QUEMA Y DESTRUCCIÓN DE DOCUMENTOS TEMPLARIOS
Después de haber sido hallados herejes y condenados por ello a morir en la hoguera, la censura ejercida por la Santa Inquisición ordenó al mundo católico que todos los escritos, epístolas y otros comunicados pertenecientes a la Orden del Templo de Jerusalén que fuesen hallados, aunque estuviesen en poder de algún particular o familiar, se quemasen o destruyesen lo antes posible dado el peligro que se corría de encontrar en ellos engaño, maldad o herejía... Después, citando el libro de los Hechos 13-10, seguían diciendo el mandato: “…porque son enemigos de toda justicia y no han cesado de trastornar los caminos del Señor…” (ACA. Real Cancillería, núm. 5; fols. 21-25)
La Santa Inquisición, o el Santo Oficio, como era más conocido, gozaba de mucho poder. La sociedad se hallaba sugestionada y sujeta de tal forma a la Iglesia en aquellos tiempos, que no era la palabra del predicador lo que se decía en el púlpito, sino la auténtica e irrevocable palabra de Dios a la que había que obedecer bajo pena de sufrir los hervores del infierno.