades que los reyes aragoneses y castellanos iban conquistando, se refugiaban y se hacían fuertes siempre más y más hacia el Sur de España.
Las ciudades de Murcia, Caravaca de la Cruz, Bullas, Cehegín y otras que lindaban con ellas, así como las L’Orxa y Denia fueron reconquistadas tardíamente, de ahí que la Orden de los del Templo no aparecieran por estas tierras hasta bien entrado el año 1266.
Este es el motivo por el cual se pueden encontrar tantos enclaves templarios por el Norte, unos pocos menos por el Oeste, más o menos igual por el Este, tan pocos por el Suroeste y sean tan escasos o casi nulos en algunas ciudades del Sur de España.
Situada en la plaza de Santa Catalina. En su interior podremos admirar
  la imagen de Santa Catalina, talla del escultor Nicolás Salzillo; y la de la
  Doloroso, obra de su hijo Francisco Salzillo. Alberga la plaza en su recinto
  el museo de Ramón Gaya con más de 150 obras del titular y de pintores
  murcianos de su generación.
La iglesia de Santa Catalina sita en la plaza que lleva su mismo nombre, y junto a la resplandeciente y bella plaza de las Flores, en cuyos perpetuos puestos de flores prevalecen en igualdad de condiciones tanto el humilde geranio como el milenario mirto, generoso donador de su bello nombre a Murcia, es poseedora de dos estilos: el gótico y el renacentista. Este último con toda seguridad influenciado por la escuela toscana, ya que su fachada se distingue, precisamente, por la simplicidad y pureza de sus formas.
Construida sobre lo que fue en otro tiempo mezquita islámica con minarete para convocar a los fieles, en cuyos alrededores se hallaba un cementerio árabe, fue donado como solar por el rey don Alfonso X el Sabio a la Orden de los templarios en el año 1266, en pago a los valiosos servicios que éstos le habían prestado ayudándole a sofocar una revuelta que se había producido en la ciudad de Murcia.
En las
inmediaciones de esta Iglesia, mediante unos trabajos arqueológicos que se
llevaron a cabo en el siglo XIX, se encontró una losa funeraria que pertenecía
a  la mujer del rey árabe Ibn Mardanish,
más conocido como el rey Lobo. La mencionada losa funeraria se halla hoy en el
museo murciano de «Las Claras».
Los de la Orden del Templo comenzaron de inmediato a edificar la iglesia, que, con toda seguridad no lo harían bajo el nombre de Santa Catalina, ignorándose si antes pudo estar bajo la advocación de otro santo o de otra santa. Tengamos en cuenta que Santa Catalina de Siena, bajo cuya advocación está hoy la mencionada iglesia, no había nacido todavía y, como es natural, tampoco había sido canonizada por el papa Pío II, cosa que ocurrió en el año del Señor de 1461. Sin embargo, lo que sí parece evidente es que quienes eligieron este nombre para donarlo a la iglesia, lo hicieran como homenaje a los caballeros templarios. No hay que olvidar que Santa Catalina fue el instrumento utilizado por el Señor para hacer volver el papado desde Aviñón —donde indebidamente estaba según los preceptos de san Pedro—, de regreso nuevamente a Roma, la ciudad santa por Pedro elegida para edificar su Iglesia, siguiendo los deseos de su Maestro.
La llegada de los templarios y el comienzo de la edificación de la iglesia, dio vida a la plaza que hoy es conocida como de Santa Catalina.
Bajo la seguridad que daba el estar vigilados y protegidos por un grupo de caballeros armados, a la puerta de esta iglesia comenzaron a celebrarse juicios, reuniones municipales, mercados, autos de fe, ferias, fiestas, e incluso muchas ejecuciones públicas.
Los templarios no terminaron de edificar la iglesia por completo, ya que en el año 1579 se concluyeron las obras íntegramente incluyendo la torre que todavía hoy luce, y que sirvió en aquellos tiempos para campanear las horas y para avisar con un redoble de campana muy peculiar y conocido por todos los vecinos, de los ataques berberiscos tan frecuentes en aquella época.
Con la disolución del Temple en el año 1312, se hizo cargo de la iglesia el obispo de la diócesis de Cartagena-Murcia.
  
Iglesia 
  Museo de San Juan de Dios en Murcia, donde en otro tiempo se levantó el 
  Monasterio de de Santa María la Real, mandada construir por el rey don Alfonso 
  X para que su cuerpo fuese soterrado en él después de muerto. (Foto propiedad del autor)
Por el hecho de que cuando esta iglesia fue edificada se le concedió convento a los frailes de la Orden del Cister para que la administraran y la gobernaran, sea tal vez por lo que algunos historiadores hayan atribuido la fundación de esta iglesia a los de la Orden del Temple, alegando que, aunque sin pruebas documentales, el rey Jaime I entregó al Temple una mezquita que había dentro del Alcázar, donde se establecería el monasterio de Santa María de Gracia. Alfonso X de Castilla modificó la antigua concesión efectuada por el rey Jaime I, y que entonces los templarios tuvieron que devolver gran parte de lo recibido en el Alcázar, ya que éste fue destinado al monarca y se convirtió en Sede del Concejo.
Nada podemos afirmar nosotros en favor de este alegato, ni tampoco
contradecirlo porque somos de la opinión de que a la tradición popular hay que
darle tintes de seriedad y, por lo tanto, creerla hasta que no se demuestre lo
contrario. Lo único que podemos hacer es decir que lo que hasta el momento se
sabe de esta iglesia es que fue mandada edificar por el rey Alfonso X el Sabio para
ser enterrado en ella. Y lo cumplió mediante privilegio
de fecha 3 de junio de 1277, mediante el cual el monarca castellano establecía
la creación del Monasterio de Santa María la Real que sería integrada en la
Orden del Cister y estaría ubicada dentro del Alcázar Mayor de la ciudad de
Murcia. De esto no hay ninguna duda. El citado privilegio dice «...Por el
grand bien et merced et onrra que nos El y fizo, amamos et devemos querer este
regno entre todos los otros, et por ende, escogiemos nostra sepultura en
la çiudad de Murcia..., en la iglesia que fizimos en nostro alcaçar et que
esteblecimos un convento de monges de la Orden del Cister para que rueguen a
Dios por nostros pecados tembién en vida como en muerte, et esto fazemos porque
es lugar más seguro et más onrrado...»
  La
decisión del rey Alfonso X de ser enterrado en esta iglesia era confirmada en
un Codicilio fechado el día 10 de enero del año 1285, en el que, entre otras
cosas, decía: «...Mandamos que el nostro cuerpo sea enterrado en el nostro
Monasterio de Sancta María la Real de Murcia, que es cabeza de este regno e
primer logar que Dios quiso ganasemos a su servicio e a onrra del rey don
Fernando nostro padre e de nos e de nuestra tierra...»
Foto 
que recrea de qué forma era el interior del Alcázar de la ciudad, en el Museo de 
las Claras. (Foto propiedad del autor)
En el año 1266, después de haber sido reconquistado el Reino de Murcia, el rey don Jaime I, con el beneplácito de su yerno don Alfonso, hizo donación a los del Temple de algunas casas, huerta y Algorfa dentro del Alcázar de la ciudad. Los templarios explotaron mediante alquileres las casas y plantaron cereales en las tierras. Y parece ser que lo hicieron bastante bien, ya que la Algorfa o cámara para almacenar el grano, estaba siempre repleta.
Esta donación estuvo bajo la administración de los templarios hasta el año 1277, en que don Alfonso X, habiendo decidido edificar allí el monasterio de Santa María la Real con el manifiesto deseo de ser en él enterrado, y necesitando aquellos terrenos para este menester, consiguió que los templarios, a cambio de otras tierras, (tierras que por aquello de la tradición popular pudieran haber estado en la pedanía de El Esparragal), le cedieran las huertas que poseían en el Alcázar, quedándose solamente con las casas.
  Ruinas 
  de un molino explotado por los templarios. Obsérvese el detalle del conducto 
  por el cual pasaba el agua que movía las piedras de moler.  Se encuentra 
  en una pedanía de Puerto Lumbreras llena de encanto y de belleza, que fue
  dotada por lo árabes de abundantes acequias, pozos y aljibes que son los que
  hoy dan riego a sus huertas, a sus campos, a sus cortijos y a sus haciendas.
Situada a unos seis kilómetros de Puerto Lumbreras, El Esparragal es otra de esas localidades que sin estar datada documentalmente, la tradición popular viene diciendo que fue un enclave donado al Temple para que formara parte de la Bailía compuesta por Caravaca, Cehegín, Bullas y todos los territorios que estas tres encomiendas abarcaban, que no debían de ser pocos, ya que en algunos documentos podemos leer que, entre otros, esta circunscripción poseía además los de «Taibilla, Mula, Moratalla, Socovos, Nerpio, Yeste, Catena, Miravetes, Bolteruelo...». Pudiendo observar asimismo que a pesar de que solamente en la ciudad de Mula hayan quedado pruebas documentales de que la Orden del Temple hubiera estado allí, cuando el día 23 de mayo del año 1243 el maestre Pelayo Correa asedia el castillo de esta ciudad siguiendo órdenes de Alfonso X, en ninguno de los otros lugares que se acaban de relacionar hay vestigios documentales de que esta Orden hubiera estado presente en ellos. Es por ello que hay que admitir que al ser terrenos que estas milicias administraban, vigilaban y protegían, estuvieron allí, vivieron allí y, tal vez, incluso tuvieron convento o iglesia en algunos de ellos. De ahí es de donde se nutre la tradición popular, y ahí es donde radica precisamente la importancia que en las leyendas esta tradición adquiere.
Uno de los hechos concretos que nos hace pensar que El Esparragal fuese territorio albergado por el Temple, es que cuando esta pedanía fue conquistada ningún señor la quiso como donación ni hubo labrador, granjero ni temporero que quisiera quedarse allí para seguir explotando aquellas fértiles tierras porque la villa quedaba a menos de un kilómetro de la frontera. Sin soldados que la protegiesen, era imposible tener habitado el lugar tal como ambicionaba el Rey. La única salida era donársela a alguna orden de caballería religiosa para que la defendiera. Y eso fue lo que debió de ocurrir, ya que en aquella pedanía se encuentra una torre que es conocida allí como «La Torre de los Moros», porque fue tomada a estos en los tiempos de la reconquista, que por su forma tubular tal vez fuese antes utilizado por los árabes como molino y utilizada después por los templarios para obtener la harina con que se hacía el pan que cotidianamente necesitaban los jornaleros que eran reclamados, mediante edictos que se hacían públicos, para que acudieran a lugares que necesitaban ser repoblados.
Otro hecho que
nos lleva a pensar que esta villa fuese donada a las milicias del Temple es que
todos los territorios hasta ahora mencionados fueron donados a la Orden de Santiago
a partir de la disolución del Temple, y se sabe que en el Reino de Murcia las
posesiones que pertenecieron antes de su extinción a los del Temple, fueron
concedidas después a los de Santiago. Tal vez sea esta la razón por la cual los
primeros documentos que se comienzan a encontrar de la presencia de la Orden de
Santiago por tierras que antes fueron templarias estén fechados todos a partir
del año 1314, prácticamente un año después de que la Orden del Temple fuese
disuelta.
Ir al principio
  Ruinas 
  del antiguo castillo de los templarios en las afueras de Bullas. Esta villa dista de la ciudad de Murcia 57 kilómetros. 
  Es uno de los lugares
  murcianos cuya tierra ha sido tocada  con alguna gracia especial, ya que la sangre de ésta se
  convierte en un vino tan agradable y gustoso que se adapta a cualquier paladar
  por exigente que sea.
Situado al Noroeste del Reino de Murcia, se encontraba el castillo de Bullas, que fue, junto al de Cehegín, uno de los tres que formaron la Bailía templaria de Caravaca de la Cruz.
En el año 1285, sabiendo los musulmanes de Huéscar por sus espías que la guarnición de este castillo estaba bastante mermada de militares debido a la ausencia de algunos de sus caballeros que habían salido para encontrar y castigar a un grupo de árabes que habían osado robar en sus tierras, aprovecharon para atacar la villa de Bullas, que fue entregada sin oponer resistencia por su comendador don Bermudo Menéndez.
Cuando
el rey Sancho IV se enteró de lo que para él había sido una flaqueza por parte
de los templarios, montó en cólera y mandó que fuesen expulsados del Reino de
Murcia, aduciendo que «de este acto había venido mucho daño a toda la tierra
que dependía de la frontera».
El maestre de la Orden del Templo, don Sancho Yáñez, para demostrar que el Rey les había culpado con precipitación, se hizo acompañar de sus comendadores y de sus caballeros, y con la estimable ayuda del adelantado don Fernán Pérez de Guzmán, en menos de medio día estaba nuevamente la villa de Bullas recuperada, y los árabes que la habían ocupado muertos.
El rey Sancho, que por lo visto era muy difícil de conformar, no quedó contento. Todavía molesto por la anterior pérdida de Bullas, mandó demoler el castillo, que de esta forma ruinosa quedaría ya para siempre.
Visitando aquel privilegiado lugar, y viendo el entorno que lo circunda, no nos explicamos cómo el rey Sancho IV pudo ordenar su demolición. La fortaleza estaba situada en un promontorio que controlaba por completo la villa, las aguas del río Mula,
los caminos que venían de la frontera y, por si fuese poco, estaba en contacto visual con los castillos templarios de Cehegín y Caravaca.Los restos de esta fortaleza, que por cierto también era una construcción árabe, arrebatada a éstos por los cristianos, se encuentran a unos dos o tres kilómetros de Bullas. En un lugar que allí es conocido como «La Peña Rubia». Medidos por nosotros los muros que a la vista han quedado, debió de tener el castillo unas dimensiones de 170 metros de largo, por unos 110 de ancho.
Si demolido y sin apenas restos que puedan identificarlo, el lugar donde en tiempos pasados hubo un castillo habitado por los caballeros templarios ha sido declarado de interés cultural por Ley 16/1985, de 25 de junio del Patrimonio Histórico Español, qué hubiera sido de haber estado el castillo en pie y embelleciendo con su árabe arquitectura el admirable lugar donde en otro tiempo estuvo emplazado.
Con la desaparición de la Orden del Temple en el año 1312, esta villa pasó nuevamente a ser protegida por las tropas reales hasta el año 1344 en que se hizo cargo de su gobierno la Orden de Santiago, bajo cuya potestad estuvo casi 500 años.
Por la gran influencia que tuvo esta Orden en la villa y por el largo tiempo que estuvieron gobernándola, es por lo que tanto en el escudo como en la bandera de Bullas se ve representada la Cruz de Santiago.
Lleno de bellas y encantadoras leyendas, es un barrio que pertenece a
  Bullas. Fue propiedad de la Orden de los templarios.
Como presentación de este lugar
narraremos la siguiente leyenda: En el tiempo en que los templarios estuvieron
habitando la villa de Bullas, construyeron un molino en un lugar bastante
apartado, al que bautizaron luego con el nombre de «La Copa», y el
comendador ordenó que hubiese un retén tanto de día como de noche para evitar
que nadie pudiese llevarse la harina que allí se molía. El lugar fue bautizado
por los templarios con el nombre de «La Copa» porque con la harina se
hacía el pan, y como quiera que ellos no hicieron
nada sin tener antes en cuenta el Nuevo Testamento, para que el lugar estuviese
completo en su simbolismo eucarístico, le pusieron este nombre porque en 1Cor
11.28, se dice: «Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y coma del pan
hecho del trigo y beba de La Copa que contiene el vino».
La gente, al observar que los templarios dispensaban una vigilancia tan rigurosa a un lugar tan apartado y solitario, comenzó a decir que allí tenían los caballeros algún escondido tesoro. Eran los tiempos del «Grial», y el lugar había sido bautizado por los caballeros como «La Copa». Así que, bajo estos auspicios, la leyenda se fue haciendo cada día más grande y extendiéndose por todos los pueblos de España. Todavía, hoy, hay quien cree a pies juntillas, que en Bullas se conserva una copa muy grande, a la que llaman «Copón», que fue la que usó Jesús en su última cena.
Desde entonces, la literatura, la tradición y las creencias populares han ido dejando en la historia señales de esta confusión como si se tratara de una indiscutible verdad. Sólo hay que teclear en cualquier buscador de Internet la palabra «Copón de Bullas», para darnos cuenta de ello.
Sin embargo, y como en esto de las leyendas, los
pueblos de España tienen tanta riqueza, el sacerdote don Juan Sánchez Pérez,
cronista oficial de Bullas, que ejerció como párroco durante 25 años en la
pedanía de La Copa, en una entrevista que se le hace en el periódico «La
Verdad», de Murcia, el día 17 de abril de 2007, al ser preguntado cómo
surgió el nombre de La Copa de Bullas, contesta lo siguiente: «Es una mezcla
de leyenda y de tradición popular. Antiguamente existía un mesón en La Copa 
 —terreno montañoso próximo al pueblo—. El mesón era lugar
de paso de las gentes que iban al campo, y era costumbre, e incluso diría que
casi obligado por necesidad física, parar para reponer fuerzas antes de seguir
camino para la faena. Era tradición que sirviesen una copa de anís fuerte, o
leche anís, en un recipiente grande, de ahí lo de copón de Bullas, que en
realidad es el derivado de su verdadero nombre de origen: el escobón de Bullas.
Tanto ha arraigado esta costumbre de tomarse de buena mañana aquí el licor que
hay vecinos que se levantan temprano para viajar hasta esta zona, tomarse la
copa y después volver al pueblo a trabajar».
  En el lugar donde antiguamente se asentaba el castillo de los 
  templarios, ha nacido un barrio cuyas casas fueron edificabas aprovechando los 
  voluminosos sillares de la fortaleza. Situada al Noroeste de la Región, a 70 kilómetros de la ciudad de
  Murcia, es una villa majestuosa donde nos parecerá estar caminando por una
  ciudad medieval. Recientemente, y tal vez por este motivo, ha sido declarado
  su casco antiguo Conjunto Histórico Artístico.
Don Abelardo Merino Álvarez, en
su interesante obra «Geografía histórica del territorio de la actual
provincia de Murcia, desde la conquista por don Jaime I de Aragón, hasta la
época presente», citando al Padre Pablo Manuel Ortega, de la Orden de franciscanos,
autor entre otros libros de la «Descripción de la villa de Cehegín», dice:
«Cehegín, cuyos habitantes pasaban por ser sutiles e ingeniosos y en todo
tiempo esforzados y valientes, mereció una detallada descripción del Padre Ortega,
quien empieza así su manuscrito: La villa de Cehegín en donde hay de mi
provincia de Cartagena un colegio de Misioneros, famoso por toda España, dista
de Mula (que es la matriz de donde venimos) seis leguas cortas al Oeste, quasi
en el equinocio; por lo que se halla en la misma paralela y grado de latitud,
minuto más o menos; y quanto a la longitud, veinte minutos menos. Es decir
cerca de los 38 grados de latitud y a los 16 grados y 56 minutos de longitud».
Tan
estratégicamente situado como los de Caravaca y Bullas, el castillo de Cehegín
tenía la ventaja de poder vigilar desde sus almenas los ríos llamados Quipar y
Argós, los caminos que venían de la frontera musulmana y, como los otros, disfrutaba
de un constante contacto visual con los demás castillos. Por lo que no es de
extrañar que pudiesen hacerse señales de humo para comunicarse. 
Construida también esta fortaleza por los árabes en tiempos bastante lejanos, fue tomada por los cristianos en tiempos de la reconquista del Noroeste del Reino de Murcia.
Como ya nos parece haber dicho antes, el castillo fue entregado a los templarios por el rey Alfonso X el Sabio, junto al de Caravaca y Bullas. Formando de esa forma una Bailía cuya cabeza de mando se hallaba bajo la autoridad del maestre que capitaneaba la encomienda de Caravaca de la Cruz.
En el año 1312, debido a la disolución del Temple, el castillo fue ocupado por las tropas reales hasta que en el año 1344 fue donado a la Orden de Santiago que se hizo cargo tanto de él como de la administración y gobierno de la villa de Cehegín.
En el siglo XVIII, los de la Orden de Santiago, por motivos que la historia no nos menciona, se vieron obligados a abandonar el castillo. Y desde ese mismo momento en adelante, desatendido, sin vigilancia y sin tropa que lo habitara, comenzó a ser donador de piedras para quienes las necesitaban. No hubo obra o casa en la villa que no se aprovechara de las piedras del castillo. Incluso algunos vecinos decidieron tomar algunas habitaciones para vivir en él. Al fin, en el año 1957, el alcalde del lugar tomó la determinación, alentado por los vecinos, de demoler el castillo para de esta forma dar más amplitud a la plaza donde había sido instalado el mercado de abastos.
  Situada a 78 kilómetros de la ciudad de Murcia, es una ciudad familiar
  y acogedora con muchísimos siglos de historia. Además de poder ganar el
  jubileo, transitar por las calles de esta santa ciudad es como viajar por el túnel
  del tiempo, como si se produjera en nosotros el extraño milagro de
  encontrarnos, de pronto, y sin saber cómo, habitando en la Edad Media y junto
  a los caballeros templarios.
El oficial del Correo General de la Corte, don Bernardo Espinalt y García, escribió una obra titulada «Atlante español, ó descripción general de todo el reyno de España».
En su tomo I, dedicado por completo a describir el Reino de Murcia, dice el señor Espinalt lo siguiente: «La villa de Caravaca se halla á los treinta y ocho grados, y siete minutos de latitud, y quince grados, y dos minutos de longitud, distante catorce leguas de Murcia. Está situada en medio de una amena vega, con buenos muros, diez y siete torres, y en lo más eminente un Castillo antiguo...»
El Castillo antiguo que cita el señor Espinalt en su obra, era una fortaleza medieval que, mediante capitulación de los árabes que antes habían sido sus dueños, fue unida al Reino de Murcia en el año 1243.
La mencionada fortaleza estaba llamada a convertirse, desde aquel mismo día, en el más importante enclave fronterizo que nunca existió en España por el hecho concreto de que los soldados que allí eran destinados tenían la sagrada misión de frenar los continuos intentos de penetración de los musulmanes granadinos en su aspiración por conquistar toda la Península Ibérica, es decir, conseguir el sueño por todos ellos largos años compartido de gozar de un paraíso invocado con el nombre de Al-Andalus.
De aquella época, y dado a las grandes dificultades que los soldados que protegían la mencionada frontera tenían que soportar de continuos ataques y escaramuzas diarias, viene aquel dicho de «Mata al Rey y vete a Murcia». Este dicho nació de un privilegio que fue concedido por el rey Alfonso X el Sabio.
Como se ha visto, las posesiones que lindaban por aquellos tiempos con las fronteras andaluzas, ocupadas y reinadas por los árabes, eran muy peligrosas y a duras penas se podían defender sin dejar la vida en tan difícil empeño. Por este embarazoso motivo era totalmente imposible reclutar soldados o contratar mercenarios que desearan voluntariamente ser enviados a defender tan arriesgadas y levantiscas fronteras. Este fue el motivo por el que el Rey tomó la decisión de ofrecer a los malhechores que hubieran cometido delitos de robo o de sangre en otros reinos, amparo y protección en el Reino de Murcia. Siempre, claro está, que firmaran un documento en el cual se comprometieran a vivir en la frontera y a defenderla hasta dar la última gota de su sangre si fuera preciso.
Tan peligroso
llegó a ser aquel lugar, y tan difícil era enviar allí soldados, aunque fuese
de forma forzosa —pues no fueron uno ni dos sino muchos los militares que al
ser mandados allí de forma forzosa pidieron automáticamente la baja del
ejército—, que sin saber nadie el cómo ni el porqué, a los pocas meses de haber
sido ocupada la fortaleza por las tropas cristianas, comenzó a propagarse una
leyenda sobre un Lignum Crucis que milagrosamente había aparecido allí
en los tiempos de la dominación musulmana. 
La mencionada leyenda, que también tomamos de la obra del señor
Espinalt, citado anteriormente, es la siguiente: «Siendo rey de Valencia y
Murcia, en el año 1231 Abu Zeid, pasó a visitar este
Reino: llegó a la villa de Caravaca, y vio que los cautivos cristianos estaban
enterrados en unas grutas, y cuevas muy hondas. Compadecido de tanta miseria,
les mandó dar libertad, permitiendo que cada uno trabajase en su oficio, para
que pasasen su cautiverio con menos pena, y más utilidad de la República.
»Se le presenta, entre otros, con este motivo, don
Ginés Pérez Quirino, canónigo de Cuenca. Le pregunta qué oficio tiene, y
responde: el mejor del mundo, soy  sacerdote. Ejerce, pues, tu oficio en mi presencia, dice.
No puedo, responde, porque me faltan los ornamentos sacerdotales. Se buscan al
momento. Se encuentran y se los reviste. Se forma un Altar en el castillo. No
principia la Misa el sacerdote. Pregunta el Rey a qué se debe esa demora. Falta
la cruz, responde. Apenas lo dice, se abre un arco en la pared, salen de él dos
ángeles con una cruz, y la colocan encima del Altar. Pasmado el Rey de portento
tan grande, se convierte a la fe, con otros muchos, y manda se erija una
capilla, en memoria de este prodigio, y se deposita en un arca la milagrosa
Cruz, en donde se conserva en el día de hoy, cerrada con tres llaves, que
guardan en su poder respectivamente el Alcaide del Castillo, el Vicario y el
Concejo de la Villa».
El primer milagro que obró la cruz de Caravaca, o por lo menos el primero que se le conoce en la historia, fue que aquellos soldados que antaño no querían ir a defender las levantiscas fronteras de la región, comenzaron a ir masivamente, incluso muchos de ellos de una forma voluntaria.
La rebelión de los mudéjares murcianos en el año 1265, dio fin al mencionado privilegio que daba amparo a los delincuentes que hubiesen cometido delito de robo o de sangre, y libertad de pedir otros lugares más tranquilos y menos peligrosos a los militares que servían allí.
Sucedió que viéndose los mudéjares murcianos avasallados por los cristianos en sus derechos —pues estos eran poseedores de las mejores tierras por haberlas adquirido mientras los árabes fueron señores de la ciudad, mucho antes de que Alfonso X la tomara—, y viendo que los cristianos se las quitaban sin que el gobierno hiciese nada por remediarlo, elevaron primero sus quejar al Rey pidiendo justicia, y como éste les diese la callada por respuesta, decidieron entonces —como último recurso—, pedir la mediación de la Santa Sede. Recurso que tampoco tuvo éxito.
Como ya hemos dicho anteriormente, el rey de Granada y también el de Marruecos aconsejaron entonces al jefe de los mudéjares murcianos que se levantara en armas contra Castilla. Prometiéndole además, y muy encarecidamente, que ellos irían en su auxilio.
Alboaques, que así hemos dicho ya que se llamaba el jefe de los mudéjares murcianos, reunió a sus hombres y, aprovechándose de que el Rey estaba ausente, tomó nuevamente Murcia.
Don Alfonso, al enterarse, no tuvo más remedio que pedir ayuda a su suegro el rey de Aragón. Un año después, o sea en el año 1266, don Jaime llegaba a Murcia con numerosas tropas, entre las cuales se encontraban varias órdenes militares.
Reconquistado nuevamente el Reino de Murcia, don Alfonso, en reconocimiento a la ayuda prestada por las diversas órdenes militares, entregó el castillo de Caravaca, el de Cehegín y el de Bullas a la Orden del Temple, que venía capitaneada por el maestre don Martín Martínez, que por esta donación pasó a ser el primer maestre del Temple que tuvo la encomienda de Caravaca de la Cruz.
Lo primero que hicieron
los templarios al hacerse cargo de la fortaleza de Caravaca, fue adecentarla,
construir después una capilla donde pudieran honrar y proteger la Cruz, e instalar
junto a ella un cementerio para enterrar a sus muertos. Esto lo venían haciendo
desde el año 1130, en que por la bula «Omne Datum Optimum» publicada por
el papa Inocencio II el día 29 de marzo, se les concedía a los del Temple,
entre otros privilegios, los siguientes: «Y que al tener ya capellanes,
podrán convertir en capillas algunas de las habitaciones, aposentos o salas de
la casa que administran con el fin de orar en ellas y de ser enterrados en sus
inmediaciones, dando de todo lo que obtengan de las ofrendas que reciban de
estas capillas, iglesias y cementerios los diezmos que correspondan por derecho
a los obispos. De esta forma se evitará que los Hermanos tengan que
congregarse en otras iglesias donde tendrán que estar junto a los pecadores y
soportando la tentación de levantar la vista hacia las mujeres».
En el año 1312, debido a la abolición de la Orden del Templo de Jerusalén por mandato de la bula «Ad Providam», el castillo de Caravaca quedó sin milicias que lo protegieran. No es verdad, como ha sido afirmado por algunos, que al ser expulsados los templarios, se hiciesen cargo enseguida de la encomienda de Caravaca los de la Orden de Santiago.
Después de la fecha señalada como desaparición de los templarios, se abre una época oscura en la cual no existe documento ni referencia alguna que nos pueda hacer afirmar que el castillo de Caravaca estuviese protegido por alguna orden de caballería religiosa.
La primera referencia que tenemos de que el castillo fuese administrado nuevamente por alguna otra orden de caballería, aparece en el año 1344, para ser más concretos el día tres de agosto.
En el citado documento vemos como por medio de un privilegio que fue dictado en Toro por el rey don Alfonso XI, concede la ciudad de Caravaca, su territorio y fortaleza a la Orden de Santiago.
Pasados 106 años, y habiéndose reducido ya los problemas fronterizos por medio de tratados entre cristianos y árabes, el rey Juan II concede en el año 1450 la encomienda de Caravaca de la Cruz a don Alonso Fajardo.
Los de la Orden de Santiago quedan, de la noche a la mañana, despojados de la ciudad, pese a los grandes favores y servicios prestados por estos freiles tanto a los monarcas como a los Fajardos.
Los de Santiago no se conformaron, y, durante ocho años tuvieron sus más y sus menos con don Alonso Fajardo, quien, viendo que las cosas iban cada vez a peor, y temiendo que el Rey le entregase nuevamente la encomienda de Caravaca a los de la Orden de Santiago, demandó de éste que diese una solución al problema.
En el año 1458, el rey Enrique IV, para terminar con tan desagradable problema, escribe una albalá a don Alonso Fajardo, garantizándole la donación hecha a él por su padre el rey Juan II, y confirmando la suya. La carta real de concesión es la siguiente:
Yo el Rey. 
Sabiendo que vos Alonso Fajardo, mi vasallo, tenéis la villa de Caravaca y otros lugares de esa tierra que antes solían ser encomienda de la Orden de Santiago, y que fue concedida a vos por merced del Rey mi señor y padre, que Dios tenga en su gloria, y receláis que la dicha villa y su tierra pueda ser en el futuro entregada nuevamente a la dicha Orden sin que vos podáis dar fe de vuestro derecho, para que estéis seguro, yo os prometo a vos y doy fe como Rey y Señor que de vos no tomaré ni embargaré ni mandaré tomar ni embargar la dicha villa ni sus tierras, y que si de alguna forma quisiera tomarla para restituírsela a la dicha Orden y de vos fuese separada, primeramente os haría y mandaría hacer equivalencia de tantos vasallos como en ella hay. Para el cumplimiento de todo lo cual a vos os mando esta albalá firmada con mi nombre.
Hecho este escrito a 24 de septiembre, año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de 1458 años. Yo el rey. Yo Álvaro Gómez de Ciudad Real, secretario de nuestro señor Rey, la escribí por su mandato.
A partir de esta fecha, es cuando se puede afirmar que el castillo de Caravaca comenzó a ser restaurado, ampliado y mejorado, hasta el punto de ser convertido totalmente en una auténtica fortaleza cristiana. Y ya, para terminar, y como nota curiosa, queremos hacerles saber que en la parte Este de la montaña que sostiene el Castillo Santuario, se encuentra una cueva sobradamente conocida por todos los vecinos de Caravaca desde tiempos muy antiguos, que está llena de huesos humanos. La hipótesis que nosotros sostenemos sobre este caso es la siguiente: Como ya hemos dicho anteriormente, por la bula «Omne Datum Optimun» publicada por el papa Inocencio II, se les otorgaba a los templarios el privilegio de tener cementerios en las inmediaciones de sus capillas para enterrar a los freiles que morían de muerte natural o en combate. Pero lo que no hemos dicho, es que más tarde, por Bula concedida por el papa Eugenio III, que había sido alumno de San Bernardo de Claraval, de fecha 12 de septiembre del año del Señor de 1145, y cuyo nombre ha pasado a la historia como: «Militia Dei», se concede a los caballeros del Temple el permiso para poder enterrar en sus cementerios a otras personas que lo soliciten. Dice así la bula: «Nos, Eugenio, obispo, siervo de los siervos del Señor, enterados de que muchos cristianos creyentes y piadosos quieren soterrarse en las inmediaciones de las iglesias que son administradas o fueron construidas por la Orden de los hermanos del Templo de Salomón, decretamos que, desde la fecha de recepción de este documento en adelante, tengan dichos hermanos del Templo de Salomón la pertinente autorización para sepultar a cuantos hijos de Dios y hermanos nuestros deseen enterrarse allí o pidan enterrarse allí...» 
Cuando en el año del Señor de 1312, los caballeros del Templo de Salomón que habitaban el castillo de Caravaca recibieron la noticia de que tenían que abandonarlo, el cementerio que ellos habían habilitado en las inmediaciones de Castillo, como es natural y lógico, quedó intacto.
Durante los treinta y dos años que pasaron desde que la Orden del Temple tuvo que dejar el castillo en el año 1312 hasta que la Orden de Santiago lo habitó en el año 1344, la fortaleza debió de estar ocupada por tropas reales. Y éstos, necesitando como necesitaban espacios libres para hacer instrucción militar diariamente, desalojarían con toda seguridad las fosas para darle más espacio al castillo.
No es difícil pensar que para deshacerse de los huesos excavaran una cueva —contando con que no la encontraran ya obrada por la naturaleza—, y en su interior depositaran esos huesos que durante tanto tiempo han estado llamando la atención de los vecinos de Caravaca.
Quienes crean que cualquier hueso encontrado allí pertenecerá a un caballero templario, estará bastante errado, pues como ya se ha dicho antes, en las posesiones templarias hubo dos clases de cementerios o campos santos: uno para los caballeros templarios; y otro para los vecinos que pudiéndose pagar un enterramiento en esos santos lugares, pedían ser enterrados allí. Ahora, los susodichos huesos, se encontrarán, con toda seguridad, revueltos los unos con los otros.
  De estilo barroco, comenzó a ser edificado en el año 1677, y desde
  entonces hasta hoy no se ha dejado de introducir mejoras.
Metidos ya en el año 1677, es cuando se comienza a edificar sobre la capilla que antaño había sido construida por los templarios, el Santuario donde hoy se venera la Santísima y Vera Cruz.
Se
puede afirmar que dentro de este maravilloso Santuario se siente todavía la
presencia de los monjes templarios. El influjo que el visitante siente
admirando el deslumbrante
y solemne marco sagrado que le cobija, eleva su espíritu hacia unas zonas resplandecientes
donde un túnel lo transporta a la Edad Media. 
El estilo barroco, que se caracteriza, precisamente, por su exceso de elementos decorativos, no produce allí esa especie de empacho que en otras partes engendra por falta de ordenación y uniformidad. Antes al contrario, ha sido todo colocado bajo un disciplinado orden y bajo una esmerada dirección artística. Se nota a la legua que el arquitecto que hizo posible esa maravilla era religioso: fray Alberto de la Madre de Dios fue el forjador de tanta belleza.
 Saberlo nos hace comprender que
la excelsitud que allí se contempla, sólo puede
provenir de una sensibilidad religiosa. De alguien que conocía el Nuevo
Testamento y simbolizaba por medio de su trabajo las palabras pronunciadas por
San Pablo en 2Cor 8,1. «Ahora,
hermanos, os hacemos conocer la Gracia de Dios que ha sido concedida a este
Santuario».
 La monumental fachada que da
entrada al Santuario, de estilo barroco también, está construida con un mármol
muy poco común de colores negros y rojos que le da un aspecto extraordinario.
Es un mármol que sólo se encuentra en las canteras murcianas. Visto de cerca no
es muy elegante que digamos porque presenta algunas hendeduras, pero visto
desde una distancia donde podamos distinguir todo el frontispicio, es
espléndido y casi celestial precisamente porque esas mismas aberturas van
dándole a todo el frente formas de inmaculadas plumas de ángeles que resaltan
graciosamente sobre los fondos negros y rojos del mármol. Es como si la fachada
hubiese sido construida con la idea de perpetuar en ella a los dos ángeles
portadores de la Cruz, ya que parece que ambos lados de ella, como si fuesen
dos ángeles alados, estuviesen manteniendo continuamente la cruz que hay
esculpida en el centro.  
Y ahora, como gratitud hacia ustedes, lectores que con tanto afecto han venido siguiendo las diferentes obras que hasta el momento han sido escritas por Templaspaña, vamos a poner a su disposición un acompañante de lujo para que les vaya mostrando y explicando al mismo tiempo las maravillas que encierra este Santuario. Él es don José Antonio Melgares Guerrero, cronista oficial de la ciudad de Caravaca, y socio de honor de Templespaña, Sociedad de Estudios Templarios y Medievales.
«El edificio religioso —explica el señor Melgares—se halla, pues, intramuros de la fortaleza, restaurado en diferentes ocasiones, mostrando una monumental fachada, orgullo del barroco murciano.
»Comenzó a edificarse en 1617 en diferentes fases que concluyeron hacia 1722 fecha en que se terminaba la fachada principal.
»El templo es barroco, de tradición herreriana, como corresponde a los edificios construidos a comienzos del siglo XVII, influenciados por la corriente marcada en el Monasterio del Escorial por Juan de Herrera. Tiene planta de Cruz Latina con crucero y transepto corrido sobre las naves laterales que abocan al crucero por arcos abocinados de complicada textura arquitectónica.
»La Capilla Mayor de la Santísima Cruz ha sido recientemente transformada tras las normas conciliares. Antes hubo un retablo románico neogótico, de 1875, que sustituyó al retablo barroco, hoy dispuesto en el ático del presbiterio o Capilla de la Aparición. La Cruz, como corresponde a su culto, se guarda en caja gótica de plata del siglo XIV, en el particular sagrario de dos pisos de la capilla. El Relicario es una fiel réplica de 1940, construido por la casa Baldarraín de San Sebastián, de aquel otro de 1711 regalo del Duque de Alba. En el interior del mismo se guarda el Lignum Crucis que sustituyó a aquel otro desaparecido en el robo sacrílego que tuvo lugar el día 14 de febrero de 1934.
»En el presbiterio se pueden observar cuatro lámparas de plata, una de ellas regalo de el rey Fernando el Católico en su visita a la Cruz en el siglo XV, que fue transformada en el siglo XVIII, época en la que se le dio su actual aspecto.
»Formando la cabecera de las naves laterales, dos retablos barrocos, dedicados por los misioneros claretianos que hasta hace pocos años tuvieron el cuidado del Santuario, a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. En el crucero otros dos altares, a la izquierda el de la Virgen de las Maravillas, barroco del siglo XVIII. A la derecha el de San Lázaro, de gran devoción popular, con lienzo barroco del Amigo de Jesús.
»A las naves de la Epístola y del Evangelio se abren sendas puertas. A la de la Epístola la de San Lázaro, con inscripción en el dintel que reza la época de conclusión del Santuario. En uno de sus batientes se observa el lugar por donde se practicó el hueco por donde penetraron los ladrones de la Cruz en 1934. A la nave del Evangelio se abre la puerta de acceso al claustro y estancias interiores.
»En la Sacristía Vieja la Sala de Orfebrería del Museo de Arte Sacro, completado con la de Pintura en la sala de Cabildos. En una y otra se guardan los más bellos ejemplares de arte sagrado utilizados en relación con el culto de la Cruz, tales como la Custodia, arqueta barroca de la Reliquia, porta-Cruz y las vestiduras con que el sacerdote Chirinos celebraba el Santo Sacrificio en el momento de la Aparición.
»Por los claustros se accede al Mirador de la Reina, con amplias y hermosas vistas sobre el valle del río Argos, y a la Torre Chacona o Torre del Homenaje de la fortaleza medieval. Desde el mirador de la reina se tiene acceso a la Capilla de la Aparición, donde se conserva la ventana gótica por donde, según la tradición histórica, penetraron los ángeles portadores de la Cruz. A partir de aquí se sube a la Sala del Conjuratorio con retablo barroco y relieve en el ático alusivo al bautismo de Ceyt Abuceyt. Desde aquí se conjuraban las tormentas y se bendecían los campos durante la época primaveral, costumbre desaparecida tras la marcha de los claretianos de la ciudad.»
  Custodiada por los caballeros templarios desde el año 1266 en que se
  hicieron cargo de la fortaleza de Caravaca,  hasta el año 1312 en que por ser suprimida
  la Orden tuvieron que abandonar el castillo. 
El actual capellán y custodio de la Santísima Cruz de Caravaca, el reverendo don Pedro Ballester Lorca, asegura en su obra titulada «La Santa y Vera Cruz» que los templarios fueron los primeros guardianes del «lignum crucis» caravaqueño...
El madero santo de la Cruz no fue recubierto de riquezas hasta que el comendador de la Orden de Santiago don Lorenzo Suárez de Figueróa, encargó y pagó con los bienes de la Orden, un hermoso engaste de oro. Más tarde, en 1711, el duque de Montalto y marqués de los Vélez, sustituyó aquél por un finísimo engaste de oro que formaba una caja de la misma figura que la cruz. En 1777 fue sustituido éste por un rico engaste de oro adornado con rubíes, chispas, y tres grandes diamantes, que fue regalado por el duque de Alba.
El 14 de febrero de 1934, fue robada esta última joya, sin que todavía hoy se sepa quién o quiénes fueron los ladrones.
Demasiado se ha hablado ya de la milagrosa aparición de la cruz de
Caravaca, y no seré yo quien vuelva a redundar en ello, lo que sí he de decir,
porque creo que es necesario y
poco conocido para quienes estas letras lean, es que, según nos dice el
historiados don Francisco Cordera y Zaidín en un artículo que lleva por título
«Historia
de Caravaca», que el rey árabe Abu Zeid —que es
como sobradamente se sabe el protagonista del milagro de la cruz— era ya
bastante conocido en el año 1225. El citado historiador, transcribiendo un
documento del cual no da sus fuentes documentales, nos dice: «Habiendo
querido don Jaime emprender las hostilidades contra el reino de Valencia, citó
á los nobles para Teruel, y aunque hubo de abandonar por entonces su propósito
por no haber acudido, casi nadie á su llamamiento, consiguió alguna ventaja aun
sin haber roto las hostilidades, pues Abu Zeid, rey entonces de Valencia,
sabedor de la expedición á cuyo frente iba á ponerse don Jaime, le envió un
mensaje proponiéndole una tregua y ofreciéndose á pagarle como tributo la
quinta parte de la renta que le producían las ciudades de Valencia, y Murcia,
sacando los pechos. El monarca aragonés se apresuró á admitir esta tregua y
parias; pero no fue sin disgusto, pues hubiera querido ganarlas espada en mano.
»En el año
1236, estando don Jaime en Teruel, confirma á Abu Zeid la donación que le había
hecho para durante su vida de las villas de Ricla y Magallón, con homenaje que
prestó de obediencia y fidelidad á don Jaime. Ya por entonces, según cuentan
los anales, Abu Zeid se había hecho cristiano, aunque secretamente, porque los
moros de su parcialidad no se ofendiesen, habiendo recibido el nombre de
Vicente con el agua del bautismo.
»El nuevo cristiano casó luego con una señora llamada Domenga López, de quien tuvo una hija á la que se dio por nombre Alda Fernández, la cual enlazó á su tiempo con Blasco Jiménez, señor de Arenós.
»En 1241
encontramos en Murcia á nuestro Abu Zeid. Entregada esta ciudad al infante don
Alonso, su padre San Fernando pasó á visitar sus nuevos dominios, y allí se
halló Abu Zeid, acompañado de sus dos hijos, los cuales recibieron el bautismo
en el Arrixaca, sirviéndoles de padrinos el rey y el infante de Castilla, de
cuyos nombres fueron llamados respectivamente don Fernando y don Alonso».  
  Situada en a unos tres kilómetros de la ciudad de Caravaca, es un lugar
  ideal para tranquilizar el espíritu disfrutando del silencio y de las múltiples
  bellezas que el entorno ofrece.
Convertido hoy en un Centro de Interpretación de la Naturaleza, la historia del Torreón de los Templarios está plagado de leyendas.
Construido el mencionado torreón por los caballeros de la Orden de Santiago en el siglo XVI sobre unas antiguas ruinas que bajo la mencionada construcción se pueden contemplar todavía hoy porque incluso quedan de ella grandes sillares de piedra, y en afirmaciones de muchos que estas ruinas formaron parte en la antigüedad de una convalecencia que fue edificada por los caballeros templarios (Ver foto segunda). Cosa que no es muy descabellada sabiendo como sabemos que los de Santiago edificaron el Torreón precisamente para que sirviese de convalecencia a sus caballeros y de hospital a los peregrinos que iban de paso con el deseo de postrarse a los pies de la Santísima y Vera Cruz.
Un testimonio que nos llevan a pensar que si el edificio fue levantado por los caballeros de Santiago precisamente con el nombre de «Torreón de los Templarios», sería porque ellos sabían perfectamente que la construcción de la que se valieron para levantarlo tubo que pertenecer a los templarios, ya que hubo un tiempo en que ante los incesantes combates que libraban estos caballeros contra los musulmanes de Granada, ya fuese por preservar o conquistar alguna ciudad o territorio, fue necesario abrir un hospital para atender a los muchos heridos que eran traídos en carros desde el campo de batalla.