EL SILENCIO DEL MONJE TEMPLARIO 

El silencio de los monjes templarios no era un imperativo legal, sino una consecuencia obligada de la vida de recogimiento que todo monje debía de observar.

Durante las horas del silencio, el monje templario no tenía prohibido hablar, sino que debía de guardar silencio. Por razones de necesidad, y siempre autorizados por sus superiores, podía comunicarse con otros Hermanos si la importancia del caso lo requería.

Se trataba del silencio que era capaz de favorecer el crecimiento espiritual, ese silencio que deja oír otro tipo de voces dentro de lo más hondo de nuestro ser.

El hablar supone un salir de uno mismo. El temperamento equilibrado es aquel que sabe más escuchar que hablar. La palabra es un medio, no un fin.

El silencio de los monjes templarios era como un manto de quietud, de descanso y bienestar espiritual que les protegía contra las agresiones exteriores y les daba ánimo para la próxima batalla, dotándoles, asimismo, del recogimiento mental necesario para hallar a Dios donde otros no lo encontraban.