Desde
hace ya mucho tiempo, el término «fundamentalista» se ha venido escuchando en
boca de personas religiosas, la mayoría de las veces para acusar de verdugos e
intransigentes a miembros de religiones contrarias.
Lo antedicho no es de extrañar, ya que cualquier persona que tome en sus
manos una enciclopedia o un diccionario para consultar dicho vocablo, se
encontrará con una aclaración muy parecida a ésta: «Fundamentalista es la
persona religiosa que toma literalmente las Sagradas Escrituras, considerándolas
infalibles...»
Siguiendo
este principio, es decir el de achacar el fundamentalismo sólo a personas
religiosas, escuchamos o leemos diariamente en todos los medios informativos esa
imprecisa denominación de «terrorismo islámico», sin darnos cuenta
que en esta mal dicha expresión estamos englobando a todos los musulmanes que
profesan la religión del Islam; pues si nos molestamos en tomar nuevamente una
enciclopedia o un diccionario, podremos leer que «Islam es un conjunto de
hombres y pueblos que siguen la religión de Mahoma», y en ninguna cabeza
cabe, por lo menos en una cabeza que esté bien amueblada, que todos los
religiosos, con independencia de su religión, puedan ser terroristas.
Debido
a las definiciones que encontramos en enciclopedias y diccionarios de todo el
mundo, la palabra fundamentalismo o fundamentalista nos encamina
siempre hacia el ámbito religioso, pero estaríamos ciegos si negáramos que
existen otros ambientes en donde el fundamentalismo actúa con infinito descaro.
La
diferencia entre un fundamentalismo y otro es innegable, pero no tan grande ni
tan distante el uno del otro como a primera vista pudiera parecer. Pues si el
fundamentalismo religioso busca el cumplimiento al pie de la letra de los libros
sagrados, haciendo caso omiso a los teólogos que aconsejan la necesidad de
adaptar a nuestros tiempos las Escrituras Sagradas con el abierto propósito de
que las diversas religiones del mundo estén más hermanadas en un único Dios y
menos desunidas por culpa de sus intransigencias documentales, el otro
fundamentalismo, el que se esparce por el mundo por razones de economía, de
seguridad, de independencia, de libertad, de Patria, de RH..., o disfrazado de
otras miles especulaciones, busca sólo los intereses de las personas que han
sabido escoger e implantar en las cabezas de los que le hacen el trabajo sucio,
ideas falsificadas... Y, ambos fundamentalismos, queramos o no, están dañando
la voluntad de quienes siendo religiosos afirman y creen que el mundo fue creado
por un único Dios para que fuese disfrutado hermanadamente por cristianos,
musulmanes, judíos, budistas, hinduistas... Y dañan, asimismo, el anhelo de
quienes siendo ateos afirman y creen que el mundo ha de ser compartido por todos
los seres del mundo en igualdad de condiciones: sin guerras, sin hambre, sin
desigualdad, sin violencia, sin terrorismo, sin racismo...
Nuestro
mundo, ese mundo que es de todos y para todos, ese mundo que está siendo
manejado por unos cuantos que se han arrogado a sí mismos el título de
intermediarios de Dios, o el de salvadores del universo, está ciego para
entender que ningún pueblo tiene derecho a menospreciar a otro. Que el mundo
llegará a ser entendido como mundo humano por derecho propio cuando todos
alcancemos a saber que la paz y el entendimiento sólo podremos conseguirlos el
día que todos nos sintamos hermanos. Cuando nuestra única guerra sea erradicar
el hambre y la pobreza del mundo y conseguir que todos los seres humanos tengan
un trabajo y una vida digna, ese día, quizás, Dios lo quiera, habrá
desaparecido de nuestras enciclopedias y diccionarios la palabra: «fundamentalismo».