El agua, beneficio de primera necesidad para cualquier ser viviente, ha
sido uno de los elementos más buscado y glorificado por la humanidad. En todas
las religiones el agua ha sido considerada como un componente divino. Así, por
ejemplo, los fenicios creían que un dios al que llamaban Aleyin, que
significa: el que cabalga sobre las nubes, era el dios de la lluvia, el
dios que hacía crecer las plantas que los alimentaba y cuyo espíritu se podía
encontrar y venerar en fuentes, manantiales, arroyos y ríos. En la
mitología griega descubrimos que el mar Océano estaba considerado como un
inmenso río —poderosa corriente del río Océano—, nos dice Homero
en su obra: «La Iliada». Un inmenso río que bajado del cielo era el padre de
las fuentes, de los arroyos y 
de los manantiales... En la religión cristiana también en el agua se ha
percibido el espíritu puro y eterno de la divinidad.
En la época en que los visigodos y los romanos ocupaban esta bendita
tierra de Murcia, y quizá muchísimo antes, hubo algunos grupos que poblaban la
parte que hoy conocemos como La Fuensanta. Por la zona habían muchas
fuentes que manaban agua cristalina y servían para abastecer con holgura a
todas las familias que habitaban por el monte. Sin embargo, entre todas las
fuentes, había una en concreto que chorreaba un agua gustosa, delicada,
saludable y mucho más cristalina que las demás. El agua de la fuente se
convirtió por aquella época, o se había convertido ya, en un agua medicinal,
muy apta para curar numerosas enfermedades.
Posteriormente los árabes alcanzaron el caudillaje de estos dominios y
supieron de la existencia de la fuente y de las propiedades terapéuticas del
agua que brotaba por su  fecundo
arcaduz, los más ricos y poderosos edificaron residencias alrededor de ella.
Cuando, al fin, el Reino de Murcia es tomado por el joven príncipe
Alfonso X, más tarde llamado El Sabio, la fuente ya era famosa por las muchas
curaciones que sus aguas habían logrado. Los habitantes de esta región la
llamaban La Fuente Santa.
Fueron
tan famosas las propiedades curativas del agua de nuestra fuente que, enterados
en otras regiones, comenzaron a peregrinar a ésta. Caminantes de casi toda la
península Ibérica venían a visitarla. Unos para tomar las aguas, otros para
transportarla en cántaros para sus parientes enfermos..., y otros, para
quedarse a vivir como ermitaños en lo que ellos ya consideraban como terreno
sagrado. Y para que hubiese orden y respeto entre peregrinos, ermitaños y
curiosos, el obispo hizo levantar al pie de la fuente una pequeña ermita que
estaba al cargo de un religioso elegida por el cabildo de la diócesis, en cuyo
interior se veneraba la imagen de una virgen coranada y vestida con, según nos
dice el acta del cabildo catedralicio del 13 de octubre de 1522, una camisa, un
vestido y un tabardo de jamelgote. Era una virgen conocida con el nombre de La
Virgen de la Fuente Santa, que dicho de corrido, tal y como hablaban
nuestros antepasados, se entendía como La Virgen de la Fuensanta. 
En el año 1610 llegó a Murcia la compañía de teatro de Andrés
Claramonte, cuyos actores principales eran Francisca de Gracia y su marido Juan
Bautista Gómez. Un matrimonio que había atesorado muchas riquezas durante los
numerosos años que habían estado actuando.
Parece ser que Francisca de Gracia y su marido estaban escuchando Misa en
la catedral cuando Francisca sufrió un desmayo. La mujer le contó después al
marido y a cuantos quisieron escucharla, que la Virgen había bajado hasta ella
y le había acariciado la cabeza con mucho amor. Después dijo que la divina Señora
le había recomendado que dejara los bienes terrenales y se acogiera a la
riqueza que proporciona la santa penitencia.
Francisca de Gracia y su marido se fueron aquel mismo día a vivir junto
a la ermita de la Virgen de la Fuente Santa. Donaron todas sus joyas, sus
vestidos, sus dineros y sus objetos de valor a la pobre Virgen que allí se
veneraba, y excavaron una cueva que les sirvió de morada durante el resto de
los años que vivieron. La cueva se conserva en muy buen estado gracias a la
Academia Alfonso X El Sabio, cuyos miembros velan y se desvelan por suministrar
luz a nuestra historia y atesoran en sus archivos el desparpajo y las costumbres
de nuestra huerta murciana.
Fueron tantos
los bienes que este matrimonio donó a la Virgen, que el Canónigo don Gabriel
Valcárcel, en unos documentos, dice: «...hasta que vinieron nuestros
hermanos Juan Bautista y Francisca de Gracia, que lo entregaron todo, y lo demás
se vendió, y la dicha mujer dio acomodo a todos sus vestidos a la imagen de
Nuestra Señora, que eran muchos y buenos, y para los altares muchas cosas
curiosas que traían, como se ve y verá en todo tiempo. También gastaron
muchos ducados en la fabrica de la dicha ermita, como se ve en todo lo que es
vestidos de la dicha imagen, y adorno de altares y servicio de culto divino.
Tengo inventario en mi poder, porque todo lo dieron de su voluntad a todas
pasadas dichas imagen y ermita: el demás menaje de casa que ellos trajeron e
hicieron declaró el hermano Juan Bautista, era de su mujer, con los cuadros que
había y porque ella había traído dos mil ducados de dote, y así hizo ella
otro inventario de las demás cosas de la Ermita...» El mismo canónigo,
explica en otro documento, «que antes de estar allí los comediantes no
hubo cosa ni alhaja de provecho».
La 
santidad y los múltiples milagros que la Virgen de la Fuensanta obró
por esta comarca, calaron muy hondo en los corazones de los murcianos. Por
aquellos tiempos, la patrona de Murcia era la Virgen de la Arrixaca, pero, por
razones que ahora no vienen al caso y que alargarían más de lo permitido este
artículo, podemos decir que surgieron dos bandos que rivalizaban entre sí; un
grupo era partidario de la Virgen de la Arrixaca; el otro, de la Virgen de la
Fuensanta.
A principios
del año 1640, la región de Murcia se vio empobrecida por una prolongado sequía.
En la huerta y en al campo todo se malograba, la lluvia no aparecía. La región
llegó a tal estado de necesidad que el cabildo de la diócesis decidió sacar
en procesión rogativa a la Virgen de la Arrixaca, los padres agustinos, que
eran los custodios de esta virgen, se negaron a dejarla salir del convento,
exponiendo que la petición no había sido hecha por orden reglamentario.
Entonces el cabildo dio orden de sacar a la Virgen de la Fuensanta, ya que al
estar esta imagen bajo su cargo, no tenía que pedir permiso a nadie. Cuentan
las crónicas que aquel día llovió y nevó copiosamente. Los partidarios de la
Virgen de la Fuensanta, manifestaron con mucha alegría, que gracias a ella se
habían salvado las cosechas.
En el año
1702, debido a una nueva sequía, llevaron a la Virgen de la Arrixaca a la
Catedral en rogativa. Se celebraron los ritos correspondientes, pero no llovió.
La devolvieron nuevamente a su convento, y decidieron traer a la Virgen de la
Fuensanta. Comenzaron las rogativas y los ritos pertinentes y, ¡milagro!, volvió
a llover y a nevar copiosamente. Este nuevo prodigio, alegró tanto a los
partidarios de la Fuensanta, que se jactaron mucho y muy abundantemente de ello.
Por esta circunstancia hubo un enfrentamiento tan grande entre los dos bandos,
que incluso el Papa tuvo que tomar parte en el asunto, dictando, para que se
terminará el conflicto, la Bula Autorem Fidei.
A partir de
aquel día, la Virgen de la Fuensanta fue la imagen preferida por los murcianos.
Y, para agradecer sus favores, se le compraron caros vestidos y se decidió
hacer una colecta popular para levantarle un hermoso Santuario. Y es natural que
los murcianos la eligieran a ella, ya que una Virgen que venía del agua, y que
por revelarse del agua se llamaba Fuente, no podía defraudar a sus hijos
cuando éstos necesitaban agua.
Poco a poco, y sin saber cómo, la Virgen de la
Arrixaca fue perdiendo protagonismo, y la Virgen de la Fuensanta, ganándolo.
Hoy, la Virgen de la Fuensanta, es la patrona de todos los murcianos, pero que
yo sepa, no existen documentos en los que se disponga oficialmente de este
cambio de patronazgo. Aunque para dar mi opinión,  he de decir, que no creo que esta circunstancia importe mucho
a ninguna de las dos Señoras, ya que todas las vírgenes del mundo, con
diferentes advocaciones y particulares celebraciones, representan a una sola
mujer: la madre de Nuestro Seños Jesucristo.