FUNDACIÓN DE LA ORDEN DEL TEMPLO
TRADUCCIÓN. Libro XII – Cap. 7
En este mismo año, ciertos nobles con categoría de caballeros, hombres religiosos, dedicados todos a Dios y con temor de Él, se unieron para servir a Cristo por medio del Patriarca. Prometieron vivir perpetuamente los cánones regulares, no tener posesiones, acatar los votos de castidad y obediencia. Sus representantes principales eran Hugo, un noble de Payens, y Geoffrey de San Omer. Como carecían de iglesia y de domicilio fijo, el rey les cedió para que lo usasen por algún tiempo, un lugar que se encontraba en la parte sur del palacio, cerca del Templo del Señor. Bajo ciertas condiciones y observancias hacia el Templo del Señor les fue concedida una sala cuadrada que se encontraba cerca del Palacio. El señor Rey y sus nobles, y también el Patriarca y los prelados de la iglesia les concedieron beneficios, unos durante un tiempo limitado, y otros a perpetuidad. Éstos debían proveer a los caballeros de alimento y ropa. Su deber principal, que le fue impuesto por el Patriarca y por los otros obispos, fue que para obtener el perdón de sus pecados, tendrían que proteger los caminos y rutas contra los ataques de ladrones y bandoleros. Lo que ellos cumplieron, especialmente en lo concerniente a salvaguardar la integridad de los peregrinos.
Durante los primeros nueve años de su fundación, los caballeros vistieron ropas seculares. Usaban la ropa que la gente, por la salvación de sus almas, les daban. En el año noveno fue celebrado en Francia, en Troyes, un concilio en el cual los Arzobispos de Reims y de Sens estaban como representantes de ellos; así como el Obispo Albano, que era el legado de la Santa Sede y los Abades de Citeaux, Clairvaux, Pontigny, acompañados de muchos otros. Este concilio, por la orden del Papa Honorio y del Señor Esteban, el Patriarca de Jerusalén, estableció una regla para los caballeros y les adjudicó un hábito blanco.
Aunque los caballeros estaban ya establecidos nueve años, sólo constaba la orden de nueve de ellos. A partir de este tiempo en adelante, su número comenzó a crecer y sus posesiones comenzaron a multiplicarse. Más tarde, en tiempo del Papa Eugeio, se dice que tanto los caballeros como sus criados más humildes, llamados sargentos, comenzaron a portar cruces hechas de la tela roja en sus capas, para distinguirse de otros. La orden ha llegado a ser tan grande, que hoy hay aproximadamente trescientos caballeros que visten la capa blanca, además de los hermanos, que son casi innumerables. Se dice de ellos que tienen posesiones inmensas, tanto aquí como en el extranjero, de modo que no hay hoy en el mundo cristiano nadie que no haya otorgado sobre los hermanos arriba mencionados una parte de sus bienes. Sabido es, pues, que hoy su riqueza es igual a los tesoros de los reyes. Como ellos tienen una sala central en el palacio real, al lado del Templo del Señor, como ya hemos dicho antes, los llaman los Hermanos de la Milicia del Templo. Y aunque ellos mantuvieron su establecimiento honorablemente durante mucho tiempo, y realizaron su vocación con la prudencia suficiente, más tarde, debido al abandono de la humildad (que es conocida como la guardiana de todas las virtudes, y su falta nos hace caer en errores donde no se puede caer más bajo), dieron de lado al Patriarca de Jerusalén, por quien su Orden fue fundada y de quien recibieron sus primeros beneficios, y le negaron la obediencia que sus precursores le dispensaron. Estos caballeros se han llevado los diezmos y los primeros frutos de las iglesias de Dios, han desnudado sus posesiones, y se han hecho sumamente molestos.
Guillermo de Tyro, Historia rerum in partibus transmarinis gestarum.