Los herederos del Temple
La Orden de los caballeros del Templo de Salomón ha sido, desde su trágico final hasta nuestros días, la herencia más apetecida de cuantas órdenes religiosas o militares existieron en el mundo. Asociaciones, órdenes, hermandades, cofradías, instituciones, fundaciones... Un sin fin de entidades más o menos seducidas por la historia de estos soldados de Cristo han pugnado entre sí por demostrar que ellos y nadie más que ellos son los auténticos sucesores de sus desaparecidas milicias. Y para ello, es decir, para intentar demostrarlo, no han dudado en ningún momento en falsificar documentos con el propósito de cautivar y atraer hacia su interesado provecho personas de buena voluntad que creen a pies juntillas que todos los oropeles que la seudo orden les va mostrando son tan auténticos, legítimos y ciertos, como si hubiesen sido sacados de los mismos Evangelios.
El «documento Larmenius», ubre que viene amamantando a infinidad de seudo órdenes templarias, es una carta tan fraudulenta como las mismas órdenes que la presentan a sus posibles postulantes como indiscutible y cierta.
Poco hay que saber de historia o de expresiones que se usaban en la época en que supuestamente esta carta se escribió, para darse cuenta de que la mencionada epístola constituye un escandaloso fraude.
El documento citado basa toda su veracidad en los siguientes argumentos.
Cuenta la tradición que la noche anterior a ser quemado, Jacques de Molay llamó a un caballero de su confianza de nombre Larmenius y le encomendó una misión: «Baja a la cripta secreta, abre la puerta y llévate los objetos consagrados. Saca de las dos columnas huecas que están en la entrada las monedas y los documentos que allí se guardan, porque en ellos están las enseñanzas de la Orden...»
Los que han querido propagar esta leyenda son de una ingenuidad tan grande que no se dan cuenta de que en vez de estar transmitiendo una verdad están contando un cuento de hadas. La primera duda que surge es ¿cómo pudo Jacques de Molay llamar a un caballero de toda su confianza de un día para otro, si estaba preso e incomunicado?
La segunda cosa que nos llama la atención en este documento es que parece como si el maestre de los templarios en vez de estar en una celda prisionero e incomunicado, estuviera en un despacho donde podía recibir a quien quisiera, incluso sin cita previa.
Si quienes urdieron este cuento hubieran visitado de vez en cuando archivos históricos, tal vez se habrían dado cuenta de que estos presos, me refiero al gran maestre, al visitador de Francia, y a los preceptores de Ultramar, de Normandía, de Aquitania y de Portier, no eran unos presos cualquiera, sino que eran presos muy especiales por el hecho de estar allí detenidos por el mismísimo rey de Francia y, por si fuese poco, por orden del Sumo Pontífice.
Obra en mi poder un documento que nos habla de las grandes dificultades que existían para poder visitar a estos presos. Es una carta que dejó escrita el capellán del Coro de la catedral de Notre Dame, Johannes de Blanchefort, que fue enviada a su obispo, y que ha quedado guardada en el archivo de la mencionado catedral, libro 61, página, 43.
En esta carta el sacerdote, entre otras cosas, dice lo siguiente: «Después de quince días he obtenido el permiso para visitar al regente de los templarios, pues quería saber por su propia voz la verdad de cuantas acusaciones a la Orden se le imputan. No os quiero ocultar las muchas dificultades que tuve que salvar para conseguir el permiso…»
Luego, en otra parte de la carta dice: «Me confesó que lo habían torturado durante tantos años, en tal proporción y de tal forma, que si le hubiesen exigido decir que él era el asesino de Nuestro Señor Jesucristo, lo hubiera confesado sin dilación por tal de acabar cuanto antes con ese insufrible y doloroso sufrimiento…»
El día 15 de noviembre de 1870, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, el historiador don Vicente de la Fuente, escribe un artículo titulado: «Una medalla masónica», y lo comienza diciendo:
A principios del siglo pasado se les antojó á varios caballeros franceses jugar á los Templarios, como podían haberse puesto a jugar a los soldados, o a cualquiera otra cosa de pasatiempo más o menos honesto y recreativo. Hacia el año 1715 Felipe de Orleans se puso al frente de esta orden, a falta de otro mejor entretenimiento. Entonces un jesuita italiano, llamado el Padre Bouanni, gran anticuario y buen dibujante, se entretuvo también ¡mal pecado! en inventar un acta, de la cual aparece que estando Jacobo Molay preso en la Bastilla y previendo la extinción de la Orden de los Templarios y los obsequios calurosos que el rey Felipe el Hermoso le preparaba, transmitió su jurisdicción y derechos maestrales a un tal Juan Marcos Larmenius; el cual, a su tiempo, nombró por sucesor a un tal Tomás Teobaldo de Alejandría; el cual a su vez transmitió su jurisdicción a otros; de modo que la orden se fue perpetuando de siglo en siglo...
Ignoran estos nobles caballeros que tanto sus órdenes como sus costosas investiduras, carecen totalmente de valor a los ojos de la Iglesia o de cualquier otra autoridad, siempre que se empeñen en mantener el nombre de Templo, Temple o de Templario. Hay una bula del papa Clemente V, de fecha 22 de marzo del año del Señor de 1312, titulada Vox in excelso audita es, cuya fotocopia obra en nuestro poder, sellada con el sello del Archivum Secretum Apostolicum Vaticanum, que prohíbe expresamente que haya órdenes o asociaciones que se arroguen el nombre de Temple o de Templarios. A continuación damos a conocer el fragmento de la bula mencionada donde esto se dice explícitamente:
Archivo Secreto Vaticano. Registro de bulas pontificias. Clemente V. Libro 45. Folios 203-205.
...Así, pues, con el corazón triste, no por la declaración definitiva, pero sí por la decisión Apostólica u ordenanza, suprimimos, con la aprobación del consejo sagrado, la Orden de los Templarios, y su regla, hábito y nombre, por decreto inviolable y perpetuo, y completamente prohibimos que alguien de aquí en adelante entre en la orden, o reciba o lleve puesto su hábito, o se comporte como un Templario. Si alguien actúa de esta forma, ya sea abierta como secretamente, incurrirá en la excomunión automática...
Mientras que la antedicha bula no sea suprimida por la autoridad de otro papa, ya que un papa es el único que puede hacerlo porque rige con la misma autoridad que Cristo como Cabeza Visible que es de la Iglesia, inspirado por el Espíritu Santo y elegido para edificar sobre él la tradición de Jesús, esta excomunión y todo lo que ella conlleva estará vigente para todos aquellos que deseen o busquen vivir el espíritu templario..., y esto tendrá que seguir siendo así, aún en el supuesto de que el documento que recientemente ha sido descubierto olvidado y desclasificado por los sótanos del Archivo Vaticano, un monumental folio membranoso de 70 centímetros de alto por 58 de ancho, fechado en el año del Señor de 1308, cuatro años antes de que el mismo Papa decretara la bula de supresión y excomunión de la Orden del Temple, y en el cual supuestamente el papa Clemente V reintegra al Gran Maestre Jacques de Molay y a todo su Estado Mayor la comunión que cuatro años después fue decretada por él mismo, llegue algún día a ser confirmado por los expertos como auténtico.
Recomendable sería aconsejar aquí a cuantos andan buscando el espíritu perdido de la antigua caballería religiosa, sobre todo a los más jóvenes, que sean muy cuidadosos a la hora de elegir grupo, asociación u orden, pues, aunque la mayoría de ellas se fundan con buenas intenciones, la historia nos ha dejado noticias de conductas poco fraternas.
(Tomado de mi libro, titulado: La verdadera historia de la Orden del Templo de Jerusalén)