ORDEN DE LOS FLAGELANTES

 

Se llamaron así unos penitentes que por los años 1260 residían en Italia y en otras partes de Europa, los cuales se azotaban públicamente. Iban estos fanáticos desnudos de la cintura para arriba, con la cabeza y la cara tapadas para no ser reconocidos; llevando en una mano la cruz y en la otra un azote de correas, se daban en las espaldas fuertemente hasta quedar cubiertos de sangre, implorando al mismo tiempo la misericordia de Dios y cantando la pasión y muerte del Redentor.

Se cree que un ermitaño llamado Renato viendo con sentimiento los males que afligían a la Iglesia, destrozada por las facciones de los güelfos y gibelinos, imaginó para apaciguar la cólera divina esta especie de penitencia.

Estos llamados también devotos, solían darse dos disciplinas cada día por espacio de treinta y tres segundos en honor de los años de Cristo; pero con esta penitencia, se mezcló la superstición y aun la herejía. Sostenían los flagelantes que nadie podía ser absuelto de sus pecados sin practicar aquella penitencia, y que con ella bastaba la confesión y absolución de unos a otros, aunque fuesen legos, pasándose seguidamente a otros errores no menos extravagantes de resultas de los cuales tuvieron que prohibirse estas penitencias públicas con censuras y otras penas.

Se renovaron estas supersticiones en el año 1348, a fin de apaciguar la ira celestial que había enviado una peste a Alemania, pero la Universidad de Paris llegó a una conclusión contra los flagelantes, y el Papa Clemente VI expidió una bula contra los mismos, amonestando a los obispos para que procurasen atajar aquellos excesos.