CONTRITIO

28 de enero de 1253

Archivo Histórico Nacional. San Juan. Legajo: 713. Documento: 19.

 

El papa Inocencio IV, que mantuvo su pontificado desde el año 1243 a 1254, cuyas sanciones más importantes fueron la confirmación de los estigmas de san Francisco, el sumario de procedimiento que se debía llevar con los herejes, y la condena expresa a los flagelantes, fue el autor de la siguiente bula.

 

Inocencio obispo, siervo de los siervos de Dios, a los venerables hermanos arzobispos y obispos, y a los carísimos hijos abades, priores, decanos, archidiáconos, arciprestes, y demás prelados de iglesias a los que lleguen estas letras, salud y bendición apostólica.

Sobre los corazones de todos los fieles debiera caer la angustia continua de los amados hijos, del Maestre y de los Hermanos de la Milicia del Templo de Jerusalén, para compadecerse de ellos y para invitar eficazmente a cuantos tienen todavía entrañas de humanidad a socorrerlos según las posibilidades.

Pues ellos, soportando continuas vigilias por todo el pueblo cristiano contra los enemigos de la fe católica en la región de Jerusalén, en donde nuestro  Redentor derramó su preciosa sangre para la salvación humana, y soportando el peso del trabajo y los continuos insultos de los adversarios a fin de que dicha tierra, con tal sangre consagrada, no fuera profanada por el dominio de los infieles para oprobio de la cristiandad  y peligro de todos los cristianos, no temiendo exponer su propia vida por una causa común, en tiempos pasados, de los que todavía queda memoria, sufrieron múltiples penalidades personales e incontables pérdidas materiales.

Pues ni la fama vulgar ocultó a los que no estuvieron presentes, que desde hace casi quince años el ímpetu de los enemigos arrebató en tres ocasiones y casi hasta la aniquilación a los hombres y hermanos de la citada Orden y de tal modo los debilitó en caballos, armas y otros bienes que, a no ser por el Señor, que no permitió se extinguiese su llama y reservase su semilla en unos pocos supervivientes, allí habría sucumbido esta célebre columna de la fe ortodoxa.

Y como si la mano de los infieles no fuera suficiente para su opresión, se añadió a los perseguidores de la cruz  la fuerza tiránica del en otro tiempo emperador de los Francos, expoliando inicuamente al Maestre y a los Hermanos de las posesiones y rentas que tienen en el reino de Sicilia, teniéndolos largo tiempo ocupados por la manifiesta injusticia, y que todavía detentan los réprobos sucesores de la paterna iniquidad. Y no hablemos de los hermanos que se perdieron, de los bienes que se esfumaron en aquel deplorable estrago en que, por oculto juicio de Dios, incurrió nuestro muy amado hijo en Cristo el ilustre rey de los Francos junto con el pueblo cristiano, lo que recordamos no sin gemido y dolor.

Ahora bien, a fin de reparar tantos daños de dicha Orden y restaurar los enormes detrimentos del patrimonio eclesiástico, el Maestre y los Hermanos, como varones constantes y tenaces, oponiéndose virilmente a la avalancha de adversidades, se decidieron a aplicar duros remedios, mediante los cuales se hiciera frente a la merma de sus poderes. A fin de que su Orden, casi del todo segada, rebrote de nuevo y su casi aniquilada potencia retorne al vigor primitivo, se impusieron voluntariamente la reducción del consumo de vino y una más estrecha alimentación, así como quitar de las necesidades privadas para que el bien público prevalezca;  y no suceda que por la voluntaria aceptación de la indigencia, los citados Hermanos sean remisos respecto al asunto de Tierra santa; para que colaboren y asistan continuamente al susodicho Rey  y al ejército cristiano, ocupando el tiempo de la milicia en las tareas castrenses, renunciando a la propia comodidad por el celo del bien público.

Y dado que dicha Orden, aplastada por las cargas de graves deudas, apenas pueda seguir respirando, a no ser que sea socorrida por las caritativas donaciones de los fieles; antes bien, es de temer que sucumba si el Señor no la tiene de su mano; Nos, a fin de que no vacile un tan grande bastión del nombre cristiano y una tan eficaz defensa contra los enemigos de la fe puesta por divino consejo, deseando aportar algún remedio, rogamos a todos vosotros y os amonestamos y exhortamos, mandando por los escritos apostólicos a vosotros dirigidos que, tratando de colaborar en la obra del Señor, procuréis inducir de modo solícito y decidido a los pueblos que son súbditos vuestros y a los fieles cristianos que echen una mano a los Hermanos de dicha Orden en la exoneración de sus deudas, de modo que puedan librarse de la ruina inminente; y así los fieles juntamente con vosotros, por estos y otros beneficios que hiciereis por inspiración divina, podáis conseguir los gozos eternos.

Así pues, Nos, por la misericordia de Dios todopoderoso y confiados en la autoridad de los apóstoles Pedro y Pablo, así como en aquella potestad de atar y desatar que, aunque indignos, Dios quiso conferirnos, a todos cuantos ofrezcan a los susodichos Hermanos de los bienes que Dios les ha concedido un caritativo e importante subsidio, queremos y concedemos, lo que vosotros les debéis explicar diligentemente, que sean partícipes, según la cantidad aportada y su devoción, de las mismas indulgencias que han sido concedidas por la Sede Apostólica a los que atraviesan el mar para ir en auxilio de Tierra santa.

 

Dado en Perusa, a 28 de enero, año décimo de nuestro pontificado