1. Falsas imágenes
de Dios.
a) Un Dios
adversario o rival del hombre.
Un
Dios que con su acción o
su presentación hace inútil la decisión libre del hombre. Por
ejemplo, presentar la oración como una especie de <<técnica>>
para curar enfermedades. Un Dios que respalda ciertos tabúes morales, que nos impone
caprichosamente lo que es molesto, y nos manda sistemáticamente lo que
es desagradable. Un Dios de cuyo capricho dependen las catástrofes y
las guerras.
b) Un Dios
subordinado al hombre.
En este caso Dios debe de estar pendiente del capricho del
hombre, reparar los errores que éste comete en su vida cotidiana,
sutituirle siempre que no tome las decisiones que debe tomar. Si este
Dios no cumple con el oficio que el hombre le ha señalado, el hombre
reaccionará con ira contra este Dios-servidor-inútil.
c) Un Dios
guardián del orden público.
El Dios que sirve para justificar las injusticias del orden
constituido, que vigila con severidad las normas de una moralidad
oprimente, que se caracteriza por una actitud de amenaza, de castigo
vengador. El Dios que protege siempre a los de nuestro país, a los de
mi partido, a los de mi religión y mira con ira a los enemigos de mi
Patria, de mi partido, de mi iglesia... El Dios que ha hecho que unos
pocos privilegiados posean la mayor parte de los bienes de la tierra y
prohibe a los pobres organizarse para reclamar con eficacia sus
derechos.
d) Un Dios
pueril.
El
Dios relojero del universo que maneja como un técnico muy hábil la máquina
de todas las cosas creadas. El Dios objeto de todas las ñoñerías
sentimentales de ciertas formas de piedad y beatería.
e) Un Dios
lejano.
Un
Dios que está en el cielo y que nos observa desde allí con ojos
policiales y actitud amenazante.
f) Un Dios
tapa-agujeros.
Como
alguien que viene sola y exclusivamente a cubrir nuestras deficiencias,
sobre todo si esto se entiende en el sentido de disminuir la vocación
que el hombre tiene de alcanzar plenamente su autonomía personal y de
construir por sí mismo su proyecto de llegar a ser plenamente hombre.
2. La
verdadera imagen de Dios.
La verdadera
imagen de Dios la hemos de ir descubriendo a través de la revelación
que el mismo Dios hace en cada uno de nosotros y a través de la
presentación que Jesús
nos hace del Padre. Cristo
nos presenta un Dios más humano, más cercano... Jesús comienza su
predicación anunciando esta buena nueva:
"El Reino de Dios está cerca de vosotros.
---¿Dónde está?
-le pregunta un hombre andrajoso y hambriento.
---El Reino de Dios -le
contesta Jesús- dentro de vosotros está.
---Si las escrituras dicen que el Reino de Dios está en el cielo,
¿cómo es que tú dices que está dentro de nosotros? -vuelve a
preguntar el hombre.
---Si el Reino de Dios estuviera en el cielo - le contesta Jesús-
las aves nos tomarían la delantera, y si estuviera en el mar, los peces
nos tomarían la delantera. El Reino de Dios está dentro de vosotros en
forma de grano de mostaza. De vosotros depende hacerla germinar o ahogar
su crecimiento. Quien quiera conocer a Dios lo encontrará, porque
conociéndole a Él os
conoceréis a vosotros mismos y entenderéis que sois hijos del Padre,
y, a la vez, os daréis cuenta que sois hijos de Dios. Vosotros sois la
ciudad de Dios.
El Dios que anuncia Jesús es el Padre que acoge, sale al
encuentro, perdona... Toda la vida de Jesús fue eso: hacer visible la
proximidad de Dios al hombre. Ser samaritano próximo a cualquier hombre
en necesidad. Y a mayor necesidad mayor cercanía.
Jesús no fue un teólogo,
ni habló mucho sobre Dios, pero ciertamente se expresó y vivió de tal
manera que los que le veían se preguntaban quién era ese hombre, y de
dónde le brotaba aquel amor y aquella libertad.
Las actitudes de Jesús resultaron escandalosas. La gente que lo
oía estaba desconcertada. Y
este desconcierto atañó por igual a cercanos y lejanos:
-
su familia cree que ha perdido la cabeza (Mc 3, 22-21)
-
Juan el Bautista duda de su misión (Mt 11,4-6)
-
Los escribas y fariseos le tienen por endemoniado (Mc 3,22)
-
Le acusan como <<amigo de malas compañías>> (Mt
11,19)
El Dios que Jesús anuncia y hace visibles es un Dios que hace
salir el sol sobre justos e injustos, que no acepta nuestras
clasificaciones, diferencias y anatemas.
Creer en este Dios que Jesús nos muestra no es negar sino
afirmar una predilección que la tradición judeo-cristiana
ha puesto repetidas veces de relieve. Un Dios que se caracteriza
por una clara solidaridad y predilección por los pobres, pequeños y
marginados. El Dios cristiano es un Dios de los hombres, de todos los
hombres. Pero es un Dios que no puede evitar su constante predilección
por los más necesitados, los pobres, los desheredados, los sin ley, las
víctimas del egoísmo... No necesita médico el sano sino el enfermo.
La soberana libertad de Jesús en su lucha por liberar al hombre
de la esclavitud de una ley que había sido escrita por los hombres, del
sábado, del culto, de los prejuicios sociales, ha llegado a ser nota
definitiva en su persona: Jesús fue un hombre libre que nada dejó
escrito, que predicó con su propio ejemplo, que dijo que la ley había
sido escrita por los hombres, y que la verdadera Ley estaba escrita en
el corazón del hombre...
Jesús mostró con su acción que el Dios a quien invocó como
Padre no es un Dios que oprime, sino un Dios que libera. Eso es lo que
Jesús reprochó a los escribas y fariseos: encadenar a Dios a sus
propios intereses y hacer de la acción liberadora de Dios una razón
para oprimir a los demás. Para ellos el sábado era el día del honor
de Dios, no el de la libertad del hombre. Por consiguiente, si el día
consagrado a Dios es aquel en que precisamente resulta imposible
trabajar para dar de comer a los que padecen hambre o para curar a los
enfermos, el Dios al que se honra de esta forma no es Dios, es un ser
despiadado.
Jesús puso de relieve que optar por un Dios liberador, creer en un Dios libre y generador de libertad es arriesgado
y costoso. Muchos de
vosotros lo sabéis perfectamente porque lo habéis sufrido en vuestras
propias carnes. El mismo Jesús selló con su vida esa opción. Opción
que no es fundamentalmente una decisión de la voluntad, ni algo que se
adquiere a fuerza de puños, sino que es algo que brota de lo más
profundo de uno mismo cuando, gratuitamente, uno se encuentra cogido,
seducido por Dios y su Reino. Es lo que decíamos antes acerca del conocer
a Dios. Es fruto de la experiencia
del dejarse poseer, no del querer poseerlo.
Creer en un Dios así no es sinónimo de despreocuparse y
olvidarse de que la fe es llamada y respuesta. Pero es muy importante
saber que la fe no es: un yo te doy para que tú me des, porque el amor
está, no en que nosotros amemos o hayamos amado a Dios, sino en que Él
nos amó primero (Jn 4, 10). Aunque con la misma claridad dirá después
Juan que <<quien no ama al prójimo no conoce a Dios>>.