Orden de Nuestra Señora de la Merced

 

 

 

CRÓNICA ANTIGUA. Esta orden fue fundada principalmente por san Pedro Nolasco, que era ayo del Rey Jaime I, el Conquistador.

 

Las dos principales virtudes de este Santo fueron, una gran devoción a la Virgen Santísima y la caridad con los cautivos que eran esclavos de los infieles.

 

Animado el Santo por el buen éxito de sus principales tentativas para el alivio de aquellos infelices, reunió a muchas personas pudientes y llenas de piedad, que formaron una congregación para el rescate de los cautivos, con el siguiente título: «Protección y Amparo de la Madre del salvador».

 

En la noche del día 2 de agosto del año del Señor de 1218, hallándose san Pedro Nolasco rezando fervorosamente al Señor para que diera libertad a los que gemían en la cautividad, se le apareció la Reina de los Ángeles, llena de gloria y majestad, vistiendo un hábito blanco, y acompañada de san Pedro y Santiago, y de los santos patronos de Barcelona, anunciándole que la voluntad de su divino Hijo era que fundase una Orden con el nombre de «Nuestra Señora de las Merced» con objeto de rescatar cautivos a cambio de quedar los miembros de esta orden prisioneros, si era preciso... Según parece, el dialogo de Pedro Nolasco y la Virgen, dice lo siguiente, según la leyenda:

 

Cuando la Virgen le pide que funde la Orden Pedro Nolasco dice: «¿Quién eres tú, que a mí, un indigno siervo, pides que realice obra tan difícil, de tan gran caridad, que es grata a Dios y meritoria para mí?

 

La Virgen le contesta: «Yo soy María, aquella en cuyo vientre asumió la carne del Hijo de Dios, tomándola de mi sangre purísima, para reconciliación del género humano. Soy aquella a la que dijo Simón cuando ofrecí mi hijo al Templo: “Mira que éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel; ha sido puesto como signo de contradicción: y a ti misma una espada vendrá una espada a atravesarte por el alma”»

 

Nolasco le dice: «¡Oh Virgen María, madre de misericordia! ¿Quién podrá creer lo que tu me mandas?

 

María le contesta: «No dudes en nada, porque es voluntad de Dios que se funde una orden de ese tipo en honor mío; será una orden cuyos hermanos y profesos, a imitación de mi hijo Jesucristo, estarán puestos para ruina y redención de muchos entre los cristianos y serán signo de contradicción para muchos».

 

Igual aparición tuvieron y en la propia noche y con la misma conversación san Raimundo de Peñafort, confesor de Nolasco, y el rey don Jaime. Por ello, acordaron entre todos de fundar la mencionada orden.

 

El día 10 de agosto del propio año, día en que se celebra la fiesta del glorioso san Lorenzo. El rey don Jaime, con su corte, el consistorio y los magistrados de la ciudad, así como otras personas notables, se reunieron en el Catedral, en cuyo púlpito san Raimundo de Peñafort reveló la manifestación que en la misma noche y a la misma hora había tenido el Rey, san Pedro Nolasco y él mismo.

 

Concluido el ofertorio, el monarca vistió el hábito blanco que en lo sucesivo tendría que ser el color elegido por la orden. Después don Berenguer de Palau, obispo de Barcelona, le colocó el escapulario. Y acto seguido fueron investidos con el hábito blanco cuantos caballeros quisieron ingresar. Habiendo entre ellos muchos soldados que habían servido en las guerras pasadas y otros que pertenecían a la Congregación de la Misericordia. Y decidieron que la orden que se acababa de fundar fuera militar.

 

Al ingresar en la orden los caballeros hacían los tres votos comunes en las otras órdenes, añadiendo la de redimir a los cautivos, y en caso necesario quedar de rehenes por ellos.

 

Como la fundación y la instalación de la orden fue hecha al propio tiempo, y muy pocos días después de que la Virgen Santísima se había aparecido a los fundadores, carecían los caballeros de encomienda o local donde vivir y de iglesia donde poder celebrar el oficio divino. Pero el piadoso rey don Jaime cedió con mano generosa un edificio contiguo al real palacio, que desde entonces sirvió de hospital para alojar enfermos y peregrinos. Más tarde se construyó una casa para que los caballeros pudiesen residir, y todo esto duró hasta que la comunidad pudo habitar el convento de Nuestra Señora de la Merced.

 

Cuando la orden fue instituida, todos los caballeros eran laicos. Pero san Pedro Nolasco dispuso que hubiese sacerdotes entre los caballeros que con su ejemplo estimulasen a los demás a la devoción y al rezo.

 

Había un gran maestre, y bajo el mando directo de éste, un prior general militar y un prior general religioso. El primero tenía jurisdicción temporal y el segundo ejercía la espiritual. Después esto dos cargos fueron suprimido y en el año 1317, la dignidad quedó bajo la jurisdicción del gran maestre, quedando entonces los caballeros legos excluidos para siempre del gobierno de la orden. Salieron entonces un gran número de caballeros que ingresaron en la orden de Montesa. Desde entonces fue el gran maestre de la orden un sacerdote, a cuya dignidad, por real disposición de 25 de febrero de 1699 añadió el rey don Carlos II el título de grande de España de primera clase. Teniendo el padre fr. Juan Navarro la honra de ser el primero que recibió este premio de manos del Rey.

 

Muchos fueron los beneficios que España adquirió de esta orden. Infinidad de cautivos rompieron sus cadenas gracias a ella, quedando sus miembros, no pocas veces, cautivos a cambio de los prisioneros.

 

Estos virtuosos frailes, no contentos con dar todo lo que tenían para alcanzar la libertad de los cautivos, buscaban además socorro por todas partes animando el celo, la piedad y la caridad de los cristianos de aquella época, y ponían, en fin, sus vidas en peligro, por el solo placer de hacer bien a sus semejantes.

 

Los primeros caballeros de la orden usaron el traje militar blanco, que era una túnica de lana, jubón de lana también, otra túnica a forma de sayo con mangas redondas y estrechas, sujetada ésta y su gonela por medio de una correa de la que pendía la espada. Por sobretodo llevaban una capa que tenían que usar tanto dentro como fuera del convento.

 

CRÓNICA MODERNA. Sobre la fecha de la fundación de la Orden de la Merced existen varios criterios. No obstante, como dato indicativo, hay el muy revelador de la obra "Compendio Historial de las Chronicas" y "Universal Historia de todos los Reynos de España", escrita por el vasco Esteban Garibay y Zamalloa, bibliotecario y cronista del rey Felipe II. Dedica a la Orden de la Merced el capitulo 51 del libro duodécimo donde señala que la fundación se llevó a efecto en unas Cortes de Barcelona, por intervención de Peñafort, provincial de los dominicos y en lo que respecta al fundador de la orden, escribe:

 

"El primer frayle desta Orden fue Pedro Nolasco, hombre viudo, venido de Barcelona, en cuya iglesia catedral, el diez de agosto del año pasado de mil doscientos y dieciocho recibió el hábito con grande solemnidad".

 

Coincidiendo con lo anterior, existe el testimonio de fray Gabriel Tellez (Tirso de Molina), quien escribe que el primero que recibió el hábito de la nueva Orden fue un viudo llamado Pedro Nolasco, de manos de fray Ramón de Peñafort, fraile dominico, en la iglesia catedral de Barcelona y día de San Lorenzo y año de 1.218. En una breve información explica que los nuevos frailes tienen la regla de San Agustín y son cistercienses.

 

Queda finalmente el testimonio del padre Mariana, en su Historia de España. En la citada obra se dice "que se fundó en Barcelona la Orden de la Merced para la redención de los cautivos, por iniciativa del rey Jaime, que, según algunos escriben, lo había prometido durante su permanencia a modo de cautivo, en Monzón". Si el rey fue el "inventor" de esta Orden, el primer director fue Pedro Nolasco "francés de nación" quien hizo "muy buenas reglas y constituciones para los religiosos que se gobernasen por ellas".

 

El dominico Francisco Diago incluyó en sus escritos información sobre la intervención de Raimundo de Peñafort en la fundación de la Orden de la Merced.

 

En el capítulo segundo del libro noveno de la "Historia de la Provincia de Aragón", llega a la conclusión de que Raimundo entró en la Orden dominica en 1222 y, de acuerdo con eso, en el capítulo siguiente trata de "como el bienaventurado San Raymundo se halló en la fundación de la Orden de Nuestra Señora de la Merced y predicó en ella y dio el hábito al beato Pedro Nolasco, primer general de dicha Orden".

 

Esta información se repite en la "Historia del B. Cathalán barcelonés", con alguna cita más. Casi nada se dice sobre el origen de Pedro Nolasco, salvó lo que puede resultar en la siguiente afirmación indirecta de la "Historia de la provincia de Aragón": "Pedro Nolasco que era aficionadísimo a rescatar cautivos y se había empleado en ello y para poderlo mejor hacer moraba ya en Barcelona". ¿Pero catalán o francés?

 

El debate sobre el lugar de nacimiento del fundador de la Orden de la Merced, San Pedro Nolasco, comenzó a establecerse por el siglo XV. Para unos, fue nacido en la población de Mas-Saintes-Puelles, lugar situado entre Carcasona y Tolosa.

 

La hipótesis catalana surgió a raíz de la búsqueda de la identificación documental de Pedro Nolasco: la de su apellido. No se encuentran rastros de este apellido en el sur de Francia. Por tanto, aunque originario de Francia, Pedro Nolasco habría nacido en Barcelona, o en un lugar próximo a esta ciudad.

 

El estudioso A. Oliver afirma con bastante lógica que "Tot es insegur". Lo que sí se sabe con toda seguridad es que en el momento de la fundación de la Orden, Pedro Nolasco era "municeps" de Barcelona.

 

Sorprende que la fundación de la Orden, en la que tomó parte el rey Jaime I, pasara en sus primeros tiempos casi totalmente desapercibida, a pesar de que en el hecho tomara parte lo más distinguido de la nobleza barcelonesa.

 

Una Orden que, en los años modernos de la Evangelización americana se vio colocada entre las tres o cuatro grandes Ordenes, viene a resultar que en sus orígenes pasara como un hecho irrelevante del que nadie se dio cuenta hasta bastante tarde. Y la extrañeza aumenta si se observa que la Orden de la Merced fue fundada por un rey que al mismo tiempo fue cronista y ocurre que en sus Crónicas no aparece la más mínima referencia a la Orden.

 

Acaso la explicación se encuentra en que, a diferencia de la relevancia que por aquel entonces tenían las Ordenes Militares, así como su influencia, pasara desapercibida la Merced dado que la misma no ponía su esfuerzo en la política, ni en la guerra contra los infieles, no buscaba poder civil o eclesiástico, sino que su fin era piadoso-caritativo recolectando limosnas para obtener fondos en la redención de cautivos. Así la primera referencia a esta Orden se efectúa en 1.399 por el dominico Arnaldo Búrget en su obra "Vida sancti Raymundi".

 

En lo que se refiere a la estrecha relación de la Orden de la Merced con Barcelona queda suficientemente reforzada con el escudo heráldico de la citada Orden donde constan los colores de Cataluña, remontados por una cruz blanca sobre campo de gules.

 

Detalle del fresco de la Catedral de Toledo representando la toma de Orán para acabar con los piratas bereberes y rescatar a los cautivos.

 

El Papa Gregorio IX aprobó la orden en el año 1230, y el 8 de enero de 1235 impuso a los caballeros la regla de san Agustín.

 

Regla de San Agustín:


1. Ante todas las cosas, queridísimos Hermanos, amemos a Dios y después al prójimo, porque estos son los mandamientos principales que nos han sido dados.

2. He aquí lo que mandamos que observéis quienes vivís en comunidad.

Capítulo I -Fin Y Fundamento de la Vida Común.


3. En primer término ya que con este fin os habéis congregado en comunidad, vivid en la casa unánimes tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios.

4. Y no poseáis nada propio, sino que todo lo tengáis en común, y que el Superior distribuya a cada uno de vosotros el alimento y vestido, no igualmente a todos, porque no todos sois de la misma complexión, sino a cada uno según lo necesitare; conforme a lo que leéis en los Hechos de los Apóstoles: "Tenían todas las cosas en común y se repartía a cada uno según lo necesitaba".


5. Los que tenían algo en el siglo, cuando entraron en la casa religiosa, pónganlo de buen grado a disposición de la Comunidad.

 
6. Y los que nada tenían no busquen en la casa religiosa lo que fuera de ella no pudieron poseer. Sin embargo, concédase a su debilidad cuanto fuere menester, aunque su pobreza, cuando estaban en el siglo, no les permitiera disponer ni aun de lo necesario. Mas no por eso se consideren felices por haber encontrado el alimento y vestido que no pudieron tener cuando estaban fuera.


7. Ni se engrían por verse asociados a quienes fuera no se atrevían ni a acercarse; más bien eleven su corazón y no busquen las vanidades terrenas, no sea que comiencen a ser las Comunidades útiles para los ricos y no para los pobres, si sucede que en ellas los ricos se hacen humildes y los pobres altivos.


8. Y quienes eran considerados algo en el mundo no osen menospreciar a sus Hermanos que vinieron a la santa sociedad siendo pobres. Más bien, deben gloriarse más de la comunidad de los Hermanos pobres que de la condición de sus padres ricos. Ni se vanaglorien por haber traído algunos bienes a la vida común, ni se ensoberbezcan más de sus riquezas por haberlas compartido con la Comunidad que si las disfrutaran en el siglo. Pues sucede que otros vicios incitan a ejecutar malas acciones, la soberbia, sin embargo, se insinúa en las buenas obras para que perezcan. ¿Y qué aprovecha distribuir las riquezas a los pobres y hacerse pobre, si el alma se hace más soberbia despreciando las riquezas que lo fuera poseyéndolas?


9. Vivid, pues, todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros a Dios, de quien habéis sido hechos templos.

 
Capítulo II - De la Oración.


10. Perseverad en las oraciones fijadas para horas y tiempos de cada día.

 
11. En el oratorio nadie haga sino aquello para lo que ha sido destinado, de donde le viene el nombre; para que si acaso hubiera algunos que, teniendo tiempo, quisieran orar fuera de las horas establecidas, no se lo impida quien pensara hacer allí otra cosa.

12. Cuando oráis a Dios con salmos e himnos, que sienta el corazón lo que profiere la voz.

13. Y no deseéis cantar sino aquello que está mandado que se cante; pero lo que no está escrito para ser cantado, que no se cante.

 
Capítulo III - De la Frugalidad y Mortificación.


14. Someted vuestra carne con ayunos y abstinencias en el comer y en el beber, según la medida en que os lo permita la salud. Pero cuando alguno no pueda ayunar, no por eso tome alimentos fuera de la hora de las comidas, a no ser que se encuentre enfermo.

15. Desde que os sentáis a la mesa hasta que os levantéis, escuchad sin ruido ni discusiones lo que según costumbre se os leyere, para que no sea sola la boca la que recibe el alimento, sino que el todo sienta también hambre de la palabra de Dios.

 
16. Si los débiles por su anterior régimen de vivir son tratados de manera diferente en la comida, no debe molestar a los otros, ni parecer injusto a los que otras costumbres hicieron más fuertes. Y éstos no consideren a aquéllos más felices, porque reciben lo que a ellos no se les da, sino más bien deben alegrarse, porque pueden soportar lo que aquéllos no pueden.


17. Y si a quienes vinieron a la casa religiosa de una vida más delicada se les diese algún alimento, vestido, colchón o cobertor, que no se les da a otros más fuertes y por tanto más felices, deben pensar quienes no lo reciben cuánto descendieron aquéllos de su vida anterior en el siglo hasta ésta, aunque no hayan podido llegar a la frugalidad de los que tienen una constitución más vigorosa. Ni deben querer todo lo que ven que reciben de más unos pocos, no como honra, sino como tolerancia, no vaya a ocurrir la detestable perversidad de que en la casa religiosa, donde en cuanto pueden se hacen mortificados los ricos, se conviertan en delicados los pobres.

 
18. Empero, así como los enfermos necesitan comer menos para que no se agraven, así también después de la enfermedad deben ser cuidados de tal modo que se restablezcan pronto, aun cuando hubiesen venido del siglo de una humilde pobreza; como si la enfermedad reciente les otorgase lo mismo que a los ricos su antiguo modo de vivir. Pero, una vez reparadas las fuerzas, vuelvan a su feliz norma de vida, tanto más adecuada a los siervos de Dios cuanto menos necesitan. Y que el placer no los retenga, estando ya sanos, allí donde la necesidad los puso, cuando estaban enfermos. Así, pues, créanse más ricos quienes son más fuertes en soportar la frugalidad; porque es mejor necesitar menos que tener mucho.


Capítulo IV - De la Guarda, de la Castidad y de la Corrección Fraterna.


19. Que no sea llamativo vuestro porte, ni procuréis agradar con los vestidos, sino con la conducta.

 
20. Cuando salgáis de casa, id juntos, cuando lleguéis adonde os dirigís, permaneced juntos.

21. Al andar, al estar parados y en todos vuestros movimientos, no hagáis nada que moleste a quienes os ven, sino lo que sea conforme con vuestra consagración.

 
22. Aunque vuestros ojos se encuentren con alguna mujer, no los fijéis en ninguna. Porque no se os prohíbe ver a las mujeres cuando salís de casa lo que es pecado es desearlas o querer ser deseados de ellas. Pues no sólo con el tacto y el afecto, sino también con la mirada se provoca y nos provoca el deseo de las mujeres. No digáis que tenéis el alma pura si son impuros vuestros ojos, pues la mirada impura es indicio de un corazón impuro. Y cuando, aun sin decirse nada, los corazones denuncian su impureza con miradas mutuas y, cediendo al deseo de la carne, se deleitan con ardor recíproco, la castidad desaparece de las costumbres, aunque los cuerpos queden libres de la violación impura.

 
23. Asimismo, no debe suponer el que fija la vista en una mujer y se deleita en ser mirado por ella que no es visto por nadie, cuando hace esto; es ciertamente visto y por quienes no piensa él que le ven. Pero aun dado que quede oculto y no sea visto por nadie, ¿qué hará de Aquél que le observa desde arriba y a quien nada se le puede ocultar? ¿O se puede creer que no ve, porque lo hace con tanta mayor paciencia cuanta más grande es su sabiduría? Tema, pues, el varón consagrado desagradar a Aquél, para que no quiera agradar pecaminosamente a una mujer. Y para que no desee mirar con malicia a una mujer, piense que el Señor todo lo ve. Pues por esto se nos recomienda el temor, según está escrito: "Abominable es ante el Señor el que fija la mirada"

 
24. Por lo tanto, cuando estéis en la Iglesia y en cualquier otro lugar donde haya mujeres, guardad mutuamente vuestra pureza; pues Dios, que habita en vosotros, os guardará también de este modo por medio de vosotros mismos.


25. Y si observáis en alguno de vuestros Hermanos este descaro en el mirar de que os he hablado, advertídselo al punto para que lo que se inició no progrese, sino que se corrija cuanto antes.

 
26. Pero si de nuevo, después de esta advertencia o cualquier otro día le viéreis caer en lo mismo, el que le sorprenda delátele al momento como a una persona herida que necesita curación; sin embargo, antes de delatarle, expóngaselo a otro o también a un tercero, para que con la palabra de dos o tres pueda ser convencido y sancionado con la severidad conveniente. No penséis que procedéis con mala voluntad cuando indicáis esto. Antes bien, pensad que no seréis inocentes si, por callaros, permitís que perezcan vuestros Hermanos, a quienes podríais corregir indicándolo a tiempo. Porque si tu Hermano tuviese una herida en el cuerpo que quisiera ocultar por miedo a la cura, ¿no seria cruel el silenciarlo y caritativo el manifestarlo? Pues, ¿con cuánta mayor razón debes delatarle para que no se corrompa más su corazón?

 
27. Pero, en caso de negarlo, antes de exponérselo a los que han de tratar de convencerle, debe ser denunciado al Superior, pensando que, corrigiéndole en secreto, puede evitarse que llegue a conocimiento de otros. Empero, si lo negase, tráigase a los otros ante el que disimula, para que delante de todos pueda no ya ser argüido por un solo testigo, sino ser convencido por dos o tres. Una vez convicto, debe cumplir el correctivo que juzgare oportuno el Superior Local o el Superior Mayor, a quien pertenece dirimir la causa. Si rehusare cumplirlo, aun cuando él no se vaya de por sí, sea eliminado de vuestra sociedad. No se hace esto por espíritu de crueldad, sino de misericordia, no sea que con su nocivo contagio pueda perder a muchos otros.


28. Y lo que he dicho en lo referente a la mirada obsérvese con diligencia y fidelidad en averiguar, prohibir, indicar, convencer y castigar los demás pecados, procediendo siempre con amor a los hombres y odio para con los vicios.


29. Ahora bien, si alguno hubiere progresado tanto en el mal, que llegara a recibir cartas o algún regalo de una mujer, si espontáneamente lo confiesa, perdónesele y órese por él; pero si fuese sorprendido y convencido de su falta, sea castigado con una mayor severidad, según el juicio del Superior Mayor o del Superior Local.

 
Capítulo V - Del Uso de las Cosas Necesarias y de su Diligente Cuidado.


30. Tened vuestros vestidos en un lugar común bajo el cuidado de uno o de dos o de cuantos fueren necesarios para sacudirlos, a fin de que no se apolillen. Y así como os alimentáis de una sola despensa, así debéis vestiros de una misma ropería. Y, a ser posible, no seáis vosotros los que decidís qué vestidos son los adecuados para usar en cada tiempo, ni si cada uno de vosotros recibe el mismo que había usado o el ya usado por otro, con tal de que no se niegue a cada uno lo que necesite. Pero si de ahí surgiesen entre vosotros disputas y murmuraciones, quejándose alguno de haber recibido algo peor de lo que había dejado, y se sintiese menospreciado por no recibir un vestido semejante al de otro Hermano, juzgad de ahí cuánto os falta en el santo vestido del corazón, cuando así contendéis por el hábito del cuerpo. Mas si se tolera por vuestra flaqueza recibir lo mismo que dejasteis, tened, no obstante, lo que usáis, en un lugar común bajo la custodia de los encargados.

 
34. No se niegue tampoco el baño del cuerpo, cuando la necesidad lo aconseje; pero hágase sin murmuración, siguiendo el dictamen del médico, de tal modo que, aunque el enfermo no quiera, se haga por mandato del Superior lo que conviene para la salud. Pero si no conviene, no se atienda a la mera satisfacción, porque a veces, aunque perjudique, se cree que es provechoso lo que agrada.

 
35. Por último, si algún siervo de Dios se queja de algún dolor latente en el cuerpo, créasele sin dudar; empero, si no hubiese certeza de si para curar su dolencia conviene lo que le agrada, entonces consúltese al médico.

 
36. No vayan a los baños o a cualquier otro lugar adonde hubiere necesidad de ir menos de dos o tres. Y al que necesite ir a alguna parte, no vaya con quienes él quiere, sino con quienes manda el Superior.

 
37. Del cuidado de los enfermos, de los convalecientes o de quienes, aun sin tener fiebre, padecen algún achaque, encárguese a un Hermano para que pida de la despensa lo que cada cual necesite.


38. Los encargados de la despensa, de los vestidos o de los libros sirvan a sus Hermanos sin murmuración.


39. Pídanse cada día los libros a la hora determinada y, si alguien los pidiere fuera de la hora señalada, no se le concedan.

 
40. Los vestidos y el calzado, cuando quien los pide es porque los necesita, no difieran en dárselos quienes los guardan bajo su custodia.

 
Capítulo VI - De la Pronta Demanda del Perdón y del Generoso Olvido de las Ofensas.

41. No haya disputas entre vosotros, o, de haberlas, terminadlas cuanto antes para que el enojo no se convierta en odio y de una paja se haga una viga, convirtiéndose el alma en homicida: pues así leéis: "El que odia a su hermano es homicida".


42. Cualquiera que ofenda a otro con injuria, con ultraje o echándole en cara alguna falta, procure remediar cuanto antes el mal que ocasionó y el ofendido perdónele sin discusión. Pero si mutuamente se hubieran ofendido, mutuamente deben también perdonarse la deuda, por vuestras oraciones, que cuanto más frecuentes son, con tanta mayor sinceridad debéis hacerlas. Con todo, mejor es el que, aun dejándose llevar con frecuencia de la ira, se apresura sin embargo a pedir perdón al que reconoce haber injuriado, que otro que tarda en enojarse, pero se aviene con más dificultad a pedir perdón. El que, en cambio, nunca quiere pedir perdón o no lo pide de corazón, en vano está en la casa religiosa, aunque no sea expulsado de allí. Por lo tanto, absteneos de proferir palabras duras con exceso y, si alguna vez se os deslizaren, no os avergoncéis de aplicar el remedio salido de la misma boca que produjo la herida.


43. Pero cuando la necesidad de la disciplina os obliga a emplear palabras duras al cohibir a los menores, si notáis que en ellas os habéis excedido en el modo, no se os exige que pidáis perdón a los ofendidos, no sea que por guardar una excesiva humildad para con quienes deben estaros obedientes, se debilite la autoridad del que gobierna. En cambio, se ha de pedir perdón al Señor de todos, que conoce con cuánta benevolencia amáis incluso a quienes quizá habéis corregido más allá de lo justo. El amor entre vosotros no debe ser carnal, sino espiritual.

 
Capítulo VII - Criterios de Gobierno y Obediencia.


44. Obedézcase al Superior Local como a un padre, guardándole el debido respeto para que Dios no sea ofendido en él, y obedézcase aún más al Superior Mayor, que tiene el cuidado de todos vosotros.

 
45. Corresponde principalmente al Superior Local hacer que se observen todas estas cosas y, si alguna no lo fuere, no se transija por negligencia, sino que se cuide enmendar y corregir. Será su deber remitir al Superior Mayor, que tiene entre vosotros más autoridad, lo que exceda de su cometido o de su capacidad.

 
46. Ahora bien, el que os preside, que no se sienta feliz por mandar con autoridad, sino por servir con caridad. Ante vosotros, que os proceda por honor; pero ante Dios, que esté postrado a vuestros pies por temor. Muéstrese ante todos como ejemplo de buenas obras, corrija a los inquietos, consuele a los tímidos, reciba a los débiles, sea paciente con todos, Observe la disciplina con agrado e infunda respeto. Y aunque ambas cosas sean necesarias, busque más ser amado por vosotros que temido, pensando siempre que ha de dar cuenta a Dios por vosotros.

 
47. De ahí que, sobre todo obedeciendo mejor, no sólo os compadezcáis de vosotros mismos, sino también de él; porque cuanto más elevado se halla entre vosotros, tanto mayor peligro corre de caer.

 
Capítulo VIII - De la Observancia de la Regla.


48. Que el Señor os conceda observar todo esto movidos por la caridad, como enamorados de la belleza espiritual, e inflamados por el buen olor de Cristo que emana de vuestro buen trato; no como siervos bajo la ley, sino como personas libres bajo la gracia.


49. Y para que podáis miraros en este pequeño libro como en un espejo y no descuidéis nada por olvido, léase una vez a la semana. Y si encontráis que cumplís lo que está escrito, dad gracias a Dios, dador de todos los bienes. Pero si alguno de vosotros ve que algo le falta, arrepiéntase de lo pasado, prevéngase para lo futuro, orando para que se le perdone la deuda y no caiga en la tentación.