LOS TEMPLARIOS TAMBIÉN HACÍAN SUS NECESIDADES
  
  
  Cuando alguien idealiza a una persona o, como es en este caso, una orden
  militar y religiosa que por haber sido suprimida de una forma tan sorprendente
  y martirizada se nos antojan sus miembros poco menos que deidades, tendemos a
  pensar que no meaban ni cagaban. Pero estamos equivocados. Los templarios hacían
  sus necesidades como todos los mortales. 
Cabinas como esta que aquí representamos eran realizadas por los Hermanos carpinteros y plantadas por los alrededores de las casas del Templo.
Eran cabinas transportables, de modo que, cuando se llenaba el agujero que solían abrir en la tierra para recoger los excrementos, lo tapaban después muy bien y excavaban otro. Sobre el nuevo agujero colocaban cuidadosamente la misma cabina que había estado cubriendo el otro, y ya, hasta más o menos pasados dos años, según los miembros que habitasen la encomienda, no había necesidad de repetir el cambio.
Los excrementos que quedaban enterrados en el anterior se dejaban bien cubiertos con tierra gruesa y reforzados para evitar accidentes. Esperaban un año, poco más o menos, que era el tiempo que los excrementos necesitaban para endurecerse y forma cuerpo, y después los sacaban con una pala y los transportaban con un carretón de madera al lugar donde tenían la tierra ya preparada para ser abonada. El Temple no desperdiciaba nada. Incluso la cascara de almendra que, en aquellos tiempos, cuantas personas se dedicaban a este negocio desechaban, ellos las molieron y convirtieron en un aditivo más de la masa que se usaba para construir o levantar muros.