ORDEN DE LOS ROSACRUCES
Las teorías de 
Paracelso y Agrippa desempeñaron un papel fundamental en la aparición de los 
«Rosacruces», el acontecimiento más importante desde el punto de vista del 
ocultismo.
En el año 1610 empezó a circular por Alemania un extraño manuscrito anónimo titulado «Fama Fraternitatis Rosae Vía», impreso en Cassel cuatro años más tarde.
Al año siguiente se publicó la cuarta edición, junto con otro manifiesto asimismo anónimo, bajo el título de: «Confessio Fraternitatis Vía ad eruditos Europa».
Esta obra constaba de un apéndice en el que se relataba la fabulosa historia de un tal Christian Rosenkreutz, caballero alemán que fundó la fraternidad y le dio su nombre. Según el manifiesto, Rosenkreutz había nacido en el año 1378, y tras abandonar un convento donde había sido internado para llevar a cabo sus primeros estudios, se dedicó, a partir de los 16 años, a viajar por Oriente y el norte de África, y allí se relacionó con los filósofos y magos más célebres de la época.
De esta manera descubrió durante un viaje por Arabia los secretos de la ciencia hermética, provenientes de la noche de los tiempos, la época en la que los sacerdotes del antiguo Egipto descubrieron los enigmas de la magia y la alquimia.
Después de fallecer en el año 1482, descubrieron su tumba en 1604, al fondo de una gruta donde pasó sus últimos años. Junto a su cadáver se hallaban todos los conocimientos que Rosennkreutz había acumulado a lo largo de su existencia y que legaba a la Humanidad para la fundación de una hermandad destinada a reformar el mundo.
Los fundadores anónimos de la Fraternidad dirigieron los dos manifiestos a todos los sabios de Europa, invitándoles a ingresar en la sociedad y a compartir todos los secretos que poseían.
Esta proclamación halló un eco favorable en muchas personalidades de la época, siempre propensas a interesarse por todo lo esotérico, lo mágico y lo misterioso.
En cambio, las personas sensatas se opusieron y esto dio nacimiento a una vasta literatura de controversias apasionadas sobre la conveniencia de apoyar o no a esa singular agrupación.
Ante este contratiempo, la sociedad no tuvo más remedio que comenzar a funcionar como una organización secreta y clandestina que se reunía periódicamente en un sitio denominado «capilla del espíritu Santo». Y era allí donde se discutían las propuestas para la admisión de nuevos candidatos, las condiciones y las pruebas a que debían someterse, exigiéndoles el juramento de fidelidad inviolable, de guardar eternamente el secreto de la orden y de conservar la castidad más rigurosa.
Primordialmente, esta organización se dedicaba a la alquimia, a la Kábala y a la ciencia de los números para el descubrimiento de los misterios ocultos.
Afirmaban estar dotados de facultades tan sobrenaturales que no se hallaban sujetos a ninguna de las necesidades del hombre común. No tenían hambre ni sed, no envejecían ni estaban expuestos a contraer enfermedades. Desde el fondo de sus escondites percibían clara y distintamente todo lo que acontecía en el mundo.
Favorecidos por la revelación divina, conocían a la perfección el interior de los individuos, lo que les permitía negar el ingreso a la sociedad a aquellas personas que no fuesen suficientemente dignas.
También aseguraban que entre los muchos libros misteriosos que guardaban en sus bibliotecas se encontraba uno tan extraordinario que contenía todo el saber de los libros escritos en el pasado o que pudieran escribirse en el futuro. También eran dueños de un idioma especial mediante el cual podían exprimir la naturaleza de todas las cosas.
Poseían además poderes especiales para mandar sobre el demonio y los espíritus más poderosos.