BUENOS CONSEJOS

El día 18 de abril del año del Señor de 1145, san Bernardo le escribió al Papa Eugenio III, que había sido alumno suyo antes de ser elegido para ocupar la silla de Pedro, una carta cuyo contenido le vendría muy bien leer a todos aquellos dirigentes políticos que son elegidos para gobernar la nación o alguna de las diferentes regiones autonómicas de que la nación consta. La mencionada epístola fue escrita para denunciar a todos los dirigentes que buscan el poder más para servirse de él que para servir, y que actualmente tiene tanta vigencia como la tenía antaño. Pues para nadie es ya un secreto que la corrupción política es una situación que se debe combatir valerosamente con ánimo de vencer de una vez por todas las injusticias que trae consigo. Y que esta es una situación que exige del ciudadano acciones audaces y peticiones constantes de unas reformas que impidan a cualquier partido político aprobar leyes con los votos de otros partidos que más tarde reciben por ello beneficios nacionalistas que siempre van en contra del resto del pueblo; o de retirar grandes sumas de dinero que, de no ser supervisadas antes, salen de  los bolsillos de los ciudadanos.

En esta carta, el abad de Claraval aconsejaba a su antiguo alumno, que sólo hacia un mes que había sido elegido Papa, entre otras muchas cosas, lo que a continuación se da a conocer: «Has de promover a los cargos no a quienes los desean, sino a quienes los rehúsan; no a los que corren hacia ellos, sino a los que se detienen. A aquellos que, fuera de su conciencia, no temen a nadie y, si no es de su conciencia, nada esperan. Que defiendan varonilmente a los afligidos y hagan justicia a los humildes de la tierra; que vayan en pos del bienestar de su pueblo y no en pos del oro. Que se comuniquen con el pueblo en lugar de despreciarlo; que a los ricos no les soben, sino les asunten; a los pobres no les hagan la vida más difícil, sino que les fomenten las esperanzas; que ni entren avasallando ni salgan echando chispas. Que no expriman los bolsillos, sino que renueven los corazones. Elegirás a aquellos cuyo trabajar por el pueblo no está en su verborrea sino en su conducta, que inspiran confianza no por su boato, sino por sus acciones, que sean humildes con los humildes e inocentes con los inocentes, pero respondan con dureza a los duros, y que no se den prisa por enriquecerse a sí o a los suyos con la dote de la viuda, la paga de los ancianos o con el patrimonio del pueblo, sino que sean guardianes de estos intereses y protectores de los injustamente tratados…»

 

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