ORDENACIÓN SACERDOTAL DE MUJERES. PRIMEROS AÑOS DEL CRISTIANISMO.

Fuentes documentales: Cuarto canon de los apóstoles. Que trata de la estricta conservación de la disciplina de la Iglesia. Siglos II y III.

 

He aquí la ceremonia que se ha de observa al conferir el diaconado tanto a los varones como a las hembras: Primero, el arcediano presenta al obispo el o la que debe ser ordenada, diciendo que la Iglesia lo pide para el oficio del diaconado. Sabéis si es digno de él ―pregunta el obispo. Yo sé que sí y doy testimonio de ello ―contesta el arcediano. El obispo da gracias a Dios, y después, dirigiéndose al clero y al pueblo, dice: Elegimos con la ayuda de Dios a este diácono o diaconisa presente para el orden del diaconado. Si alguno tiene que decir alguna cosa en su contra, que se adelante por el amor de Dios, y que lo diga; pero que recuerde su condición. Después se detiene para dar tiempo a los asistentes a pensar. Esta advertencia indica la antigua disciplina de consultar al clero y al pueblo en las ordenaciones; porque, aunque el obispo tenga todo el poder para ordenar, el consentimiento o denuncia de los seglares es suficiente para ordenar al candidato o anular la ceremonia, porque es muy importante asegurarse del mérito de los ordenandos. Pasada la espera, el obispo, dirigiendo la palabra al ordenando, le dice: Debéis pensar cuán grande es el grado a que ascendéis en la Iglesia. Un diácono debe servir el altar, bautizar y predicar. Los diáconos o diaconisas ocupan el puesto de los antiguos levitas; son la tribu y herencia del Señor; deben guardar y llevar el tabernáculo, es decir, defender la Iglesia contra sus enemigos invisibles, y adornarla con su predicación y ejemplo. Están obligados a una gran pureza y son cooperadores del cuerpo y sangre de Nuestro Señor, y encargados de anunciar el Evangelio. Terminado de decir estas palabras, el obispo, pronunciando algunas oraciones sobre el ordenando, vuelve a tomar la palabra y dice: Nosotros acabamos de examinar su vida cuanto nos ha sido posible: Vos Señor, que veis el secreto de los corazones, podéis purificarle y darle lo que le falta. El obispo pone entonces la mano sobre la cabeza del ordenando, diciendo: Recibid el Espíritu Santo para tener fuerza de resistir al diablo y a sus tentaciones. Una vez ordenados, se le asignaba una iglesia que debían administrar. Su cargo era el de cuidar de lo temporal y de las rentas de la Iglesia, de las limosnas de los fieles, de las necesidades de los eclesiásticos e incluso de las del papa. Los subdiáconos o subdiaconisas hacían las colectas, y los diáconos o diaconisas eran los depositarios de ellas y sus administradores. Este manejo de las rentas de la Iglesia acrecentó su autoridad a medida que las riquezas de la iglesia fueron aumentando. Los de Roma, por ejemplo, como ministros de la primera Iglesia, tuvieron preferencia. Esto dio lugar a que la gente comenzara a creer que los diáconos o diaconisas estaban en autoridad por encima de los obispos.

FIN DEL DIACONADO FEMENINO.

Fuentes documentales: Concilio de Orange. Año 441.

Basándose en las muchas críticas recibidas en la Iglesia por culpa de la ordenación de mujeres, sobre todo en las dejadas por Aurelius Augustinus Hipponensis, conocido actualmente como Agustín de Hipona, el cual solía repetir en sus múltiples prédicas “que la mujer era una bestia que no era firme ni estable, por culpa de la cual vino la muerte al mundo…,” se prohibió la ordenación de mujeres, y obligaron a las que ya estaban ordenadas, a dejar sus ministerios y seguir siendo simples seglares.