NOTA.
Como comprendemos que no todos los lectores que se acerquen a esta revista
conocerán las diversas religiones que se practican por el mundo, y teniendo en
cuenta que en lo sucesivo se transmitirán en ésta artículos algo más
complejos sobre ellas, es por lo que vamos a comprometernos a dar a conocer lo más
pormenorizadamente que podamos todas y cada una de la religiones conocidas. En
este primer número queremos comenzar con la religión islámica, y en ella
quedarán explicadas las génesis del islamismo y del sufismo, dos temas que serán
expuestos con mucha frecuencia en las páginas de esta revista.
VIDA DE MAHOMA.
Nació en la Meca, hacia el año 570 d.C. Sus padres pertenecían a la familia
noble de los quaraisí: «Banu Hasín», pero por un golpe de mala suerte
estaban empobrecidos. Siendo todavía niño perdió a sus padres, y fue recibido
en casa de un tío suyo, quien le encargó el cuidado de sus rebaños y se lo
llevó por el desierto en sus largos viajes de comercio. Más tarde, a los 25 años
de edad, entró al servicio de una viuda rica que se llamaba Jadicha, cuya
confianza se ganó de tal modo que llegó a casarse con ella. Vivieron casados
20 años, hasta que ella murió. A los 40 años de edad, experimentó una
profunda crisis religiosa. Hastiado de la vida comercial y del mundo, sintió el
temor del juicio divino, tema del que había oído hablar a un monje cristiano.
Pasó mucho tiempo en meditación y soledad, retirado en una de las cuevas de
las cercanías rocosas de la Meca. Allí tuvo extraordinarias vivencias
religiosas: vio en sueños al Arcángel Gabriel, situado junto a Alá, quien le
tradujo la sagrada Escritura. En estas visiones y otras que se fueron repitiendo
sintió Mahoma su vocación profética. Mahoma dudó en un principio. Consultó
con su esposa y con sus amigos más íntimos, los cuales le confirmaron la
autenticidad de las revelaciones. A partir de entonces, nunca más vaciló de su
misión de profeta.
Al
comienzo de su predicación sólo aceptaban su mensaje su esposa, algunos
familiares y amigos, alguna gente sencilla y esclavos. La hostilidad creciente
de los mecanos desembocó, al cabo de unos diez años, en persecución por parte
de los de su mismo clan encargados de cuidar la Kaaba, y de los judíos y
comerciantes más poderosos. Por ello, huyó con sus adeptos a Yatrib, llamado
desde entonces «Maditnat an-nabit» (ciudad del profeta) o Medina. La «héjira»
o huida, emigración, en julio del año 622 d.C., a Medina, distante unos 100
kilómetros de la Meca, señaló el inicio de la era islámica. Tras varios
enfrentamientos con los habitantes de La Meca durante los años siguientes
(622-630), Mahoma se apoderó de su ciudad natal e inició las primeras empresas
de la guerra santa contra los árabes de las fronteras sirias. Murió en el 632
d.C., tras haber realizado en ese mismo año su visita a la 
Meca desde Medina, su ciudad de residencia. Es la conocida como «peregrinación
de la despedida». Las ceremonias celebradas entonces por Mahoma se han erigido
en normas rituales para todas las peregrinaciones musulmanas a la Meca. Su
alocución a los peregrinos fue su testamento político-religioso; en él
inculca especialmente la igualdad de los creyentes ante Alá y la fraternidad de
todos los musulmanes. Los lazos de sangre, clánicos o tribales, quedan
superados por los religiosos. 
EL CORÁN.
Etimológicamente Corán significa «recitación salmodiada». En su forma
actual consta de 80 mil palabras (un tercio menos que el Nuevo Testamento), 114
capítulos llamados «sura», los cuales se dividen en versículos. Los «sura»
están ordenados, no por orden  cronológico
ni por materias, sino por orden de mayor a menor longitud.
El
Corán se inicia con una oración, equiparada por su importancia en el Islam con
el «Padre nuestro» en el cristianismo, aunque su contenido sea distinto. Dice
así:
En
el nombre de Allah, el Clemente, el Misericordioso.
La alabanza de Allah, Señor de los mundos, 
El
Clemente, el Misericordioso.
Dueño
del día del juicio.
A
Ti de adoramos y te pedimos ayuda.
Condúcenos
al camino recto,
Camino
de aquellos a quienes has favorecido,
Que
no son objeto de su enojo,
Y
no son los extraviados.
El Corán presenta dos
clases de «suras»: los pertenecientes a la estancia de Mahoma en La Meca y los
correspondientes a su estancia en Medina.
Los
pertenecientes a la primera estancia de Mahoma en La Meca dejan traslucir la
idea de un Dios único, juez omnipotente, al mismo tiempo que misericordioso,
muy poco distinta de la del judaísmo y cristianismo. Más que el contenido, la
predicación de Mahoma en la Meca se distingue por la particular viveza con que
presenta la «la absoluta trascendencia y la unidad de Dios y la absoluta
dependencia del hombre respecto de Él».
Los
pertenecientes a su estancia en Medina muestran la evolución que Mahoma
experimentó a causa de las nuevas circunstancias en que se vio rodeado:
1.    
Con el dominio político que su persona adquirió en la ciudad, su religión
invade también todas las esferas públicas de la vida, impregnándolas de
sentido religioso.
2.    
Con objeto de responder a las objeciones que la colonia judía de la
ciudad oponía a sus enseñanzas, Mahoma se declara restaurador de la verdadera
religión, antiguamente predicada por Abraham y más tarde falseada por judíos
y cristianos. 
CREENCIAS
BÁSICAS DEL ISLAMISMO. 
Hay
un solo Dios trascendente.
La unicidad de Dios es una de las creencias más apasionadamente defendidas por
Mahoma. La idolatría es la máxima culpa en el Islam. Dios es absoluto Señor
de todas las cosas.
Los
profetas. Son hombres
enviados por Dios en diversas épocas a los diversos pueblos para promulgar la
Ley. Entre los profetas se halla Jesús de Nazaret. Pero Mahoma es el último y
más importante de todos los profetas.
Los
libros sagrados. Los
libros de las otras religiones contienen la palabra de Dios, pero todos ellos
han sido abrogados por el Corán. Las Escrituras judías y cristianas anuncian
la venida de Mahoma, pero fueron falseadas.
Los
ángeles. Son los
guardianes de la humanidad; saben lo que los hombres hacen o escriben. Entre los
ángeles sobresale Gabriel; entre los demonios Iblis.
La
resurrección de la carne y la vida eterna.
El paraíso y el infierno coránicos son descritos más bien como lugares de
delicia y pena material.
 LAS
CINCO PILASTRAS DEL CORÁN.
La
profesión de fe. Se
llama la «Shahada», y consiste en pronunciar la fórmula: «Dios es Dios y
Mahoma su profeta».
La
oración canónica. Se
llama: «Salat» y consiste en la recitación de fórmulas y oraciones, la mayor
parte de las veces versos del Corán, especialmente la primera «sura», acompañadas
de oblaciones y postraciones. Debe hacerse cinco veces al día en dirección a
la Meca.
La
limosna. En un
principio era libre; más tarde Mahoma la impuso a todos los creyentes como
contribución a las necesidades de la comunidad.
El
ayuno. Se llama «saum»
y consiste en abstenerse de todo alimento y bebida durante todo el mes lunar del
Ramadán, desde el alba hasta el anochecer.
La
peregrinación. Se llama «hagg» y todo musulmán libre y adulto debe
visitar por lo menos una vez en la vida los lugares sagrados. Debe efectuarse en
el mes lunar de Dhu’l Higgia, y consta de complicadísimos ritos, muchos de
los cuales son restos de la época preislámica. 
INTERPRETACIÓN
Y APLICACIÓN DE LAS LEYES ISLÁMICAS.
Toda la vida del musulmán debe regirse por el Corán, su doctrina, sus
prescripciones y sus leyes de todo tipo. Cuando se presenta un problema nuevo,
no previsto en el Corán, se busca la solución recurriendo a varios
procedimientos: 
1.    
LA SUNA. Que quiere decir: costumbre o uso. Cuanto Mahoma dijo o hizo
sirve para resolver los problemas de la vida. Estos hechos o dichos de Mahoma se
contienen en unas expresiones verbales o escritas llamadas «hadith». En un
hadith se narra el hecho o el dicho del profeta, y la persona que ha transmitido
la narración. Por tanto, los usos y costumbres que se remontan al profeta valen
para los casos no incluidos o legislados en el Corán.
2.    
EL IGMA. Que quiere decir: consentimiento. Uno de los dichos atribuidos a
Mahoma es el siguiente: «Mi comunidad jamás se hallará concorde en el error».
De ahí el interés en conocer lo que la comunidad musulmana sostiene acerca de
un tema controvertido. Este consentimiento unánime de los musulmanes recibe el
nombre de «igma». Lo que afirma o niega el Igma ha de ser recibido por todos
como verdad incuestionable.
3.    
EL RA’Y. También conocido como QIYAS, quiere decir: analogía
racional. Cuando el caso no está previsto en el Corán, ni se halla solucionado
por el Sunna o por el Igma, se debe recurrir a la «analogía racional», basándose
en casos análogos ya resueltos por otro conducto.
LAS
ESCUELAS ORTODOXAS. Dada
la complicadísima selva de prescripciones y normar que se derivan de las
fuentes mencionadas, la ciencia jurídica musulmana ha tratado de poner orden y
claridad: De este esfuerzo han surgido cuatro escuelas llamadas «ortodoxas».
1.    
La escuela «hanafita».
Fundada por Abu Hanifa (muerto en 767), es la más amplia y tolerante, hace
frecuente uso del «qiyas» o analogía racional; está extendida por las
regiones ocupadas por el antiguo imperio otomano, y sirve hoy de base a la
jurisprudencia turca.
2.    
La escuela «malikita»,
fundada por Malik ibn
Anas (muerto en 795), se apoya en la tradición pero pasa por encima de la casuística
pormenorizada, estableciendo el derecho a partir de principios generales. Se
halla extendida por el Norte de África.
3.    
La escuela «chafiíta».
Fundada por Ash-Shaf’i (muerto en 820), es ecléctica, de tendencia
armonizadora entre la interpretación general desde los principios y la aplicación
casuista a los casos concretos; sigue vigente en Egipto, África Central, Arabia
meridional y archipiélago Indio. 
4.    
La escuela «hanbalita».
Fundada por Ahmadibn Hanbal (muerto en 855), es de tendencia ultra conservadora,
la más riguroso de todas, que únicamente acepta las normas del Corán;
sobrevive en nuestros días en la Arabia saudita.
EL
CHIÍSMO Y LAS SECTAS. Los
musulmanes se dividen en dos grandes grupos: la ortodoxia y las sectas. La
ortodoxia son todos aquellos grupos religiosos que, aun cuando discrepen entre sí
en asuntos accidentales, están de acuerdo en admirar las tres grandes fuentes:
el Corán, la Sunna y el Igma. Las sectas son aquellos grupos que no admiten
alguna de estas fuentes, generalmente la tercera.
La
más importante de las sectas es conocida con el nombre de «Chiísmo», que es
el nombre que se dio a la secta de los partidarios de Alí, primo de Mahoma.
Uno
de los elementos característicos del chiísmo es la importancia que dan al IMAN,
como auténtico heredero espiritual y político de Mahoma. Según la creencia
chiíta, a Alí pertenecía por derecho divino la sucesión de Mahoma. Estaba
casado con Fátima, única hija superviviente de Mahoma. Pero no le fue otorgada
la dirección del islamismo. Posteriormente, fue asesinado. Igual suerte
corrieron Hasan, hijo de Alí, en el año 669, y Husain, hermano de Alí, en el
año 680. De aquí proviene el sentimiento de persecución y el prestigio del
martirio, que caracteriza a la secta chiíta. Según su creencia, al fin de los
tiempos, ha de venir el Mahdi (bien guiado), especie de Mesías que ha de salvar
el mundo y volver a encauzarlo en la recta vía.
El
chiísmo se divide en tres grandes corrientes: moderada, intermedia y
extremista. La moderada pertenece a los «zaiditas» que son los habitantes del
Yemen, éstos consideran al Imán como asistido por la divinidad. La intermedia
son los «duodecimanos»  y creen
que la serie de los imanes terminó con Mamad, que desapareció el año 587 y
que volverá como Mahdi. Domina en Irán. La extremista comprende varias sectas
que se distinguen por sus doctrinas esotéricas de tipo gnóstico.
EL
SUFISMO. Es bastante
discutido el origen del sufismo o misticismo en el Islam. Hay quien lo cree
nacido de la misma entraña del Corán. Otros, por el contrario, creen que
proviene del monacato cristiano. Sufí quiere decir: hombre vestido de sayal de
lana o de hábito monacal. 
El
principio básico del sufismo consiste en la renuncia total a toda propiedad: no
poseer nada ni ser poseídos por nada. A esto se debe añadir una confianza en
Alá llevada al extremo de renunciar a toda voluntad e iniciativa personal,
esperándolo todo de Alá y sin afanarse por remediar las propias necesidades.
Y, finalmente, la oración de alabanza a Alá.
El
sufismo alcanzó su apogeo en el siglo IX d.C. En ese tiempo, la exageración
llevó a algunos sufís, como Husain ben Mansur, a predicar la identidad entre
el yo y la única realidad esencial, un verdadero panteísmo. La reacción «sunnita»
condenó a Ben Mansur al patíbulo. En cambio, el pensamiento de Al-Chazzali en
su famosa obra «Vivificación de las ciencias religiosas», dio la clave para
compaginar la ortodoxia musulmana, celosa de un legalismo exterior, con el
sufismo, corriente de experiencias místicas que vivifica la ley. El sufismo
para Algazel tiene como finalidad liberar el alma del yugo tiránico de las
pasiones y hacer que en el corazón no haya lugar más que para Dios; los éxtasis
para nada valen sin una purificación moral interior.
La
victoria conseguida por Algazel hizo posible la aparición de escuelas de
espiritualidad islámicas, cuyos componentes se llaman «darvish» o «faqir»:
poseen directores espirituales, reglas ascéticas bien determinadas y ritos de
iniciación. Se conservan hoy con gran vitalidad.
El
sufismo distingue dos etapas en la vida espiritual de los sufís: la «abstención»
de cuanto impide el acercamiento esforzado del hombre a Alá, y el «aislamiento»
o soledad del místico con Alá.
El
proceso de «abstención» comprende los siguientes estados: arrepentimiento,
lucha, guerra santa contra las pasiones y apetitos desordenados, abstención de
todo lo que no interesa para el adelantamiento de la vida interior, renuncia a
lo ilícito, a lo dudoso, por el deseo de ver a Alá al margen del premio o del
castigo, silencio, humildad, confianza total en Alá como un niño en su madre,
gratitud, certeza en la fe, perseverancia, vigilancia de la propia conciencia,
actuación continua de la presencia de Alá, contento y gozo.
La
segunda etapa o «aislamiento», es el estar a solas con Alá, es un estado
psicológico peculiar, al cual nadie puede llegar ni permanecer en él por solo
su esfuerzo; se requiere la intervención y el favor divino. En este estado el
sufí sólo piensa, espera y ama a Alá.
Las
reglas ascéticas son parecidas a las cristianas: desprecio de las riquezas y
honras, obediencia a los maestros espirituales, celibato, silencio, soledad,
ayuno, vigilancia, repetición de jaculatorias con intensidad efectiva.
Las
reglas ascéticas sobre los bienes materiales externos se centran en el abandono
de los bienes de este mundo por motivos escatológicos o por complacer a Alá.
En
el estadio del temor uno se abstiene de los bienes prohibidos por temor del
castigo de Alá.
Más
adelante, se abstiene de los bienes permitidos por deseo de dar gracias
suficientes a Alá por los dones recibidos.
En
el estadio de la confianza de Alá, el sufí renuncia a todo lo del mundo por
ser de tan poco valor. Incluso algunos renuncian también al Paraíso de
deleites porque es como nada en comparación con Alá.
Por
amor a Alá se renuncia también a los compañeros «que impiden que el
pensamiento sea sólo de Alá». No significa esto dejar toda relación sino
cuanto pueda ser impedimento a esa unión con Alá.
El
ascetismo sobre los bienes del cuerpo y del espíritu radica también en la
renuncia y en la confianza: inhibidores de toda iniciativa y voluntad personal,
remitiéndolo todo a Alá y haciéndose pasivo como lo está un cadáver:
mantenerse pasivos en hambre y privaciones, y sin hacer caso de lo que diga la
gente, porque «nadie tiene entrada en la confianza de Alá si no son
indiferentes los juicios de la gente».
Además
de la oración ritual obligatoria, el sufí practica un nuevo tipo de oración
llamada «dikr» que quiere decir: mansión, invocación, memoria, recuerdo.
Consiste en la incesante repetición de alguna palabra o frase en loor de Alá,
con ritmo prefijado, en voz alta o baja, sincronizada con los varios momentos de
la respiración y con diversas posiciones del cuerpo y acompañamiento de
penitencia si se siente decaer el fervor. Esta clase de oración los sifís la
consideran como práctica indispensable para la perfección y superior a la
oración ordinaria prescrita.
La
virtud de la conversación pertenece a la primera etapa de la vida espiritual.
Es un movimiento de retorno a Alá. Sus condiciones son: salir del pecado,
dolerse de él «por la faz de Alá», y no por simple atrición, proponerse
firmemente no reincidir.
La
virtud de la renuncia comprende  tres
grados: renuncia a los bienes de este mundo, aunque siga sintiendo el gusto y la
preocupación por ellos; renuncia a la propia renuncia, a la que no se da
importancia alguna.
La
virtud de la paciencia consiste en resistir pasivamente los dolores y molestias
físicas o en hacer positivamente actos penosos.
La
virtud de la pobreza consiste en no aceptar nada de nadie, no pedir nada a
nadie, no tener consigo nada que no se pueda dar a otro.
El
temor y la esperanza. El Islam es religioso de temor: temor del pecado cometido,
temor de que no sea bastante la provisión de buenas obras, temor del juicio,
temor del infierno, pero se confía en la intercesión de Mahoma y en el amor de
Alá, al que se espera con toda certeza contemplar.