LA MONEDA EN LA HISTORIA

 

En cada país del mundo, los objetos que unos tenían y otros no, han servido con frecuencia de moneda de cambio o trueque. Los griegos en la “Iliada” pagaban con calderas de bronce (recipiente, abombado en la base, que servía para calentar o cocer algo dentro de él) y de cuyo nombre viene, según una de las muchas hipótesis que se vienen barajando, el nombre de “calderilla”). También pagaban con esclavos y con bueyes.

Antes de ser descubierto el Nuevo Mundo, en Terranova se pagaba con bacalao, en Canadá con pieles, en Méjico con granos de cacao, en Virginia con tabaco, en las costas africanas y en la India con conchas de cauris (molusco gasterópodo que abunda en las costas de Oriente).

El bronce, las armas, instrumentos de labranza y joyas fueron la moneda de Italia del Norte y Europa occidental. Rusia pagaba con cuero. En los países griegos y en el Asia Menor se prefirió el oro y la plata. Siempre se pesaba.

Todo lo dicho ha servido, en algún momento de la historia, como moneda de cambio.

La palabra latina “pecunia” viene de “pecus”, cabeza de ganado, porque las primeras monedas llevaban esta efigie. Luego se fue sustituyendo, pasando a los metales en forma de objetos manufacturados, que se pesaban cada vez.

Así pues, la moneda propiamente dicha, tal como hoy la conocemos, data del día en que una autoridad reconocida hizo sus verificaciones, las acuñó y certificó su valor.

Desde entonces ha habido monedas privadas con marcas de banqueros o de orfebres, emitidas también por asociaciones religiosas; pero a partir del siglo VII, antes de la era cristiana, los gobiernos tomaron su monopolio.