Quienes
por aprecio a su memoria  nos
preocupamos para que la luz del recuerdo de la Orden de los Caballeros
Templarios se mantenga encendida y nunca se apague, tenemos que saber que la
mencionada Orden no estaba compuesta solamente por Caballeros.
Considero un
descuido imperdonable que escritores, oradores, programas de televisión y de
radio señalen siempre a los Caballeros como únicos ocupantes de esta
distinguida Orden cuando en realidad no fue así. Reconozco que la hermandad fue
fundada y administrada por Caballeros, pero no quiero dejar de considerar que si
detrás de estos hidalgos educados en buenas cunas no hubiera habido unos
personajes capaces de ejecutar sus diferentes oficios con dedicación y maestría,
la Orden no hubiera medrado.
Los
Caballeros eran todos de noble estirpe. Y la nobleza es tan antigua que apenas
podemos fijar con seguridad su principio. Quizás fueran surgiendo distinguidos
por sus soberanos por su especial saber o por sus memorables hazañas. La
primera legislación que tenemos para comprender la palabra “Caballero” la
encontramos en una de las siete partidas del Rey sabio: «...E por esto,
sobre todas las cosas cataron que fuesen omes de buen linaje, porque se
guardasen de facer cosas porque pudieran caer en vergüenza. E por eso fueron
escogidos de buenos lugares, e con algo, que quiere decir en lenguaje de España,
como bien, por eso los llamaron fijosdalgo, que muestra tanto como decir fijos
de bien... E facen buena vida porque les viene de lueñe con heredad. E por
ende, son mas encargados de facer el bien, e de guardarse de yerro...»
Podemos
comprender, por todo lo expuesto, que las ordenes de caballería vienen de
tiempos inmemorables. Y que cuando comenzaron a redactar sus primeros
reglamentos, tenían como objetivo principal defender la patria y los
desvalidos. Pero tendremos que comprender también, que personas de tan rica
cuna, estando acostumbrados a ser servidos, no sabían cocinar, herrar, ni tan
siquiera aparejar y ensillar un caballo... Tengan ustedes en cuenta que un
caballero requería de varios sirvientes solamente para él, independientemente
de los que ya ejercían en sus tierras y en su servicio doméstico. Un caballero
en activo tenía que gozar de una escolta de no menos de diez hombres armados,
de un escudero, de un sirviente que cuidaba y conducía los caballos, de un
mulero para cargar, descargar y gobernar los mulos, de otros sirviente para
ayudar a su señor a montar en el caballo y para levantarlo cuando era derribado
en el campo de batalla, y de otro, especialmente corpulento y forzudo, cuya misión
era la de vigilar y custodiar a los prisioneros... Y aquí es donde surge la
pregunta: ¿hubieran podido existir las ordenes de caballería sin sus
correspondientes servidores?
Cientos de
experimentados artesanos, endurecidos cirujanos y hábiles calígrafos
trabajaban diariamente para y por la Orden de los Caballeros Templarios. Hay
documentos que así lo acreditan. Y gracias a estos documentos vamos a poder
saber de la maestría de unos y de la misericordia de otros.
Los herreros
eran de todos los maestros los más importantes. Un caballo en aquellos tiempos
era un lujo inalcanzable para algunas familias. De tal importancia era que el
Rey don Alfonso I de Aragón, pudiendo dejar como herencia caudales y
posesiones, dice en su último testamento: «Addo etiam, militiae Templi,
equum meum, cum omnibus armis meis..» (Añado, también, a la milicia del
Templo, que lo dejo en particular, mi caballo propio, con todas mis armas...)
Estos
herreros —me refiero a los herreros del temple— no eran meros profesionales
que ingresaban en la Orden para estar alimentados y vestidos, eran verdaderos
investigadores. Especialistas que cuidaban y se desvelaban por los caballos más
que por ellos mismos. Fue una verdadera torpeza histórica que infinidad de
documentos templarios fueran quemados por creer que sus autores eran herejes.
Pues en lo que se refiere a los pocos documentos que todavía quedan y que
fueron dictados por los herreros a los escribientes, podemos comprobar que los
escritos son técnicas de herraje y  tratados
de enfermedades que podrían ser la envidia de cualquier veterinario actual. En
un documento que nosotros hemos investigado dice lo siguiente: «Sobre
magullamientos de los pulpejos del caballo, asno y mulo. No deben hacer
andar al caballo, asno o mulo por terrenos pedregosos porque las piedras les
lesionan los pulpejos, bien por golpes recibidos por las lumbres de las
herraduras o por marchas largas y cargadas. Si esto se deja de observar, el
animal comenzará a cojear y tendrá mucho dolor en los pulpejos. Si por no
poder evitar estos caminos el animal cojeara se le colocará un protector que le
evite las contusiones en los pulpejos».
        Los carpinteros en el Temple eran muy útiles y
valiosos. Mesas, sillas, camas, retablos para las iglesias, galeras y barcos,
eran construidas por estos profesionales.
Los
curtidores fueron también importantes en la milicia del Temple, pues eran,
entre todos los artesanos, el grupo más floreciente de la época. Botas,
sandalias y todo tipo de calzado, así como sillas de montar y toda clase de
atuendos para los animales, eran confeccionadas por estos profesionales, cuyos
sucesores realizaron en el siglo XVII tres retratos sobre cuero guadamecil
dorados y plateados, y pintados después al óleo por Juan de Juanes y su hijo
Vicente Macip, el primero del Obispo Rodrigo Gorgia, el segundo del obispo
Andrea de Albalat, y el tercero del también obispo Vidal de Blanes. Que se
pueden admirar en la Catedral de Valencia.
Los médicos
y cirujanos —nos referimos también a los que ejercían en el temple—, se
encontraban entre la medicina de Hipócrates que habían aprendido en España, y
la medina árabe, que habían asimilado de sus colegas mientras rivalizaban por
la Tierra Santa. La medicina hipocrática enseñaba que: «Todo el que quiera
aprender bien el ejercicio de la medicina debe hacer lo siguiente: Primeramente,
considerar las estaciones del año y lo que puede dar de sí cada una, pues no
se parecen en nada ni tampoco se parecen en mudanzas; en seguida considerar los
vientos, cuáles son los calientes y cuáles los fríos; primero los que son
comunes a todos los países y luego los que son propios de cada región. Debe
también considerar las virtudes de las aguas, porque así como difieren éstas
en el sabor y en el peso, así también difiere mucho la virtud de cada una...»
La Cirugía
árabe, explicada por un maestro llamado Albucasis (936-1013), aconsejaba a los
cirujanos lo siguiente: «Debéis saber que las operaciones quirúrgicas se
dividen en dos clases: las que benefician al enfermo y las que muy a menudo lo
matan. Es necesario ser prudente y abstenerse para no dar a los ignorantes
motivo de maledicencia. Comportaos con reserva y precaución; tened amabilidad y
perseverancia con los enfermos; seguid el buen camino que conduce a resultados
favorables y felices. Absteneos de aplicar tratamientos peligrosos y difíciles...»
Como el
lector habrá podido imaginar con estos conocimientos poco o nada podían hacer
los médicos ante una enfermedad grave, pero era mucho menos lo que podían
hacer los cirujanos cuando en el fragor de la batalla encontraban a un soldado,
a un sargento o a un caballero con la barriga abierta y con los intestinos
colgando. Hemos podido comprobar en actas capitulares pertenecientes al temple,
cómo ciertos cirujanos confesaban ante el Capítulo haber dado muerte por
piedad a algunos de estos heridos que lo pedían a voz en grito por no poder
aguantar un dolor tan rabioso y lacerante... Ponían fin a las vidas de los
heridos que no tenían ya ningún remedio porque la cirugía de entonces no era
ni por asomo la cirugía que hoy conocemos, aunque hemos de decir que sin
aquellos principios no sería lo que es hoy porque la cirugía nació en los
campos de batalla. Allí los médicos tuvieron que convertirse forzosamente en
cirujanos. Esta ciencia, tal y como hoy la conocemos, no tuvo su verdadero auge
hasta bien entrado el siglo XVI, de la mano del cirujano francés Ambroise Paré
(1509-1590), quien, entre otras mejoras, introdujo el ligamiento de las arterias
(sutura de vasos).
Antes que
nacieran los cirujanos médicos, habían unos personajes que iban de pueblo en
pueblo con sus carros hospitales practicando operaciones a quienes las
solicitaban. La mayoría de ellos eran simples charlatanes sin ningún
conocimiento de medicina.
Valga pues
este artículo para homenajear a  herreros,
sogueadores, toneleros, físicos, cirujanos, escribientes, lectores,
carpinteros, cocineros, apicultores, escuderos, soldados, curtidores,
suboficiales, mozos de cuadra, matachines, molineros, constructores, sastres,
capellanes, hortelanos, navegantes... una legión de servidores que
incomprensiblemente fueron apartados de la historia pero que hicieron posible
con sus diferentes oficios que el temple llegase a ser la más importante Orden
de caballería que el mundo conoció jamás.