Algunas noches, exactamente a las 21:00
horas, sonaba el teléfono en mi domicilio. Era Mariano Sánchez Gil, fundador,
promotor, conductor y obrero de la «Fundación de Amigos de la Lectura»,
que me llamaba para detallarme los diarios avances de su amada Obra. De su verbo
se desprendía tal felicidad, que si no le hubiese conocido desde hacía ya
tantos años, hubiera creído que quien se comunicaba conmigo desde la otra línea
del teléfono, era aquella deidad que en china es conocida con el nombre del «Venerable
celeste», quien, tal como el mismo Mariano, había dejado Comunidad, regla
y hábito y se había dedicado exclusivamente a distribuir felicidad entre los
mortales. ¡Cuánta semejanza había entre ambos! Incluso entre la leyenda de
uno y la del otro existía gran parecido: Dicen que viajando Dios un día por el
cielo que da cobijo a la ciudad de Murcia, vio a un anciano sonriendo. «¡Amigo!»
—le dijo—. «¿Qué es lo que te hace tan feliz». «Tengo muchos motivos
para serlo» —respondió el anciano—. «Mientras viví en la tierra estuve
rodeado de mujeres y de hombres, sobre todo de mujeres, que creyeron en mi
proyecto y me ayudaron con su sabiduría y esfuerzo a llevar a buen puerto la Fundación
de Amigos de la Lectura». «¿Con
qué patrimonio contabas para llevar a cabo un proyecto tan ambicioso?»
—volvió a preguntó Dios—. Y Mariano, con esa paz y esa alegría que
emanaba siempre de sus ojos, y que es característica de los hombres sensibles y
sacrificados que han tenido la suerte de ser bendecidos por el aliento del
Creador, respondió: «Con una IDEA». «¿De qué estaba compuesta esa idea?»
—preguntó Dios, muy interesado—. Y Mariano manifestó: «De literatura, de
poesía de prosa... La poesía es moldeable y, por lo tanto, medicina
apropiada para cualquier dolencia espiritual porque al ser precisamente tan
flexible como es, cada uno puede ver en ella su propio problema y sanarlo con su
lectura. La poesía es la expresión del alma de quien la manifiesta, el refugio
de quien la oye y el auxilio de quien la lee... También la prosa nos hace
sentir sensaciones que ya creíamos perdidas. Su lectura nos transporta hacia
mundos desconocidos, hacia lugares admirables... Gracias a ella, Señor, tomamos
parte en las más grandes batallas, hablamos con los más acreditados monarcas,
conquistamos a las más bellas mujeres, a los hombres más viriles, y, por si
fuese poco, Señor, navegamos por todos los mares, visitamos lejanos planetas y
viajamos por nebulosas galaxias...» Entonces Dios, levantando su divina mano,
dijo: «Ahora comprendo por qué muchas de las personas que están aquí con
nosotros, suelen afirmar que no han sufrido nunca una pena que una hora de
lectura no les hubiese quitado... Quiero que desde hoy te dediques a promover la
lectura entre las almas que nos acompañan y entre los ángeles del cielo...»