MUERTE DEL PRIMER MAESTRE DE LOS TEMPLARIOS
Era el día 8 de marzo del año del Señor de 1136. El anciano maestre don Hugues de Payns, después de besar el crucifijo que el capellán le puso en la boca, entregó su vida a Dios.
Al día siguiente, en la iglesia de Santa María de Sion, se celebraba una misa de difuntos por la salvación del alma del primer Maestre de la Orden de los caballeros del Templo.
El Abad que la oficiaba, el padre Ribaud, después de terminar la oración de presentación ante Dios del difunto, subió al púlpito, y desde allí, según las siguientes fuentes documentales: “Gesghichte des Ausganss des Tempelhdrrenardens. Havemann. (funcionario del Archivo Histórico de Sttutgart)” manifestó lo siguiente:
—Mis queridísimos hermanos. Dejadme decir qué difícil es dar a conocer las obras de nuestro Hermano que ya está en el cielo.
Después de siete años de estar sirviendo a Cristo y a los cristianos, bajo la Regla de San Agustín, como Canónicos Regulares, recibió de manos del rey el honor de ocupar un convento en el Templo de Salomón. Sus soldados han seguido recorriendo las montañas y los caminos de esta demarcación territorial en busca de ladrones, malandrines y gentes de mal vivir para echarlos de estos dominios y dejarlos libres de truhanes. Cosa que los peregrinos cristianos que se acercan de lejanas tierras a estas para orar tendrán que agradecerle mientras vivan en este mundo.
A su llegada a Jerusalén, la orden por él fundada no tenía residencia propia, ni hábito ni alimentos para comer. No poseían más bienes que los que la gente les daba por amor a Dios y agradecimiento a sus sagrados servicios en favor de los peregrinos que a esta Santa ciudad vienen con la esperanza de orar ante el Rey de todos los reyes.
Ahora, nuestro hermano se encuentra ya entre los que han lavado su túnica con la sangre del Cordero.
Si los caminos que llegan a Jerusalén están limpios de ladrones y bandidos, el mérito corresponde en buena parte al ilustre defensor de la fe que, desde el fondo de su sacrificada alma, trazó a sus caballeros y a sus legos la senda del sacrificio y del martirio...
PREMONICIÓN. 2ª PARTE
El maestre Hugues murió sin ver hecho realidad su sueño de portar, con el mismo derecho que ya lo hacían los caballeros hospitalarios de san Juan de Jerusalén, una cruz sobre su hábito blanco.
Este acontecimiento, Alfa y Omega de la orden fundada por Hugues de Payns, fue profetizada por san Malaquías en sus profecías sobre los papas. En ellas da como lema al papa Eugenio III «Ex magnitude montis», que quiere decir de la “grandeza del monte”. Y si observamos que el alfa de la orden se gestó en la “grandeza del monte de Sion”, nos daremos cuenta de que la Omega o fin de la perfección de esta estaba en la concesión de la cruz roja, que fue entregada por alguien que había nacido en una ciudad italiana llamada “Montemana” (monte destacado) y que había sido designado por san Malaquías con el lema de la: “grandeza del monte”.
Pero este fue un acontecimiento que el fallecido maestre ya sabía porque el prior de Santa María de Sion se lo había presagiado a través del Apocalipsis:
“Me llevó en espíritu a la grandeza de un monte y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de parte de Dios, que tenía la gloria de Dios. Su color era semejante a la piedra de jaspe pulimentada... El que hablaba conmigo tenía una medida para medir la ciudad, sus puertas y sus muros.”
En este pasaje está alojada en símbolos toda la historia del Temple, veamos:
Me llevó en espíritu a la grandeza de un monte...
Godofredo de Bouillon le pidió a Hugues de Payns que fuese al Monte Sión y se postrase a los pies de Santa María antes de comenzar su misión.
Y me mostró la ciudad santa...
En ella y para proteger a sus hijos, tendría que fundar la Hermandad de los Pobres Compañeros de Cristo.
Jerusalén...
Símbolo de la santa cruz desde que santa Elena encontrara en ella y mostrara a todo el mundo el Lignum Crucis.
Que descendía del cielo, por parte de Dios, que tenía la gloria de Dios...
Cruz concedida y autorizada por la Santa Sede que gozaba de la gracia de Dios.
Su color era semejante a la piedra de Jaspe...
Juan solo se puede referir a una clase de Jaspe sanguíneo (rojo) que era típico de calcedonia, pues los de color verde o amarillo se encuentran en Siberia, Java y en algunas otras partes de Europa.
El que hablaba conmigo tenía una medida para medir la ciudad, sus puertas y sus muros.
El que concede la cruz es el Papa Eugenio III, que fue quien inició la construcción del Palacio Pontificio, ciudad futura del acontecer cristiano.