Aunque nació en Avilés, quienes le conocimos podemos dar fe de que
amó y trabajó tanto por esta ciudad de Murcia, que podemos considerarlo como
un murciano de pura cepa.
No había cumplido todavía los 20 años de edad cuando su padre fue
trasladado a Murcia como apoderado del Banco Hispano Americano. Juan de Ibarra
era ya, por aquellos tiempos, un joven entusiasmado y hechizado por el teatro. Y
lo primero que hizo fue matricularse en el Conservatorio como alumno de
Declamación. Fue su profesor don Carlos Barrena, un experto educador que
enseguida se dio cuenta de los valores personales de aquel mozo, delgado, cuyos
ojos se encendían como luminarias cuando interpretaba.
Un día, la compañía de teatro de Margarita Xirgú, que era en aquel
tiempo una de las mejores y más prestigiosas compañías que existían tanto
dentro como fuera de España, llegó a Orihuela. Pero hete aquí que el día del
estreno, el actor principal de la obra sufrió un trastorno que le obligó a
hospitalizarse. La dueña de la compañía estaba desolada. Llamó al profesor
de Declamación del conservatorio de Murcia, al que conocía desde hacía
tiempo, y le dijo:
—Carlos, no puedo salir a escena porque el actor principal ha
enfermado. ¿Qué puedo hacer?
—don Carlos Barrena le expuso lo siguiente:
—Tienes mucha suerte Margarita. Tengo un alumno que puede sustituir sin
ningún problema a tu actor.
—¿Qué me dices? —gritó Margarita—. Ten en cuenta que salimos a
escena esta misma noche.
—Te reitero que no existe ningún problema —repitió don Carlos—.
El alumno que te voy a enviar es, además de aventajado, un joven con una
amplia memoria...
Juan de Ibarra bordó de tal forma el papel que le habían asignado, que
aquella misma noche, después de la función, fue contratado por Margarita Xirgú
para actuar en su compañía. El documento que el joven firmó era un contrato
muy ventajoso para él. Tan ventajoso que incluso los periódicos de aquella época
se hicieron eco de tan importante noticia. Uno de ellos decía:
«Juan de Ibarra, uno de los más destacados alumnos del Conservatorio,
firma un favorable contrato con Margarita Xirgú.
»Juan de Ibarra, perteneciente a una distinguida familia de esta
localidad, gozando de una excelente posición social y económica, abraza
decididamente una profesión por la que siente una vocación irresistible. Es
digno del triunfo que ya ha obtenido y esperamos que su temperamento artístico
sabrá sobreponerse a todas las dificultades que se le presenten en estos
primeros pasos de su prometedora carrera».
Los que hemos profundizado en la vida de este hombre, culto y polifacético,
sabemos que no fue para él difícil sobreponerse a las muchas dificultades y
zancadillas que, durante los dos años que formó parte de la mencionada compañía,
le fueron surgiendo. Sin embargo, también sabemos que hubo una a la que no pudo
resistirse: el amor. Una bella joven, murciana para más señas e hija
del Alcalde que gobernaba la ciudad en aquellos tiempos, llamada Ángeles Pérez
Nolla, se cruzó en su camino. Hoy esta mujer, entonces una criatura, conserva
todavía su belleza cuando ya está próxima a los 90 años de edad.
Por ella dejó Juan de Ibarra la Compañía donde tantos éxitos estaba
consiguiendo. Se casaron. Y de su matrimonio nacieron, ¡pásmense ustedes!,
nada menos que 17 hijos: cuatro varones, siete hembras y cinco partos
malogrados. Dirán ustedes que la suma de 4, 7 y 5 son 16. Y eso se debe a que
uno de los partos malogrados era doble.
Sin dejar de asistir al Conservatorio, se colocó en el Banco donde su
padre trabajaba. Ejerció como cajero. Pero como el oficio no era nada creativo,
preparó las oposiciones para Catedrático de Declamación, el sueño de toda su
vida. Y como cuando algo atrae todo se consigue, aprobó las oposiciones con el
número uno. Opción que le dio preferencia para elegir. Y eligió Murcia. Él
fue el primer Catedrático, por oposición, que hubo en el Conservatorio de
Murcia.
Durante su larga andadura como Catedrático, dio clases a infinidad de
murcianos y murcianas. Muchos llegaron, pero otros no. Sin embargo todos los que
fueron alumnos suyos coinciden en recordarle como un maestro sensible y como un
entrañable compañero. Entre sus alumnos podemos contar, por citar algunos que
viven en Murcia, con hombres tan relevantes como Julio Navarro, Jacobo Fernández
y Luis Liberto, quien ha dado el nombre de «Juan de Ibarra» a su Compañía de
teatro como un homenaje al hombre que fue su maestro.
Que nosotros digamos que fue una persona polifacética no es nada extraño:
hizo muchas cosas, y todas bien. Fue actor, catedrático, articulista, orador,
escritor, pintor... Y un hombre con estas características personales, con tanta
raza, no pudo por menos que dejar su semilla en sus hijos y en sus nietos...
Sea, pues, este artículo como un pequeño homenaje a tan sobresaliente persona.