ORDEN DE LOS RACIONALISTAS

 

Una iglesia racionalista precisamente ha de venir a parar en una sanción solemne del ateísmo; una monarquía racionalista no puede ser otra cosa que el derecho de insubordinación, sentado en un trono, cubierto con un manto, ceñida una corona y empuñando un cetro; un pueblo racionalista ha de ser un pueblo en el que el crimen y la modestia serian igualmente santos y venerables; un hombre racionalista, es un polvo que se alzará hasta los cielos, verá a Dios y dirá: No existe, y le negará ante sus obras, y se blasfemará, y hollará sus imágenes, y... ¡Oh horror! En medio de tantos sacrilegios, su errónea conciencia le dirá: Haces bien. VILARRASA. Dos ideas existen, que, por la misericordia divina, jamás adquirirán en España carta de naturaleza, porque con dos ideas que repugnan a los hábitos, a los sentimientos de nuestro país, y que hacen daño a su conciencia: una es la idea anticatólica; otra es la idea antimonárquica: una es la idea que niega la autoridad en religión, otra la idea que niega la autoridad en política, o lo que es lo mismo, el racionalismo filosófico, que es la antinomia de la fe, y el individualismo erigido en criterio público, que es la antítesis de la autoridad monárquica. Se ha preguntado si existen leyes morales en el mundo; si hay una verdad o un error en la base de estas leyes. ¿Es una realidad lo que se llama bien y lo que se llama mal? ¿Hay algo que sea lícito o ilícito? Esto es lo que ha venido a cuestionar la revolución cubierta con filosóficos atavíos. ¿Tienen que responderá esto los ministros de negocios extranjeros? Lejos para tomar parte en esas controversias, las cuestiones europeas, que hoy en su mayor parte esconden sus raíces en las teorías revolucionarias, se escapan naturalmente de sus manos. ningún principio queda en pie para reducirá su nada las negaciones racionalistas sino los que se apoyan en los dogmas católicos. Estos solos, inmutables como Dios, su autor y revelador, ofrecen un foco inextinguible de luz, para guiar los espíritus hasta la consumación de los siglos por el camino de la verdad, que es su eterno destino, como también, resistiendo a las corrupciones humanas, porque son incorruptibles, conservan los medios para justificar esa vasta infección de los corazones tristemente rebeldes al deber, para someterse inconsideradamente a los envilecimientos del delito. Los errores con que la revolución ha inundado la Europa no tienen número; por eso tan marcadamente va viéndose la importancia de los legisladores humanos para impedir esa progresión ascendente del crimen, revelada en todas las estadísticas. ¿Y cuántos crímenes se consuman sin que los códigos los castiguen, merced al refinamiento de desmoralización que alcanzamos? Tampoco, por otra parte, se hace esto extraño, cuando en ciertas cámaras y parlamentos se han autorizado flagrantes atropellos, y se han dictado disposiciones absurdas, engalanadas con los más minuciosos detalles de legalidad, y hasta consideradas como justicia escrita. Esto está en la conciencia pública. Un célebre revolucionario, Víctor Hugo, ha dicho: Actualmente nuestras cámaras decrépitas procrean un sinnúmero de leyes raquíticas, a las que, apenas nacidas, les tiembla ya la cabeza de puro viejas, y se les han caído los dientes para devorar los abusos.» Esto quiere decir que la razón nacional de los legisladores, agotada su energía por las corrosivas decepciones de que han sido víctimas, encuéntrase en una vejez precoz; esto quiere decir que las falsas ideas han invadido las razones más privilegiadas y poderosas, que, fiadas en sus propias fuerzas, desdeñaron consultar la revelación; esto quiero decir, en fin, que el caos señorea la política desde el momento que esta se pone en pugna con los dogmas y moral católicos. La política esta, pues, fuera de combate para luchar con las teorías de la revolución, que atacan todas sus vanidades y niegan su competencia para juzgar las cuestiones que ellos proponen y las tesis que desarrollan. Gras y Granollers en 1859, hablando de la guerra de Austria con el Piamonte RECABITAS. Especie de secta entre los judíos, llamados así de Recab su fundador. Les estaba prohibido beber vino, edificar casa, sembrar ninguna especie de grano, plantar viñas, ni poseer propiedad alguna, viviendo toda su vida bajo tiendas. Esta regla fue observada por más de 300 años. Unos quieren suponer que los recabitas eran levitas empleados en el servicio del templo en clase de ministros del Señor; otros suponen, que si bien empleados en el templo, era en ocupaciones o faenas mecánicas, como los gabaonitas y natineos.