ORDEN DEL CORDÓN AZUL DEL SANTO ESPÍRITU
En el año 
del Señor de 1578, el rey Henri III, para conmemorar su ascensión a los tronos 
de Polonia, llevada a efecto en el año 1573 y de Francia en el año 1574, tuvo la 
idea de fundar una hermandad de nobles y caballeros para celebrar con ellos, dos 
veces a la semana, un banquete de conmemoración.
Consultados sus asesores, así como el consejo de ancianos de su corte, llegaron a la acertada conclusión de que si era para celebrar banquetes, el mejor día para fundarla sería, sin duda, el día en que se celebraba la festividad de san Miguel porque en este día era costumbre festejar en toda Europa Occidental un gran banquete religioso de tradición popular que coincidía con el fin de las cosechas. Así, por ejemplo, en Inglaterra era costumbre comer ganso bien cebado para celebrar el día de san Miguel, con el propósito de que el santo les proporcionara una cosecha abundante el siguiente año. En Irlanda tenían la costumbre de introducir un anillo en las empanadas que preparaban para el convite, de forma y manera, que si alguna joven casadera encontraba el anillo dentro de una empanada, era seguro que san Miguel le encontraba novio y se casaba, siempre ¡claro está!, que no se quedara sin dientes. En Francia, se solía comer un asado de cordero con manzanas. En España, era costumbre comer aves asadas en las brasas de un buen fuego que, una vez terminada la comida, los mozos saltaban o andaban sobre sus ascuas descalzos. Y en todos sitios, tanto en tiempos de abundancia como de escasez, se cocían unos panes grandes muy sabrosos que eran hechos sólo para ese día. En algunas ciudades, pueblos y aldeas de España, ha llegado esta antigua tradición hasta nuestros días.
El día 29 de septiembre del año del Señor de 1578, día en que se celebraba la festividad de San Miguel Arcángel, la hermandad fue fundada solemnemente bajo el nombre de «Orden de San Miguel del Cordón Azul». Esta orden se hizo en muy pocos días famosa por toda Francia debido, principalmente, a los fastuosos banquetes que celebraban sus miembros. Comidas estas que eran preparadas por los mejores cocineros de Francia, en donde no faltaban los más suculentos alimentos del momento, aunque hubiese que traerlos de otros países, ni tampoco los mejores vinos de Francia.
Debido a estos grandes banquetes, muchos nobles quisieron entrar en la orden mencionada, pero hubo sin embargo otros caballeros cuya idea de las órdenes de caballería eran muy diferentes. Éstos comenzaron a criticar tales actitudes gastronómicas, diciendo que más que un bien para la nación eran un gasto innecesario. Le recordaron al Rey que Francia debería estar más pendiente de las guerras que en aquellos tiempos estaban librando los católicos contra los protestantes, que de complacer el paladar de los nobles.
El rey Henri III, desalentado por estas críticas, volvió a consultar a sus asesores reales y a su consejo de ancianos. Estos llegaron a la conclusión siguiente: «Habría que fundar una orden para agradar al “Partido Católico” y conseguir que se hiciesen amigos del Rey».
El día 27 de abril del año del Señor de 1579, ocho meses después de haber sido fundada la «Orden de san Miguel del Cordón Azul», y coincidiendo este día con la fiesta de Pentecostés, festividad universal de la Iglesia mediante la cual se conmemora el descendimiento del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, quedó instituida la «Orden del Santo Espíritu», en francés «Ordre du Saint Esprit».
Una vez instituida esta orden, parecía que lo más lógico era clausurar la «Orden de san Miguel del Cordón Azul». El Rey y los caballeros que pertenecían a ella se negaron a dejar una orden donde tanto disfrutaban comiendo los mejores manjares y bebiendo los más excelentes vinos. Y ante este dilema, el Rey volvió a consultar con sus asesores y consejo de ancianos. La decisión de estos sabios caballeros fue la de unificar las dos órdenes en una. Así, pues, apenas transcurrido un mes de la fundación de la «Orden del Santo espíritu», fueron unificadas las dos órdenes establecidas con el nombre único de: «Orden de los Caballeros del Cordón Azul del Santo Espíritu».
Esta nueva orden, y seguramente para que cesaran las críticas que hasta el momento se habían venido produciendo contra los caballeros de la buena mesa, se consolidó muy pronto como la principal defensora de los derechos humanos de Francia. Abriendo también comedores para los más desfavorecidos y haciendo buenas obras de caridad.
 
REQUISITOS DE INGRESO
1. El Rey era el Gran Maestre de la Orden. Tenían preferencia para entrar en ella los caballeros que habían pertenecido antes a la «Orden de San Miguel del Cordón Azul».
2. Los aspirantes que antes no habían pertenecido a la «Orden de San Miguel del Cordón Azul», tenían que demostrar su nobleza durante más de tres generaciones, tanto paternales como maternales.
3. Los estatutos fundamentales de la orden decían claramente que los miembros de la misma tendrían que ser franceses. NOTA: Más tarde se admitieron extranjeros, aunque hay que decir que no pasaron de diez individuos.
4. Los eclesiásticos admitidos no tendrían que pasar de diez en total, a saber: 4 cardenales; 1 arzobispo; 4 obispos; y 1 capellán castrense. Estos eclesiásticos fueron acreditados con el grado de comandantes.
5. Los instructores o comandantes de los aspirantes a caballeros tendrían que ser caballeros veteranos, es decir, caballeros que llevasen en la orden no menos de treinta y cinco años, aunque para los príncipes, este tiempo se rebajaba a veinticinco años.
6. La orden también tenía un número de oficiales, que eran los siguientes: el canciller, el maestro de ceremonias, el tesorero, y el veedor, que eran también comandantes.
7. Las obligaciones de los caballeros eran de entera fidelidad y de fe inquebrantable hacia su Rey, hacer obras de caridad en la más absoluta discreción y de ayudar a sus compañeros.
Las dos insignias que la orden conservó, fueron las siguientes:
Un collar coronado, con los signos heráldicos reales dorados, de los cuales colgaba un paño azul cruzado maltés, en el que había bordada una paloma que descendía del cielo. Flores de lis se distinguían también entre los brazos de las cruces, y perlas muy bien colocadas en sus extremidades. La cinta era de color azul, ya que con ello se quería significar que el galardón era de primera clase. El lema era: «Duce et auspicio».
Sobre esta insignia dice el artículo 8 de sus estatutos que sobre las ropas ordinarias que usualmente vestía el caballero tenía que llevar la cruz del oro colgada al cuello mediante un cordón azul, y que, con el traje de gala se llevaría el collar completo.
La otra insignia era una cruz cuya descripción define el artículo 85 de sus estatutos como «De oro, esmaltada de blanco en los bordes, y en el medio sin el esmalte. Llevando en los ángulos una flor del lis de oro, y en el medio una paloma. Dicha paloma se veía en los dos lados para los eclesiásticos, y solamente en un lado para los caballeros, el otro lado estaba ocupado por la imagen de san Miguel».
Sin dejar sus miembros de reunirse dos veces a la semana ante una mesa servida de los mejores manjares, esta orden, por sus buenas obras y defensa de los derechos humanos, se prolongó en el tiempo hasta el año del Señor de 1830 sin que contra ella se vertiese ni una sola crítica desfavorable, a finales de este año fue disuelta por el rey Luis Felipe de Orléans.
Lamentablemente, este Rey, necesitado como estaba de dinero para llevar a cabo su política interior, decomisó todas las pertenencias de estos caballeros y las subastó. Quedándose el monarca con diez valiosos objetos de plata sobre los cuales habían sido grabadas por el metalúrgico francés François Dujardin escenas que representaban ceremonias de la orden. Escenas estas que habían sido dibujadas por el gran artista francés Toussaint Dubreuil... Y que, sin encomendarse a Dios ni al diablo, el Rey ordenó que fueron fundidas para convertirlas en plata. En una de estás bandejas se podía ver también, grabadas y dibujadas por los mismos artistas, la corona real y, debajo, en esmalte, los brazos de Henri III, rey de Francia y Polonia. La bandeja estaba circundada de flores de lis doradas, y en su centro se podía ver las cruces de la orden y el Rey coronado. Fue, sin duda, un error histórico que este monarca ordenara fundir estas reliquias, ya que en ellas y por ellas se podría estudiar y admirar hoy la calidad de impresión y el vigor de los dibujos del siglo XVI en Francia.
Debido a los grandes banquetes que los caballeros llevaban a cabo, mientras que la orden existió, su nombre «Cordon Bleu» dio lugar, a partir de su extinción, a que se comenzaran a inaugurar escuelas de cocineros en todo en mundo, dado nombre a calidades de vinos y restaurantes, se cocinaran comidas deliciosas que fueron bautizas con ese calificativo y se haya ideando la condecoración más deseada e importante que existe en el universo para premiar con ella a los mejores cocineros del mundo.
La 
primera escuela de cocineros, y por ello la más acredita y famosa del mundo 
entero, fue inaugurada el día 1 de febrero del año 1895 en París. Esta escuela 
se encontraba en la céntrica rue Léon Delhomme, no lejos de la Torre Eiffel, 
donde todavía hoy la pueden encontrar ustedes. A su inauguración asistieron 
personas muy importantes. El ministro francés de finanzas descubrió una placa de 
bronce para conmemorar la inauguración del edificio. Su nombre era, y sigue 
siendo: «Le 
Cordon Bleu».
Al poco tiempo se hizo esta escuela tan famosa en el mundo entero, que otros países quisieron asociarse a ella para abrir en sus territorios sucursales. De esta forma, esta universidad, líder hoy en educación culinaria, cuenta en el mundo con más de 18 mil estudiantes repartidos en 25 institutos que se encuentran en más de quince países diferentes, entre los cuales podemos citar, Reino Unido, Méjico, Canadá, Estados Unidos, Australia, Korea, Perú, Japón, Rusia...
A veces llegamos a conocer muy a fondo la historia de una orden concreta, pero, sin embargo, no logramos percibir aspectos interesantes y curiosos de ella. Todas las órdenes, todas sin excepción, no sucumbieron en el mismo instante en que fueron extinguidas o disueltas, todas, absolutamente todas, han superado su tiempo y han perdurado hasta nuestros días. Y eso, mis queridos amigos lectores, ha ocurrido de esta forma porque la única recompensa que permanece en los hombres que hicieron el bien calladamente es que, mucho tiempo después de que hayan desaparecido, nadie tiene la completa seguridad de que hayan muerto.