Uno de mis lectores, casi regañándome, me ha llamado la atención y me
ha dicho que cuando escribo sobre el Rey Alfonso X el Sabio, parece que estoy
describiendo a una Divinidad. Dice, y no le falta razón, que todo en la
personalidad de este rey no podría ser bueno. Que algún error cometería
durante su reinado, y que algún que otro defecto tendría.
Yo siento mucho que la enorme pasión que observo por este rey me haga
revelar sólo las cosas buenas que durante su vida desempeñó. Y por ello pido
perdón a todo lector que se haya sentido contrariado o dolorido. Pero he de
decir también que la historia está escrita por personas, y que las personas
estamos movidas frecuentemente o por simpatía, amistad y adoración, o
contrariamente por desprecio, odio, envidia u oposición. Y que este hecho puede
llevar al historiador a deformar la realidad de las cosas, ya sea por el lado de
la admiración o el elogio, como por el del desprecio o la condena precipitada.
Aunque yo he de señalar en mi defensa, que si este rey no hubiera existido, no
se encontrarían hoy quizás archivos y bibliotecas donde documentar nuestros
escritos, ni posiblemente tampoco habría escritores porque no se editarían
libros, semanarios ni periódicos. Comprendan ustedes que de ahí nace mi devoción
hacia este rey. Porque al amar la literatura tengo que estimar al rey que hizo
posible que la literatura existiera.
Pero en fin, no dejo de reconocer que también este rey cometió sus
errores. Sin embargo, tampoco dejo de reconocer que estos errores, lejos de
distanciar mi inclinación hacia él, elevan más su imagen ante mis ojos, ya
que los yerros cometidos fortalecen su figura y la descubren ante mí como menos
sobrenatural y bastante más humana.
Los errores de este rey fueron, a mi juicio, los siguientes: El primero
enemistarse, aunque por poco tiempo, con su suegro el Rey Jaime I de Aragón,
cuando le devolvió a su hija doña Violante con la excusa de que no podía
tener hijos, sin haberla sometido antes a examen médico. Pues la reina estaba
embaraza en aquel momento y con sólo haber sido examinada por un facultativo,
don Alfonso se hubiera evitado el disgusto que aquella acción provocó entre su
suegro y él. Tenía que haber advertido también que su esposa gozaba de doce años
solamente cuando contrajo matrimonio con él, ya que esta era la edad dispuesta
por la ley para que la mujer pudiera casarse. Y que a esta edad no todas las niñas
tienen la madurez suficiente para ser madres. Hay chicas que tienen la regla a
los doce años, pero las hay que no la tiene hasta los trece o los catorce años.
Como lo demuestra el hecho de que hasta los dos años de matrimonio doña
Violante de Aragón no tuviera su primer hijo. Y que desde ese momento en
adelante gozó de un montón de hijos, pues comenzando por la primera y
terminando por la última, nos salen los siguientes: Berenguela, Beatriz,
Fernando (llamado de la Cerda porque nació con un lunar muy grande lleno de
pelos gruesos, duros y largos), Sancho, Pedro, Juan, Jaime, Violante, Isabel y
Leonor. El repudio era una práctica muy común entre los reyes y los nobles de
aquel tiempo. Por ello, este desacierto que acabo de mencionar no hubiera sido
tan arriesgado si el Rey Jaime I no hubiera cometido en su juventud un acto
semejante contra el reino de Castilla. Me explico: cuando el Rey don Jaime tenía
13 años de edad, lo casaron con doña Leonor de Castilla, hija del Rey don
Alfonso VIII. Dada la juventud de ambos contrayentes, los médicos recomendaron
que esperasen un año para consumar el matrimonio. Años más tarde el rey
repudió a doña Leonor alegando que ambos eran biznietos de Alfonso VII de
Castilla. Como quiera que la casa de Castilla le manifestó airada que esas
razones de parentesco tenían que haber sido razonadas antes del matrimonio, el
Rey Jaime I creyó que el repudio de su hija podía ser un desquite por haber
cometido él, años atrás, aquel deplorable acto. De ahí el peligro de este
error.
El segundo fue, estando casado, enamorarse de una distinguida dama, que
era, según cuentan los cronistas, una joven tan hermosa que no había en el
reino mujer que pudiera igualarse a ella. La joven se llamaba Mayor Guillén de
Guzmán. Con ella tuvo una hija que se llamó Beatriz, que cuando cumplió su
mayoría de edad la casó con el rey don Alfonso de Portugal. Las crónicas
dicen que doña Mayor Guillén de Guzmán era aún más bella que doña Violante.
Y esta definición nos lleva a presuponer que tendría que ser una mujer
verdaderamente bella porque la reina doña Violante se parecía mucho a su padre
el Rey Jaime I, de quien el cronista Bernat Desclot, contemporáneo del rey, nos
detalla lo siguiente: «Este rey, Jaime de Aragón, fue el más bello de los
hombres del mundo; puesto que era más alto que cualquier otro por lo menos un
palmo y era bien formado y cumplido en todos sus miembros, pues tenía un gran
rostro bermejo, la nariz larga y derecha, una gran boca excelentemente dibujada,
grandes dientes, bellos y blancos que parecían perlas, los ojos como azules
mezclados de color, magníficos cabellos rubios, parecidos a hilos dorados,
amplios hombros, el cuerpo largo y delgado, los brazos grandes y bien moldeados
y unas bellas manos de largos dedos...»
Y aunque las acuñaciones de las monedas durante el reinado de Alfonso X
conservaron siempre el modelo de las acuñadas por su padre, su tercer error fue
cambiar la aleación de una de ellas. De tal forma que al empobrecer la mezcla
de la moneda, nadie quería poseerla ni cobrar con ella. Este error fue más
grande cuando el rey no quiso reconocer su desacierto y se empeñó en que este
dinero tendría que circular a pesar de las numerosas quejas de sus vasallos.
El cuarto error cometido fue que, habiendo muerto el último emperador
provisional don Guillermo de Holanda, y ser elegido él para regir el Imperio
Romano-Germánico, y sabiendo además que el Papa Gregorio X
estaba en contra de su nombramiento, se empeñase en organizar viajes que
nunca realizaba, con el pretexto de ir a ver al Papa. Con este motivo cargaba a
su reino con gruesas contribuciones que después se diluían en al aire. Y
cuando se decidió por fin a consumar este costoso y largo viaje, el Papa no
quiso recibirlo, mandándole un mensaje en el que le exigía que retirase sus
pretensiones de ser emperador bajo pena de sufrir las censuras papales que lo
condenarían de por vida a estar separado de la Iglesia.
El quinto y último error, que es un error que se prolonga del otro, fue
que a consecuencia de su largo e inútil viaje, había dejado al frente del
reino a su sucesor Fernando de la Cerda, pero este murió en su ausencia a la
edad de veinte años. Sucediéndole en el gobierno su hermano Sancho, quien
dando muchos beneficios se ganó la confianza de los nobles de la corte. Así,
pues, cuando el rey Alfonso regresó, no tuvo más remedio que aceptar a su hijo
Sancho como heredero del reino. Cosa que hizo con todo el dolor de su corazón,
ya que él defendía que ese puesto le correspondía por orden genealógico al
primogénito de su hijo Fernando de la Cerda.
A consecuencia de la división de su reino, por la rebelión de su hijo
sancho, el Rey Alfonso X sumió a su gobierno en un revoltijo económico: Subió
el precio de los alimentos de primera necesidad y los impuestos se hicieron
completamente impagables. Este trastorno económico se hizo notar, como siempre
ocurre, en el pueblo llano. Y hubo tanto malestar por aquel tiempo que incluso
su hermano Felipe se volvió contra él y se hizo partícipe de las pretensiones
de don Nuño González de Lara, que exigía al monarca la celebración de
Cortes.
Un
rey que pasó a la historia con el sobrenombre de «el Sabio», no debió
tampoco de desoír los consejos que le dio su suegro el Rey Jaime I, cuando le
dijo: «que los abusos que se cometen ordinariamente en contra del pueblo que
se gobierna, no producen, por lo común, otro efecto que el de vulnerar la
reputación del soberano y arruinar su autoridad.»
Estos
fueron los errores de un rey que amó profundamente esta bendita tierra de
Murcia. Pero si ustedes reparan en ello, comparados con los errores de otros
reyes, presidentes o caudillos que han gobernado a través del tiempo o
gobiernan actualmente en las diversas partes de la tierra que habitamos, son
poco menos que un grano de anís. Por lo que podemos llegar al común acuerdo de
que este fue el rey que menos errores cometió durante su largo reinado.