Escribo
hoy este artículo en honor de esa mayoría de suscriptores procedentes del
extranjero que nos honran con su lectura. Me refiero, sobre todo, a los lectores
ecuatorianos, mexicanos, chilenos, portugueses, peruanos, brasileños,
bolivianos, dominicanos, venezolanos, argentinos, colombianos..., en fin a todos
aquellos compañeros que nos siguen con mucho interés y saben agradecer
nuestros desvelos y nuestro gratuito trabajo. 
 
Y
lo hago en honor de estos hermanos porque por regla general hay una creencia errónea
en imaginar que la Heráldica y las órdenes militares tuvieron su principio en
Europa antes de ser descubiertos por España y Portugal los países mencionados.
 
La
Heráldica no es algo exclusivo de las naciones de Europa. Otros pueblos las
utilizaron también. Otro tanto ocurre con las Ordenes Militares: Conocemos las
europeas porque cronistas de todos los tiempos fueron dejándonos su gloriosa
historia, pero, tal vez, por falta de cronistas que fueran dejando también la
historia de los países citados, que en muchos casos fueron denominados «salvajes»,
no hayamos llegado a conocer en profundidad la historia de la Heráldica y de
las órdenes militares de países que las utilizaban mucho antes de que Europa
comenzara a monopolizarlas. Vamos a verlo:
 
En
tiempos muy remotos florecieron en los Andes peruanos dos grandes culturas: la
de Chivin y la de Tiahuanaco. Esta última tuvo su centro en el lago Titicaca;
sus ruinas principales son la Puerta del Sol, las Culpas de Silustani y las
fortalezas de Acapana y Calasasaya. La de Chavin floreció en las inmediaciones
de un pequeño afluente del río Marañón, en el departamento de Áncash,
probablemente —y aquí está el dato— en el año 700 a 200 ANTES DE
JESUCRISTO. 
 
Por
trabajos arqueológicos llevados a cabo en aquella zona, hemos podido saber que
estas culturas ya usaban las órdenes militares y el Blasón como medio de
conocerse los guerreros entre sí. Sus ejércitos tenían una disciplina que en
nada tenía que envidiar a las que posteriormente se organizaron en Europa. Sus
guerreros estaban constituidos por grupos especializados, y para diferenciarse
entre sí, llevaban pintados en sus escudos determinados signos heráldicos,
cuya denominación aludía a la casta o grado de su portador... Y hemos de
decir, porque esto es muy importante, que los Incas aparecieron bastante siglos
después de las culturas a las que nos estamos refiriendo, probablemente en el
siglo XII, cuando los grupos anteriores se unieron entre sí para no guerrear más
y entre todos pasaron a formar el Imperio Inca, cuya fundación se atribuye a
Manco Cápac y a su mujer, Mama Ocllo, figuras legendarias surgidas, según el
mito incaico, del lago Titicaca. Imperio, éste, que aunque desconocían las
banderas y los estandartes, siguieron usando el Blasón pintado en sus escudos. 
 
A
la llegada de los españoles, a principios del siglo XVI, era el Imperio Inca el
más importante que existía en la América del Sur, con una población de diez
millones de habitantes se extendía por el norte hasta el río Angasmayo, cerca
del Pasto en Colombia; por el sur hasta el río Maule, en Chile, y por el
suroeste ocupaba toda la región de Bolivia hasta Tucumán en Argentina. Por
ello, no sería de extrañar que todos estos países que limitaban con el
Imperio Inca, hubiesen visto la heráldica de sus vecinos y las disciplinadas órdenes
militares que usaban para combatir, y les hubieran imitado. Eso es cosa que
muchos de los lectores que hoy estáis aquí conmigo, y que vivís en aquellos
maravillosos países, tendréis que ir investigando y dando a conocer poco a
poco para demostrar al mundo que, tal vez, vuestros países fueron los primeros
en usar las corporaciones militares y el Blasón. Y para ello, recordad que,
tanto esta revista como yo mismo, estaremos siempre a vuestra entera disposición.
 
Cuando
Hernán Cortes emprendió la conquista de Méjico, se enfrentó a un ejército
tan disciplinado y tan bien entrenado, que si no hubiese sido por sus tretas,
sus alianzas y sus incumplidas promesas, hubiera sido su fin y el de todos sus
soldados. Si las diversas razas y pueblos que formaban aquel Imperio hubieran
estado unidas, es evidente que la conquista le habría costado mucho más,
incluso es posible que no hubiera podido llevarla a cabo. Su suerte fue que la
religión de los aztecas fue la causa de su perdición. 
 
Esclavizados
a dioses siempre sedientos de sangre, los aztecas no vacilaban en dominar por la
fuerza a otros pueblos de su imperio para obligarles a entregarles víctimas que
eran sacrificadas a fin de aplacar a sus dioses. 
 
Se
calcula que los aztecas precisaban al año más de veinte mil víctimas humanas.
Adolescentes, tanto muchachos como muchachas, conocían la sangrienta Losa del
Sacrificio para que los «pabas», (sacerdotes), les abrieran el pecho y
arrancaran el corazón. Naturalmente, los así dominados estaban deseando que se
les ofreciera la más mínima oportunidad para sacudirse el yugo azteca y
vengarse de ellos. Basta el dato de que en el ejército de Hernán Cortés,
llegaron a combatir más de cuarenta mil tlascalas, aliados con los españoles
para derribar el aborrecido poder azteca. 
 
Pero
este no es el tema de nuestro trabajo: el tema es que también los aztecas no sólo
conocían la Heráldica y las órdenes militares, sino que usaban tanto la una
como las otras. Es conocido el escudo heráldico del emperador Moctezuma. Nadie
tenía derecho a utilizarlo si no era él. Naturalmente que era muy distinto a
los europeos, pero, al fin y al cabo, la heráldica no tiene por qué ser lo
mismo en todas partes. Obsérvese también la reproducción de uno de sus
dioses, el peor y más sanguinario de todos: Huitzilopóchtli, fastuosamente
adornado con plumas de quetzal, que en lengua azteca significa «pájaro mosca».
 
Hay
una miniatura en el manuscrito B/A33-042 de la Biblioteca Nacional de Madrid
donde asimismo puede observarse la reproducción de un combate entre españoles
y aztecas. Se ven perfectamente los escudos de los caballeros de Hernán Cortés,
con sus blasones pintados en ellos, pero el dato curioso es que en los escudos
de los aztecas asimismo pueden observarse pinturas y en cada uno, el dibujo es
distinto, o sea que, parece fuera de toda duda que correspondía al que lo
manejaba, distintivo suyo o de su familia o fracción tribal, lo que en
definitiva cuenta, es que eso también es heráldica. 
 
En
lo que respecta a las órdenes militares, el Imperio azteca también las tenía:
en la reproducción de un guerrero, una miniatura que se conserva en el Códice
de fray Bernardino de Sahagún y se encuentra en la Real Academia de Historia de
Madrid, se ve perfectamente al guerrero empuñando un escudo pintado y por si
quedara alguna duda, al pie de dicho grabado se dice: «Azteca del tiempo de
la conquista provisto de escudo y espada y adornado con los emblemas de su
cofradía». 
 
Efectivamente
en el Imperio Azteca, que nosotros conozcamos, existían lo que podríamos
denominar como tres órdenes militares: los «Guerreros de Cholula», cuerpo
militar escogido, al que no todos tenían entrada; los «Caballeros Águila»,
otro cuerpo asimismo militar en el que únicamente podían ingresar aquellos que
pertenecieran a la nobleza del Imperio y que como distintivo utilizaban un casco
imitando la cabeza de un águila y, finalmente, los denominados «Voluntarios de
la Muerte», que cubrían su cuerpo con la piel de un jaguar. Este detalle se
observa en otra miniatura que reproduce un combate entre aztecas y españoles, y
puede verse con toda claridad a uno de los guerreros que cubre su cuerpo con la
piel de dicho felino a modo del manto blanco de los caballeros templarios. En
ese mismo dibujo puede verse también como los escudos de los guerreros ostentan
signos distintos. 
 
El
escudo de la nación mejicana no es sino la herencia de aquel que ya utilizaron
los aztecas para representar su ciudad, la rica e inmensa Tenochtitlán. Dice la
leyenda que un águila, en la que se había reencarnado el dios Huitzilopóchtli
fue a posarse en un cactus llevando en el pico una serpiente. Esta imagen que
perdura en el escudo de Méjico, no es otra cosa que el legado heráldico de los
aztecas.
 
En
una de las páginas de un códice mejicano enviado a Francia para explicar la
situación de Tenochtitlán, ya aparece el dibujo del águila, con la serpiente
en el pico, posada sobre un cactus que crece en un islote. Y en lo que respecta
a Genealogía, los aztecas también se preocupaban de ella: El emperador
Moctezuma, poseía la relación completa de sus antepasados y en una pintura
mejicana sobre una hoja de pita, se encuentran los seis últimos emperadores
aztecas.