ORDEN DE SANTA CLARA
La Orden de Santa Clara o de las Hermanas Pobres de Santa Clara, cuyas
monjas son conocidas como Clarisas, fue fundada por San Francisco de Asís y
Santa Clara en 1212 en la iglesia de San Damián, cerca de Asís (Italia).
Como el IV Concilio de Letrán de 1215 prohibía la aprobación de nuevas
Reglas, las Hermanas Pobres tuvieron que profesar la Regla de San Benito que
incluía el título de abadesa y la posibilidad de poseer propiedades. Para
evitar lo último, en 1216 Santa Clara obtuvo del Papa Inocencio III el
“privilegio de la pobreza” para su monasterio de San Damián, por el que
nadie las podía obligar a tener rentas y propiedades.
Este estilo de vida que se llevaba en San Damián se implantó en otros
monasterios italianos. Por ello el Cardenal Hugolino, su protector, redactó en
1218 unos Estatutos para todos los monasterios de “Damianitas”.
En 1247 dichos Estatutos y la Regla benedictina fueron sustituidos por una
nueva Regla impuesta por Inocencio IV que pronto cayó en desuso.
Santa Clara no estaba conforme con nada de lo hecho anteriormente, pues no
recogían estas Reglas y Estatutos el genuino espíritu de pobreza y minoridad
al que se sentían llamadas. Santa Clara redactó su propia Regla, la primera
compuesta por una mujer, y dos días antes de su muerte, el 11 de agosto de
1253, Inocencio IV la aprobaba.
Esta Regla de Santa Clara fue implantada en el Monasterio de San Damián,
teniendo poca repercusión en el resto.
Intentando uniformizar la Orden, en 1263 el Papa Urbano IV aprobó una nueva
Regla que tenía en cuenta algunos puntos de la Regla de Santa Clara. También
les impuso el nombre oficial de Orden de Santa Clara. Esta Regla de Urbano IV
abolía el privilegio de la pobreza en sentido estricto y establecía el sistema
de rentas y la propiedad en común como el medio normal para la subsistencia de
los monasterios.
Este hecho provocó la primera división en la Orden entre Damianitas que
profesaban la Regla de Santa Clara (Primera Regla) y Urbanistas, la mayoría de
los monasterios, que profesaban la Regla de Urbano IV (Segunda Regla).
Con el transcurrir del tiempo, casi todos los monasterios aceptaron la
propiedad en común de bienes, incluido el Protomonasterio de Santa Clara que
sustituyó al de San Damián después de la muerte de la Santa. Por
consiguiente, y salvo algunas excepciones, los monasterios de Clarisas seguían
la Regla de Urbano IV.
A partir del s. XIV, la relajación se apoderó de muchos conventos de
Franciscanos y monasterios de Clarisas.
Entre los frailes surgieron reformas (Observantes, Alcantarinos,
Capuchinos…), que paralelamente afectaban a las Clarisas.
La principal reformadora de las Clarisas fue Santa Coleta de Corbie (+1447),
que en 1406 puso en todo su vigor la Regla de Santa Clara y redactó unas
Constituciones específicas para los monasterios que se adherían a su reforma.
Estas Constituciones Coletinas fueron aprobadas en 1454 por Pío II, y sus
monjas son denominadas Clarisas Coletinas o Descalzas. En 1462 esta reforma
llega a España y desde entonces se expande por numerosos monasterios.
Otras reformas menores fueron las de las Clarisas Recoletas, Clarisas de la
Estricta Observancia y Clarisas Descalzas Alcantarinas.
Otra reforma que adquirió relevancia fue la de las Clarisas Capuchinas
llevada a cabo por la española Madre María Lorenza Llonc en 1535 en Nápoles.
Ésta impuso en su monasterio la Regla de Santa Clara con todo su rigor, añadiéndole
unos estatutos inspirados en las Constituciones de los Hermanos Menores
Capuchinos. En 1587 las Clarisas Capuchinas fundan en Granada su primer
monasterio.
DIFERENTES
MONASTERIOS
la Orden de Santa Clara (Segunda Orden Franciscana) está formada por los
diferentes monasterios de monjas enclaustradas que profesan la Regla de Santa
Clara aprobada por Inocencio IV en 1253:
– Con Regla de Santa Clara y Constituciones comunes: Clarisas.
– De acuerdo a las dispensas otorgadas por Urbano IV en 1263: Clarisas
Urbanistas.
– Conforme a las Constituciones redactadas por Santa Coleta: Clarisas
Coletinas o Descalzas.
– Conforme a la tradición capuchina: Clarisas Capuchinas.
Actualmente, y por impulso del Concilio Vaticano II que invitó a los
Institutos Religiosos a regresar a las fuentes, la mayoría de los monasterios
de Clarisas profesan la Regla de Santa Clara y unas Constituciones comunes que
la interpretan. Se denominan simplemente Clarisas y son la mayoría.
No obstante, siguen existiendo las ramas de Urbanistas y Coletinas, aunque
las diferencias reales entre todas ellas son mínimas. Por ejemplo, en 1953, a
tenor de una encuesta se dio el resultado de que la mayoría de los monasterios
de Clarisas españoles profesaban la Regla de Urbano IV, y hoy en día la
situación ha cambiado, ya que muchos se mudaron a la observancia de la Regla de
Santa Clara sin más.
Donde sí pueden percibirse diferencias, desde la vivencia de la pobreza, la
cuestión del hábito, la guarda de la clausura, o el cuidado de la liturgia, es
en cada monasterio en sí, sea cual sea la rama a la que pertenece. Cada
monasterio es diferente, cada comunidad concreta es diferente.
ESTADÍSTICAS
Se estima que en el mundo hay 892 monasterios (617 en Europa, 198 en América,
74 en Asia, 42 en África y 5 en Oceanía) de la Orden de Santa Clara:
– Clarisas: 566 monasterios y 8960 monjas.
– Clarisas Urbanistas: 88 monasterios y 1200 monjas.
– Clarisas Coletinas o Descalzas: 61 monasterios y 750 monjas.
– Clarisas Capuchinas: 157 monasterios y 2300 monjas.
FORMA DE VIDA
La contemplación es el corazón de la vida de la hermana clarisa; a través
de ella se unen también al corazón de todos los hombres, a quienes
encomendamos al Señor en sus penas y alegrías.
La Santa Misa es el centro de su jornada monástica, y a lo largo del día
se unen a la oración de toda la Iglesia con las alabanzas del Oficio Divino
(Oficio de Lecturas, Laudes, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas).
Con el Santo Rosario oran a la Virgen Madre y con Ella, siempre al pie de la
Cruz de su Hijo y Esposo Nuestro.
La oración mental alimenta sus almas en la unión con Dios, y con la
Adoración de su Cuerpo y Sangre testimonian su fe en su Presencia Real y le
agradecen el don de sí mismo para que vivan en Él.
La fraternidad evangélica es para San Francisco y Santa Clara uno de los
ejes entorno al que gira la vida de la clarisa. Esta fraternidad parte de una
experiencia de fe: “cuando el Señor me dio Hermanos”, dirá San Francisco
en su Testamento; “juntamente con las pocas Hermanas que el Señor me había
dado a raíz de mi conversión”, dice en su Testamento Santa Clara.
Siguiendo el ejemplo de nuestros Santos Padres Francisco y Clara, el
“privilegio de la pobreza”, el “vivir sin nada propio”, es para la
Clarisa la prueba de su fe y de la autenticidad de su compromiso con el Señor.
En la pobreza auténtica experimentan hasta qué punto son amadas y custodiadas
por un Padre espléndido y misericordioso. Es una forma de amar a Quien las amó
primero, dejándose en sus manos providentes; es una confianza radical en la
fidelidad y amor de Dios para con ellas, teniendo en cuenta que no hay verdadera
pobreza sin humildad, sin minoridad y sin asumir la humillación que puede venir
de los otros y del mundo.
La vida de penitencia virginal y esponsal es para nosotras una vida de
continua conversión evangélica, como experiencia del amor a Dios y a los
hermanos. Nuestra vida es una contemplación de las profundidades del Amor
Trinitario, a través del cual se aprende el amor a Cristo, el amor entre las
mismas Hermanas y el amor hacia todos los hombres y mujeres del mundo.
El trabajo era considerado por San Francisco y Santa Clara consideraron como
un don de Dios y lo llamaron “gracia”, por lo que las clarisas realizan
diversos trabajos dentro de los monasterios para su sostén, tales como:
elaboración de formas, bordado y costura de ornamentos litúrgicos,
encuadernación, elaboración de pastas y dulces artesanos, trabajos de
marquetería, lavado y planchado de ropa, etc. Cada monasterio se especializa en
una o varias de estas tareas u otras.
La clausura de Santa Clara y de sus hijas nace del deseo de amar sin
reservas a Aquél que se nos ha dado totalmente por amor. Se retiran al claustro
para formar una fraternidad de Hermanas en la que Dios se hace presente como
Padre, y el Señor Jesús como Esposo. En este contexto, el silencio y la
clausura papal son medios para la escucha de la voz del Amado y para el
encuentro con Él.
Escondidas a los ojos del mundo, oran por los hombres, por el apostolado de
sus Hermanos Menores y por toda la Iglesia.
Salen de la clausura por necesidades tales como la asistencia médica, la
asistencia a las reuniones federales o a cursos de formación, o para votar en
las elecciones democráticas. Consideran la clausura no como un fin sino como un
medio para guardar mejor su forma de vida.
SER CLARISA
La Iglesia establece un tiempo de discernimiento gradual, denominado etapa
de formación inicial, antes de que la mujer cristiana profese los votos
solemnes en la Orden de Santa Clara. Es un margen de tiempo suficiente para
conocer a fondo el carisma clareano y la obligación que lleva consigo la vocación
de clarisa: un tiempo de conocimiento con la Comunidad, un año de postulantado,
dos años de noviciado y tres años de juniorado.
Estos primeros años son tiempo de formación. Es asignada una Hermana
Maestra que ayuda a las formandas a madurar la elección libre de entrar en la
Orden. A este objetivo final están ligados otros elementos: la comprobación,
por parte de la formanda y de la Comunidad, de la autenticidad de la llamada; y
la maduración a una nueva disposición de ánimo, en ruptura con su precedente
condición de vida.
Tras un tiempo de conocimiento y aproximación a la Comunidad, el
postulantado comienza cuando la joven, mediante una solicitud explícita, llama
a la puerta del monasterio, aceptando las exigencias de un periodo de contacto
interno más estrecho con la Comunidad. Acaba cuando pasado el tiempo de
maduración establecido por la Orden, como ya se ha dicho de un año, la
candidata manifiesta la libre y clara decisión de iniciar su noviciado.
Para ello la Comunidad habrá verificado con los hechos de la joven su
capacidad de ruptura con relación al estilo precedente de vida, pero sin
exigirle aún que sea capaz de satisfacer todas las exigencias de la vida monástica.
El noviciado comienza con la toma del santo hábito, y la recepción de un
nuevo nombre religioso (según los monasterios). Durante el mismo, la Maestra
ayudará a la novicia a ver su realidad personal y a descubrir sus verdaderas
motivaciones y aspiraciones, orientándola, a través de un proyecto de maduración
humana y religiosa, hacia una opción libre y responsable. Los contenidos de
esta formación se estructuran en cuatro áreas: espiritual, psicológica,
humana y afectiva.
Alcanzada esta formación optará con el beneplácito de toda la Comunidad a
profesar los votos temporales. Tres años después será aceptada, Dios
mediante, a la profesión solemne o perpetua.