En
este última artículo, de este monográfico que se ha estado dando por partes,
me gustaría insistir en que el verdadero encuentro con el yoga es la MEDITACIÓN.
También he de decir que es la parte más difícil de llevar a cabo.
En
un artículo anterior, veíamos como Arjuna, el guerrero oriental que tenía
remordimientos de conciencia cuando tenía que luchar contra sus propios
parientes, le decía a Krisnha que el sistema de yoga que había resumido para
él no era práctico ni posible de soportar porque la mente es inquieta e
inestable. Veíamos también como Krisnha, no insiste en que Arjuna siga
practicando el yoga de la meditación. Con ello nos da a entender que esta es
una ciencia totalmente libre. Hay que decir voluntariamente y con todo nuestro
empeño si decimos practicarlo o no.
Si
alguien me preguntará dónde radica la dificultad para llevar a cabo el yoga de
la meditación, yo le contestaría que se halla en la dificultad que la persona
tiene a la hora de encontrar un lugar solitario y adecuado, es decir, un lugar
donde tengamos la completa seguridad de que en ningún momento seremos
interrumpidos.
En
el Bhagavad gita se dice lo siguiente:
Sucau dese pratishapya
Shiram asanam atmanah
Naty ucchitarm nati nicam
Cailajina kusottaram
Tatraikagram manah krtva
Yata cittendriya kriyah
Upavisyasane yunjyad
Yogam atma visuddhaye.
Para
practicar el yoga
hay
que ir a un sitio retirado,
poner
hierba en el suelo
cubrirla
con una piel de tigre.
El
asiento no debe ser muy alto
ni
demasiado bajo.
habrá
que sentarse firmemente,
y
practicar el yoga
controlando
la mente y los sentidos,
y
así purificarás tu corazón.
Por
qué habrá que sentarse sobre pieles de animales peligrosos, sencillamente
porque los reptiles no se acercarán a donde estén estas pieles y los
meditadores no serán molestados ni atacados por una de estas serpientes.
Como
se puede observar, la comodidad es lo que prima para que el yogui se sienta
agradablemente y pueda de esta forma llegar al clímax de la meditación. Por
ello se aconseja que el asiento, dentro de unas normas, es decir, ni demasiado
alto ni demasiado bajo, sea del gusto del meditador. Y en esta comodidad también
entra el que nuestras posaderas no se encuentren con la dureza del suelo o del
asiento, y tengamos que estar más pendientes del dolor o las molestias, que de
la meditación Para ello también se nos aconseja que pongamos hierba bajo la
piel de leopardo. En sitios donde no existan esta clase de reptiles venenosos,
bastará con poner sobre la hierba una alfombra o una tela suave, ya que en
estos casos no tendremos que defendernos de ningún peligro.
Ahora
que menciono estos peligrosos reptiles, me viene a la memoria un día que estaba
con el maestro, cuidando un pequeño huerto de verduras que teníamos detrás de
la casa. En un momento de nuestro quehacer, me pareció oír unos gritos. Y así
se lo dije al maestro. Paramos un momento de trabajar y, en el silencio que se
produjo, oímos ambos unos gritos de dolor.
Corrimos
hacia donde venían los alaridos, y, al poco, encontramos a un pobre leñador
que sentado sobre el suelo se apretaba fuertemente la pierna derecha. Echamos
una veloz ojeada al pie, donde se veían dos gotitas de sangre, que eran como
dos pizcas de rocío mañanero de las que aparecen sobre las verdes hojas de los
árboles.
El
viejo maestro, llevó la mano hasta la mordedura, quitó con una brizna de
hierba las dos gotitas de sangre, que parecía que eran de cera porque no
resbalaban, y estuvo unos instantes contemplando los orificios que habían
quedado desnudos.
El
leñador era presa de un dolor insoportable.
El
maestro, volvió apresuradamente a la cabaña y volvió con un tarro de cristal
en cuyo interior se podía ver un líquido marrón, espeso como la miel.
Seguidamente dio al leñador tres cucharaditas de aquel espeso líquido y después
me dio el tarro para que yo lo aguantara. Acto seguido, cogió una pequeña
correa que había traído también, se la rodeó a la pierna y le hizo una
especie de torniquete con ella.
En
el semblante del leñador, se podía adivinar cómo el dolor aumentaba por
momentos, porque daba grandes «ayes» y se retorcía por el suelo. Movía la
pierna mordida con dificultad y no paraba de pedir agua. Agua que no se le pudo
dar por mandato expreso de mi maestro.
Más
tarde los dos puntitos violáceos de la mordedura comenzaron a desaparecer bajo
la monstruosa hinchazón que en el pie del leñador se estaba produciendo. La
piel parecía querer romperse de tensa que se ponía. «Esto se pone feo»
—murmuró el maestro—, mirando con preocupación aquel pie, lívido, y ya
con pequeños signos, según me pareció a mí, de gangrena. Sobre la honda
ligadura de la pequeña correa que antes se le había puesto, a forma de «torniquete»,
la carne se desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los
dolores eran cada vez más lacerantes, y llegó un momento en que el leñador no
hacía más que echarse mano a la ingle. La sequedad de garganta, sequedad que
no podíamos aliviar porque hubiera sido contraproducente, aumentaba por
momentos. De pronto, en su desesperación, pretendió levantarse, y un
fulgurante vómito lo mantuvo casi medio minuto arrojando.
Cuando
la pierna entera era ya casi un bloque deforme y durísimo, la hinchazón comenzó
a remitir, la sequedad de boca desapareció. El leñador comenzó a sentirse más
aliviado.
Tres
días estuvo acostado en un jergón de nuestra cabaña el leñador. Tomando el
caldo que provenía de unas hiervas que el maestro le preparaba, y bebiendo de
tres a cuatro litros de agua diariamente. El veneno fue, de esta forma,
expulsado por la orina y por la sangre.
Esta
es otra habilidad que los ascetas y los hombres que deciden vivir en soledad en
la India deben aprender: el secreto de los antídotos venenosos y el saber, por
la observación de la mordedura, a qué clase de reptil pertenece. Cada reptil
inyecta un veneno diferente y, por lo tanto, para cada clase de mordedura hay
que tener un contraveneno desigual. Esta sabiduría es tan antigua como el mismo
yoga, fue adquiriéndose a través de los años, haciendo pruebas con diferentes
hiervas en las personas mordidas. Ahora, en este momento, son conocidos casi
todos lo contravenenos, pero para llegar a esta certeza, cuántos hombres habrán
tenido que morir en aras de este conocimiento.
Quienes intenten entrar a través de las puertas de la MEDITACION
tendrán
que tener en cuenta además que ésta tiene algunas pautas fundamentales que son
aconsejables seguir, aunque no son obligatorias, para llegar a un equilibrio
entre la mente y el cuerpo.
1.
Aplacar nuestro estado de ánimo y disipar nuestros problemas antes de comenzar.
Toda perturbación mental que surge en nuestro pensamiento será siempre debida al placer que antes hayamos
experimentado, a la alegría o triunfo, al gusto o disgusto.
2.
Estar atentos a toda forma mental que haga su aparición en nuestra mente y
procurar solucionarla. Al principio siempre ocurre. Con el tiempo uno se
acostumbra a dialogar con esos pensamientos, y a darle soluciones inmediatas. Es
como cuando queremos conseguir que un animal de compañía duerma en un lugar cómodo
que nosotros le hemos proporcionado. Al principio cuesta mucho trabajo, pero
llega un día en que el animal comprende que ese es su sitio para dormir. De la
misma forma, los problemas acumulados durante nuestro trabajo o vivencias
familiares, llegan a saber que, mientras que nosotros dormimos en la meditación,
ellos deben dormir en su lugar sin molestar a su dueño.
3.
Si el cuerpo esta cómodo, la mente estará también cómoda, será receptiva,
estará tranquila y se aplacarán los fuerzas negativas que hacen inquieto al
yogui.
4.
Ser constantes en la meditación, tenaces, firmes..., el mundo no se hizo en un
día. Ya sabéis que el temor es un estado de debilidad mediante el cual podemos
ser vencidos fácilmente.
5.
Buscar sitio adecuado. Si no podéis hacerlo en un lugar solitario, al aire
libre, con hierba bajo vuestra piel de animal felino, alfombra o paño ligero y
suave, y os veis empujados a
hacerlo en vuestro domicilio, no os olvidéis de descolgar los teléfonos,
cerrar bien las ventas para que no entre ruido y desconectar el timbre de la
puerta. Esto es así, porque al principio, cuando uno no ha alcanzado el método
de la meditación, no pasa nada; pero cuando uno ha alcanzado el hábito de la
meditación profunda, es tan peligroso que te saquen de pronto de ella, como
peligroso es despertar a un sonámbulo.
6.
Observar las luces que, en forma de diferentes proyecciones vienen y se van de
nuestra mente, y disfrutar de la relajación de esa especie de extraña música
que nuestros sentidos auditivos perciben.
7.
Mantened siempre los ojos cerrados. Llegará un día que, aunque los tengáis
abiertos, no veáis nada de lo que tengáis delante. Entonces se habrá
producido en vosotros el prodigio de que, mientras estéis meditando, veáis sólo
con los ojos del alma.
8.
Después de una meditación bien efectuada, la meditación no termina. Sigue
después en la ducha, en el baño, en la comida y en el sueño. Estará con
nosotros, mientras estemos solos desde que la realizamos; se irá de nosotros en
cuanto salgamos a la calle o nos reunamos con otros, aunque no del todo, porque
poco a poco, meditación a meditación, iremos siendo más tolerantes,
comprensivos y cariñosos.
Para aquellos que no les haya quedado muy claro cómo lograr
la calma mental, lo diremos ahora con palabras del actual Dalai Lama Tensin
Giatso. Él nos aconseja lo siguiente:
Respecto al tiempo que debemos emplear cada día para una
sesión de meditación, decimos que, al principio, lo más conveniente son
sesiones cortas y frecuentes. Cuando un principiante trata de meditar durante un
largo periodo de tiempo, no experimentará una meditación adecuada cualificada,
sino que, en su lugar, se sentirá cansado, con el peligro resultante de que la
estabilización meditativa sea fallida. Así pues, es mejor realizar sesiones de
diez o quince minutos, pero muchas veces al día.
La mañana es el mejor momento más indicado para meditar,
pero, del mismo modo que mantenemos un fuego para que pueda ser utilizado en
diferentes ocasiones, debemos mantener el continuo de la meditación de tal
forma que lo que hemos adquirido en la practica anterior no se pierda totalmente
para cuando comencemos nuestra próxima sesión. Una persona perfectamente
cualificada no precisa de mucho tiempo para obtener la realización de la calma
mental, puede lograrse en un año o incluso en meses. No obstante, esto se
aplica a una persona que dispone de todas las circunstancias concordantes.
Cuando mantenemos la estabilización meditativa en la forma
que la dejamos en nuestra última sesión meditativa, nos establecemos espontáneamente
en la estabilización meditativa del noveno nivel, llamado: «emplazamiento en
la igualdad meditativa», libres de las faltas de sopor y la excitación.
Entonces, los estados desfavorables de la mente y del cuerpo —tales como que
nuestros cuerpos y nuestras mentes no sean normalmente útiles para la virtud—
son eliminados gradualmente. Por el momento, no podemos utilizar nuestras mentes
de acuerdo con nuestros deseos, pero a medida que nos vamos familiarizando con
el noveno nivel de la estabilización meditativa, la fuerza de la inutilidad va
disminuyendo de tal forma que finalmente se genera un antídoto para ella,
llamado: «flexibilidad mental».
El signo que indica la pronta generación de la flexibilidad
mental es una sensación de hormigueo en el área del cerebro. La sensación no
es desagradable; es agradable, y su generación se debe a que un viento
especial, un aire interno, ocupa todo el cuerpo. La sensación es comparable a
la de una mano cálida que reposa sobre una cabeza recién afeitada. Se dice que
este signo ocurre justo en el momento anterior al surgimiento de la flexibilidad
mental y, de hecho, algunas personas que han cultivado la estabilización
meditativa así lo han afirmado.
Dependiendo del poder de haber generado esta estabilidad de
la mente llamada: «flexibilidad mental», un viento favorable circula por el
cuerpo; esta es la causa que genera la flexibilidad física. Con la penetración
de este viento en todas las partes del cuerpo, eliminamos la inutilidad de éste,
la cual nos impide dirigirlo hacia
las actividades virtuosas de acuerdo con nuestros propios deseos, y generamos la
flexibilidad física.
La generación de la flexibilidad mental, a su vez, genera
el gozo de la flexibilidad física, una sensación de bienestar que se extiende
por todo el cuerpo. Aunque es realmente gozosa, carece de conexión con el gozo
descrito en el Mantra. No implica un concentrado énfasis en los puntos
importantes del cuerpo, sino que se debe simplemente al aislamiento de la mente
sobre un objeto de observación: se debe, simplemente, al poder de tal
estabilización meditativa.
La generación de la flexibilidad física produce el gozo
del cuerpo; ello provoca el gozo de la flexibilidad mental que hace gozosa la
mente. Al principio, el placentero gozo metal es, quizás, excesivamente fuerte,
pero luego se estabiliza gradualmente, el elemento de la excitación se calma;
en este punto se alcanza la flexibilidad no fluctuante. A partir de aquí, uno
posee una estabilización de la calma mental totalmente cualificada.
Una vez alcanzada tal estabilización meditativa, los
objetos externos buenos y malos, tales como las formas visibles y demás, que
generan deseo, odio y oscurecimiento, no parecen ser tan sólidos como antes;
mediante la fuerza de la familiarización con la estabilización meditativa,
aparecen de un modo menos concreto. Los objetos que observamos desde la
perspectiva de la experiencia de la estabilización meditativa parecen
disolverse por sí mismos, y la mente se interioriza de inmediato.
Consecuentemente, no existe, en este momento, peligro alguno respecto a la usual
dispersión de la mente hacia el exterior. Además, al tiempo que disminuyen las
distracciones externas, nuestra mente permanece experimentando su entidad
personal de mera luminosidad y conocimiento; debido a ello, disminuye la
generación interna de concepciones buenas y malas. Y aun cuando éstas se
generen, son como burbujas producidas por el agua, no son capaces de mantener en
funcionamiento su propio continuo, desaparecen instantáneamente.
Otra característica de la calma mental es que cuando uno se
encuentra en la igualdad meditativa, no surgen siquiera las apariencias del
propio cuerpo y demás. Además, uno percibe que la mente se ha transformado en
una inmaculada vacuidad tal que es indivisible en el espacio.
Aquellos de vosotros que estéis interesados en seguir
profundizando en los secretos de la meditación o, si lo queréis decir de otra
forma, en el adiestramiento de la mente, se os puede recomendar leer el libro
escrito por el maestro Shantideva, que lleva por título: «Realizando las
acciones del Bodisatva». En este libro se establece en primer lugar, la
igualdad de uno mismo ante los demás, basándose en el hecho de que todos los
seres humanos deseamos la felicidad y no el sufrimiento. De este libro sacamos
el siguiente verso:
Cuando
las cosas animadas e inanimadas
No
moran frente a la propia mente,
Entonces,
ya que no aparece ningún otro aspecto,
Hay
pacificación en la no aprehensión.
El Bhagavad gita dice
sobre el yogui que fracasa que es algo parecido al estudiante que no obtiene su
título por haber abandonado la escuela. Esto quiere decir que el fracaso nunca
se produciría si fuésemos constantes y tuviésemos en cuenta que hay personas
que corren más que otras, que comen más que otras, que saltan más que
otras... Aunque nosotros seamos de la clase catalogada como: «menos que otras»,
tendremos que ser constantes para conseguir cualquier cosa que nos propongamos.
A veces un principiante no encuentra el camino, a veces está deseando de salir
de la sesión para encontrarse con alguien... Estos son obstáculos salvables
porque llegará un día en que el alumno se dé cuenta de ellos. Lo que no
podemos hacer es tirar la toalla. En el Bhagavad gita
Krisnha le dije a Arjuna, hablando de esta cuestión, que incluso si alguien cultiva sinceramente sólo
un uno por ciento del saber espiritual del yoga, no caerá nunca en el fracaso.
No hay que olvidar nunca que los humanos somos débiles y
que la energía material que nos condiciona es muy fuerte. Adoptar de pronto una
vida espiritual es para el ser humano más o menos como declarar la guerra a la
energía material. Dicha energía estará siempre intentando, antes, después y
en el presente, atrapar el alma condicionada tanto como sea posible, y cuando el
alma intenta escapar de sus garras avanzando en el saber, sobre todo en el saber
espiritual, la naturaleza material se hace más estricta y vigorosa en sus
esfuerzos, con ello lo quiere es poner a prueba la sinceridad del aspirante al
saber espiritual. De forma y manera que hay muchas posibilidades de fracasar en
la búsqueda del yoga, grandes sabios como Arjuna fracasaron al principio. Lo
importante es resolver con valentía. Seguir una y otra vez, como hizo el
guerrero Arjuna, hasta conseguirlo. Hay un famoso proverbio hindú que dice: «El
fracaso es el pilar del éxito». Y este proverbio se hace más cercano en el
camino de la espiritual, porque en ella el fracaso no debe desanimarnos. Ya que,
tal como se dice en los escritos sagrados védicos, «Aquel
que toma el camino propicio del cultivo espiritual, nunca será vencido
completamente».
