INTRODUCCIÓN
Más que hablar sobre «Jesús de Nazaret», permítanme
ustedes que hable a partir de Jesús de Nazaret, es decir afectado por su
realidad vivida en la fe y en el amor. Y esto lo hago porque mis conceptos y fórmulas
constituyen el vaso externo y frágil que contiene la preciosa esencia. No
quiero disimular su misión, sino que deseo comunicarla, aunque sea de un modo
imperfecto, pero siempre dentro de un lenguaje que sea comprendido por todos
ustedes. Todo esto quiero hacerlo con la fijación verbal y sistemática, con el
auxilio de los medios de expresión que la cultura ambiental me ofrece de las
verdades fundamentales del cristianismo para una época determinada. Y lo hago
porque creo que para ser cristiano no basta con recitar antiguas y venerables fórmulas,
sino que es preciso vivir el misterio que esas fórmulas encierran y tratar de
decirlo siempre de un modo nuevo, dentro de nuestro lenguaje y de nuestro
tiempo. Sólo de esta forma deja de ser la fe un objeto de museo y comienza a
convertirse en un elemento inspirador de la vida y de una continua superación
en dirección hacia Dios y hacia la profundidad humana.
Con cierta frecuencia oímos decir que los cristianos
somos gente demasiado tranquila, despreocupada de los grandes movimientos
sociales e históricos de nuestro tiempo. Personas inhibidas de todo compromiso,
carentes de entusiasmo por el futuro y excesivamente preocupadas por nuestra
salvación personal. Salvar nuestras almas ha sido la frase que más hemos
escuchado en predicaciones y en catequesis. El mensaje podría traducirse en: «atenerse
a lo dicho y cumplir con lo mandado». Esta porfía nos deja huérfanos en
nuestros quehaceres seculares e indefensos ante otros proyectos humanos. La fe
que se nos recomienda vivir parece replegarse a dos únicas obligaciones: «obedecer»
y «cumplir», obedecer y cumplir siempre desde las instituciones
religiosas y exclusivamente desde su mandamiento.
Tal vez este teólogo no debería entrar en cuestiones técnicas,
más propias de la sociología y de
las ciencias empíricas, pero creo que los teólogos hemos de dar a entender que
el cristiano debe saber en todo tiempo dónde está y hacia dónde se dirige. Y
debe, sobre todo, saber estar en su mundo y en su tiempo con una postura que le
caracteriza y que pueda compartir con todos sus semejantes. Muchos son ya los
cristianos que se han dado cuenta de que individualmente y sin que les sea
ordenado por la jerarquía eclesiástica, pueden vivir más cerca de otras
personas, interesándose por sus problemas y compartiendo su vida, a costa de
olvidarse de sus propias necesidades. Muchos han sido ya los que se han dado
cuenta que un signo positivo de nuestra época es la solidaridad, fomentada por
la facilidad de comunicación entre los hombres, fruto de los adelantos técnicos.
Muchos han sido los que se han dado cuenta que estamos caminando hacia un
cristianismo más encarnado, vivido en el mundo y no reducido a dimensiones de
ghetto.
Jesús de Nazaret nos revela con sus parábolas que ése
debe ser el proceder del verdadero cristiano. Jesús comienza su predicación
anunciando esta buena nueva: El Reino de Dios está cerca. Dios mismo ha salido al
encuentro del hombre y ya está próximo. Jesús nos explica este
concepto, difícil de asimilar por cristianos radicales, en la parábola del
buen samaritano. Esta parábola se pronuncia en el contexto de una pregunta que
le formula un letrado sobre cuál es el mandamiento principal. No sólo por el
contenido sino por su importancia. La proximidad no es una categoría
objetiva que podamos adquirir a través de un intermediario, sino que está allí
donde el cristiano se encuentra. La proximidad la creamos nosotros. La proximidad
la hace el amor y nace de una determinada manera de mirar y de actuar. El Dios
de Jesús, el que él anuncia como próximo, no necesita intermediarios
ni los permite. El lugar de encuentro con Dios, su proximidad, pasa por
el hombre. Esta verdad, difícil de creer para los contemporáneos de Jesús y
por la misma Iglesia actual, es una constante en el mensaje de Jesús.
JESÚS DE NAZARET
Después de su vida oculta, Jesús comenzó a recorrer
amplios territorios, entrando en las ciudades y predicando en las sinagogas.
Curaba enfermos, consolaba a los afligidos y dirigía su palabra a las
multitudes que se agolpaban a su alrededor. Como vemos, Jesús de Nazaret, se
hizo próximo a sus semejantes. Estaba solo y allí donde él se hallaba
se encontraba la proximidad de Dios.
Pronto realizó Jesús algo de trascendental importancia:
escogió a más de ochenta hombres y mujeres para que estuvieran con él y
aprendieran primero, y enseñaran después, que el hombre ha de hacerse próximo
a Dios por el Reino. Práctica ésta que predicó primero en solitario, y enseñó
luego a predicar, en contra de su propia iglesia.
Jesús, en contra de lo que se nos quiere hacer creer,
fue un fustigador de su propia iglesia; un amante de Dios y un adversario de
quienes se arrogan la divinidad de Dios. Y no aceptaba ni se adaptaba a la
obediencia y al estricto cumplimiento de la ley. Por el contrario, iba en contra
de todas las leyes que estuviesen por encima de la dignidad del hombre, porque
el sábado había sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.
Explicando después Jesús a las autoridades judías que no había la menor
arrogancia en sus palabras. Que él no era un hijo rebelde que se alzaba contra
Dios, sino que se alzaba contra quienes creaban leyes a su conveniencia para
esclavizar a los hombres en nombre de Dios. Toda la predicación de Jesús de
Nazaret es una oposición vehemente a la ley de Dios entendida como mera
legalidad. Jesús se niega a concebir las relaciones con Dios como unas
relaciones jurídicas. El hombre no está obligado solamente a obedecer una ley
escrita. El hombre se encuentra requerido totalmente por Dios y no puede
excusarse ante Él alegando que ha seguido escrupulosamente la ley escrita y que
en todo lo demás es libre para obrar a su capricho. Además —nos sigue
diciendo Jesús—, la ley no está para agobiar, oprimir y paralizar al hombre
con sus muchos mandamientos. Está para hacerle libre en la verdad y para
ayudarle en su salvación. Por esto, frente a una concepción jurídica de la
ley, Jesús invita a meditar sobre su sentido. Así, él atiende a los enfermos
en sábado, aunque los legalistas lo consideraban como prohibido por Dios, y
exigió que al igual que el precepto del descanso sabático, todos los
mandamientos en general deben y pueden valorarse por la salvación que aportan
al hombre. Y, finalmente, Jesús pide el amor como cumplimiento del núcleo
de la ley. El amor incondicional a Dios y el amor desinteresado al prójimo,
constituyen para él el resumen y compendio de toda ley.
En la persona de Jesús se hace nuevo el mandamiento de
amar a todos los hombres sin diferencia alguna, incluidos los enemigos. La parábola
del buen samaritano nos muestra la diferencia que existía entre Jesús y la
concepción del judaísmo oficial, representado por sacerdotes y levitas. Prójimo
es todo aquel con quien te encuentras en el camino, cualquiera que sea su religión,
raza, condición social o moral. Incluso el enemigo debe ser objeto del amor del
discípulo. Jesús sabe que con esa exigencia se opone a la concepción y la práctica
vigente. De ahí la antítesis: «Habéis oído lo mandado: Amarás a tu prójimo
y odiarás a tus enemigos. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos para que seáis
dignos de vuestro Padre que está en el cielo.
Jesús nos muestra también a Dios como un Padre
asequible y amoroso, en contra de lo que enseñaba su propia religión. Para él
era muy importante que sus seguidores no hicieran de Dios un ídolo. Y para
demostrar lo que afirmamos nos vamos a encargar de señalar algunos de estos
peligros que Jesús nos denunciaba y que son hoy tan normales en la predicación
de la Iglesia:
a)
Un Dios adversario o rival del hombre:
Un Dios que con su acción hace inútil la acción y decisión libre del hombre.
Por ejemplo, presentar la oración como una especie de «técnica para curar
enfermedades». Un Dios que respalda ciertos tabúes morales, que nos impone
caprichosamente lo que es molesto, y manda sistemáticamente lo que nos es
desagradable. Un Dios de cuyo capricho dependen las lluvias, las catástrofes,
las guerras...
b)
Un Dios subordinado al hombre:
Dios, en este caso, debe estar pendiente del capricho del hombre, reparar los
errores del hombre en su vida cotidiana, sustituirle siempre que éste no tome
las decisiones que debe tomar. Si este Dios no cumple con el oficio que el
hombre le ha señalado, éste reaccionará con ira contra este Dios servidor inútil.
c)
Un Dios guardián del orden público: Un
Dios que sirve para justificar las injusticias del orden constituido, que vigila
con severidad las normas de una moralidad oprimente, que se caracteriza por una
actitud de amenaza, de castigo vengador. El Dios que protege siempre a los de
nuestro país, a los de mi partido, a los de mi orden, y mira con ira a los que
no profesan mis ideas y mi religión.
d)
Un Dios pueril: El Dios relojero
del universo que maneja como técnico muy hábil la máquina de todas las cosas
creadas. El Dios objeto de todas las ñoñerías sentimentales de ciertas formas
de piedad y beatería.
e)
Un Dios lejano: Una presentación
abstracta de Dios, como «noción» sobre la que se puede discurrir
racionalmente produce a veces un sentimiento de lejanía: Dios aparece como un
ente anónimo, mudo, sin relación con nosotros.
f)
Un Dios tapa agujeros: Como
alguien que viene exclusivamente a cubrir nuestras deficiencias, sobre todo si
esto se entiende en el sentido de disminuir la vocación que el hombre tiene de
alcanzar plena autonomía personal, y de construir plenamente por sí mismo su
proyecto de llegar a ser un hombre íntegro.
¿Dónde tenemos, pues, que descubrir la verdadera imagen
de Dios? La verdadera imagen de Dios hemos de descubrirla a través de la
revelación que Jesús hace en su predicación y en sus palabras. El Dios próximo
que anuncia Jesús es el Padre que acoge, sale al encuentro, perdona... Toda la
vida de Jesús fue eso: hacer visible esta proximidad de Dios, ser «samaritano»
próximo a cualquier hombre en necesidad, y a mayor necesidad mayor cercanía.
Se equivocan también quienes contemplan a Jesús como un
jurisperito a la manera de la actual Iglesia. Jesús no es el predicador del
valor absoluto de la ley. Si examinamos bien el Dios que nos presenta Jesús,
veremos que es un Dios que no se identifica rígidamente con unos principios
establecidos, a los que se atribuyen un valor universal. Jesús conocía la
debilidad humana, su incapacidad para el bien. Por eso creyó que Dios, más que
la encarnación del bien y del mal, era el fundamento vivo del perdón de
cualquier mal, la fuerza que infundía ánimo y coraje para que el hombre pudiera enfrentarse a los mil problemas de
la vida cotidiana. Y, por ello, si antes nos encargamos de señalar algunos de
los peligros que Jesús nos quería denunciar, ahora deseamos mostrar el Dios
que Jesús quiso revelar a través de sus predicaciones:
a)
Un Dios parcial: El Dios que Jesús
anuncia y hace visible es un Dios que hace salir el sol sobre justos e injustos,
que no tiene acepción de personas, que no acepta nuestras clasificaciones,
diferencias y anatemas. Un Dios que se caracteriza por una clara solidaridad y
predilección por los pobres, pequeños y marginados. Si hay algo unánimemente
repetido por todos los estudiosos de Jesús es que éste se puso de parte de los
desfavorecidos de este mundo. Habló y actuó en su favor y por ello murió, y
no sólo los proclamó bienaventurados sino que puso gratuitamente todas sus
posibilidades al servicio del enfermo, el necesitado, el pecador...
b)
Un Dios donador de libertad: La
soberana libertad de Jesús en su lucha por liberar a sus contemporáneos de la
esclavitud de la ley, del sábado, del culto, de los prejuicios sociales, ha
llegado a ser nota definitoria de su persona. Jesús mostró con su predicación
que el Dios que mostraba no era un Dios que oprimía, sino un Dios que liberaba.
Eso es lo que les reprochó a los escribas y fariseos: encadenar a Dios a sus
propios intereses, y hacer de su acción liberadora una razón para oprimir a
los demás. Para ellos el sábado era el día del honor de Dios, no el de la
libertad del hombre. Si los evangelistas han consagrado tantos episodios a estas
oposiciones sobre el sábado, es porque Jesús consideraba fundamental poner en
claro que a Dios se le honra en donde se hace libres a los hombres.
c)
Un Dios que acoge incondicionalmente:
Jesús de Nazaret en su vida rompe de hecho la barrera entre justos e injustos,
fariseos y publicanos, judíos y samaritanos. La cercanía de Jesús a los sin
ley y sus comidas con pecadores, fueron un escándalo y una provocación. Sus
comidas con los normalmente excluidos de las mesas, sus parábolas comparando el
Reino con un banquete preparado para todos, incluso mendigos y lisiados, los que
andan por senderos y caminos, fueron, de hecho, la revelación de una nueva
identidad de Dios. Jesús nos hace saber que creer en un Dios así no es sinónimo
de despreocuparse y olvidarse de que la fe es llamada y respuesta. Es creer que
el amor de Dios no está condicionado a nuestra respuesta. Que no es un: yo te
doy para que tú me des, porque el amor está no en que nosotros hayamos amado a
Dios sino en que Él nos amó primero.
d)
Un Dios de gracia, no de justicia:
Otro de los gestos insólitos que realizó Jesús y por el que fue considerado
blasfemo, fue el de perdonar. No sólo ofrece el perdón sino que perdona. Es
aquí donde el amor y la bondad llegan a tocar fondo y se rompe la última
barrera donde parece estrellarse la capacidad de amar: hay que amar incluso a
nuestros enemigos...
Hoy, después de más de 2000 años de revelación del
Dios de Jesús, no sé si hemos sido capaces de creer en un Dios tan
desconcertante para nuestros esquemas mentales y nuestros modos de entender y
practicar la justicia. Y aquí no sólo se incluye a la sociedad, sino también
se implica a la jerarquía de la Iglesia, que anatemiza y separa de su
ministerio a los sacerdotes que se casan, olvidando incomprensiblemente que el
primer Papa que tuvo la Iglesia estaba casado, tenía hijos e incluso
suegra; a los teólogos que hacen
uso de la libertad de expresión que del Evangelio emana, desoyendo aquellas
palabras de Jesús que hoy bien se les podría aplicar a ellos: «¡Ay de
vosotros, juristas, que os habéis guardado la lleve del saber! Vosotros no habéis
entrado, y los que estaban entrando les habéis cerrado el paso.» Lc.
11,52; a los obispos que predican la verdad y han optado por seguir a
Jesucristo: «Sin embargo, aun de entre los jefes, muchos creyeron en Él;
pero por temor a los fariseos no lo confesaron, para no ser expulsados de la
sinagoga... Y es que amaban más la gloria de los hombres que la de Dios.»
Jn. 12, 42-43; a los misioneros que
critican las riquezas de la Iglesia: «No amontonéis tesoros sobre la
tierra... Amontonad más bien tesoros en el cielo... Porque donde está tu
tesoro, allí estará también tu corazón.» Mt. 6, 19-21.
El mensaje de Jesús expresa que el cristiano está
obligado a hacer frente a los problemas de la vida, pero que no debe dejarse
esclavizar angustiado y temeroso por otros poderes: políticos, sociales o
religiosos, que, divinizados, lo dominan y dirigen. Dios nos ha liberado, nos
quiere, está siempre junto a nosotros y nos ha hecho libres para que podamos
asumir nuestras propias responsabilidades ante un mundo que no tiene nada de
divino y ha de ser cuidado y transformado por nosotros al servicio de nuestros
herederos, que es lo mismo que decir al servicio del Señor. Pues la reflexión
sobre la vocación del cristiano en la tierra debe comenzar con el estudio de la
compleja noción bíblica del mundo salido de las manos divinas. El mundo como
creación refleja la bondad de Dios y fue entregado al hombre como tarea para
que, dominándolo, lo cuidara y lo perfeccionara.
CÓMO HEMOS DE SEGUIR A
JESÚS
Los evangelios cuentan cómo sigue la multitud a Jesús.
Este seguimiento consiste en ir físicamente detrás de Jesús. Este seguimiento
significa que el hombre ha de realizar en sí mismo la vida de Jesús y vivir de
la palabra y de la persona de Jesús de Nazaret. Cumplir la voluntad de Dios y,
consiguientemente, alcanzar la plenitud personal, consistirá
en seguir a Jesús, asumiendo interiormente su ejemplo como el único «proyecto»
existencial, capaz de realizar plenamente la propia vida humana. Sólo actuando
en el mundo como Jesús vivió y murió, podemos tener la esperanza de que este
mundo que nosotros hemos convertido en imperfecto tanto social como
religiosamente, podrá alcanzar algún día la corrección.
UN SEGUIDOR DE JESÚS
La figura de obispo Pedro Casaldáliga nos recuerda a los
grandes testigos de la fe de los primeros tiempos del cristianismo. En otros
tiempos, los obispos eran al mismo tiempo pastores, teólogos, profetas, poetas
y santos. Quienes no conozcan un poco la vida de este obispo, sentirán
curiosidad por conocer algo sobre ella. Así, pues, y para no extendernos mucho,
diremos que Pedro nació en Balsareny (Barcelona), en el año 1928. A los 16 años
ingresó en el seminario de Vic. A los veinticuatro años, lleno de vida e
impaciencia, comenzó a afrontar la dura realidad de la vida sacerdotal. Después
de ásperos esfuerzos en la defensa
de los que vivían en barracas, inmigrantes, drogas y obreros, Pedro fue enviado
a Madrid para que dirigiera la revista religiosa «El Iris de Paz». Sus
escritos en esta revista chocaron con la estricta observancia religiosa y cayó
sobre él un decreto de dimisión que pidieron los gobernadores de la Iglesia.
Pedro optó por irse a Brasil, a donde se encaminó el día 26 de enero de 1968
para no volver nunca más a ningún lugar donde la religión viviera en el poder
y en la abundancia... Y a partir de aquí, dejaremos que sea él mismo el que
siga presentándose:
«Hace treinta y cinco años que estoy en Brasil, a
donde vine voluntariamente como misionero. Nunca regresé a mi país natal, a
España, ni con ocasión de la muerte de mi madre. Nunca tomé vacaciones en
todo este tiempo. No salí de Brasil en treinta y cinco años. En estos años
viví y trabajé en el nordeste del estado de Matto Grosso, como el primer
sacerdote en esta región. Hace veintiún años soy obispo de la Prelatura de Sâo
Félix do Araguai.
»A lo largo de todos estos años se han multiplicado
las incomprensiones y las calumnias de los grandes propietarios de tierras
—ninguno de los cuales vive en la región— y de otros poderosos del país y
del exterior. También dentro de la Iglesia han surgido algunas incomprensiones
de hermanos que desconocen la realidad del pueblo y de la pastoral en estas
regiones apartadas y violentas, donde el pueblo, con frecuencia, cuenta sólo
con la voz de la Iglesia que intenta ponerse a su servicio.
»El Dios vivo, Padre de Jesús, es quien nos va a
juzgar. Déjenme sin embargo abrir mi corazón ante los suyos. Vivir en estas
circunstancias extremas, ser poeta y escribir, mantener contactos con personas y
ambientes de la comunicación o de frontera puede llevar a uno a gestos y
posturas menos comunes y a veces incómodas para la sociedad establecida.
»El Padre me concedió la gracia de no abandonar
nunca la oración, a lo largo de esta vida más o menos agitada. Me preservó de
tentaciones mayores contra la fe y la vida consagrada, y me posibilitó el
contar siempre con la fuerza de los hermanos a través de una comunión eclesial
rica en encuentros, estudios, ayudas... Ciertamente por eso, creo que no me
aparté del camino de Jesús, y espero, también por ello, seguir hasta el fin
por este camino que es la Verdad y la Vida.»
Pedro Casaldáliga declaró un día ante quienes somos
sus amigos, que a través de la poesía es como él puede expresar su fe y
su ministerio. Y si esto es así, juzguen ustedes mismos, a través de su
poesía, cómo es su fe y su ministerio.
Yo,
pecador y obispo,
me
confieso
de
soñar con la Iglesia
vestida
solamente
de
Evangelio y sandalias...
Yo,
pecador y obispo,
me
confieso
de
haber visto a Jesús de Nazaret
anunciando
también la Buena Nueva
a
los pobres de América Latina...
Yo,
pecador y obispo,
me
confieso...,
de
cultivar la flor de la esperanza
entre
las llagas del resucitado.
Y ahora, escuchen también, cuál fue su profesión de fe
y compromiso, que hizo extensiva a todos los obispos en su poesía titulada: «Mis
insignias episcopales».
TU
MITRA será un sombrero de paja sertanejo; el sol y la luna; la lluvia y el
sereno; el pisar de los pobres con quien caminas y el pisar glorioso de Cristo.
TU
BÁCULO será la Verdad del Evangelio y la confianza de tu pueblo en ti.
TU
ANILLO será la fidelidad a la Nueva Alianza del Dios Liberador y la fidelidad
al pueblo de esta tierra.
No
tendrás otro ESCUDO que la fuerza de la Esperanza y la libertad de los hijos de
Dios, no usarás otros GUANTES que el servicio del amor.
LA FE
DE LOS SEGUIDORES DE JESÚS
Nos vamos a adentrar en el tema de la fe, un tema
controvertido y oscurecido a veces por intereses impropios. Y queremos
adentrarnos en este tema cuidando de no hacer una interpretación desacertada
del mismo, aunque a ello nos lleve a menudo la observación directa del modo de
vivir la fe que tienen muchos cristianos, sea acertada o desacertada.
La disposición al diálogo, la capacidad de apertura
hacia el prójimo es, para Jesús
de Nazaret, la estructura fundamental básica del hombre como persona. En esta
disposición desde la parte del hombre, el hecho de la revelación y, por tanto,
su correlativo de la fe, encuentra su primera legitimación o justificación.
Entrar en comunicación con otro abre al hombre la posibilidad de apertura también
a otro ser personal y, por tanto, la respuesta de fe que toda comunicación
reclama.
Una vez más, y tal como nos lo hace ver Jesús a través
del Evangelio, el comportamiento, en sus más profundas raíces, es el camino
para rastrear el proceder de Dios con el hombre y el comportamiento que el
hombre ha de tener con Dios. No hay dobles vidas ni rupturas con lo natural para
vivir lo sobrenatural o trascendente. En lo más cotidiano de la vida del hombre
Dios se hace presente, de la misma forma que se hizo presente en la vida de Jesús
de Nazaret. Así, pues, la respuesta de nuestra fe será un signo de
crecimiento, algo que engrandece al hombre en cuanto que responde a las más
profundas raíces de su ser personal.
Quienes hemos tenido la suerte de leer la Biblia en
hebreo, en griego o en latín, nos hemos podido dar cuenta del rico vocabulario
que nos brinda la Biblia para expresar la realidad de la fe en todos sus
lenguajes. Las raíces utilizadas en hebreo nos llevan a pensar en: solidez,
seguridad, confianza. Las raíces griegas expresan más bien conocimiento
o actitud ante lo desconocido. Podemos decir, por tanto, que, según el
lenguaje de la Biblia, la fe es en su primera acepción la confianza que se
dirige a una persona. Y en segundo lugar, significa también el proceso por el
que la inteligencia alcanza unas realidades que se ven, por medio del amor. La
oferta que Dios nos hace a través de su ternura se traduce en el ámbito de lo
humano en opción total y definitiva en cuanto que afecta a la persona entera.
Nuestra existencia personal se orienta mediante la fe de un determinado modo:
supera el propio cerco del egoísmo y de la ambición para abrirse al diálogo
personal con el Dios que está en nosotros y con el Dios que se encuentra en
nuestro prójimo.
Esta es la dimensión más radical de la verdadera fe.
Difícilmente encontraremos un hombre en cuya vida no haya acontecido el momento
de una decisión radical frente al absoluto. De esta decisión interior depende
realmente toda la existencia. La fe determina y al mismo tiempo es fruto de un
estadio de madurez personal, según la cual somos capaces de tomar la propia
vida en nuestras manos e integrar, orientándolos según el sentido de la fe,
los acontecimientos, las realidades, los fracasos...
De todas formas y por si no ha quedado muy claro cuál es
la verdadera fe, lo diremos con palabras de Jesús:
Un dicho de Jesús muy consignado en los evangelios
define lo que es la fe. Jesús reprende con duras palabras a los que le
rodean, diciéndoles que son una generación incrédula y perversa. Ahora bien,
los judíos contemporáneos de Jesús pronunciaban diariamente dos veces al día
la confesión de fe judía que dice: «Escucha, Israel, sólo hay un Dios y
ninguno fuera de él...». Así y todo, Jesús les llama generación incrédula.
Lo cual quiere decir que se puede repetir constantemente la profesión de fe y
sin embargo ser un hombre sin fe, porque la profesión no es solamente una
fachada ni una demostración exterior, la fe es algo que mora en lo más
profundo del interior del hombre y hace de él un verdadero ser humano, digno de
cuidar y disfrutar del mundo para él creado, denunciando para ello con su
actitud y su verbo, el hecho de que haya personas y naciones que vivan en la
abundancia mientras que otras se mueren de hambre, porque las pretensiones de
lucro excesivo, las ambiciones nacionalistas, el afán de dominación política,
los cálculos de carácter militar y las maquinaciones para difundir e imponer
ideologías son, con toda certeza, el más grande pecado que el hombre puede
cometer contra Dios, y eso, independientemente de que los transgresores sean
religiosos o laicos.
PUNTO FINAL
Cada día, cuando se pone el sol, la diferencia entre los
que viven en inmensa precariedad y los más favorecidos, en lugar de reducirse,
se amplía. Cada día, cuando se pone el sol, medio millón de nuevos seres
humanos vienen a habitar la tierra, y la mayoría de ellos nacen en la parte del
mundo menos favorecida.
La humanidad ha entrado en la era de las rupturas de los
grandes cambios. El lujo lo invade todo. No quedan espacios reservados. Todo es
precario. Caminamos sobre terrenos movedizos. El mundo del Dios que nos mostró
Jesús de Nazaret se hunde mientras nace el mundo del dinero. Ahora ya no se
sirve a Dios; ahora se sirve al dinero.
Los nuevos dueños del mundo, que imponen sus leyes de
hierro en los mercados, permitiendo, aparentemente y sin escrúpulos, que el
lujo coexista con la miseria, han dado lugar a que las tinieblas hayan vencido a
la luz.
Inmensos ghettos de miseria rodean pequeños oasis de
lujo y prosperidad. Los pueblos más florecientes siguen explotando
escandalosamente a los más desfavorecidos.
Desde hace muchos siglos, el cristianismo ha sido vivido
en Europa más como lo vivían los escribas y fariseos que como nos enseñó Jesús.
Ello es debido a que el cristianismo ha caído a lo largo de los siglos en el
error de ir agrupando lo social, lo político y lo militar en el ámbito
religioso. San Pablo, por ejemplo, en su carta a los Gálatas mantiene una
sorprendente postura igualatoria: «En Cristo resucitado no hay hombre ni
mujer, ni dueño ni esclavo...» Pero luego, en otro lugar, el mismo apóstol
recomienda a los esclavos la obediencia a sus señores. Como vemos, por un lado
pronuncia una palabra profética, y por otro se somete a la norma social.
Visto lo dicho, hemos de tomar como una gran suerte que
en toda época el Espíritu de Dios aúne hombres y mujeres y que actúen como
cristianos. Y esto debe ser porque el espíritu de Dios desconoce las fronteras
e interviene allí donde menos se espera, porque los cristianos que todavía
siguen a Jesús viven en solidaridad con los pobres y encuentran en su propia
religión una iluminación liberadora de sus semejantes. En general esta clase
de cristianos resultan molestos y están mal vistos por las instituciones porque
les resultan incómodos. A veces son perseguidos y reducidos al silencio.
Los cristianos que siguen a Jesús ofrecen un futuro
nuevo a partir de una situación de injusticia flagrante. Son vigías en el
alba. Aportan luces de esperanza y motivan a la gente para salir de la resignación
y prepararse para construir un
mundo más justo y fraternal, según las enseñanzas de Jesús y el plan de
Dios.
Siguiendo a Jesús, el cristiano cree en la fuerza
secreta que poseen los «pequeños» de este mundo, a condición de que sean auténticos.
Es la fuerza revolucionaria de la simiente. Por eso es tan importante para ellos
hacerle ver a la Iglesia que ha de optar por los pobres y se ha de situar allí
donde se dan las rupturas sociales. Pues no basta con preocuparse por ellos o
dedicarse a ellos de vez en cuando; se trata de construir la Iglesia a partir de
ellos, pues la Iglesia nunca logrará su identidad sin los pobres y sin los
marginados. Es un riesgo que hay que afrontar: la Iglesia o se pone al lado de
los pobres o de los poderosos. Si opta por los pobres, pierde sus privilegios
sociales, rompe su alianza con el orden establecido y no recibe apoyo de los
acaudalados. A este hecho se refieren precisamente las palabras de Jesús: «Quien
pierda su vida por mi causa, la salvará...»
Y ya, para terminar, hay una pequeña cosa que quiero
hacerles constar, y es que por mucho que lo intenten todas las instituciones
ricas del mundo, no se podrán suprimir nunca a los cristianos seguidores de Jesús.
Cuando uno desaparece, otro se levanta para sustituirle. Nadie, por muy poderoso
que sea, puede impedir al Espíritu
de Dios que sople en la dirección que quiera.