ORDEN DE PREDICADORES

 

 

La Orden de Predicadores nació en el siglo XIII del encuentro de Domingo con la miseria espiritual de su época.

 

Como Jesús en Galilea, conmovido de lástima, enseña a las multitudes que le acosan, así Domingo, en el país de los Cátaros, se encuentra estremecido e interpelado por esos hombres y mujeres, sedientos de agua viva, hambrientos del Pan de la Palabra de Dios, que van errantes, decepcionados, heridos, humillados sin encontrar pastores según su corazón. Tenía, nos dice Jordán de Sajonia, "un anhelo sorprendente y casi increíble por la salvación de todos los hombres" (Libellus n. 12). De esta emoción primera, del amor compasivo, humilde y fuerte del apóstol, atento a discernir en las súplicas y llamadas "de fuera" e incluso en el error, los balbuceos confusos de la verdad, brota la intuición creadora: intentar vivir como herejes, en pobreza y caridad fraterna, y como la Iglesia enseña en verdad.

 

La intuición se precisa, el carisma se institucionaliza: una nueva forma de vida evangélica, comunitaria, totalmente orientada hacia la salvación de las almas y la predicación, con un estilo original de pobreza. La Orden de Predicadores ha nacido. Honorio III la aprueba en estos términos: "Aquel que no cesa de fecundar a su Iglesia con nuevos creyentes, ha querido configurar nuestros tiempos modernos con los de los orígenes y difundir la fe católica. El os inspiró, pues, el sentimiento de amor filial por el cual, abrazando la pobreza y haciendo profesión de vida regular, consagráis todas vuestras fuerzas a hacer penetrar la Palabra de Dios, al mismo tiempo que lleváis por el mundo la Buena Nueva del nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Bula del 18 enero 1221).

 

El carisma de Domingo ha suscitado a través de los tiempos formas variadas de vida comunitaria femenina, monasterios, comunidades contemplativas y apostólicas de la Tercera Orden regular o seglar, agrupadas o no en congregación.

 

 

VIDA DEL FUNDADOR

 

 

En los tiempos del Padre Domingo de Guzmán se vivía un importante conflicto de orden religioso: los protagonistas eran un grupo herético llamado "albigenses" (originarios de Albi, al sur de Francia); pretendían difundir una doctrina que afirmaba que existían dos dioses: uno del bien y otro del mal. El Dios bueno fue quien creó todo lo espiritual, mientras que el dios malo fue quien creó todo lo material. En consecuencia, para los albigenses todo lo material era malo, incluyendo el cuerpo. Esto significaba que Jesús, al hacerse hombre y tener un cuerpo, no podía ser bueno y por consiguiente no podía ser Dios. Además, los albigenses también negaban los sacramentos y la verdad de que María es la Madre de Dios; se rehusaban a reconocer al Papa y establecieron sus propias normas y creencias.

 

En esos tiempos (siglo XII), los problemas trataban de solucionarse por medio de la guerra, pues se pretendía obligar a todos a pensar de determinada manera, los cristianos para defender su fe, participaban en ella, eran las batallas conocidas como "cruzadas".

 
Santo Domingo evitó asociarse a la cruzada contra los albigenses, prefiriendo la acción pacífica a los horrores de la guerra, por lo que se dio a la tarea de ir a Francia para convertir a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albigense. Trabajó por años en medio de estas personas y por medio de sus predicaciones, oraciones y sacrificios, logró convertir a unos pocos; pero muy a menudo estas personas se retractaban debido al temor de ser ridiculizados, a pasar trabajos forzados o recibir algún tipo de represalia. Domingo dio inicio también a una orden religiosa para las mujeres jóvenes convertidas en un convento que se encontraba en Prouille, junto a una capilla dedicada a la Santísima Virgen.

 

Una bella tradición: la historia de santo Domingo y la Virgen María. 

 

Existen relatos interesantes que pertenecen a la tradición de la Iglesia; han pasado de generación en generación para enseñarnos cómo Dios se vale de diferentes medios para hacer que crezca en los hombres el fervor y como consecuencia, el deseo de hacer siempre su voluntad. A cerca del Rosario, se cuenta la siguiente historia: Viendo Santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un bosque y pasó en él tres días y tres noches en continua oración y penitencia. Un día, se le apareció la Santísima Virgen acompañada de tres princesas del cielo y le dijo: "¿Sabes tú, mi querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo? — Oh, Señora, respondió él, vos lo sabéis mejor que yo, porque después de vuestro Hijo Jesucristo fuisteis el principal instrumento de nuestra salvación".

 

Ella añadió: "Sabe que la pieza principal de la batería fue la salutación angélica, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por tanto si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, reza mi salterio".
La Virgen reveló: "Sólo si la gente considera la vida, muerte y gloria de mi Hijo, unidas a la recitación del Avemaría, los enemigos podrán ser destruidos. Es el medio más poderoso para destruir la herejía, los vicios, motivar a la virtud, implorar la misericordia divina y alcanzar protección. Los fieles obtendrán muchas ganancias y encontrarán en mí a alguien siempre dispuesta y lista para ayudarles."

 

 

EL SANTO ROSARIO

 

Santo Domingo contaba que veía a la Virgen sosteniendo en su mano un rosario y que le enseñó a recitarlo; dijo que lo predicara por todo el mundo, prometiéndole que muchos pecadores se convertirían y obtendrían abundantes gracias. El Santo se levantó muy consolado y abrazado de celo por el bien de estos pueblos, entró en la Catedral y en ese momento sonaron las campanas (por intervención de los ángeles) para reunir a los habitantes.


Al principio de la predicación se levantó una espantosa tormenta, la tierra tembló, el sol se nubló y los repetidos truenos y relámpagos hicieron estremecer y palidecer a los oyentes.

 

La tormenta cesó al fin por las oraciones de Santo Domingo. Continúo su discurso y explicó con tanto fervor y entusiasmo la excelencia del Santo Rosario, que los moradores le abrazaron casi todos, renunciando a sus errores, viéndose en poco tiempo, un gran cambio en la vida y costumbres de la ciudad.

 

 

APROBACIÓN DE LA ORDEN

 

Honorio, obispo, siervo de los siervos de Dios, a los queridos hijos en el Señor, Domingo, prior de San Román en Tolosa y a sus hermanos profesos en la vida regular, presentes y futuros, salud y apostólica bendición.

 

Es conveniente que los que optan por la vida religiosa cuenten con protección contra los temerario asaltos del enemigo. No sea que éstos los hagan desistir de su propósito, o, lo que Dios no permita, se debilite la fuerza de la consagración religiosa.

 

l. Por lo tanto, queridos hijos en el Señor, atendiendo clemente a vuestros justos pedidos, recibimos bajo la protección de S. Pedro y la nuestra, la Iglesia de S. Román de Tolosa, y la dotamos del presente privilegio escrito.

 

Y en primer lugar dejamos constancia de que reconocemos en esa iglesia la fundación de una orden de canónigos que viven según Dios, y según la regla de S. Agustín, que ha de ser observada a perpetuidad.

 

2. Todas las propiedades y todos los bienes de las iglesias permanecerán firme a inviolablemente como propiedad vuestra y de vuestros sucesores, tanto las que al presente justa y canónicamente poseéis como las que hayáis de adquirir en el futuro por la concesión de los pontífices, la liberalidad de reyes y príncipes, la donación de los fieles y por otros justos medios.

 

3. Nos referimos específicamente a las siguientes propiedades:

 

El lugar donde está situada dicha iglesia con todas sus pertenencias; la iglesia de Puiliano, con todas sus pertenencias; la villa de Casenolio, con todas sus pertenencias; la iglesia de santa Marta de Lescura, con todas sus pertenencias; el hospital de Tolosa, vulgarmente de Arnaldo Berardo, con todas sus pertenencias; la iglesia de la santísima Trinidad de Lobens, con todas sus pertenencias; y los diezmos que os fueren concedidos con piadosa y providente liberalidad por el obispo de Tolosa, nuestro hermano Fulcón, con el consentimiento de su capítulo y tal como consta en documento más extenso.

 

4. Nadie tendrá la presunción de poder arrancaros o exigiros los diezmos de vuestras primicias, tanto las cosechadas por vuestras manos, como las recibidas de otras personas, tanto de los alimentos para vuestros animales.

 

5. Podréis lícitamente recibir a conversión y consiguientemente retener para vosotros sin contradicción alguna, tanto a clérigos como a laicos que huyan del siglo.

 

6. Prohibimos que ninguno de vuestros hermanos, luego de haber emitido en vuestra iglesia la profesión, se aleje de dicho lugar sin la licencia de su prior, a no ser con motivos de una vinculación más estrecha con la religión. Y nadie tenga la osadía de retener consigo sin la común cautela de una carta vuestra.

 

7. En las iglesias parroquiales a vuestro cargo, os será lícito elegir a un sacerdote para luego presentarlo al obispo diocesano. Si fuere idóneo le encomendará a él la cura de almas. Tales sacerdotes responderán al obispo de las cosas espirituales y a vosotros en las temporales.

 

8. Nadie podrá imponer a vuestra iglesia nuevos e indebidos impuestos. Nadie podrá promulgar contra ella, sin manifiesta y razonable causa, decreto de excomunión o entredicho. En ocasión de un entredicho general del territorio, os estará permitido celebrar los oficios divinos, a puertas cerradas y sin toque de campanas, y con voz baja.

 

9. El crisma y el óleo santo, la consagración de los altares o de las basílicas, las ordenaciones de los clérigos que hayan de ser promovidos a las órdenes sagradas, la recibiréis del obispo diocesano, siempre que sea católico y mantenga la comunión y la gracia de la sacrosanta sede romana, y os los quiera administrar sin vicio alguno.

 

En caso contrario podréis recurrir al obispo católico de vuestra preferencia, siempre que cuente con la gracia y la comunión de la sede apostólica. Estos consagrarán lo que por vosotros sea presentado, apoyados en nuestra autoridad.

 

11. Os decretamos que sea libre la sepultura en dicho lugar, de modo que nadie se pueda oponer a quienes allí quieren ser sepultados por su devoción y última voluntad, a no ser que estén excomulgados o hayan caído en entredicho y salva la justicia de las iglesias que hubieren de recibir el cuerpo de los muertos.

 

12. Muerto tú, actual prior de esa iglesia, o fallecido cualesquiera de tus sucesores, nadie se anteponga a los demás hermanos con cualquier tipo de astucia, o usando violencia. Se providenciará la elección mediante el consenso de los hermanos o por el consentimiento de la parte mayor y más sana del consejo, según Dios y la regla de San Agustín.

 

13. Confirmamos y sancionamos como permanentes a perpetuidad todas las antiguas libertades e inmunidades concedidas a vuestra iglesia, así como las razonables costumbres observadas hasta el presente.

 

14. Decretamos que a nadie le será permitido temerariamente causar disturbios a esa iglesia quitando, reteniendo , o cargando con impuestos a sus propiedades. Antes bien, todo permanecerá íntegro para quiénes hemos concedido gobierno y cuidado, y para todos los posibles usos futuros.

 

15. Y si en el futuro, cualquier persona eclesiástica o secular, con conocimiento de este escrito, tentare ir en su contra temerariamente, después de segunda y tercera amonestación, a no ser que de congrua satisfacción de su culpa, sea despojado de la dignidad de su oficio y honor, y se hará reo del juicio divino, conciente de la indignidad perpetrada. Y será apartado del sacratísimo cuerpo y sangre del Dios y Señor, redentor nuestro Jesucristo. Y en el juicio final padecerá la venganza divina.

 

A los que estas cosas observaren, sea la paz de nuestro Señor Jesucristo, reciban el fruto de esta buena acción, y encuentren la paz eterna en el tribunal del justo Juez. Amén, Amén.

 

En Roma, Santa Sabina, el 22 de diciembre del año de la Encarnación del Señor 1216, primero de nuestro pontificado.

 

Regla de San Agustín:


1. Ante todas las cosas, queridísimos Hermanos, amemos a Dios y después al prójimo, porque estos son los mandamientos principales que nos han sido dados.

2. He aquí lo que mandamos que observéis quienes vivís en comunidad.

Capítulo I -Fin Y Fundamento de la Vida Común.


3. En primer término ya que con este fin os habéis congregado en comunidad, vivid en la casa unánimes tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios.

4. Y no poseáis nada propio, sino que todo lo tengáis en común, y que el Superior distribuya a cada uno de vosotros el alimento y vestido, no igualmente a todos, porque no todos sois de la misma complexión, sino a cada uno según lo necesitare; conforme a lo que leéis en los Hechos de los Apóstoles: "Tenían todas las cosas en común y se repartía a cada uno según lo necesitaba".


5. Los que tenían algo en el siglo, cuando entraron en la casa religiosa, pónganlo de buen grado a disposición de la Comunidad.

 
6. Y los que nada tenían no busquen en la casa religiosa lo que fuera de ella no pudieron poseer. Sin embargo, concédase a su debilidad cuanto fuere menester, aunque su pobreza, cuando estaban en el siglo, no les permitiera disponer ni aun de lo necesario. Mas no por eso se consideren felices por haber encontrado el alimento y vestido que no pudieron tener cuando estaban fuera.


7. Ni se engrían por verse asociados a quienes fuera no se atrevían ni a acercarse; más bien eleven su corazón y no busquen las vanidades terrenas, no sea que comiencen a ser las Comunidades útiles para los ricos y no para los pobres, si sucede que en ellas los ricos se hacen humildes y los pobres altivos.


8. Y quienes eran considerados algo en el mundo no osen menospreciar a sus Hermanos que vinieron a la santa sociedad siendo pobres. Más bien, deben gloriarse más de la comunidad de los Hermanos pobres que de la condición de sus padres ricos. Ni se vanaglorien por haber traído algunos bienes a la vida común, ni se ensoberbezcan más de sus riquezas por haberlas compartido con la Comunidad que si las disfrutaran en el siglo. Pues sucede que otros vicios incitan a ejecutar malas acciones, la soberbia, sin embargo, se insinúa en las buenas obras para que perezcan. ¿Y qué aprovecha distribuir las riquezas a los pobres y hacerse pobre, si el alma se hace más soberbia despreciando las riquezas que lo fuera poseyéndolas?


9. Vivid, pues, todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros a Dios, de quien habéis sido hechos templos.

 
Capítulo II - De la Oración.


10. Perseverad en las oraciones fijadas para horas y tiempos de cada día.

 
11. En el oratorio nadie haga sino aquello para lo que ha sido destinado, de donde le viene el nombre; para que si acaso hubiera algunos que, teniendo tiempo, quisieran orar fuera de las horas establecidas, no se lo impida quien pensara hacer allí otra cosa.

12. Cuando oráis a Dios con salmos e himnos, que sienta el corazón lo que profiere la voz.

13. Y no deseéis cantar sino aquello que está mandado que se cante; pero lo que no está escrito para ser cantado, que no se cante.

 
Capítulo III - De la Frugalidad y Mortificación.


14. Someted vuestra carne con ayunos y abstinencias en el comer y en el beber, según la medida en que os lo permita la salud. Pero cuando alguno no pueda ayunar, no por eso tome alimentos fuera de la hora de las comidas, a no ser que se encuentre enfermo.

15. Desde que os sentáis a la mesa hasta que os levantéis, escuchad sin ruido ni discusiones lo que según costumbre se os leyere, para que no sea sola la boca la que recibe el alimento, sino que el todo sienta también hambre de la palabra de Dios.

 
16. Si los débiles por su anterior régimen de vivir son tratados de manera diferente en la comida, no debe molestar a los otros, ni parecer injusto a los que otras costumbres hicieron más fuertes. Y éstos no consideren a aquéllos más felices, porque reciben lo que a ellos no se les da, sino más bien deben alegrarse, porque pueden soportar lo que aquéllos no pueden.


17. Y si a quienes vinieron a la casa religiosa de una vida más delicada se les diese algún alimento, vestido, colchón o cobertor, que no se les da a otros más fuertes y por tanto más felices, deben pensar quienes no lo reciben cuánto descendieron aquéllos de su vida anterior en el siglo hasta ésta, aunque no hayan podido llegar a la frugalidad de los que tienen una constitución más vigorosa. Ni deben querer todo lo que ven que reciben de más unos pocos, no como honra, sino como tolerancia, no vaya a ocurrir la detestable perversidad de que en la casa religiosa, donde en cuanto pueden se hacen mortificados los ricos, se conviertan en delicados los pobres.

 
18. Empero, así como los enfermos necesitan comer menos para que no se agraven, así también después de la enfermedad deben ser cuidados de tal modo que se restablezcan pronto, aun cuando hubiesen venido del siglo de una humilde pobreza; como si la enfermedad reciente les otorgase lo mismo que a los ricos su antiguo modo de vivir. Pero, una vez reparadas las fuerzas, vuelvan a su feliz norma de vida, tanto más adecuada a los siervos de Dios cuanto menos necesitan. Y que el placer no los retenga, estando ya sanos, allí donde la necesidad los puso, cuando estaban enfermos. Así, pues, créanse más ricos quienes son más fuertes en soportar la frugalidad; porque es mejor necesitar menos que tener mucho.


Capítulo IV - De la Guarda, de la Castidad y de la Corrección Fraterna.


19. Que no sea llamativo vuestro porte, ni procuréis agradar con los vestidos, sino con la conducta.

 
20. Cuando salgáis de casa, id juntos, cuando lleguéis adonde os dirigís, permaneced juntos.

21. Al andar, al estar parados y en todos vuestros movimientos, no hagáis nada que moleste a quienes os ven, sino lo que sea conforme con vuestra consagración.

 
22. Aunque vuestros ojos se encuentren con alguna mujer, no los fijéis en ninguna. Porque no se os prohíbe ver a las mujeres cuando salís de casa lo que es pecado es desearlas o querer ser deseados de ellas. Pues no sólo con el tacto y el afecto, sino también con la mirada se provoca y nos provoca el deseo de las mujeres. No digáis que tenéis el alma pura si son impuros vuestros ojos, pues la mirada impura es indicio de un corazón impuro. Y cuando, aun sin decirse nada, los corazones denuncian su impureza con miradas mutuas y, cediendo al deseo de la carne, se deleitan con ardor recíproco, la castidad desaparece de las costumbres, aunque los cuerpos queden libres de la violación impura.

 
23. Asimismo, no debe suponer el que fija la vista en una mujer y se deleita en ser mirado por ella que no es visto por nadie, cuando hace esto; es ciertamente visto y por quienes no piensa él que le ven. Pero aun dado que quede oculto y no sea visto por nadie, ¿qué hará de Aquél que le observa desde arriba y a quien nada se le puede ocultar? ¿O se puede creer que no ve, porque lo hace con tanta mayor paciencia cuanta más grande es su sabiduría? Tema, pues, el varón consagrado desagradar a Aquél, para que no quiera agradar pecaminosamente a una mujer. Y para que no desee mirar con malicia a una mujer, piense que el Señor todo lo ve. Pues por esto se nos recomienda el temor, según está escrito: "Abominable es ante el Señor el que fija la mirada"

 
24. Por lo tanto, cuando estéis en la Iglesia y en cualquier otro lugar donde haya mujeres, guardad mutuamente vuestra pureza; pues Dios, que habita en vosotros, os guardará también de este modo por medio de vosotros mismos.


25. Y si observáis en alguno de vuestros Hermanos este descaro en el mirar de que os he hablado, advertídselo al punto para que lo que se inició no progrese, sino que se corrija cuanto antes.

 
26. Pero si de nuevo, después de esta advertencia o cualquier otro día le viéreis caer en lo mismo, el que le sorprenda delátele al momento como a una persona herida que necesita curación; sin embargo, antes de delatarle, expóngaselo a otro o también a un tercero, para que con la palabra de dos o tres pueda ser convencido y sancionado con la severidad conveniente. No penséis que procedéis con mala voluntad cuando indicáis esto. Antes bien, pensad que no seréis inocentes si, por callaros, permitís que perezcan vuestros Hermanos, a quienes podríais corregir indicándolo a tiempo. Porque si tu Hermano tuviese una herida en el cuerpo que quisiera ocultar por miedo a la cura, ¿no seria cruel el silenciarlo y caritativo el manifestarlo? Pues, ¿con cuánta mayor razón debes delatarle para que no se corrompa más su corazón?

 
27. Pero, en caso de negarlo, antes de exponérselo a los que han de tratar de convencerle, debe ser denunciado al Superior, pensando que, corrigiéndole en secreto, puede evitarse que llegue a conocimiento de otros. Empero, si lo negase, tráigase a los otros ante el que disimula, para que delante de todos pueda no ya ser argüido por un solo testigo, sino ser convencido por dos o tres. Una vez convicto, debe cumplir el correctivo que juzgare oportuno el Superior Local o el Superior Mayor, a quien pertenece dirimir la causa. Si rehusare cumplirlo, aun cuando él no se vaya de por sí, sea eliminado de vuestra sociedad. No se hace esto por espíritu de crueldad, sino de misericordia, no sea que con su nocivo contagio pueda perder a muchos otros.


28. Y lo que he dicho en lo referente a la mirada obsérvese con diligencia y fidelidad en averiguar, prohibir, indicar, convencer y castigar los demás pecados, procediendo siempre con amor a los hombres y odio para con los vicios.


29. Ahora bien, si alguno hubiere progresado tanto en el mal, que llegara a recibir cartas o algún regalo de una mujer, si espontáneamente lo confiesa, perdónesele y órese por él; pero si fuese sorprendido y convencido de su falta, sea castigado con una mayor severidad, según el juicio del Superior Mayor o del Superior Local.

 
Capítulo V - Del Uso de las Cosas Necesarias y de su Diligente Cuidado.


30. Tened vuestros vestidos en un lugar común bajo el cuidado de uno o de dos o de cuantos fueren necesarios para sacudirlos, a fin de que no se apolillen. Y así como os alimentáis de una sola despensa, así debéis vestiros de una misma ropería. Y, a ser posible, no seáis vosotros los que decidís qué vestidos son los adecuados para usar en cada tiempo, ni si cada uno de vosotros recibe el mismo que había usado o el ya usado por otro, con tal de que no se niegue a cada uno lo que necesite. Pero si de ahí surgiesen entre vosotros disputas y murmuraciones, quejándose alguno de haber recibido algo peor de lo que había dejado, y se sintiese menospreciado por no recibir un vestido semejante al de otro Hermano, juzgad de ahí cuánto os falta en el santo vestido del corazón, cuando así contendéis por el hábito del cuerpo. Mas si se tolera por vuestra flaqueza recibir lo mismo que dejasteis, tened, no obstante, lo que usáis, en un lugar común bajo la custodia de los encargados.

 
34. No se niegue tampoco el baño del cuerpo, cuando la necesidad lo aconseje; pero hágase sin murmuración, siguiendo el dictamen del médico, de tal modo que, aunque el enfermo no quiera, se haga por mandato del Superior lo que conviene para la salud. Pero si no conviene, no se atienda a la mera satisfacción, porque a veces, aunque perjudique, se cree que es provechoso lo que agrada.

 
35. Por último, si algún siervo de Dios se queja de algún dolor latente en el cuerpo, créasele sin dudar; empero, si no hubiese certeza de si para curar su dolencia conviene lo que le agrada, entonces consúltese al médico.

 
36. No vayan a los baños o a cualquier otro lugar adonde hubiere necesidad de ir menos de dos o tres. Y al que necesite ir a alguna parte, no vaya con quienes él quiere, sino con quienes manda el Superior.

 
37. Del cuidado de los enfermos, de los convalecientes o de quienes, aun sin tener fiebre, padecen algún achaque, encárguese a un Hermano para que pida de la despensa lo que cada cual necesite.


38. Los encargados de la despensa, de los vestidos o de los libros sirvan a sus Hermanos sin murmuración.


39. Pídanse cada día los libros a la hora determinada y, si alguien los pidiere fuera de la hora señalada, no se le concedan.

 
40. Los vestidos y el calzado, cuando quien los pide es porque los necesita, no difieran en dárselos quienes los guardan bajo su custodia.

 
Capítulo VI - De la Pronta Demanda del Perdón y del Generoso Olvido de las Ofensas.

41. No haya disputas entre vosotros, o, de haberlas, terminadlas cuanto antes para que el enojo no se convierta en odio y de una paja se haga una viga, convirtiéndose el alma en homicida: pues así leéis: "El que odia a su hermano es homicida".


42. Cualquiera que ofenda a otro con injuria, con ultraje o echándole en cara alguna falta, procure remediar cuanto antes el mal que ocasionó y el ofendido perdónele sin discusión. Pero si mutuamente se hubieran ofendido, mutuamente deben también perdonarse la deuda, por vuestras oraciones, que cuanto más frecuentes son, con tanta mayor sinceridad debéis hacerlas. Con todo, mejor es el que, aun dejándose llevar con frecuencia de la ira, se apresura sin embargo a pedir perdón al que reconoce haber injuriado, que otro que tarda en enojarse, pero se aviene con más dificultad a pedir perdón. El que, en cambio, nunca quiere pedir perdón o no lo pide de corazón, en vano está en la casa religiosa, aunque no sea expulsado de allí. Por lo tanto, absteneos de proferir palabras duras con exceso y, si alguna vez se os deslizaren, no os avergoncéis de aplicar el remedio salido de la misma boca que produjo la herida.


43. Pero cuando la necesidad de la disciplina os obliga a emplear palabras duras al cohibir a los menores, si notáis que en ellas os habéis excedido en el modo, no se os exige que pidáis perdón a los ofendidos, no sea que por guardar una excesiva humildad para con quienes deben estaros obedientes, se debilite la autoridad del que gobierna. En cambio, se ha de pedir perdón al Señor de todos, que conoce con cuánta benevolencia amáis incluso a quienes quizá habéis corregido más allá de lo justo. El amor entre vosotros no debe ser carnal, sino espiritual.

 
Capítulo VII - Criterios de Gobierno y Obediencia.


44. Obedézcase al Superior Local como a un padre, guardándole el debido respeto para que Dios no sea ofendido en él, y obedézcase aún más al Superior Mayor, que tiene el cuidado de todos vosotros.

 
45. Corresponde principalmente al Superior Local hacer que se observen todas estas cosas y, si alguna no lo fuere, no se transija por negligencia, sino que se cuide enmendar y corregir. Será su deber remitir al Superior Mayor, que tiene entre vosotros más autoridad, lo que exceda de su cometido o de su capacidad.

 
46. Ahora bien, el que os preside, que no se sienta feliz por mandar con autoridad, sino por servir con caridad. Ante vosotros, que os proceda por honor; pero ante Dios, que esté postrado a vuestros pies por temor. Muéstrese ante todos como ejemplo de buenas obras, corrija a los inquietos, consuele a los tímidos, reciba a los débiles, sea paciente con todos, Observe la disciplina con agrado e infunda respeto. Y aunque ambas cosas sean necesarias, busque más ser amado por vosotros que temido, pensando siempre que ha de dar cuenta a Dios por vosotros.

 
47. De ahí que, sobre todo obedeciendo mejor, no sólo os compadezcáis de vosotros mismos, sino también de él; porque cuanto más elevado se halla entre vosotros, tanto mayor peligro corre de caer.

 
Capítulo VIII - De la Observancia de la Regla.


48. Que el Señor os conceda observar todo esto movidos por la caridad, como enamorados de la belleza espiritual, e inflamados por el buen olor de Cristo que emana de vuestro buen trato; no como siervos bajo la ley, sino como personas libres bajo la gracia.


49. Y para que podáis miraros en este pequeño libro como en un espejo y no descuidéis nada por olvido, léase una vez a la semana. Y si encontráis que cumplís lo que está escrito, dad gracias a Dios, dador de todos los bienes. Pero si alguno de vosotros ve que algo le falta, arrepiéntase de lo pasado, prevéngase para lo futuro, orando para que se le perdone la deuda y no caiga en la tentación.