SALUDO RITUAL DE DESPEDIDA DE LOS TEMPLARIOS.

Los templarios, a través del tiempo, fueron desarrollando un lenguaje dactilológico, es decir llegaron a comunicarse haciéndose señas con las manos. Esté lenguaje fue desarrollado por ellos porque, además de soldados, eran monjes, y como tal comprometidos con el voto de silencio. Un soldado puede vociferar cuando tiene alguna necesidad, pero un soldado-monje, no puede pedir nada sin incumplir el voto de silencio. Pero aunque este lenguaje fue concebido por ellos sólo para no incumplir el voto de silencio y poderse comunicar sin faltar a él, descubrieron después que ese lenguaje les valía para acercarse al enemigo en silencio, ya que no tenían que hablarse, ni siquiera murmurar, sino sólo comunicar las órdenes oportunas por las silenciosas e inaudibles señas manuales. Y también para comunicarse a distancia, ya fuese en el fragor de la batalla o en otras necesidades.

El saludo que ellos tenían para despedirse o decirse «adiós» nunca podía ser tocándose los unos a los otros, ni mucho menos dándose en el pecho, en el culo o en otro sitio de su morfología como hacen en el rugby o en el fútbol actualmente, porque por ser monjes tenían que observar el siguiente precepto que les era leído, durante las comidas, todos los días para que jamás pudieran olvidarlo: «Nunca toquéis cosa alguna femenina, porque ya sabéis que eso es un horrendo pecado. Os abstendréis también de esas costumbres indecentes y bajas que tienen algunos cuando viven en comunidad de juguetear, de  agarrarse o de tocarse, y otros enredos semejantes, por ser cosa intolerable e indecorosa. No echéis en olvido aquel dicho: «Juegos de manos, juegos de villanos».

El saludo de despedida, que podía ser individual o colectivo, es decir podía despedirse de toda una tropa sin gastar nada de tiempo y salir en el acto para llevar a cabo una importante misión, era de la siguiente forma: llevando la mano derecha (abierta) a la altura de su pecho (sin tocar el pecho) y con la palma mirando hacia el pecho, la cerraban y la abrían tan rápido como sus reflejos les permitían (por la edad, enfermedad, artrosis etc., etc.), una vez, si se despedía de una persona, dos veces, si eran dos, y tres o más veces si eran multitud. La mano con el brazo formaba una escuadra, o una «L», si se entiende mejor así.