EL BUDISMO

El núcleo verídico, verdaderamente histórico, de la biografía de Buda ocupa muy pocas líneas. Muchas serían las líneas que podríamos llenar en este artículo si en vez de dedicarnos a documentar lo verdadero, nos ocupásemos de escribir lo discutible o dudoso que se ha manifestado hasta hoy sobre el fundador del budismo, pero aunque sean curiosas y bonitas estas fábulas, renunciaremos a ellas en aras de la verdad histórica.

Nace en el año 560 a.C., en la India septentrional, muy cerca de Nepal. Hijo de un príncipe de la casta de los guerreros, se casa joven y, además de su esposa, tiene tres concubinas. Una noche renuncia a su familia, a los privilegios de su casta y a la malicia palaciega para convertirse en uno de tantos ascetas vagabundos, absortos en la búsqueda de una verdad superior. La rigidez de su vida ascética lo pone al borde de la muerte. Consciente de ello, busca un camino medio entre la fastuosidad primera y el rigorismo posterior, dedicándose a la meditación. Así obtiene la iluminación interior de la que recibe el nombre de «BUDA» o «el Iluminado». Pasa el resto de su vida, hasta el año 480, en que muere, enseñando sin descanso el «Camino Medio».

 DOCTRINA BUDISTA.

  1. Características generales:

El budismo renuncia expresamente a dar contestación a las cuestiones metafísicas que preocupaban a los círculos brahmánicos, como hemos visto anteriormente. 

Buda nunca dio respuesta a la pregunta sobre Dios. Cuando le preguntaban si había o no había Dios, si había o no había alma, su respuesta era: «Nada digo sobre las dos cosas», es decir, «No daré ninguna respuesta sobre ello, porque yo no sé nada seguro sobre Dios ni sobre el alma».

Sobre este tema, incluso aconsejó a sus discípulos que no tuvieran ningún pensamiento relacionado con estas cuestiones. Les decía: «¿Por qué no he enseñado a mis discípulos si el mundo acabará o no acabará, o si el santo después de muerto continuará viviendo o no? Porque el conocimiento de estas cosas no aporta ningún progreso en el camino de la santidad ya que no sirve para la paz y para la iluminación. Mirad, lo que Buda ha enseñado a los suyos es la verdad sobre el sufrimiento y sobre la liberación del sufrimiento. Por tanto, a vosotros, monjes, os queda como no revelado lo que no os ha sido por mí revelado.

El budismo repudió la autoridad de los Vedas y la de los Brahmanes, y se apoyó solamente en la teoría del «samsara» y del «karma», explicados de formas muy particulares.

Rechazó la doctrina de las castas. La de la salvación por el sacrificio brahmánico, porque creía que cada hombre realiza él mismo su salvación mediante el esfuerzo personal por una vida espiritual y moral, independientemente de los ritos y ofrendas y las magias de los sacerdotes. Rechazó también la doctrina de que la opulencia y el disfrute de los bienes terrenos de las altas castas se debiera a méritos contraídos en una vida anterior, porque creía que todas las cosas de este mundo no son más que apariencia —decía—, que apartaban al hombre del verdadero camino.

Tomó del ascetismo la práctica de la concentración mental, pero mitigó sus excesivas asperezas. Creó un clima de optimismo al proponer una solución concreta y viable al problema de la continua trasmigración de las almas. Quizá se deba a esto el éxito que su doctrina obtuvo en un principio en la India. Esta doctrina puede exponerse cómodamente alrededor de los cuatro principios de la predicación de Benares.

  1. Las cuatro nobles verdades:

La primera verdad dice: «Toda existencia es dolor porque todo es pasajero».

 El hombre no es otra cosa que un conjunto puramente exterior de diversos elementos existenciales, elementos que continuamente están cambiando. El cuerpo crece, cambia; los sentidos siempre buscan algo nuevo, siempre piden más y más. Nada perdura en el hombre. Nada tiene en él fondo. Todo es un flujo continuo. Lo que en este momento es real, en el momento próximo no existirá. La muerte no es más que una aparente barrera en el continuo cambiar. Los componentes del cuerpo anterior originan nuevos componentes de otros cuerpos, y así el cambio no interrumpe. Este incesante fluir y cambiar en el hombre le produce fatiga y sufrimiento. Si quiere liberarse ha de dominar y parar este constante cambio. Para conseguirlo necesita saber el origen de los cambios.

La segunda verdad dice: «La causa del continuo cambio es el deseo que el hombre experimenta siempre dentro de sí mismo».

Deseo de conservar el cuerpo, de poseer bienes terrenales, de disfrutar de los alimentos, deseo de la unión sexual...

La tercera verdad dice: «Si alguien quiere liberase del sufrimiento tiene que anular su deseo. Cuando lo haya conseguido, habrá vencido la causa del cambio continuo. El cambio cesará y con él desaparecerá el sufrimiento».

Pero, ¿cómo puede el hombre eliminar su deseo, el ansia que lo domina? Ante todo ha de evitar dos extremos: No ha de hacer concesiones a sus deseos, porque éstos tomarían fuerza. Por otra parte, no debe mortificar su cuerpo exageradamente ya que esto sólo expresaría una forma de odio contra el propio cuerpo. Hay que emprender el «camino medio» entre el placer corporal y la maceración del cuerpo.

La cuarta verdad dice: «La forma de llegar a la total extinción del dolor es la de observar el óctuple camino: Conocimiento recto de vida, esfuerzo recto, reflexión recta».

Quien ha conocido las cuatro verdades, ha vencido básicamente el sufrimiento, porque sabe que «todo cambio no es más que un engaño. Todo sufrimiento es solamente apariencia». Cuando a partir de este conocimiento el hombre sabe caminar constantemente hasta la muerte por el noble óctuple sendero o camino de ocho ramas, conseguirá, por la disolución del cuerpo, llegar a un lugar del que ya nunca más podrá caer, llegará al «Nirvana».

El Nirvana no es la nada. Es una realidad inefable. Fallan todos los conceptos e imágenes terrenales que intentan describirlo. Del Nirvana sólo podemos saber una cosa: Quien consiga el Nirvana, lo experimentará como una felicidad indescriptible. Pero si en la hora de la muerte el deseo todavía influye sobre el hombre, no conseguirá llegar al Nirvana, sino que los elementos agregados que constituyen el cuerpo pasan a formar otro cuerpo que ha de vivir nuevamente y volver a sufrir. Hay que llegar a la supresión de la sensibilidad y de la conciencia, a un estado que puede compararse a un estado hipnótico y cataléptico, en el que queda superado todo deseo, destruida toda ilusión de la vida, eliminados los conceptos e ideas. Sólo queda la experiencia profunda del camino de las cuatro verdades. Entonces sobreviene la iluminación. Se llega a percibir cómo el mundo y su cambio constante, con todo el sufrimiento, no es más que una apariencia. De este modo se llega a pregustar la alegría eterna del Nirvana. Cuando el contemplativo despierte de la honda meditación a la vida normal, volverá al mundo del sufrimiento, pero habrá experimentado un poco la felicidad del Nirvana. Con la repetición irá anulando dentro de sí todo deseo. Si al morir se encuentra en una perfecta insensibilidad, entonces entrará definitivamente en el Nirvana.

FUNDACIÓN DE LA COMUNIDAD BUDISTA.

No es fácil determinar cuándo quedó fundada la comunidad budista. Quizá pueda verse el primer germen en la primera agrupación de los cinco ascetas compañeros de Buda que desde un principio acogieron sus doctrinas. Desde entonces parece que data la célebre fórmula: «Yo me refugio en Buda, en su doctrina y en su Comunidad».

La entrada en la comunidad de monjes se lleva a cabo mediante unas complejas ceremonias llamadas: «PRAVAJYRA», que significa la salida del mundo, y que consisten en la recitación de la triple fórmula, en el vestirse la túnica amarilla del «bhiksu» (monje mendicante), raerse la barba y el pelo, abandonar la familia, la profesión y el mundo, integrándose en la congregación de los monjes. El rito de cortarse el cabello, de raparse la cabeza, figura en no pocas religiones, así como entre los pueblos arcaicos. El cabello es el símbolo de la vida; la tonsura o su corte significa la «muerte», y en estos casos la muerte al mundo.

Después de algunos años tenía lugar la ratificación de su permanencia como monje, pronunciando las promesas de observancia monástica:

  • Absoluta caridad.
  • Pobreza absoluta, a excepción de los utensilios imprescindibles.
  • Respeto a todo animal viviente.
  • No gloriarse de sus dotes espirituales.
  • Ayunos.

Otras prácticas monacales eran: El ayuno en los días de luna llena; la confesión pública de las transgresiones de la disciplina y el castigo público correspondiente; la misión de predicar y mendigar por el mundo al término de la estación de las lluvias; y nueve confesiones de faltas al regreso.

 LAS MONJAS BUDISTAS.

Después de unas vacilaciones iniciales, las mujeres también fueron admitidas a la vida monástica, pero debían mantenerse en completa separación de los monjes aunque sometidas a ellos en su vida disciplinar y sujetas a especiales preceptos.

 ADMISIÓN DE LAICOS.

Buda admitió también en su comunidad a aquellos que, no pudiendo abandonar a su familia y profesión, deseasen vivir dentro del espíritu de su doctrina. Su decisiva liberación se conseguiría más lenta y definitivamente. Para ser admitidos deberían observar los cinco preceptos comunes:

  • No matar a ningún ser viviente.
  • No robar.
  • No fornicar.
  • No mentir.
  • No beber bebidas inebriantes.

 ESTADO ACTUAL DEL BUDISMO.

El budismo ha sufrido muchos cismas. La división más importante es la que se recoge en la corriente llamada «Hinayana» (pequeño vehículo) y en la otra denominación «Mahayana» (gran vehículo).

EL HINAYANA. El término «yana» (vehículo) concibe la doctrina budista como una canoa que transporta a los hombres a través del océano en continuo movimiento, o vida de los contingentes y apariencia, hasta la ribera opuesta, la de lo inmutable, es decir, el Nirvana.

El Hinayana expresa una mayor estrechez en la interpretación de la doctrina budista. Da más importancia a la ascesis, a la liberación de las ligaduras que atan el mundo, al autodominio. De ahí el famoso impersonalismo del Hinayana, fruto de la impasibilidad, de la imperturbabilidad marmórea a fin de llegar a la supresión del «yo». En el fondo, tiene una concepción panteísta del Absoluto e incluso del Nirvana.

En nuestros días esta tendencia está extendida por Ceilán, India meridional, Camboya, Tailandia y Vietnam.

EL MAHAYANA. Da una interpretación más amplia y popular del camino intermedio o búdico. Predica la liberación por medio de la fe, de la compasión, de las buenas obras. Su concepción es más bien teísta. Concretamente, Buda es venerado como el eterno y el liberador o redentor de la humanidad, ya que apareció en la tierra muchas veces, antes y después de Gautama Buda, para renovar a la humanidad.

En nuestros días esta tendencia ocupa gran extensión de Asia, especialmente septentrional: China, Tibet, Mongolia, Corea y Japón.

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