ORDEN DEL FIRMAMENTO

 

Esta orden que, dado el carácter excéntrico que siempre mostró el rey don Alfonso VI de Portugal, fue totalmente ridícula y tuvo muy poca vida.

Sabido es que ya desde los primeros años de su vida este rey hacia entrar en el patio de palacio a los muchachos de su edad, formándoles en cuadrillas separadas para atacarse luego a pedradas.

Un mercader genovés llamado Conti se granjeo su cariño, reglándole sedas, cuchillos dorados y otras fruslerías, llegando a hacerse imprescindible para el joven monarca, en términos que, andando el tiempo, se aposentó definitivamente en el palacio, haciendo el rey todo cuanto el mercader disponía.

Dado el rey a disfrutar de toda clase de placeres, ideando siempre nuevos pasatiempos, se le ocurrió instituir la Orden del Firmamento, en la cual lo mismo eran admitidos caballeros de su corte, que el último soldado de los batallones conocidos como de la Patrulla.

La admisión a la Orden se hacía con una escenificación verdaderamente teatral. Los soldados de infantería eran recibidos en asamblea por sus camaradas; los de caballería, delante de toda la orden reunida; y los nobles recibían el espaldarazo de manos del rey, habiendo elegido antes un padrino de la clase noble.

El salón en donde se reunía la asamblea de los caballeros del Firmamento parecía el palacio del dios de la noche. La bóveda pintada de azul, estaba cubierta de constelaciones y estrellas, y por medio de un transparente iluminado, aparecía una media luna de grandes dimensiones. Los cortinajes, los muebles y las alfombras, eran también azules, cargadas de estrellas, que brillaban por el reflejo de una multitud de luces. Una cortina, que solo se corría en ciertas celebraciones, cubría un nicho en el que, en medio de sus atributos, habían colocado a Venus y Baco.

Los caballeros de esta extraña orden usaban un collar de pedrería, formado por varias estrellas de cinco rayos que estaban unidas por medias lunas.

Su divisa era la siguiente: El sol está vencido. Nuestro es el mundo.