ORDEN DE SAN ANTÓN O DE LOS ANTONIANOS

 

No se sabe con certeza cuando fue fundada la esta orden, pues es una de las más antiguas y, a la vez, de las más enigmáticas que han existido.

Fue fundada para perpetuar el recuero de san Antón, nacido en el año 251 d.C., y muerto en el año 356, a quien se le conoce como el primer monje de la cristiandad, y cuya historia dice que cuando cumplió los 20 años de edad, habiendo quedado seducido por las enseñanzas del Evangelio, sobre todo las de Lucas, 18, 22, que dicen: «Quo audito Iesus ait ei adhuc unum tibi deest omnia quaecumque habes vende et da pauperibus et habebis thesaurum in caelo et veni sequere me». O sea, «Jesús, al oírlo, le dijo: “Aún te falta una cosa: Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”».

En entonces, el rico Antón, porque era inmensamente rico, repartió su herencia y se marchó a vivir en el desierto como un asceta. Su santa vida, llena de sacrificios y amor a Dios, atrajo a muchos seguidores que terminaron por ser sus discípulos, llegando a formar un día una verdadera comunidad de creyentes. Su convento estuvo rigiéndose sin regla hasta después de su muerte y, a pesar de ello, nunca hubo entre sus seguidores infracciones ni disputas. Fue san Atanasio, amigo personal y biógrafo de santo quien implantó la regla de san Benito para que fuese observada y cumplida por los monjes.

En el camino de Santiago, concretamente en Castrojeriz, provincia de Burgos, existen unas ruinas que pertenecieron a un hospital regentado por esta orden. En aquel sitio eran curados los peregrinos enfermos o heridos; abastecidos de comida, de agua y de cama. E incluso se sabe que el hospital estaba abierto tanto de día como de noche para que ningún peregrino quedase sin atención.

Lo extraño de esta orden es que sus miembros eran expertos en curar una enfermedad muy rara que era conocida como «fuego de San Antón»,  en honor a su fundador. Esta enfermedad se presentaba en el cuerpo humano por unas enrojecidas erupciones que se manifestaban con mucho escozor en cara, piernas, brazos y manos, provocadas por el cornezuelo del centeno. Parece ser que esta enfermedad se producía en la Edad Media a causa de consumir centeno, avena, trigo, cebada..., ya que estos cereales son portadores de una microtoxina en forma de hongos que los contaminan.

El hábito de estos hermanos era negro en señal de duelo por la muerte de Nuestro señor Jesucristo.

Esta orden quedó extinguida en España el año 1791, ordenada por el rey Carlos III, quien se quedó con todos sus bienes.

Actualmente, la Fundación «ELIECER DÍEZ TEMIÑO - SAN ANTÓN», constituida con el noble afán de impedir que se pierda tan importante patrimonio cultural de la Provincia de Burgos y del Camino de Santiago, está derrochando esfuerzos para mantener el complejo, (ya funciona con normalidad un albergue donde han pernoctado el pasado año cerca de 1.000 peregrinos y se ha atendido y acogido a más de 20.000) impartiendo cursos de verano que pretende iniciar, o mejor recuperar, el estudio de la Orden de los Antonianos y, especialmente, sus relaciones con otras Órdenes Hospitalarias, algunas de las cuales mantuvieron una vinculación especial con aquélla desde sus mismos orígenes.

Entre las materias a tratar ocupa un lugar preferente el estudio de la TAU como símbolo específicamente antoniano, del que hicieron uso también otras Órdenes y que mantiene un indudable interés para expertos y curiosos, ortodoxos y esotéricos, creyentes y profanos, sabios y aspirantes a serlo, y limpios de espíritu en general lo que, en definitiva, da fe de la fuerza simbólica del signo y su misterio.

La cruz «TAU», es un símbolo franciscano muy importante, ya que sobre ella decía el Papa Inocencio III que: "La «TAU» es la última letra del alfabeto griego, símbolo de la humildad en que se fundó el Evangelio y señal propia de los hijos de la Pobreza.  La «Tau» tiene exactamente la misma forma de la cruz en que  fue clavado Cristo ...".

Sabemos que san Francisco eligió el  signo TAU como símbolo de su vocación y la de sus discípulos porque incluso rubricaba su firma con ella. Sus frailes siempre la llevaron encima.

Para  todo franciscano es parte de la herencia que dejó san Francisco. Llevar la TAU significa  el empeño  de querer sobrellevarla en el corazón en recuerdo de Nuestro Señor Jesucristo.