ORDEN DE SAN JUAN DE JERUSALÉN
CRÓNICA ANTIGUA.
La 
Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, cuyo primitivo nombre 
fue: Caballeros hospitalarios de San Juan de Jerusalén, luego 
Caballeros de Rodas y más tarde, Caballeros de Malta, no fue en su 
principio otra cosa que una cofradía de personas caritativas y piadosas que, 
compadeciéndose de los trabajos que sufrían los pobres peregrinos que visitaban 
los Santos Lugares y sobre todo los cruzados a quienes diezmaban las 
enfermedades, se reunieron a instancia de Gerardo Tunc, natural de la Provenza, 
llamado por sobrenombre en Oriente: el padre de los pobres, y fundaron, en el 
año del Señor de 1099, un hospital en Jerusalén para albergar y cuidar a los 
enfermos y heridos.
Este noble ejemplo de una eficaz y ardiente caridad, fue muy pronto imitado, ya que muchos caballeros cruzados debían su vida a los hospitalarios, y pronto comenzaron a hacerles importantes donaciones de dinero y bienes, y muchos nobles solicitaron el favor de ser admitidos en la orden para compartir con ellos sus piadosos y útiles servicios.
El número de caballeros hospitalarios aumentó rápidamente, y el hermano Gerardo, que los gobernaba con el título de «guardián», les dio una regla, un hábito religioso y les impuso los votos de pobreza, castidad y obediencia.
El Papa Pascual aprobó la institución en el año del señor de 1113, y dispuso que después de la muerte de Gerardo tuviesen los religiosos caballeros el derecho de elegir un sucesor.
La muerte de este fundador ocurrió en el año de 1121 y Raimundo de Puy, comprendió que aquellos viejos soldados de las primeras cruzadas, aquellos corazones henchidos de sangre de las más ilustres familias, no debían limitarse tan sólo a ejercer una protección caritativa y pacífica con los pobres peregrinos y con los cruzados, y propuso, e hizo adoptar por aclamación popular a los hospitalarios la idea de añadir a sus votos, el de tomar las armas en defensa de la religión.
Entonces fue cuando se formó esta milicia, a la vez religiosa y militar, bajo el nombre de Caballeros hospitalarios de San Juan de Jerusalén. Tomando, desde entonces, parte en la mayoría de las guerras que los cristianos sostuvieron en Oriente, y cuyos hechos heroicos han hecho historia.
Los desastres de los cristianos en Levante obligaron a los caballeros a dejar Jerusalén. Se retiraron a Margat, después a Acre, que defendieron con heroicamente, y ya, últimamente, se establecieron en Chipre, en la ciudad de Limiso, donde permanecieron hasta el año del señor de 1310. En este mismo año, y bajo la dirección del Gran Maestre Folch de Villaret, caballero francés, tomaron a los turcos la isla de Rodas, y trasladaron a ella el asiento de la orden, tomando el nombre de Caballeros de Rodas.
Siguieron guerreando contra los turcos, cuyo poder abatieron en más de una ocasión. Siendo la batalla más la acontecida en el año de 1480 contra Mohamed II, quien para aniquilar a los caballeros, reunió a todas las fuerzas de su Imperio. A pesar de ello, y con sólo seiscientos caballeros de la orden y cuatro mil soldados, después de haber mantenido el lugar por espacio de seis meses contra un ejército de ciento cincuenta mil hombres, capitularon únicamente por verse privados de todo socorro exterior y faltos de víveres y armas. Pero no rindieron una gran ciudad, entregaron una fortaleza reducida a escombros, contra la cual, según afirmaron los propios vencedores, les había costado sesenta y cuatro mil hombres muertos, y cincuenta mil que sucumbieron por las enfermedades.
La orden se retiró entonces a la isla de Candia.
Un día el Emperador Carlos V supo en el año de 1522 de estos valientes caballeros, de su valor y de su esfuerzo y servicio. Y persuadido de que su existencia le era necesaria como potencia marítima en el Mediterráneo para frenar los robos de los piratas que desolaban todo el litoral, les cedió, en el año 1530, la isla de Malta en propiedad y soberanía.
Los de la orden tomaron entonces el nombre de Caballeros de Malta, que no dejaron hasta después de tres siglos de la más constante prosperidad. Fueron siempre vencedores en sus batallas y lograron de este modo disminuir el poder de los turcos y desterrando completamente la piratería del Mediterráneo.
Pero estos caballeros, apenas comenzaban a gozar con algún sosiego el fruto de sus gloriosos trabajos y penalidades, cuando ocurría algo. La revolución francesa y la muerte de Manuel Rohán Poleduc, quincuagésimo noveno Gran Maestre, ocurrida el 13 de julio de 1797, fue la señal de las nuevas calamidades que les habrían de sobrevenir. Según el tratado de Leoben, quedaron desposeídos de todo los que les pertenecía en Francia. Amenazada su existencia, y no viendo probables otros socorros que los que podía darles el emperador de Alemania, hizo la orden una elección política, creyendo agradar al emperador, y nombró Gran Maestre de la misma a Fernando de Homspech, caballero alemán, hombre sin talento ni energía, entre cuyas débiles manos iba a morir la soberanía de la orden. Ya que al primer ataque que sufrió la isla de Malta, el Gran Maestre, acogiéndose a unas promesas que el enemigo le hizo si capitulaba, se rindió.
Homspecha se embarcó para Trieste en junio de 1798, sin disfrutar jamás de las ventajas personales que se le habían prometido en su vergonzosa capitulación, y abdicó la dignidad de Gran Maestre el 6 de julio de 1799.
Deshonrado y despreciado por todos los soberanos de Europa, y por el Papa Pío VI, que expidió contra él una nota fulminante, se retiró a Montpellier y murió allí el 12 de mayo de 1805, maldecido y olvidado y en la más estricta pobreza.
Pablo I, emperador de Rusia, que se había declarado abiertamente protector de la orden desde el gobierno del su predecesor Homspech, fue reconocido como Gran Maestre a pesar de seguir el rito griego y a despecho del Papa Pío VI. El conde de Litta fue el encargado de llevar a San Petersburgo las insignias de la soberana orden.
El emperador se apresuró a notificar a todos los soberanos de Europa su nombramiento de Gran Maestre, haciendo preceder la notificación de los manifiestos, fecha 13 de noviembre, uno; y de 21 de diciembre de 1798, otro. En los que manifestaba que quería mantener los antiguos estatutos y la integridad de los derechos de la orden, y hacia un llamamiento a todos los caballeros y a los priores, prometiéndoles todos sus cuidados para el acrecentamiento de la orden, y su restablecimiento a un estado respetable... e, invitaba, además a todos los caballeros de Europa que quisieran ser admitidos.
Un priorato del rito griego fue creado para la nobleza rusa y el gran priorato ruso católico fue dado a S.A.R. el príncipe Condé.
El documento de la orden impreso en San Petersburgo en el año de 1800, publicó el establecimiento del sagrado consejo y la creación de los dos grandes prioratos rusos, griego y católico, para los cuales se fundaron varias encomiendas .
El uniforme de estos caballeros consistía en una casaca encarnada: forros, solapa, cuello y vueltas blancas para los profesos; forro, solapa, cuello y vueltas para negras para los de devoción. Las barras de la casaca, blancas para unos y otros. Las charreteras de grandes canutillos de oro, el puño de la espada, botones, espuelas y presillas del sobrero de oro. La pluma para los caballeros de devoción era negra; y para los profesos blanca. El pantalón de casimir blanco con galón de oro.
La cruz era de esmalte blanco, con ocho puntas, orlada de oro, y compuesta de cuatro flores de lis, surmontada de una corona de oro, y sobre esta un trofeo militar del propio metal, pendiente todo de una cinta de moaré negra.
Los simples caballeros debían llevar rigurosamente la cruz en el costado izquierdo, con otra tela de casimir cosida a ese lado. Pero, luego, por tolerarlo el Gran Maestre llevaron la cruz sobre el pecho, y otra de esmalte blanco sobre el lado izquierdo.
CRÓNICA MODERNA.
La Orden de los Hermanos Hospitalarios o de San Juan de Jerusalén fue fundada con fines benéficos y puramente piadosos, para convertirse después en cuerpo armado, que adquirió gran fama por las hazañas bélicas en las que participó.
En el 637, los árabes se extendieron por Palestina, llevando por capitán al califa Omar. No fueron ni tan intolerantes ni tan crueles como la leyenda los pinta, permitiendo, el califa Omar, a los peregrinos, la entrada en Jerusalén hasta el punto que, por la relación de un monje llamado Bernardo, del año 870, existía un hospital para los latinos (este nombre se daba para distinguirlos de los griegos). En 1.048, se añadió una capilla, Santa María de la Latina, a cargo de la Orden de San Benito. El administrador, fue Gerardo de Tom, francés, nacido en Provenza. Con las Cruzadas y un poderoso Ejército, a las órdenes de Godofredo de Bouillón y Raimundo de Tolosa, conquistó Jerusalén. En la ciudad donde Jesús predicó el amor, aquellos que se decían sus seguidores cometieron una horrible matanza. A la vista del Santo Sepulcro, trocado el furor en piedad y horror, depusieron las armas y, postergados, vertieron lágrimas de arrepentimiento.
Muchos de los cruzados renunciaron a volver a Europa y partieron su pan con enfermos y peregrinos. Creyó Gerardo llegado el momento de constituir la comunidad, sometiéndola a regla. Se adoptó la regla de San Agustín, el negro hábito y una cruz de paño blanco con ocho puntas, las ocho bienaventuranzas.
El Papa Pascual II, les otorgó grandes mercedes en una Bula del 1.113. Fallecido Gerardo le sucedió Raimundo Dupuy, quien comprendió que, en aquellas tierras, la cruz y la espada debían marchar juntas y propuso que la Orden, sin dejar el hábito religioso, no desdeñara empuñar las armas en defensa de la cristiandad y que fueran, benéficos con los amigos e inexorables con los enemigos.
A partir de entonces la orden de San Juan de Jerusalén quedó convertida en una fuerza militar que intervino continuamente contra los mahometanos. No sólo eso, sino que, por la codicia de algunos de sus Maestres, emprendía expediciones de conquista, para apoderarse de tierras y riquezas. Pero la dominación cristiana en Jerusalén fue efímera: el sultán Saladino, conquistó la ciudad. Ahora bien, Saladino era un hombre culto, generoso y magnánimo. Permitió salir, a cuantos quisieran hacerlo, llevándose sus bienes y reservó a los cristianos el Santo Sepulcro, la libertad de culto y la propiedad del hospital a los Caballeros de San Juan por el tiempo preciso para la curación de los heridos, que se calculó en un año.
Conservó la Orden de San Juan de Jerusalén algunas fortalezas en Palestina y junto con los Templarios, continuaron guerreando, dado que las sucesivas Cruzadas fueron un absoluto fracaso.
En 1.291, el sultán Melec emprendió una gran ofensiva para arrojar definitivamente a los cristianos. El ejército formado por las órdenes de San Juan de Jerusalén y el Temple, combatió fieramente, pero al fin, no quedó más remedio que embarcar hacia Chipre. Quedaba Palestina perdida para la Cristiandad.
Reorganizada la Orden, tornó a intentar la reconquista de Palestina e incluso llegaron a tomar Damasco, pero tuvieron que reembarcarse. La Orden deseaba una sede y emprendió la conquista de la isla de Rodas. lo que consiguió en 1.310. Pronto, los componentes de la Orden comenzaron a llamarse Caballeros de Rodas y como la Orden del Temple fue disuelta y su gran Maestre y principales caballeros ejecutados bajo acusación de herejía, buena parte de sus riquezas fueron a parar a la de San Juan que se convirtió en la más rica y opulenta.
En los años siguientes los Caballeros de Rodas intervinieron en muchas guerras en Europa u Oriente, pues ya no sólo constituían un Ejército, sino que tenían escuadra, tomando parte en muchos combates navales.
Los turcos decidieron ocupar la isla, y en 1.522, se presentó una formidable flota con ciento cuarenta mil hombres, mandados por el bajá Mustafá. Durante seis meses, pelearon contra los invasores, causándoles más de cuarenta mil muertos, pero tuvieron que aceptar la oferta del sultán Solimán y, el 1 de enero de 1.525 salieron de la isla los últimos Caballeros de Rodas.
Nuevamente la Orden tenía que buscar una residencia. El Gran Maestre se dirigió al emperador Carlos V, solicitando que les cediera una tierra donde fijar su residencia. El emperador les ofreció la isla de Malta. Se firmó la cesión en 1.530 y la Orden tomó posesión de las islas de Malta, Gozo y Trípoli. Estas dos últimas no permanecieron mucho tiempo en poder de la Orden, puesto que una escuadra otomana mandada por el bajá Dragut se apoderó de ellas, venciendo la resistencia de los escasos defensores. La Orden que ya comenzaba a denominarse como "de Malta", armó galeras y no cesó en su lucha contra las naves turcas. Fue una época de incesantes combates navales. Años después, la Orden de Malta participó en la batalla de Lepanto.
Fue transcurriendo el tiempo y no fueron los turcos quienes expulsaron a los antiguos caballeros de Rodas de la isla de Malta, sino los franceses, una vez que derrocaron la monarquía de Luis XVI y establecieron la república.
El día 6 de junio de 1.798, fue el último del poder y la opulencia de la Orden. Nombrado el general Bonaparte jefe de la expedición francesa a Egipto, se presentó ante Malta, desembarcó a sus soldados y se apoderó de la isla, bien merced al desconcierto entre los defensores, bien, como sospechaban los más, por confabulación del Gran Maestre Hompesch con los franceses.
Se firmó la capitulación el 11 del mencionado mes y teniendo en cuenta los pactos que se estipulaban en favor del Gran Maestre, una renta igual a la que perdía, la seguridad de reservarle todos sus honores y distinciones; razón hay para presumir que no se otorgarían tales mercedes a un vencido, sino por vía de gratitud o de recompensa.
El gran Maestre Fernando de Hompesch se retiró a Trieste con aquellos que quisieron seguirle, pero habiendo perecido asesinado el año 1.801, se proclamó protector de la Orden el Papa Pío VII, nombrando Gran Maestre a Ruspoli, el cual estableció su residencia en Catania, una antigua población de Sicilia.
En tanto, los habitantes de Malta, mal avenidos con los franceses, se sublevaron y puestos de acuerdo con las escuadras aliadas de Inglaterra y Portugal, obligaron a capitular a aquellos, sometiéndose al punto a la protección y después al dominio de la Gran Bretaña, puesto que aunque en los preliminares de la paz, firmados en Londres en 1.801, se consiguió la devolución de Malta a la Orden, ratificándose después en el tratado de Amiens de 1.802, y posteriormente en el Congreso de Viena donde se reclamó el cumplimiento de aquella estipulación, quedó sin efecto alguno, Malta fue adjudicada de hecho a Inglaterra.
De esta suerte perdieron la posesión de Malta los caballeros a quien tanto debía la cristiandad.
En 1.845 la Orden podía considerarse virtualmente disuelta, a medida que en cada país existía y se organizaba de distinto modo.
El poder, la riqueza y la soberanía de la antigua Orden de los Caballeros Hospitalarios, de Rodas, de Malta y San Juan de Jerusalén han venido a reducirse a una tradición gloriosa, a un título meramente honorífico que se concede como recompensa de servicios y méritos particularmente, pero sin carácter alguno religioso y muchísimo menos, militar.
Moros sitiando una plaza fuerte, según una miniatura que se conserva en la biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Regla de San Agustín:
1. Ante todas las cosas, queridísimos Hermanos, amemos a Dios y después al 
prójimo, porque estos son los mandamientos principales que nos han sido dados.
2. He aquí lo que mandamos que observéis quienes vivís en comunidad. 
Capítulo I -Fin 
Y Fundamento de la Vida Común.
3. En primer término ya que con este fin os habéis congregado en comunidad, 
vivid en la casa unánimes tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia 
Dios. 
4. Y no poseáis nada propio, sino que todo lo tengáis en común, y que el 
Superior distribuya a cada uno de vosotros el alimento y vestido, no igualmente 
a todos, porque no todos sois de la misma complexión, sino a cada uno según lo 
necesitare; conforme a lo que leéis en los Hechos de los Apóstoles: "Tenían 
todas las cosas en común y se repartía a cada uno según lo necesitaba". 
5. Los que tenían algo en el siglo, cuando entraron en la casa religiosa, 
pónganlo de buen grado a disposición de la Comunidad.
 
6. Y los que nada tenían no busquen en la casa religiosa lo que fuera de ella no 
pudieron poseer. Sin embargo, concédase a su debilidad cuanto fuere menester, 
aunque su pobreza, cuando estaban en el siglo, no les permitiera disponer ni aun 
de lo necesario. Mas no por eso se consideren felices por haber encontrado el 
alimento y vestido que no pudieron tener cuando estaban fuera. 
7. Ni se engrían por verse asociados a quienes fuera no se atrevían ni a 
acercarse; más bien eleven su corazón y no busquen las vanidades terrenas, no 
sea que comiencen a ser las Comunidades útiles para los ricos y no para los 
pobres, si sucede que en ellas los ricos se hacen humildes y los pobres altivos.
8. Y quienes eran considerados algo en el mundo no osen menospreciar a sus 
Hermanos que vinieron a la santa sociedad siendo pobres. Más bien, deben 
gloriarse más de la comunidad de los Hermanos pobres que de la condición de sus 
padres ricos. Ni se vanaglorien por haber traído algunos bienes a la vida común, 
ni se ensoberbezcan más de sus riquezas por haberlas compartido con la Comunidad 
que si las disfrutaran en el siglo. Pues sucede que otros vicios incitan a 
ejecutar malas acciones, la soberbia, sin embargo, se insinúa en las buenas 
obras para que perezcan. ¿Y qué aprovecha distribuir las riquezas a los pobres y 
hacerse pobre, si el alma se hace más soberbia despreciando las riquezas que lo 
fuera poseyéndolas? 
9. Vivid, pues, todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros 
a Dios, de quien habéis sido hechos templos.
 
Capítulo II - De 
la Oración.
10. Perseverad en las oraciones fijadas para horas y tiempos de cada día.
 
11. En el oratorio nadie haga sino aquello para lo que ha sido destinado, de 
donde le viene el nombre; para que si acaso hubiera algunos que, teniendo 
tiempo, quisieran orar fuera de las horas establecidas, no se lo impida quien 
pensara hacer allí otra cosa. 
12. Cuando oráis a Dios con salmos e himnos, que sienta el corazón lo que 
profiere la voz. 
13. Y no deseéis cantar sino aquello que está mandado que se cante; pero lo que 
no está escrito para ser cantado, que no se cante.
 
Capítulo III - 
De la Frugalidad y Mortificación.
14. Someted vuestra carne con ayunos y abstinencias en el comer y en el beber, 
según la medida en que os lo permita la salud. Pero cuando alguno no pueda 
ayunar, no por eso tome alimentos fuera de la hora de las comidas, a no ser que 
se encuentre enfermo. 
15. Desde que os sentáis a la mesa hasta que os levantéis, escuchad sin ruido ni 
discusiones lo que según costumbre se os leyere, para que no sea sola la boca la 
que recibe el alimento, sino que el todo sienta también hambre de la palabra de 
Dios.
 
16. Si los débiles por su anterior régimen de vivir son tratados de manera 
diferente en la comida, no debe molestar a los otros, ni parecer injusto a los 
que otras costumbres hicieron más fuertes. Y éstos no consideren a aquéllos más 
felices, porque reciben lo que a ellos no se les da, sino más bien deben 
alegrarse, porque pueden soportar lo que aquéllos no pueden. 
17. Y si a quienes vinieron a la casa religiosa de una vida más delicada se les 
diese algún alimento, vestido, colchón o cobertor, que no se les da a otros más 
fuertes y por tanto más felices, deben pensar quienes no lo reciben cuánto 
descendieron aquéllos de su vida anterior en el siglo hasta ésta, aunque no 
hayan podido llegar a la frugalidad de los que tienen una constitución más 
vigorosa. Ni deben querer todo lo que ven que reciben de más unos pocos, no como 
honra, sino como tolerancia, no vaya a ocurrir la detestable perversidad de que 
en la casa religiosa, donde en cuanto pueden se hacen mortificados los ricos, se 
conviertan en delicados los pobres.
 
18. Empero, así como los enfermos necesitan comer menos para que no se agraven, 
así también después de la enfermedad deben ser cuidados de tal modo que se 
restablezcan pronto, aun cuando hubiesen venido del siglo de una humilde 
pobreza; como si la enfermedad reciente les otorgase lo mismo que a los ricos su 
antiguo modo de vivir. Pero, una vez reparadas las fuerzas, vuelvan a su feliz 
norma de vida, tanto más adecuada a los siervos de Dios cuanto menos necesitan. 
Y que el placer no los retenga, estando ya sanos, allí donde la necesidad los 
puso, cuando estaban enfermos. Así, pues, créanse más ricos quienes son más 
fuertes en soportar la frugalidad; porque es mejor necesitar menos que tener 
mucho. 
Capítulo IV - De 
la Guarda, de la Castidad y de la Corrección Fraterna.
19. Que no sea llamativo vuestro porte, ni procuréis agradar con los vestidos, 
sino con la conducta.
 
20. Cuando salgáis de casa, id juntos, cuando lleguéis adonde os dirigís, 
permaneced juntos. 
21. Al andar, al estar parados y en todos vuestros movimientos, no hagáis nada 
que moleste a quienes os ven, sino lo que sea conforme con vuestra consagración.
 
22. Aunque vuestros ojos se encuentren con alguna mujer, no los fijéis en 
ninguna. Porque no se os prohíbe ver a las mujeres cuando salís de casa lo que 
es pecado es desearlas o querer ser deseados de ellas. Pues no sólo con el tacto 
y el afecto, sino también con la mirada se provoca y nos provoca el deseo de las 
mujeres. No digáis que tenéis el alma pura si son impuros vuestros ojos, pues la 
mirada impura es indicio de un corazón impuro. Y cuando, aun sin decirse nada, 
los corazones denuncian su impureza con miradas mutuas y, cediendo al deseo de 
la carne, se deleitan con ardor recíproco, la castidad desaparece de las 
costumbres, aunque los cuerpos queden libres de la violación impura.
 
23. Asimismo, no debe suponer el que fija la vista en una mujer y se deleita en 
ser mirado por ella que no es visto por nadie, cuando hace esto; es ciertamente 
visto y por quienes no piensa él que le ven. Pero aun dado que quede oculto y no 
sea visto por nadie, ¿qué hará de Aquél que le observa desde arriba y a quien 
nada se le puede ocultar? ¿O se puede creer que no ve, porque lo hace con tanta 
mayor paciencia cuanta más grande es su sabiduría? Tema, pues, el varón 
consagrado desagradar a Aquél, para que no quiera agradar pecaminosamente a una 
mujer. Y para que no desee mirar con malicia a una mujer, piense que el Señor 
todo lo ve. Pues por esto se nos recomienda el temor, según está escrito: 
"Abominable es ante el Señor el que fija la mirada"
 
24. Por lo tanto, cuando estéis en la Iglesia y en cualquier otro lugar donde 
haya mujeres, guardad mutuamente vuestra pureza; pues Dios, que habita en 
vosotros, os guardará también de este modo por medio de vosotros mismos. 
25. Y si observáis en alguno de vuestros Hermanos este descaro en el mirar de 
que os he hablado, advertídselo al punto para que lo que se inició no progrese, 
sino que se corrija cuanto antes.
 
26. Pero si de nuevo, después de esta advertencia o cualquier otro día le 
viéreis caer en lo mismo, el que le sorprenda delátele al momento como a una 
persona herida que necesita curación; sin embargo, antes de delatarle, 
expóngaselo a otro o también a un tercero, para que con la palabra de dos o tres 
pueda ser convencido y sancionado con la severidad conveniente. No penséis que 
procedéis con mala voluntad cuando indicáis esto. Antes bien, pensad que no 
seréis inocentes si, por callaros, permitís que perezcan vuestros Hermanos, a 
quienes podríais corregir indicándolo a tiempo. Porque si tu Hermano tuviese una 
herida en el cuerpo que quisiera ocultar por miedo a la cura, ¿no seria cruel el 
silenciarlo y caritativo el manifestarlo? Pues, ¿con cuánta mayor razón debes 
delatarle para que no se corrompa más su corazón?
 
27. Pero, en caso de negarlo, antes de exponérselo a los que han de tratar de 
convencerle, debe ser denunciado al Superior, pensando que, corrigiéndole en 
secreto, puede evitarse que llegue a conocimiento de otros. Empero, si lo 
negase, tráigase a los otros ante el que disimula, para que delante de todos 
pueda no ya ser argüido por un solo testigo, sino ser convencido por dos o tres. 
Una vez convicto, debe cumplir el correctivo que juzgare oportuno el Superior 
Local o el Superior Mayor, a quien pertenece dirimir la causa. Si rehusare 
cumplirlo, aun cuando él no se vaya de por sí, sea eliminado de vuestra 
sociedad. No se hace esto por espíritu de crueldad, sino de misericordia, no sea 
que con su nocivo contagio pueda perder a muchos otros. 
28. Y lo que he dicho en lo referente a la mirada obsérvese con diligencia y 
fidelidad en averiguar, prohibir, indicar, convencer y castigar los demás 
pecados, procediendo siempre con amor a los hombres y odio para con los vicios.
29. Ahora bien, si alguno hubiere progresado tanto en el mal, que llegara a 
recibir cartas o algún regalo de una mujer, si espontáneamente lo confiesa, 
perdónesele y órese por él; pero si fuese sorprendido y convencido de su falta, 
sea castigado con una mayor severidad, según el juicio del Superior Mayor o del 
Superior Local.
 
Capítulo V - Del 
Uso de las Cosas Necesarias y de su Diligente Cuidado.
30. Tened vuestros vestidos en un lugar común bajo el cuidado de uno o de dos o 
de cuantos fueren necesarios para sacudirlos, a fin de que no se apolillen. Y 
así como os alimentáis de una sola despensa, así debéis vestiros de una misma 
ropería. Y, a ser posible, no seáis vosotros los que decidís qué vestidos son 
los adecuados para usar en cada tiempo, ni si cada uno de vosotros recibe el 
mismo que había usado o el ya usado por otro, con tal de que no se niegue a cada 
uno lo que necesite. Pero si de ahí surgiesen entre vosotros disputas y 
murmuraciones, quejándose alguno de haber recibido algo peor de lo que había 
dejado, y se sintiese menospreciado por no recibir un vestido semejante al de 
otro Hermano, juzgad de ahí cuánto os falta en el santo vestido del corazón, 
cuando así contendéis por el hábito del cuerpo. Mas si se tolera por vuestra 
flaqueza recibir lo mismo que dejasteis, tened, no obstante, lo que usáis, en un 
lugar común bajo la custodia de los encargados.
 
34. No se niegue tampoco el baño del cuerpo, cuando la necesidad lo aconseje; 
pero hágase sin murmuración, siguiendo el dictamen del médico, de tal modo que, 
aunque el enfermo no quiera, se haga por mandato del Superior lo que conviene 
para la salud. Pero si no conviene, no se atienda a la mera satisfacción, porque 
a veces, aunque perjudique, se cree que es provechoso lo que agrada.
 
35. Por último, si algún siervo de Dios se queja de algún dolor latente en el 
cuerpo, créasele sin dudar; empero, si no hubiese certeza de si para curar su 
dolencia conviene lo que le agrada, entonces consúltese al médico.
 
36. No vayan a los baños o a cualquier otro lugar adonde hubiere necesidad de ir 
menos de dos o tres. Y al que necesite ir a alguna parte, no vaya con quienes él 
quiere, sino con quienes manda el Superior.
 
37. Del cuidado de los enfermos, de los convalecientes o de quienes, aun sin 
tener fiebre, padecen algún achaque, encárguese a un Hermano para que pida de la 
despensa lo que cada cual necesite. 
38. Los encargados de la despensa, de los vestidos o de los libros sirvan a sus 
Hermanos sin murmuración. 
39. Pídanse cada día los libros a la hora determinada y, si alguien los pidiere 
fuera de la hora señalada, no se le concedan.
 
40. Los vestidos y el calzado, cuando quien los pide es porque los necesita, no 
difieran en dárselos quienes los guardan bajo su custodia.
 
Capítulo VI - De 
la Pronta Demanda del Perdón y del Generoso Olvido de las Ofensas.
41. No haya disputas entre vosotros, o, de haberlas, terminadlas cuanto antes 
para que el enojo no se convierta en odio y de una paja se haga una viga, 
convirtiéndose el alma en homicida: pues así leéis: "El que odia a su hermano es 
homicida". 
42. Cualquiera que ofenda a otro con injuria, con ultraje o echándole en cara 
alguna falta, procure remediar cuanto antes el mal que ocasionó y el ofendido 
perdónele sin discusión. Pero si mutuamente se hubieran ofendido, mutuamente 
deben también perdonarse la deuda, por vuestras oraciones, que cuanto más 
frecuentes son, con tanta mayor sinceridad debéis hacerlas. Con todo, mejor es 
el que, aun dejándose llevar con frecuencia de la ira, se apresura sin embargo a 
pedir perdón al que reconoce haber injuriado, que otro que tarda en enojarse, 
pero se aviene con más dificultad a pedir perdón. El que, en cambio, nunca 
quiere pedir perdón o no lo pide de corazón, en vano está en la casa religiosa, 
aunque no sea expulsado de allí. Por lo tanto, absteneos de proferir palabras 
duras con exceso y, si alguna vez se os deslizaren, no os avergoncéis de aplicar 
el remedio salido de la misma boca que produjo la herida. 
43. Pero cuando la necesidad de la disciplina os obliga a emplear palabras duras 
al cohibir a los menores, si notáis que en ellas os habéis excedido en el modo, 
no se os exige que pidáis perdón a los ofendidos, no sea que por guardar una 
excesiva humildad para con quienes deben estaros obedientes, se debilite la 
autoridad del que gobierna. En cambio, se ha de pedir perdón al Señor de todos, 
que conoce con cuánta benevolencia amáis incluso a quienes quizá habéis 
corregido más allá de lo justo. El amor entre vosotros no debe ser carnal, sino 
espiritual.
 
Capítulo VII - 
Criterios de Gobierno y Obediencia.
44. Obedézcase al Superior Local como a un padre, guardándole el debido respeto 
para que Dios no sea ofendido en él, y obedézcase aún más al Superior Mayor, que 
tiene el cuidado de todos vosotros.
 
45. Corresponde principalmente al Superior Local hacer que se observen todas 
estas cosas y, si alguna no lo fuere, no se transija por negligencia, sino que 
se cuide enmendar y corregir. Será su deber remitir al Superior Mayor, que tiene 
entre vosotros más autoridad, lo que exceda de su cometido o de su capacidad.
 
46. Ahora bien, el que os preside, que no se sienta feliz por mandar con 
autoridad, sino por servir con caridad. Ante vosotros, que os proceda por honor; 
pero ante Dios, que esté postrado a vuestros pies por temor. Muéstrese ante 
todos como ejemplo de buenas obras, corrija a los inquietos, consuele a los 
tímidos, reciba a los débiles, sea paciente con todos, Observe la disciplina con 
agrado e infunda respeto. Y aunque ambas cosas sean necesarias, busque más ser 
amado por vosotros que temido, pensando siempre que ha de dar cuenta a Dios por 
vosotros.
 
47. De ahí que, sobre todo obedeciendo mejor, no sólo os compadezcáis de 
vosotros mismos, sino también de él; porque cuanto más elevado se halla entre 
vosotros, tanto mayor peligro corre de caer.
 
Capítulo VIII - 
De la Observancia de la Regla.
48. Que el Señor os conceda observar todo esto movidos por la caridad, como 
enamorados de la belleza espiritual, e inflamados por el buen olor de Cristo que 
emana de vuestro buen trato; no como siervos bajo la ley, sino como personas 
libres bajo la gracia. 
49. Y para que podáis miraros en este pequeño libro como en un espejo y no 
descuidéis nada por olvido, léase una vez a la semana. Y si encontráis que 
cumplís lo que está escrito, dad gracias a Dios, dador de todos los bienes. Pero 
si alguno de vosotros ve que algo le falta, arrepiéntase de lo pasado, 
prevéngase para lo futuro, orando para que se le perdone la deuda y no caiga en 
la tentación.