ORDEN DE LOS HERMANOS HOSPITALARIOS DE BURGOS
En
el año del Señor de 1212 fue creada la Orden de los Hermanos Hospitalarios de
Burgos por el rey de Castilla don Alfonso VIII, llamado el bueno. Este Rey, que
accedió al trono en el año 1158 con sólo tres años de edad recién
cumplidos, era un ferviente devoto del Apóstol Santiago. Muchas fueron las
leyendas que durante su niñez oyó de boca de sus guías y de sus maestros el
joven Rey. Muchas fueron, como digo. Pero las que quedaron siempre en su
memoria, las que eternamente le acompañaron, y a cuyos recuerdos debamos, tal
vez, la creación de esta Orden, fueron las que recordaban la aparición de Nosa
Señora da Barca, en Muxia, Galicia, y la asombrosa presencia en España del Apóstol
Santiago.
Junto
a la mesa de su maestro, quizás de todos, el que más influyera en él, el
joven Rey oiría extasiado cómo estando un día el Apóstol Santiago, sentado
junto al embravecido mar gallego, afligido porque le era muy difícil
cristianizar aquellas tierras espaciosas y de ciudades y pueblos tan distantes
entre sí, vio venir hacia él a la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, de pie
sobre una barca de piedra, que le dijo: «Hijo mío, debes hacer que este
lugar sea para mí consagrado. Yo haré que a él asistan hijos de todos los
lugares del mundo para que sean cristianizados. Y protegeré además a los
marineros de los peligros del mar y de los males de la tierra.» Y
dicho esto, la Virgen desapareció en el aire dejando la barca de piedra sobre
la playa como garantía de su promesa.
De
boca de algún otro maestro oiría también el joven Rey de qué forma tan extraña
fue traído a España el cuerpo del Apóstol Santiago por sus discípulos, en
una barca de piedra; siendo después transportado a un seguro escondite que había
sido preparado ex profeso para ocultar el sagrado cuerpo y preservarlo así de
las grandes persecuciones a las que estaban sometidos los seguidores de Cristo
por aquellos tiempos.
¡Piedra!
¡Piedras! Siempre la piedra en la mayoría de la historia del Apóstol, así
como en todos sus milagros. Quizás por ello fuesen elegidos para albergar la
Orden de los Hermanos Hospitalarios de Burgos, maestros canteros de indiscutible
experiencia en el mármol y en la piedra, y destacados terapeutas que conocían
las propiedades curativas de las hierbas y de las piedras.
Antes
de la Edad Medía, el culto a las piedras estaba muy enraizado con la cultura
Celta, pero para las personas que habitaron en la Edad Media, las piedras eran
el símbolo del fin de la tierra conocida, y por ello fue llamado así el Finis
Terrae, que como todo el mundo sabe fue tomado por el fin de la tierra conocida.
Y algo de cierto debe haber en todo esto porque, aunque este historiador no lo
comparta, hay quienes sitúan las aras sextianas, que Plinio cita en sus
escritos, precisamente en el Cabo Finisterre.
Diremos
aquí, para aquellos que no lo sepan o lo hayan olvidado, que las aras sextianas
eran tres rocas, en las que algún tallista antiguo había grabado extrañas
figuras, con el fin de que por ellas se rindiera culto al emperador romano en
lugares alejados.
Sobre
la base de estas leyendas que al Rey Alfonso VIII gustaron tanto y tanta devoción
tenía por ellas, fue creada la Orden de los Hermanos Hospitalarios de Burgos. Y
fue fundada con las misiones siguientes: cuidar, socorrer y defender a los
peregrinos que se dirigían hacía el sepulcro del Santo Apóstol Santiago y,
asimismo, cuidar, socorrer y defender a los peregrinos que se dirigían hacia el
templo de Nosa Señora da Barca, para luego llegar hasta el fin del mundo.
Las
dos bases de estos caritativos caballeros estaban, una en Burgos, donde había
un hospital para atender a los enfermos, una cocina para dar de comer a los
hambrientos, un dispensario para curar a los heridos y a los dañados por
mordeduras de perro, y una patrulla de soldados constante en el camino para
defender a los peregrinos de los ataques de los ladrones; el otro hospital se
encontraba en Corcubión, una pequeño localidad que pertenece al partido
judicial de Finisterre, cuyo territorio, mágico y paradisíaco, se encuentra
adornado por la ría de Corcubión. Y en este entorno apacible y silencioso, se
hallaba, como ya hemos dicho antes, el otro hospital que era atendido también
por estos caballeros, con los mismos auxilios y prestaciones que solían ofrecer
en el dispensario de Burgos.
La
romería que en aquellos tiempos se celebraba para festejar la aparición de
Nosa Señora da Barca, era la más popular y concurrida que se conmemoraba en la
hoy conocida como Costa de la Muerte. Y era vigilada, protegida y asistida
sanitariamente, durante todo su recorrido, por los Hermanos Hospitalarios de
Burgos.
Según
nos dicen documentos de la época que hasta nuestras manos llegaron, estos
piadosos hermanos tuvieron que trabajar mucho para mantener el orden público
durante el largo recorrido que la procesión cumplía, ya que a ella acudían
peregrinos enfermos de todas las provincias de España, la mayoría de las veces
acompañados de familiares afectados también de alguna enfermedad. Pues era
creencia generalizada en aquellos tiempos, y creo que en estos también, que los
afectados de la locura se volvían cuerdos, que los malos de garganta se
restablecían, que los que tenían verrugas se les caían en el acto y que los
endemoniados quedaban libres de su diabólico huésped en un instante si asistían
a la romería primero y cumplían con el ritual de la piedra después.
El
ritual de la piedra consistía, y todavía sigue consistiendo, en ir a la piedra
adecuada, según la enfermedad padecida, y cumplir con el precepto apropiado.
Por ejemplo, quienes sufrían de los huesos o del riñón tenían que pasar un número
de veces, nunca inferior a tres, por debajo de la «Pedra dos Cadrís», que según
la leyenda pertenece a la barca de la Virgen; los que padecían del mal de la
posesión, tenían que subirse sobre el borde de «a Pedra de Avalar», e
intentar que se balanceara o, como mínimo, que emitiera su característico
chirrido, pues tanto el balanceo como el chirrido se producían solamente para
comunicar al enfermo que había quedado libre de todo pecado. Según la leyenda,
esta piedra corresponde a la vela de la barca de la Virgen, y queremos hacer
constar que mide nueve metros de largo y tiene más de treinta centímetros de
grosor. Y, además, es la que avisa a los marineros de los temporales para
preservarlos de los peligros del mar, tal como la Virgen le prometió al Apóstol:
cuando la piedra se desplaza de su lugar, el pescador sabe que ha sido avisado.
Y ya, por último, los que tenían verrugas o algún mal en las manos o en la garganta, podían curarse frotándolas con la «Pedra do Timón», que corresponde al timón de la barca de la Virgen.
Famosa
ha sido en todo tiempo esta romería. Y muchas curaciones se han producido
acudiendo a ella y cumpliendo el ritual de la piedra. Poetas y romanceros de
todos los tiempos han ensalzado estas evocaciones: Rosalía de Castro, López
Abente, García Lorca y otros muchos han cantado prácticamente desde el siglo
XV ó XVI, la importancia de este evento. Demos como muestra una poesía de
Federico García Lorca, titulada: «Romaxe de Nosa Señora
da Barca»
¡Ay
ruada, ruada, ruada
da Virxen pequena
e a súa barca!
A Virxen era pequena
e a súa coroa de prata.
Marelos os catro bois
que no seu carro a levaban.
Pombas de vidro traguían
a choiva pol-a montana.
Mortos e mortos de néboa
pol-as congostroas chegaban.
¡Virxen, deixa a túa cariña
nos doces ollos das vacas
e leva sobr'o teu manto
as foles da amortallada!
Pol-a testa de Galicia
xa ven salaiando a i-alba.
A Virxen mira pra o mar
dend'a porta da súa casa.
¡Ay ruada, ruada, ruada
da Virxen pequena
e a súa barca!