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              Nadie
              sabe cuándo aparece en el mundo la historia de los caballeros. 
              
 
              
              Pese
              a ello, podemos decir que los caballeros nacen ante la imperiosa
              necesidad de hacer frente a los enemigos que invadían y asolaban
              las comarcas que ellos
              mismos
              habitaban. 
              
              Estos hombres, que iban a caballo para la más
              efectiva y segura ejecución de su cometido, fueron llamados
              defensores, sin atender a su clase social, nacimiento ni oficio.
              Quienes tenían un caballo y disponían además de una espada para
              defender a su pueblo, eran llamados defensores.
              
              
               
              
              Más tarde, los reyes de los países o regiones donde
              residían esta clase de defensores, se dieron cuenta del gran
              potencial que podrían añadir a sus tropas si encaminaban todos
              estos grupos hacia el socorro de su propia corona... Y es entonces
              cuando los reyes comienzan a acaudillar a estos defensores bajo
              promesas de concederles tierras conquistadas, y con licencia para
              saquear y apoderarse en propio provecho de cuanto era de valor en
              los pueblos ocupados y en las batallas ganadas. La invitación era
              muy clara: 
              
              
              
              
               
              
              
              «Todo
              poblador del reino que disponga de caballo y espada, está
              obligado a unirse a su rey, cuando éste lo requiera, para
              defender la corona, la religión y su feudo.»
              
               
              El botín más apreciado por aquellos tiempos para un
              defensor o un soldado, después de haber ganado una batalla o
              conquistado un poblado, era la mujer. La violación de mujeres y
              niñas, después de la ocupación, era una práctica muy extendida
              y muy ambicionada en cualquier batalla. A este acto se le solía
              llamar «el alivio del batallador.»
              
              
               
              
              Con estos antecedentes no sería de extrañar que la
              iglesia tomara cartas en este asunto y proyectara un plan para
              convertir a aquellos defensores que luchaban bajo presencia y
              protección de la cruz en una especie de místicos, mitad
              guerreros y mitad frailes... Y razones tenemos para pensar esto,
              ya que las primeras investiduras fueron realizadas en el seno de
              la iglesia bajo el nombre de: «Tregua de Dios» y con las
              siguientes obligaciones: 
              
              
              
              
               
              
              
              «Confesión
              de sus pecados, noche de velar las armas mientras invocaba a Dios,
              ayuno, limpieza del organismo mediante un baño simbólico que
              purificaba el cuerpo, bendición de la espada, y ya, por último,
              la investidura de una túnica blanca para que el candidato fuese
              en lo sucesivo puro también de alma y pudiese llevar a buen fin
              su cometido tanto en la protección de débiles e indefensos como
              en el campo de batalla...
              
               
              
              Una
              de las oraciones que los sacerdotes pronunciaban cuando bendecían
              la espada del postulante, era la siguiente:
              
              
               
              «Dirigimos a Ti, Señor, nuestras oraciones y te pedimos que,
              con tu mano derecha, bendigas esta espada con la que este tu
              siervo desea ser ceñido para que con 
              ella pueda defender iglesias, viudas, huérfanos y a todos
              tus siervos del azote pagano; para que con ella siembre también
              el terror y el pánico entre los malvados y que actúe con
              justicia tanto en el ataque como en la defensa. Amén.»
              
              
               
              
              Después de este acto, practicado por la parroquia,
              autorizado por el rey y aceptado por el candidato, la iglesia acogía
              al guerrero bajo su protección de una manera especial, pero, a
              cambio, el defensor debía observar una conducta honorable tanto
              en sus actos cotidianos como en el campo de batalla. Desde
              entonces en adelante ya le estaban prohibidas, bajo pecado mortal,
              la violación de mujeres cuando la batalla acababa.
              
              
               
              
              Ocurrió
              entonces que no todos los investidos cumplían con su juramento.
              Muchos de ellos, haciendo uso del poder que la iglesia les había
              conferido, cometían injusticias entre sus vecinos en tiempo de
              paz, y seguían violando y saqueando en tiempos de guerra. Así
              que, siendo estos actos denunciados, se llegó a la conclusión de
              que para ser investido no era suficiente tener caballo y armas,
              sino que también era necesario gozar de educación cristiana y de
              honestidad social. Veamos ahora un fragmento de una epístola de
              la época, escrita por un obispo que la firma con el nombre de:
              Diego de Bedán, que aconseja sobre este asunto, lo siguiente: 
              
              
               
              
              
              «...El
              caballero ha de reunir muchas cualidades: las primeras de las
              cuales deben ser la fortaleza, razón y justicia; será menester
              dar prendas de mayores obligaciones a esta profesión: se buscarán
              hombres de bondad y estimación en la comunidad; de buen crédito
              y virtuosos, y que tengan algunos bienes o hacienda, que es algo
              con lo que luce con decencia lo noble...»
              
               
              Creemos que el título de «caballero» fue
              también elegido por la iglesia para dar nombre y
              formalidad a los primeros actos de investidura. Y lo creemos
              porque la palabra caballero fue tomada y proviene del latín: «caballaríus»,
              cuyo término en castellano, una vez traducido del latín nos
              expresa un montón de cosas, pero no nos dice en ninguna parte que
              pueda corresponder a caballero o a persona que vive con nobleza y
              generosidad... Así, pues, cuando tomamos el diccionario de latín
              para saber la equivalencia de la palabra «caballaríus»
              advertimos que corresponde a: caballo de silla, a palafrenero, a
              caballerizo..., y a otras expresiones equivalentes... Pero, luego,
              por último, nos dice que equivale a: el nacido bajo la
              constelación de Pegaso... Esta frase es muy importante, pero
              antes de entrar de lleno en su interpretación, digamos que es
              esta expresión la que nos hace pensar que fuese la Iglesia la que
              eligiera la palabra «caballero» para definir a una persona
              altruista y misericordiosa, ya que, en aquellos tiempos, los únicos
              que conocían los misterios de los símbolos, eran todos los
              monjes y algunos sacerdotes diocesanos. 
              Este conocimiento lo habían adquirido a través de la
              lectura y de la profundización del «Apocalipsis» y de otros
              textos que podemos encontrar en el Antiguo Testamento, como por
              ejemplo, en los hechos de Enoch y de Elías... Así que, como
              ahora vamos a descubrir, en esta expresión: «nacido bajo la
              constelación de Pegado...» es donde está oculta,
              precisamente, toda la mística de la historia caballeresca. Vamos
              a verlo: 
            
              - 
                
Pegaso era un caballo alado que nació del chorro de sangre que brotó
              cuando Perseo le cortó la cabeza a Medusa...
              
              Si ponemos toda nuestra atención en esta definición, veremos que
              Perseo simboliza al caballero investido que nace a una nueva vida
              en el mismo instante en que corta la cabeza del anticristo y se
              compromete con Dios... Y hemos de decir, porque esto es muy
              importante, aunque quizás sea ya tema para otra reunión, que el
              famoso «bafomet» tan conocido por todos nosotros, está
              inspirado en su totalidad en la cabeza de Medusa, que como todos
              ustedes saben en vez de cabellos tenía serpientes y poseía el
              poder de convertir en piedra a quienes tenían la desgracia de
              fijar su vista en ella.  
             
              
            
              - 
                
Más tarde, Perseo, montado en su caballo Pegaso, fue a libertar a Andrómeda,
              a quien las Nereidas, por envidia de su belleza, habían atado a
              una roca para que fuese devorada por un monstruo marino...
              En
              este acto está simbolizada la obligación que adquiría el
              caballero en el acto de su investidura, ya que todo caballero se
              comprometía, como ya hemos podido ver en la oración anterior, a
              honrar a todas las damas y ayudarlas en el peligro... Todos hemos
              sido niños, y a todos nos leyeron aquellos cuentos en donde un
              caballero salvaba a la bella princesa de las garras de un horrible
              monstruo o de un repulsivo dragón que la tenía secuestrada...
              Según podemos deducir de esta historia mitológica, Perseo fue el
              primer caballero andante que apareció en este mundo.
              
              
                
             
              
            
              - 
                
La misma Constelación de Pegaso, guarda, aunque no concretadamente,
              sorprendentes paralelismos con la historia de los caballeros.
          
                
              En la Edad Media eran muy conocidas las cuatro estrellas
              que forman el cuadrado de la constelación de Pegaso porque, tanto
              en primavera como en verano, eran fácilmente visibles a simple
              vista por su gran brillantez... Tal como hoy. Los nombres de estas
              cuatro estrellas y sus significados en castellano, son los
              siguientes: MARKAB, que significa «la silla de montar»; SCHEAT,
              que significa: «mano derecha», ALPHERAZT, que significa: «ombligo»,
              y ALGENIB, que significa: «ala». Sin embargo, las estrellas más
              importantes para los observadores de aquella época, eran la
              conocida como MARKAB, que es el Alfa de la constelación de
              Pegaso, que traducido del árabe quiere decir, como ya hemos visto
              antes: «la silla de montar», y la llamada HOMAM, que también
              traducida quiere decir: «la estrella de la fortuna del héroe».
              En este punto es necesario decir, para que todos ustedes puedan
              sacar sus propias conclusiones, que «la estrella de la fortuna
              del héroe» está justo encima de la silla de montar. Hecho este
              que quizás pueda simbolizar las riquezas y los honores que adquirían
              los caballeros cuando montaban en sus caballos y luchaban
              heroicamente para socorrer a su rey, proteger a su comunidad y
              engrandecer a su iglesia. Un cuadrado tan perfecto y tan brillante
              como el formado por la constelación de Pegaso: CABALLERO – REY
              – COMUNIDAD – IGLESIA. Es decir, cuarteto que muy bien podríamos
              asemejarlo con las cuatro estrellas que forman la constelación de
              Pegaso de la siguiente forma: 
          
                
             
              
              1.    
              SILLA DE MONTAR =igual= al Caballero que cabalga en
              busca de su fortuna. 
              
              
               
              
              2.    
              OMBLIGO =igual= a Rey, como centro que mueve y
              ennoblece a todos  los
              caballeros.
              
              
               
              
              3.    
              MANO DERECHA =igual= a Iglesia, que pide a Dios que con su mano
              derecha bendiga la espada del Caballero. 
              
              
               
              
              4.    
              ALA =igual= a Comunidad, que eleva al caballero al
              rango de héroe local por defender a su rey, a su comunidad y a su
              Iglesia.
                
            
              - 
                
Pegaso es también símbolo del astro poético. Dice la mitología que
              de una coz hizo brotar la fuente que posteriormente fue llamada
              Hipocrense, situada en el monte Helicón, donde iban los poetas a
              inspirarse.
          
                
              Y todos sabemos, y los que se encuentran aquí esta mañana mejor
              que nadie, que para ser caballero hay que tener algo de poeta. Don
              Quijote dice que la caballería andante es la ciencia por
              excelencia superior a la poesía, ya que el caballero, además de
              ser poeta, debe ser jurisperito, teólogo, médico, herbolario,
              astrólogo y matemático... Y remata luego diciendo: Todo buen
              caballero ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las
              palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en
              los trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente,
              mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla...
              Y yo me pregunto: ¿Quién puede llevar a cabo todos estos
              preceptos sin ser un verdadero poeta o un profundo amante de la
              poesía?
              
                
              
              
              
          
                
             
              
              
              La primera legislación
              que se conoce sobre la orden de caballería, la encontramos en las
              partidas del Rey Sabio, y dice así:
               
               
                    
              «Y por esto, sobre todas las cosas decidimos que sean hombres de
              buen linaje, para que se
              guarden de hacer cosas que les hagan caer en vergüenza. Y para
              que éstos sean escogidos de buenos lugares, y con algo que quiere
              decir en lenguaje de España, como buenos, por eso son llamados
              fijosdalgo, que es tanto como decir: hijos del bien... Y son
              observadores de una vida ejemplar porque les viene de lueñe
              (casta) como heredad. Y por ende, son más encargados de hacer el
              bien, y de guardarse de yerro, y de malos ejemplos porque cuando
              obran mal son ellos mismos quienes reciben contra sí el daño y
              la vergüenza que ellos mismos provocan, cayendo también esta
              mancha sobre las familias de las que descienden...»
              
               
              La expresión «fijodalgo», que con el tiempo terminaría
              siendo hidalgo, es también una palabra muy antigua, y proviene,
              según unos, de «fidel-guía», que quiere decir «guía
              de fidelidad», y según otros, procede de «hijos del bien».
              Nosotros creemos que esta última afirmación es la más acertada
              porque ya en la primera legislación que hay sobre los caballeros
              y que acabamos de leer, se dice que son «hijos del bien»,
              y además lo creemos porque es la más razonable.
              
               
              
              
              La
              segunda legislación que aparece en la historia sobre las órdenes
              de caballería, la encontramos en la partida del Rey Alfonso IV de
              Aragón, título primero, libro cuarto, que dice:
              
               
              
              
              «...Otrosí:
              Que no sea hombre muy pobre el que venga, y que viva bien. Que no
              tenga los vicios de los antiguos, que era cosa muy mala, que
              honren la caballería, que ésta está establecida para dar y
              hacer el bien, y que no venga a mendigar en ella, ni a facer vida
              deshonrada. Otrosí: que no venga a hurtar o hacer cosa que
              merezca la misma pena que se observa contra los malhechores...»
              
              
               
              
              
              Y
              en ésta segunda legislación, como hemos podido observar, ya se
              encuentra una férrea oposición a que sean admitidos gentes a las
              que les importaba más las riquezas, las tierras y los títulos
              nobiliarios que podrían obtener haciéndose investir caballeros,
              que la determinación propia de servir a su rey y engrandecer a su
              Iglesia.
              
               
              
              
              Por
              todo lo que ya hemos dicho, podemos adivinar que las órdenes de
              caballería fueron usadas desde tiempos inmemorables, y que reforzándose
              y renovándose según las costumbres y usos de los siglos en que
              vivieron, fueron uniéndose en tropa o hermandad, según las
              creencias religiosas o los ideales de cada uno, siendo de observar
              que la caballería en su principio era libre y sin condiciones,
              pero que cuando comenzaron a redactar sus leyes y reglamentos, ya
              fue requisito indispensable que el caballero fuera noble y que
              poseyera bienes. De ahí que, conociendo la sociedad el valor de
              los honores y títulos que los reyes concedían, procurara cada
              cual adquirirlos practicando hechos memorables, cuyo pago debía
              de ser aumentar su nobleza y hacerla patente por medio de los símbolos
              con que se adornaban los escudos de sus armas.
              
              
               
              
              
              Desde
              ese mismo instante la carrera de un caballero se hace muy costosa.
              En primer lugar ya tenía que costearse sus propios gastos y los
              de sus soldados y sirvientes. Debía de tener un mínimo de tres
              caballos sólo para su servicio: El primero para la batalla, el
              segundo para el camino, y el tercero para el equipaje. Los
              sirvientes que le acompañaban no podían ser menos de cuatro: El
              primero para cuidar de los caballos, el segundo para vigilar y dar
              lustre a las armas, el tercero para ayudarle a montar y para
              levantarlo del suelo cuando fuese derribado, y el cuarto para
              custodiar prisioneros... 
              
              
               
              
              
              Estos
              sirvientes llegaron a ser muy importantes en el siglo XIII. Sucedió
              que ante la necesidad de añadir hombres que pudieran combatir
              para ganar las batallas, los reyes dieron órdenes a sus
              caballeros para que dotasen a sus sirvientes de armas y de
              caballo. Y los que destacaron por compaginar corazón para la
              lucha (que era lo que exigía el rey) y piedad para con su prójimo
              (que era lo que exigía la Iglesia), tuvieron la oportunidad de ir
              ascendiendo de un grado a otro, es decir, de cuidador de caballos
              podía llegar a ser escudero, de escudero a sargento, y así
              sucesivamente hasta conseguir el título de caballero... Título
              este que muy pocos sirvientes adquirían porque, o bien dejaban su
              vida en el empeño, o llegaban a la ancianidad antes de
              conseguirlo, o cuando estaban a punto de lograrlo se encontraban
              con el inconveniente de no reunir los requisitos obligatorios mínimos
              que se demandaban para todo postulante. Algunos de estos
              requisitos mínimos eran los siguientes:
              
              
               
              
              
              
              «No tener mezcla
              de sangre de judíos ni de moros, y que ni el aspirante ni sus
              padres fueran o hubieran sido mercaderes, arrendadores, logreros,
              usureros o escribanos públicos... Y que de ninguna forma hubieran
              sido antes acusados de delitos de villanos...»
              
              
               
              Es decir, que como
              acabamos de descubrir, esta promesa de armar caballeros a los que
              no eran «fijosdalgos», era un trampa muy bien urdida para tener
              de por vida soldados que, al pensar que pronto serían caballeros
              y obtendrían con ese rango prestigio y hacienda, lucharían
              valerosamente para ennoblecer más a su señor, para dignificar más
              a su rey y para glorificar más a su Iglesia... Estos candidatos a
              caballeros, se convirtieron, a través del tiempo, en los
              suboficiales que hoy abastecen los diferentes ejércitos.
              
              
               
              Desde aquel momento, y
              para educar y moralizar a estos futuros caballeros, comienzan a
              crearse una sería de refranes y algunos escritos en prosa. Tanto
              la prosa, que se presenta en entretenidas historias, como la poesía,
              que es recitada en verso para que sea asimilada y recordada mejor,
              le son repetidas al aspirante constantemente. Los caballeros, sus
              señores, como por ser nobles estaban al margen de toda sospecha
              ética, se convierten en la conciencia de sus servidores... De la
              prosa, es buena prueba de lo que decimos, el
              
 «El libro del
              cavallero et del Escudero», escrito
              por don Juan Manuel. Donde un veterano caballero instruye y
              moraliza a su escudero de la siguiente forma:
              
              
              
               
              «Preguntas cuál es el mejor estado entre todos los
              estados entre vosotros los legos. Y he de decirte que entre
              vosotros los legos hay muchos estados, así como mercaderes,
              menestrales, y labradores y otras muchas labores más, pero la
              caballería es el más noble y más onrado estado que todos los
              demás... Preguntas que es la vergüenza y cúmpleme a mí decirte
              que la vergüenza completa mucho al caballero, más que otra cosa
              ninguna... Y así puedes saber que la vergüenza es la cosa por la
              que un hombre deja de hacer todas las cosas que no debe de hacer,
              y le hace hacer todo lo que debe hacer. Por ende, la madre y la
              cabeza de todas las bondades es la vergüenza...»
              
              
               
              Y algunos de los refranes
              que fueron cavilados para catequizar y domesticar a aquellos rudos
              servidores, son los siguientes:
              
               
              
              
               
        
              
              
              
              El buen cavallero guarda el tesoro  verdadero et se guarda del falleçedero.
              
              
               
              
              
              Por sus obras et sus maneras podrás conocer
               
              a los que cavalleros han de ser.
               
                            
              Quien cavallero es, face todos los provechos;
               
              quien no lo es, mengua todos los fechos.
               
                            
              Sufre las cosas en cuanto devieres,
               
              estraña las otras en cuanto podieres.
               
        
                            
              Si con rebato gran cosa façieres,
               
              ten que es derecho si te arrepintieres.
               
                            
              El cavallero que en Dios non pone su esperanza,
               
              morirá de mala muerte, y tendrá mala andanza.
               
                            
              Faz siempre bien y guárdate de sospecha,
               
              et siempre será la tu fama derecha.
               
                                          
              Quien por cavallero se toviere,
               
              más debe desear este salto,
               
              que si en la Orden se metiere
               
              no se ençerrará tras muro alto.
              
               
                                          
              Si algún bien ficieres
               
              que muy grande non fuere,
               
              faz grandes si podieres,
               que el bien nunca muere.
              
               
              
              
                
              Constelación
              de PEGASO 
        
            
           
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