FIN DE LOS TEMPLARIOS
Felipe IV comenzó a aborrecer a la Orden del Templo con todas sus fuerzas en el mismo momento que se pusieron de parte del papa Bonifacio VIII cuando este lo excomulgó por tomar los bienes de la Iglesia en su propio beneficio, y cuando se mantuvieron junto al reino de Aragón en la guerra que sostuvo contra Nápoles… Entonces fue cuando comenzó a gestar, empujado por su odio y por su ilimitada codicia, la más vil y cruel persecución contra la Orden del Templo.
Las primeras acusaciones contra los templarios surgieron en la época del conclave de Perusa (1304-1305), en la región de Argen.
El rey de Francia Felipe IV, aprovechándose del odio que un prior que lo había sido de la Abadía benedictina de Sant-Martial llamado Esquiu de Floriano sentía por la Orden del Templo, por haber sido expulsado de su abadía debido a que solía quedarse indebidamente con parte del dinero que recibía del rey, de los grandes señores y de la Orden del Templo para las necesidades y manutención de la mencionada abadía, creyendo que su destitución y destierro había sido por culpa de una denuncia impuesta por los templarios, accedió a los exigencias del rey y comenzó a urdir lo que desde entonces se ha venido en conocer como “La historia negra de los Templarios”.
Según cartas de dos personalidades que estuvieron muy próximos a los sucesos —cartas que fueron escondidas en húmedos lugares y han quedado por ello en muy mal estado de lectura—, dos individuos corrompidos, un ex templario que había sido echado de la Orden por borracho, mujeriego y criminal (ya que, estando bajo los efectos del vino, había apuñalado a un Hermano por la espalda sin previo aviso), y un carnicero que había cortado el cuello a su mujer, se comprometieron con Esquiu de Floriano. Este se entrevistó con ellos en nombre del rey. Y les dijo que el monarca les concedería el indulto si atestiguaban en contra de los templarios en cuantos juicios fueren llamados, revelando y dando por cierta la larga lista de abominaciones que Esquiu había inventado posteriormente.
El rey Felipe IV mandó enseguida estas acusaciones al papa Clemente V para que comenzara la investigación y posterior arresto. El pontífice para contentar al rey redactó una bula que fue conocida como: “Faciens misericordiam” (Registro de bulas papales. Clemente V. Armario 1884, pp. 363-366), sin darle mucha importancia a las acusaciones por venir de individuos desalmados y poco creíbles.
El rey entró en cólera. Y tanto miedo tuvo que meter en el cuerpo al papa, que este se dio mucha prisa en escribir un adjunto a la bula mencionada, en el cual se daban a conocer pormenorizadamente todas las acusaciones.
El acreditado historiador Raynouard, asegura que la lista con todas las acusaciones fue preparada en la corte del rey Felipe IV y no por el papa. El historiador nos deja escrito lo siguiente: “encontré el borrador original en los Archivos Nacionales (Tresor de Chartres) con las correcciones y tachaduras antes de pasarlo a limpio y ser enviado a la Santa Sede” (Francois Juste Marie Raynouard. Monuments historiques relatives. T II, p. 246).
Cuando el proceso contra los templarios comenzó, el sacrílego Esquiu de Floriano, como ya había obtenido una gran suma de dinero del rey francés, le escribió a Jaime II de Aragón con la rastrera intención de obtener alguna clase de recompensa por parte de este. En la carta presumía, entre otras cosas, de lo siguiente: “…Sea manifiesto a su majestad real que yo soy el hombre que reveló los hechos relacionados con los templarios al señor rey de Francia…”