¡Qué
grande sería esta ciudad
con
un puente sobre el río!
Lo
que yo tengo sería tuyo
lo
que tú tienes sería mío.
Esta es una de las muchas coplillas que se podían oír cantar en ambas márgenes
del río Segura, a su paso por la ciudad de Murcia, antes de que fuera
construido el padre del puente que hoy conocemos con el acostumbrado nombre de
«Puente Viejo».
En
aquellos tiempos, tanto la parte derecha como la parte izquierda del río que
pasa por nuestra localidad, abrigaba el deseo de que algún día se construyera
un puente que las comunicara. Ya que si en la ciudad amurallada que se asentaba
en la orilla izquierda se encontraban los mejores artesanos del Reino de Murcia,
en la orilla derecha se encontraban los caminos por donde nos llegaba, entre
otras cosas, el condimento más importante y apreciado de la Edad Media: la sal,
que tenía un alto valor económico y valía, además, para limpiar, teñir y
blanquear tejidos, para preparar cueros y pieles, para condimentar comidas y
aderezar ensaladas, y para conservar y preservar alimentos, en especial toda
clase de carne y pescado.
Como
podemos imaginar ambas márgenes eran dos pedazos muy diferentes entre sí, pero
eran dos piezas muy ajustadas que estaban llamadas a complementarse. Porque si
bien es verdad que en la ciudad estaban instalados traperos, vidrieros,
sogueadores, plateros, talabarteros, zapateros, curtidores, armeros,
carpinteros..., cada uno de los gremios establecidos en calles separadas y
distinguidas con el nombre del oficio que el gremio desarrollaba, no es menor
cierto que la ribera de San Benito nos comunicaba con el Mar Menor y que por
ella podían entrar hortalizas y frutas de la huerta; almendras, olivas y
cereales del campo; pescado de Cartagena; sal marina de las inmediaciones de San
Pedro y de otras salinas que entonces estaban establecidas en la ribera del Mar
Menor, y sal mineral de unas canteras que se encontraban en Sangonera; y lo más
importante, el famoso mújol de La Encañizada, que venía directamente del
Puerto de los Alcázares. 
En
aquel tiempo, las personas que tenían que pasar a la otra orilla para llevar a
efecto alguna obligación o efectuar una necesaria compra, no tenían más
remedio que hacerlo en una enorme plataforma de madera que guiada por dos
gigantescas maromas se deslizaba continuamente de una parte a la otra del río
transportando personas, mercancías, animales, carros, carretas... El
responsable de mover la plataforma para atravesar el río era conocido como «el
barquero», y, según hemos podido saber por legajos de la época, todos ellos
tenían acreditada fama de conquistadores. De aquella ganada reputación venga,
quizás, aquella coplilla que dice:
 
Al pasar la barca
 me
dijo el barquero
que
las niñas bonitas
no
pagan dinero.
El día 24 de noviembre de 1247 el Concejo de Murcia escribe al Rey
Fernando una carta con el objeto de obtener de su autoridad el permiso para
construir un puente sobre el río Segura. El día 12 de febrero de 1248, el rey
contesta y dice lo siguiente: «Vi una carta en que me enviasteis a decir que
habría que obtener dineros para hacer un puente de cal y de canto en el río
Segura, y cuyos gastos saldrían de parte de lo recaudado con la carne, con el
pescado, con el pan, con el vino y con otras cosas que se venden. Vos me pedís
merced para que lo tome a bien y lo confirme, y yo comprendiendo que es un
servicio para la tierra, lo tengo por bien y lo confirmo y mando que lo hagáis
y que en él pongáis aquellas cosas que entendáis que son más provechosas. Y
defiendo firmemente que ninguno venga contra esta carta que yo mando para
menguar lo que en ella se dice, ya que quien esto hiciere me tornaría contra él,
y para que esto sea firme y no venga en duda mande vos dar esta carta sellada
con mi sello colgado. Dada en Guadalajara, doce días de febrero de 1248».
La
riada que se produjo en septiembre de 1701 destruyó este puente por completo.
Entonces se reunió el Concejo, presidido por el Corregidor y Justicia Mayor
Andrés Pinto de Lara, y creó una Junta formada por los señores justicias y
comisarios para solucionar los daños ocasionados por las inundaciones. La
decisión de esta junta fue convocar el día 11 de octubre de 1701 un concurso
para levantar un puente provisional de madera. Y el proyecto que se aprobó para
construirlo fue el de José Donato y Matías Marfil. Aunque es mucho lo que hay
que contar sobre este puente de madera, a causa del limitado espacio que poseo
para escribir este artículo, diré únicamente que a pesar de haber sido
construido con garantías de robustez y de extrema consistencia, eran muy pocos
los que se atrevían a pasarlo. Y que para que la gente cruzara con garantías
divinas, se colocó, en el mismo sitio donde hoy está la hornacina que es el
hogar de nuestra Virgen de los Peligros, una imagen pintada de la Virgen de
Sopetrán, cuya escultura estaba entonces en el convento de Verónicas. Pero era
tanto el miedo de las gentes cuando cruzaban el puente con el río crecido que,
aunque sabían perfectamente que la de la estampa era la Virgen de Sopetrán,
ante el peligro a que se exponían, comenzaron a invocarla como la Virgen
de los Peligros. Y en señal de respeto y de agradecimiento por los favores
prestados, los hombres se descubrían y las mujeres se santiguaban. Costumbre
que fue pasando de padres a hijos y se ha prolongado hasta nuestros días.
El
puente de madera estuvo circunstancialmente sobre el río Segura hasta que se
solucionaron todas las legalidades que conllevaron a la construcción de uno de
piedra. Y el concurso para levantarlo lo ganó el Regidor Juan de Córdoba y
Riquelme. Unos meses después, y sin que se sepa el porqué, el Concejo de
Murcia desestimó este proyecto que ya estaba aprobado y se lo concedió a
Toribio Martínez de la Vega, que comenzó a construir nuestro puente el día
siete de mayo de 1718.
Dos
años más tarde cesaron a Toribio Martínez, que ya había construido los
cimientos, y nombraron a Jerónimo Gómez de Aya, pero éste duro muy poco. Fue
nombrado para sustituirle el arquitecto Jaime Bort, que en aquellos días estaba
construyendo la nueva fachada de la catedral. Y este fue, definitivamente, quien
nos acabó el puente en el año 1740.
El
22 de septiembre de 1742 el Concejo de la ciudad celebra un solemne acto
religioso en la catedral, con el motivo, según dicen los documentos, «...de la
colocación sobre el derrame del puente de piedra de la milagrosa imagen de
Nuestra Señora de los Peligros».
El
suelo del Puente Viejo ha sido hace poco rejuvenecido por el Ayuntamiento de
Murcia, y pronto veremos muchos andamios porque van a vigorizar el resto, son
dos buenos servicios que nuestro alcalde nos ha concedido porque así tendremos
Puente Viejo para rato. Pero la noticia más gozosa de todas las que he podido
recibir fue la que me dieron el otro día, me dijeron que pronto tendremos a
nuestra Virgen de los Peligros otra vez en su 
primitiva hornacina porque me aseguraron que la tan pregonada porfía de
la Camarera de la Virgen puede tener en breve una solución digna. Parece ser
que todo depende de algo tan sencillo como la firma de un documento ante
notario. Y a mí se me alegró mucho el corazón cuando me lo garantizaron
porque sé, como saben todos los seres de esta región, que la Virgen fue
encomendada por don Antonio Rebollo y esculpida por Roque López para estar en
aquel lugar, que es allí donde ella quiere estar, y es allí donde todos los
murcianos queremos que esté.