ORDEN DE SAN JERÓNIMO
La
Orden tiene por origen al Santo del mismo nombre: (Stridon, año 342-Beln, año
420). Peregrino en Jerusalén, vivió tres años como eremita en el desierto de
Siria, de donde pasó a Constantinopla de regreso a Roma. Al cabo de algún tiempo
viajó por Siria y Egipto para establecerse en Roma. Una rica discípula suya,
edificó allí tres Monasterios de mujeres y uno de hombres, en el que residió
aquel que más tarde fuera Santo. La constitución de la Orden se llevó a efecto
en el año 1.373 por Fr. Pedro Fernández Pecha y Fr. Fernando Yáñez, en Lupiana
(Guadalajara) estando su Curia Generalicia en el Monasterio de San Jerónimo de
Yuste (Cáceres) y contando con otro Monasterio más, el de Santa María del
Parral, en Segovia. La Regla de la Orden Jerónima es la de San Agustín y los
monjes se dedican a distintos trabajos, según su aptitudes y habilidades. No
faltan en sus monasterios los talleres de arte, de carpintería, herrería,
granja, huerta, etc...Todo monje recibe su paga, no en dinero, pues ateniéndose
al voto de pobreza no puede disponer ni de un sólo céntimo, pero sí recibe todo
lo necesario para su sustento, hábito religioso y otras necesidades. Todo les es
común y a cada uno se le asiste según lo que necesite. La vida de un monje
jerónimo es la vida de la oración, silencio y trabajo. Se trata de una vida
monástica que, en resumidas cuentas, es una síntesis de la vida cartujana,
trapense y benedictina. No es la soledad extremada del cartujo, ni la continua
vida de comunidad del trapense, sino una conjunción de ambas. De sus
Monasterios, el de Yuste fue fundado en 1.408 y ampliado en el siglo XVI,
concluyendo las obras en el año 1.554. Fue aquí donde se retiró el emperador
Carlos V después de su abdicación, hasta su muerte ocurrida en 1.558.
El otro Monasterio, al que vamos a referirnos con más amplitud, es el de Santa
María del Parral. Su fundación siempre ha sido muy discutida. Unos la atribuyen
al Marqués de Villena, por haber salido con bien de un lance muy curioso. De
acuerdo a esta versión, cuya veracidad no podemos confirmar, cierta tarde,
estando en Segovia, salió el Marqués al despoblado, llegando hasta las
proximidades de una pequeña ermita, donde iba a cumplir un desafío con otro
noble. Pero allí se encontró con la desagradable sorpresa de que su adversario,
mostrando ser muy poco escrupuloso, le aguardaba acompañado de dos espadachines.
El Marqués se juzgó perdido, pero de pronto le asaltó una idea y gritó: "¡Felón,
mal caballero, de nada te valdrá tu villana acción porque si uno de tus
compañeros me cumple su palabra y se pasa a mi lado, quedaremos iguales!". Y la
estratagema surtió efecto porque cundió la desconfianza entre sus adversarios,
lo que aprovechó Villena para atacarlos, herir a uno y huir indemne. Ya a salvo,
meditó de como se le había ocurrido el remedio y llegó a la conclusión de que el
milagro se lo había sugerido la Virgen María por lo que decidió convertir la
humilde ermita en suntuoso Monasterio. Pero otros, y acaso con más rigurosidad
histórica, recogen como fundador al príncipe don Enrique, hijo del rey Juan II y
se da el caso de que es esta versión la que sostiene el famoso cronista de la
Orden de los Jerónimos, Fray José de Sigüenza, atribuyéndole los siguientes
motivos: Al príncipe don Enrique le gustaba mucho vivir en Segovia ya que en
esta comarca satisfacía sus aficiones a la caza. Siendo muy piadoso, cavilaba
por la construcción de un Monasterio que le sirviera de refugio y donde podría
oir el oficio divino. Por aquella fecha eran muy numerosos los conventos en
Segovia por lo que el príncipe pensó fundar uno de Jerónimos pareciéndole que
con esto obtendría lo que deseaba. Confió su idea a don Pedro Pacheco y este no
sólo la alentó sino que se dispuso a emprender la obra que daba gusto a la
voluntad del príncipe. Donde ahora se levanta el Monasterio existía una pequeña
ermita que era conocida como Nuestra Señora del Parral, por estar cubierta por
una parra antigua.
En 1.447, don Fernando López Villaescusa, tesorero del Cabildo y Capellán Mayor
del Príncipe, presentó al Cabildo cartas de este, por las que demandaba la
cesión de dicha ermita y huertas para la fundación de un Monasterio. Después de
laboriosos trámites, se contrató con el príncipe las condiciones de cesión,
previa la entrega por este de un privilegio real de diez mil maravedíes, como
así lo efectuó. El Obispo de Segovia, don Juan Cervantes, ausente en Sevilla,
dió la licencia y poder necesarios al Deán y Cabildo, "acatando la religión de
San Jerónimo, ya en mucha veneración por la santa vida de sus religiosos". Fray
Rodrigo de Sevilla, Prior del convento de San Blas de Villaviciosa y después
primer Prior del Parral, el 7 de diciembre de 1.447 presentó al Cabildo carta de
Fray Esteban de León, Prior del Monasterio de San Bartolomé de Lupiana y General
de la Orden, recibiendo la casa y fundación, de la que tomaron posesión los
monjes jerónimos el dia 10 de diciembre de aquel mismo año. El Papa Nicolás V,
en Bula pedida por el rey don Juan, autorizó la edificación del Monasterio y le
concedió las mismas gracias e indulgencias de que gozaba el de Nuestra Señora de
Guadalupe. Pero debido al abandono en que el Marqués de Villena había dejado la
nueva fundación, los monjes de la Orden Jerónima estuvieron a punto de
abandonarla, siendo socorridos por nobles familias segovianas entre ellas, la de
la Hoz, que construyó después, a sus expensas, una de las capillas laterales de
la iglesia en la que todavía puede verse su escudo. Coronado que fue rey don
Enrique IV, en 1.455, tomó a su cargo la fundación que tanto había deseado,
dando gran impulso a la fábrica del Monasterio, poniendo en sus muros su escudo
con las granadas abiertas y el mote: "Agrio dulce es reinar". Hizo al Monasterio
muchas donaciones, concediéndole privilegios y diole ornamentos para el culto y
reliquias insignes, entre ellas la espada de Santo Tomás de Aquino que hizo
traer de Toulouse, dando una cadena de oro para hacer el relicario. Se creyó que
Enrique IV destinaba la iglesia del Parral para su sepulcro, pero habiéndosela
pedido el Marqués de Villena, se la cedió a perpetuidad para él y sus
familiares. En 1.835, el decreto de desamortización promulgado por Mendizabal
tuvo la consecuencia de que el Estado se incautó de todos los edificios y bienes
religiosos y los sacó a pública subasta. Se suspendió la vida jerónima porque la
Orden no tenía casas fuera de España. Santa María del Parral quedó desierto y
despojado de su mobiliario y tesoro artístico. El edificio, abandonado, comenzó
poco a poco a resquebrajarse amenazando ruina. Años más tarde, el rey Alfonso
XIII se interesó por su conservación y se trazaron los planes para su
restauración. Por Real Orden de 6 de febrero de 1.914, el Monasterio de Santa
María del Parral fue declarado monumento nacional.
Si alguna vez el lector visita la ciudad de Murcia, le recomiendo que no deje de
ver la maravillosa talla de San Jerónimo, del famoso imaginero Francisco Salcillo,
que se encuentra en el Museo de la catedral
HISTORIA DEL MONASTERIO JERÓNIMO DE GUADALAJARA
La vida de los monjes de Guadalupe estaba centrada en la oración y en el trabajo. El culto litúrgico ocupaba la mayor parte del día y varias horas de la noche. La actividad se desarrollaba mediante los diferentes oficios de la casa: bordaduría, escribanía de codices, cuidados de los enfermos y hospitales, atención a los peregrinos, gobierno de la puebla y explotación de la hacienda que el monasterio tenía en Guadalupe y en otros lugares cercanos que, como veremos, era de gran extensión e importancia.
Las nuevas comunidades jerónimas crecieron muy rápidamente en los primeros tiempos. La de Guadalupe estaba integrada por más de 100 religiosos en 1424, por 120 en 1435, por 150 hacia 1467 y por unos 140 en 1495. Este espectacular despegue de la población monástica se debió a las elevadas necesidades de mano de obra generadas por las grandes construcciones - los mismos monjes colaboraron en el acarreo de materiales y llevaron a cabo labores de albañilería - y, sobre todo, por la puesta en funcionamiento de numerosos talleres artesanales y servicios en los años finales del siglo XIV y en las primeras décadas del XV. Hasta la Guerra de la Independencia, el número de monjes osciló entre 110 y 150.
Ese rápido crecimiento de la población monástica propició una mayor diversificación del origen social de los jerónimos. Por un lado, el peso relativo de los miembros procedentes de familias nobiliarias tendió a reducirse; por otro, el número de monjes descendientes de cristianos nuevos aumentó, hasta el punto de que los conversos llegaron a constituir el grupo dominante en la orden y en el monasterio de Guadalupe durante distintos periodos del intervalo 1450-1485. Antes del establecimiento de la Inquisición por los Reyes Católicos, la orden jerónima no puso ningún impedimento al ingreso de conversos, sobre todo a los que procedían de familias acomodadas y/o cultas. Sin embargo, la consolidación de una fuerte fracción conversa acabaría provocando tensiones en la orden y en los monasterios, sobre todo a raíz de la constitución del Santo Oficio.
El origen social y el nivel cultural de las primeras generaciones de jerónimos, junto a las amplias posibilidades de elección que brindaba el elevado número de aspirantes a ingresar en la "casa", permitieron al monasterio de Guadalupe disponer de un valioso capital humano. La procedencia geográfica tan diversa de las primeras generaciones de monjes debió ser consecuencia de la enorme capacidad de atracción del santuario de las Villuercas en esa época y de las amplias oportunidades de realización profesional que ofrecía un monasterio en el que numerosos religiosos se ocupaban en tareas administrativas, artesanales y artísticas. Hacia 1462 había dos monjes en la portería, uno en el hospital, dos en la cocina, uno en el horno, uno en la sacristanía, uno en la platería, uno en la cerería, uno en la almachaquería, uno en la ropería, dos en la bodega, uno en la barbería, uno en la pergaminería, uno en la encuadernación, uno en la pintura, siete en la enfermería, uno en la herrería, uno en la zapatería, uno en la tejeduría, uno en la pellejería, dos en el "arca", uno en la acemilería, uno en la carnicería, uno en la obra y uno en la "fruta”.
Fueron las primeras hornadas de jerónimos quienes estuvieron más ligadas a las actividades productivas y a los trabajos manuales. No obstante, el número de religiosos adscritos, como rectores o meros empleados, a oficios se mantuvo relativamente alto hasta finales del siglo XV. A partir de entonces se redujo de manera significativa la participación de los monjes en los talleres artesanales y servicios de la "casa", hecho que debió ser producto de diversos y complejos factores: de la prohibición de ingreso de conversos en la orden a partir de 1496, del deseo de aislar a los religiosos de los laicos tras las escandalosas noticias que sobre el monasterio se propagaron al hilo de la intervención del Santo Oficio en la Puebla en 1484-85, de la propia consolidación económica del monasterio y de las transformaciones del sistema de valores del clero. Los legos, cuya dedicación a las actividades productivas era especialmente intensa, conservaron la mayoría en el seno de la comunidad jerónima guadalupense hasta mediados del siglo XV, cuando menos. Su número cayó abruptamente a raíz de que se vetase la entrada de conversos en la orden.
La aplicación del Estatuto de limpieza de sangre, primero, y la pérdida de capacidad atractiva del santuario, más tarde, provocaron un progresivo cambio en el origen geográfico y social de los monjes de Guadalupe. La comunidad jerónima tendió a "regionalizarse" a partir de finales del siglo XV: el hueco dejado por los conversos y por personas procedentes de lejanos lugares fue en buena medida ocupado por descendientes de la pequeña nobleza y de acaudalados de distintos pueblos extremeños y de las regiones más próximas al santuario. Ello debió entrañar un cierto deterioro de la capacidad de gestión y del nivel cultural medio de los monjes. En cualquier caso, el capital humano de intramuros había sido uno de los principales factores del asombroso desarrollo económico del monasterio durante los años finales del siglo XIV y el XV. En este caso, el empuje que suele caracterizar al periodo posfundacional de las casas de monacales resultó reforzado por la buena aptitud de un porcentaje significativo de los religiosos para la gestión económica, la diplomacia, las artesanías y las artes.
Tras hacerse cargo del santuario en 1389, la tarea prioritaria de los jerónimos no podía ser otra que la edificación del monasterio. Los monjes precisaban disponer con urgencia de celdas, espacios habitables -entre los que no podía faltar, como es lógico, un claustro- y un coro lo suficientemente amplio donde pudiesen acomodarse los religiosos durante las muchas horas que duraba cada día el rezo del oficio divino. También la comunidad religiosa decidió habilitar lugares dentro del recinto monástico para talleres artesanales y dependencias administrativas. Las construcciones se llevaron a cabo con tal celeridad, que hacia 1402 ya había sido reformado el templo alfonsino y levantado "lo principal de él" - del monasterio -. Aunque los propios monjes acarrearon materiales e hicieron en ocasiones de albañiles, no cabe la menor duda de que el monasterio hubo de destinar gran cantidad de recursos a estas obras iniciales.
Tras este primer y fuerte impulso constructor, las obras se sucederían de modo prácticamente ininterrumpido durante todo el siglo XV y las primeras décadas del XVI. Antes de 1412, año en el que falleció Fr. Fernán Yañez, fueron ampliados los hospitales y levantados los templetes del claustro y de la Cruz del Humilladero, la capilla de Santa Cruz de Valdefuentes, las carnicerías, la acemilería y otros talleres y oficinas. El monasterio, después de 1412, construyó un estanque y varios molinos en el río Guadalupejo, amplió los hospitales, arregló las cañerías, mejoró el sistema de conducciones de agua y levantó un pósito, la sala capitular, la librería, la mayordomía, el aposento del arca, la hospedería real, la nueva botica y el claustro gótico. Por consiguiente, el gasto en construcciones se mantuvo en un nivel muy elevado hasta 1525.
En abril de 1394, el pontífice, mediante bula, autorizó al prior a escuchar las confesiones de los escolares. Quiere ello decir que los jerónimos pusieron en funcionamiento un colegio nada más instalarse en la Puebla. Hacia 1462 un maestro y un repetidor atendían a 25 estudiantes, quienes podían permanecer un máximo de 3 años en el colegio. Los escolares ayudaban en determinados cometidos en la portería y en algunos servicios religiosos. El monasterio amplió posteriormente su oferta de servicios educativos: comenzaron a cursarse estudios de "gramática" y de "ciencias mayores" y se incrementó el número de escolares; a finales de siglo XVII residían unos 40 en el colegio y 30 en la hospedería.
Los jerónimos sabían que los peregrinos eran los mejores propagandistas del santuario. Por ello había que atraerles e impresionarles, y también había que procurar influir en los mensajes que aquéllos transmitiesen tras retornar a sus ciudades, villas y aldeas. Para incentivar los desplazamientos a Guadalupe, aparte de la generosa hospitalidad y de los reputados servicios médicos, los rectores monásticos lograron que los pontífices otorgasen suculentos beneficios espirituales a quienes peregrinasen al santuario; además, las frecuentes visitas regias contribuyeron a extender aún más la fama y el prestigio de aquél. Los jerónimos no sólo se planteaban la movilización del mayor número posible de romeros, sino que procuraban que éstos quedasen fascinados de su aventura guadalupense y deseosos de divulgar "a los cuatro vientos" el poder y la grandeza de la Virgen de las Villuercas. Para alcanzar este último propósito los monjes inventaron o dieron forma definitiva a la leyenda del origen de la imagen, comenzaron a recopilar en códices los "milagros de Nuestra Señora" y procedieron a la lectura pública de aquéllos.
La atribución de milagros a la Virgen de Guadalupe es, lógicamente, anterior a la llegada de los jerónimos al santuario. Estos estaban interesados en propagar los "poderes de Nuestra Señora", pero pronto se percataron de la conveniencia de controlar al máximo todo aquello relacionado con los "milagros" de la Virgen de Guadalupe: por un lado, este era un asunto capital en el que debía quedar patente su indispensable función mediadora entre los devotos y María; por otro, resultaba muy peligroso para el prestigio del santuario que fuesen los propios fieles y peregrinos quienes otorgasen a algunos sucesos el calificativo de milagrosos. Además, los monjes no tardaron en darse cuenta de la utilidad de preservar y potenciar las "especialidades milagrosas" del santuario: la liberación de cautivos y los salvamentos en el mar. Aquélla constituía un tema hacia el que las sociedades peninsulares de los siglos XV y XVI estaban especialmente sensibilizadas. Por tanto, todo lo que se hiciese para redimir prisioneros en territorio de "infieles" tendría una honda repercusión y sería muy apreciado por amplios sectores de la población. Además, la publicidad que hacían del santuario los peregrinos ex-cautivos, quienes solían llevar sus "hierros" al templo guadalupense, era extraordinariamente eficaz. Por su parte, los hombres de la mar, debido a sus contactos con personas de muy diversa procedencia geográfica, también contribuyeron de manera importante a extender el culto a la Virgen de Guadalupe. En suma, el tipo de "especialidades milagrosas" del santuario, a cuya cristalización no fueron ajenos los jerónimos, facilitó la difusión del culto a la Virgen de Guadalupe.
La confección de los códices de los "milagros" se efectuaba, grosso modo, de la siguiente manera. El peregrino narraba su "historia" en público. Posteriormente, un religioso se encargaba de examinar el relato y las pruebas aportadas y, en su caso, de redactar el "suceso sobrenatural". En los códices aparecen 857 "milagros" fechados entre 1510 y 1599, la mayor parte de los cuales datan de los primeros cincuenta años de ese periodo.
La preocupación por la "autenticidad de los milagros" aumentó en el siglo XVI. En una reunión capitular de 1535 se acordó que los códices fuesen enmendados y corregidos y que se eliminase "lo superfluo". En 1614, los visitadores de la orden mandaron que se eligiesen tres religiosos doctos y píos para examinar los "milagros", tal y como había sido establecido en el concilio de Trento.
En 1423 Fr. Lope de Olmedo, General, pretende introducir una -mal llamada- reforma, porque no concibe que los jerónimos sigan la regla de San Agustín, habiendo escrito tanto S. Jerónimo sobre vida monástica. Compone una regla sacada de sus obras (cfr. PL XXX,319-386) y lleva el asunto a Roma. Martín V, su antiguo compañero de estudios, le autoriza la fundación de la Congregación de la Observancia de S. Jerónimo, que se extiende bastante en Italia, pero no así en España, donde sólo funda siete monasterios, de los cuales sólo dos tuvieron vida floreciente. Estos monasterios fueron declinando de su primitivo rigor y ya en 1449, y entre 1492-95 por segunda vez, manifestaron deseos de unirse a la OSH, aunque la unión no tuvo efecto hasta 1567. Éstos fueron: S. Isidoro del Campo, Tendilla, N. S. de los Remedios de Barrameda, S. Miguel de los Ángeles, S. Quiteria, N. S. de Gracia de Carmona, N. S. del Valle de Écija.