HERMANDAN DE LOS ESENIOS
La hermandad de los esenios fue fundada allá por el año 160 a.C.,
por un grupo de sacerdotes expulsados del Templo de Jerusalén que tenían ideas
contrarias a las doctrinas que se derivaban de las Escrituras. Sus miembros eran
más de seis mil repartidos por todos las tierras de Israel.
En todas las ciudades, pueblos, aldeas y lugares, los esenios eran queridos y admirados por todas las gentes que los conocían. Los miembros liberados de la comunidad andaban los caminos ayudando al enfermo a salir de su enfermedad, dando el pan que ellos pedían por amor de Dios a los necesitados y a los hambrientos, ayudando a los desvalidos, predicando su doctrina entre las gentes que voluntariamente los quería escuchar... Eran, sin lugar a dudas, unos hombres santos. De ahí que la gente, a través del tiempo, los fuera conociendo como: «los esenios», del griego ’Esshnoí (santidad) y del hebreo Hásayyá’ (hombres santos). Los esenios llegaron a hacerse tan populares y tan queridos de todas las gentes que los fueron conociendo, que incluso una de las puertas de acceso a la ciudad santa de Jerusalén fue bautizada con el nombre de: «Puerta de los Esenios», en honor de estos santos varones y en recuerdo de su continuo paso por el umbral de la misma.
Las ideas que estos monjes ascéticos tenían sobre Dios y sobre la Ley y por las que fueron expulsados del Templo de Jerusalén, eran las siguientes: Si Dios había creado a la primera pareja, todos procedíamos de ella, y por lo tanto, no sólo el pueblo de Israel era hijo de Dios, sino que toda la humanidad lo era; la circuncisión podía contemplarse como medida de higiene, pero no como alianza con Dios, porque esa alianza habría sido hecha por Dios con los egipcios que la practicaban mucho antes de que Abraham se circuncidara; que todo lo creado por Dios es bueno, por lo tanto el flujo seminal del hombre no puede ser inmundo ni el flujo de sangre en la mujer impura; los sacerdotes deben elegir libremente entre casarse y quedarse solteros. El sacerdote que crea que sirve a Dios mejor casado y con descendencia, que se case. Y el Sacerdote que crea que sirve a Dios mejor célibe y estéril, que se quede soltero..., porque no es la descendencia ni la esterilidad lo que hace santo al sacerdote, sino la vocación de servir, la capacidad de amar y la disposición para asistir y darse al prójimo; que el sacerdote ha de servir a Dios desde la pobreza, y vivir pobremente en solidaridad con los desprotegidos del mundo; que los deformes provenientes de la estirpe de Arón, también tienen derecho a mostrarse en el santuario para ofrecer el pan de Dios y las combustiones de Yavé, pues los ciegos, los cojos, los mutilados, los monstruosos, los quebrados de pie o mano, los jorobados, los enanos, los bisojos y los hernioso, no tienen culpa de serlo.
Los esenios reconocían a Dios como rector supremo de la Creación, decían que Él no intervenía en el devenir del mundo y creían en la resurrección de los muertos en cuerpo y alma.
La comunidad estaba muy bien organizada, pero sin jefatura jerárquica. Dentro de sus posesiones eran todos hermanos, todos iguales y con la misma dignidad. Cada uno se atribuía a sí mismo un trabajo según sus conocimientos o su vocación, y lo llevaba a efecto con alegría, dignidad, honradez y espíritu de servicio; de manera que cada cual respondía de su propio trabajo sin interferencias jerárquicas. El más sabio de entre ellos era elegido como «el maestro». Este no era precisamente un puesto de mando, sino un trabajo que había que efectuar como otro cualquiera. El maestro estaba asesorado por doce hermanos elegidos personalmente por él mismo, y su trabajo consistía en juzgar imparcialmente todos los desacuerdos y dudas que existían entre sus hermanos. Todos ellos conocían a la perfección su trabajo y lo ejercían a las mil maravillas; por ejemplo, el que se encargaba de comprar, preparar y cocinar los alimentos sabía a ciencia cierta que los requisitos para ejercer este cargo eran los conocimientos profundos de la limpieza y la meticulosidad. Antes de tocar cada alimento se tenía que lavar escrupulosamente las manos.
Su género de vida era ascético y cuando salían a la calle vestían de blanco.
Cuando un aspirante era aceptado para convivir con ellos y ser educado en sus creencias, lo primero que hacían con él era purificarlo sumergiéndolo por completo en una balsa de agua; después le daban una túnica blanca, un taparrabos para el baño y un instrumento para limpiar el suelo después de satisfacer sus necesidades naturales. Antes de ser admitidos de pleno en la comunidad eran probados durante un año. Después iniciaban otro periodo probatorio de dos años de duración. Durante este lapso de tiempo no les era permitido ejercer ningún trabajo: eran aprendices y su única misión era estudiar y aprender.
Casados y solteros vivían en comunidad, ya que las esposas, por el mero hecho de estar desposadas con ellos, pasaban a formar parte de la hermandad. Ellas elegían su propio trabajo, se sometían a su mismo género de vida y, cuando salían a la calle, también vestían de blanco.
Ni los casados ni los solteros podían tener propiedades privadas, ni nada que les perteneciera. El fruto de su común trabajo era puesto en manos del hermano que ejercía el puesto de administrador. Los que no reunían condiciones físicas para el trabajo, así como los enfermos y los ancianos, eran en todo momento cuidados esmeradamente por los más privilegiados. La posesión en común iba acompañada de la práctica de la pobreza personal. No desechaban túnica y calzado hasta que ya resultaban del todo inaprovechables.
Rezaban a Dios cinco veces al día, repartidas de la siguiente manera: de 5 a 6; de 9.30 a 10.30; de 14 a 15; de 18 a 19 y de 1 a 2. Para ello, se sentaban por orden de edad, atendían a la lectura de libros sagrados y los interpretaban. Después, cada uno se buscaba un rincón y rezaba o hablaba con Dios en solitario.
Sus ideales eran el amor a Dios, el amor al prójimo y el amor a la virtud. El amor a Dios se manifestaba por el amor y el respeto a todo lo creado; el amor al prójimo significaba la igualdad de todos los hombres, la exclusión de la esclavitud, espíritu de amistad y ayuda, y sobre todo, cuidar de los enfermos, los inválidos y los ciegos. El amor a la virtud, además de la pobreza, implicaba frugalidad, sobriedad, paciencia, comprensión, respeto, limpieza meticulosa del cuerpo tanto por dentro como por fuera, renuncia a la búsqueda de honor y poder soportar con valentía el sufrimiento.
Las notas más características en su vida comunitaria y pública, eran la mesa común, bienes comunes y vida cultural y ascética concebida en razón de los pobres y los desprotegidos.
Por llevar esta forma de vida, el grupo de los esenios era conocido, entre la gente, como: «comunidad», del griego «écclhsía»; o sea, iglesia, comunidad o asamblea.
Eran estudiosos de las raíces y de las plantas medicinales, y observaban con detenimiento las propiedades útiles de las piedras. Tenían más de cien variedades distintas de raíces y plantas medicinales meticulosamente envasadas y catalogadas con el sello de la enfermedad que curaban, que mitigaban o que prevenían. Conocían, asimismo, plantas que producían extraños sueños, hongos que volvían dichosos a los infelices y cactus mediante los cuales se podían ver y explicar visiones celestes.
La limpieza de los lugares que habitualmente habitaban, así como la profunda limpieza de su propio cuerpo, era una manera de purificarse y de purificar los recintos donde todos convivían. Pues creían firmemente que allí donde más de cinco estaban reunidos, Dios estaba con ellos. Y por esa razón se bañaban tres veces al día y bebían grandes cantidades de agua para purificar el cuerpo tanto por dentro como por fuera; limpiaban profunda y meticulosamente los utensilios que usaban para comer, los muebles, los taburetes donde se sentaban, los sitios donde se reunían y el pequeño santuario donde diariamente ofrecían a Dios el oficio divino. Lavaban meticulosamente su cuerpo tanto por dentro como por fuera para ser gratos a los ojos del Señor cuando éste estuviera entre ellos; y limpiaban escrupulosamente todos los enseres y rincones de la casa para que Dios estuviera a gusto en todos los lugares donde ellos se reunían en su nombre para estar con Él.
Practicaban la imposición de manos porque creían que, mediante este rito, la energía del sano pasaba al enfermo, y si no lo sanaba, le daba vigor y fuerzas para vivir; la fortaleza del fuerte pasaba al débil; la sabiduría del sabio o del viejo pasaba al ignorante o al inculto; la alegría del jovial pasaba al triste; la bondad del apacible pasaba al malo; la dulzura del manso pasaba al colérico...
Creían firmemente en la venida al mundo de un doble mesías: el mesías de Arón y el mesías de Israel, es decir, un mesías de ascendencia sacerdotal y otro de origen davídico. Y daban por cierto que ambos mesías se manifestarían al mundo a través de ellos, pues ellos se tenían por el «resto santo» de Israel que una vez más había superado la crisis de la historia. Ellos conocían muy bien, porque lo habían meditado largamente, la idea profética del «resto», según la cual el plan salvífico de Dios se ejecutaría, no a través de toda la colectividad de Israel, infiel y claudicante, sino a través de sucesivas minorías cualificadas y preparadas. El profeta Safonías había anunciado el juicio y la supervivencia de un resto «humilde y pobre» que buscaría refugio en el nombre de Yavé... Los esenios creían firmemente ser ese resto.
Su liturgia, u oficio divino diario, comenzaba con la lectura de textos sagrados y comentarios de los mismos, y terminaba con el rito del banquete sagrado. En el cual todos participaban comiendo un pedacito del mismo pan y bebiendo un pequeño sorbo de una misma copa de vino.
Los esenios tuvieron también sus desacuerdos, y como consecuencia de ellos hubo una escisión y se formaron dos grupos: los esenios «justos» y los esenios «celosos». Los esenios justos siguieron en la misma línea que siempre habían seguido, y los esenios celosos (zelotes) mezclaron la política con la religión y comenzaron a cometer actos terroristas contra los romanos y contra sus mismos correligionarios. Creían que el mesías de origen davídico que había de nacer de entre ellos, sería un gran caudillo que lucharía contra el poder de Roma y contra los reyes títeres de Israel para sacarlos del oprobio y de la marginación inhumana a la que estaban sometidos. Y pensaban que debía haber un ejercito organizado, compacto y numeroso, para ponerse a sus órdenes y facilitarle las cosas cuando estuviera entre ellos. Por esta razón se jerarquizaron. Los que provenían de la rama sacerdotal se auto nombraron sacerdotes, y los laicos tomaron grados militares y se escalafonaron en millares, centenas, cincuentenas y decenas. Se instalaron por los alrededores del mar Muerto y se construyeron una ciudad fortificada con murallas de gran espesor y una gran fragua para templar las herramientas que usaban para trabajar y las armas que fabricaban para luchar y cometer actos terroristas.
Escribieron también un Manual de la Guerra, y en él iban escribiendo las tácticas y las estrategias que los mandos iban ideando, estudiando, practicando y ensayando diariamente para que la luz venciera a las tinieblas.