LA HISTORIA DE EL GRIAL

INTRODUCCIÓN

Hasta bien entrado el siglo XII —probablemente a mediados del año 1188 o a principios del 1189—, en que un poeta francés perteneciente a la corte de Champaña llamado Chrètien de Troyes escribió un prodigioso relato que ha pasado a ser conocido en la historia con el título de «Li contes del Graal», en castellano «El cuento del Grial», nadie había calificado antes con este nombre: Grial, el sagrado vaso con que Jesucristo celebró la primera Eucaristía.

            El cuento que acabamos de mencionar, hubiese caído irremediablemente en el olvido si no hubiese sido por el extraño hecho de que la obra —aunque el que suscribe tenga sus dudas, como se explicará más adelante—, quedó inconclusa y envuelta por ello en un mar de agitación y de toda clase de conjeturas.

            Un cuento que ni siquiera iba a ser divulgado, ya que fue escrito por expreso deseo del conde de Flandes don Felipe de Alsacia antes de partir hacia Tierra Santa, tuvo el honor de ser el origen de todos los libros de caballería que fueron publicados después y de proveer de nombre al sagrado vaso que, tras el misterio de la Transubstanciación, contuvo el vino convertido en la primera sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

            Según nos hace saber el mismo Chrètien en la dedicatoria que le ofrenda al conde de Flandes, el cuento no es de su autoría. Es una especie de leyenda que los nobles relataban con mucha frecuencia en la corte. El poeta solamente se ocupa de convertir en verso lo que su señor le da escrito en prosa. Y así, con toda modestia, nos lo dice el autor en su dedicatoria:

Sí, no lo dudéis. Bien empleado está el trabajo dedicado aquí por Chrètien, que se ha esforzado y se ha afanado, por orden del Conde, en rimar el mejor cuento que fue contado en corte real: es El Cuento del Grial, sobre el cual el Conde le dio el texto. Prestar atención y descubriréis de qué forma cumple su cometido...

De todos los cuentos, o novelas, como el autor gusta de llamar a sus escritos, éste es, con mucha diferencia, el que más contenido religioso incluye. Decimos esto, porque nuestro autor, a pesar de lo poco que hemos llegado a saber de él, no era un hombre especialmente fervoroso. El hecho que da fe a este testimonio es que en el cuento que nos ocupa —ya fuese motu proprio o por habérselo dado de esta forma escrito el Conde— confunde expresiones comentadas por san Juan y se las atribuye a san Pablo. En un tiempo en que el contenido de los libros religiosos eran, por así decirlo, propagados insistentemente por curas diocesanos y por predicadores itinerantes de todas las órdenes monásticas; y, eran, además, los que determinaban las leyes y las normas de convivencia, extraña enormemente que un escritor de cámara real cometiera semejante descuido, ya fuese por sí mismo, o por no haber tenido el suficiente conocimiento para corregirlo, en caso de haber sido copiado de otro escrito.

            Lo que sí nos consta, por las alabanzas que de su señor Conde hace Chrètien en su dedicatoria, por el carácter particularmente generoso que le tribuye, y por lo que nosotros hemos investigado sobre él, es que el conde de Flandes era un hombre excesivamente religioso. Chrètien nos revela en su dedicatoria:

El Conde es de tal condición que no presta oídos a viles burlas ni a palabras necias, y le pesa si oye hablar mal de otro, sea quien fuere. El Conde ama la recta justicia, la lealtad y la Santa Iglesia, y abomina de toda villanía. Es más generoso de lo que se supone, pues da al necesitado sin hipocresía y sin falsedad, según dice el Evangelio: No sepa tu izquierda lo que hace tu derecha. Que lo sepa solamente quien lo recibe y Dios que ve los secretos y está al corriente de todo lo que se esconde en nuestro corazón y en nuestras entrañas...

EL CONDE DE FLANDES

Nacido en el año del Señor de 1143, Felipe de Alsacia se hizo cargo del Condado de Flandes cuando su padre Thierri de Alsacia, estando dispuesto para emprender su tercer viaje a Tierra Santa, sin abdicar, le cedió el gobierno del Condado a pesar de no haber cumplido todavía los quince años de edad. 

            Thierri de Alsacia, el padre de Felipe, era muy religioso. Cuentan las crónicas que emprendió más de cuatro viajes a Tierra Santa, y que en todos ellos se distinguió por su valor en la batalla y por la generosidad que mostraba con el enemigo vencido. Cuando sintió que las fuerzas le abandonaban, porque el ocaso estaba anidando en sus huesos, ingreso en un convento de monjes del Cister, donde murió sin abdicar de sus cargos terrenales.

            Felipe no sólo heredó a la muerte de su padre el Condado de Flandes ya de pleno derecho, sino que también adquirió de él su extraordinario fervor religioso.

            Sin embargo, no hemos traído a este apartado al susodicho Felipe, conde de Flandes, para glosar las comparables historias de su padre, Thierri de Alsacia o de su madre, Sibila de Anjoau. Lo hemos puesto aquí para  demostrar que El cuento del Grial fue creado por él, y que fue, asimismo, originado por la horrible enfermedad que un familiar suyo padecía en sus propias carnes.

            Penetrando en aquellos oscuros y perdidos rincones donde pocos investigadores han entrado, hallamos la evidencia de que el conde de Flandes tenía un primo hermano —dieciocho años menor que él—, al que quería como a su propio hijo. El mismo Conde lo había instruido en el manejo de las armas.

Cuando Balduino —que así era como se llamaba su primo—, cumplió los cinco años de edad, el padre de éste, Amalarico I, rey de Jerusalén, pidió a su sobrino el conde de Flandes que se hiciese cargo de la educación militar de su hijo. Y eso fue precisamente lo que hizo el Conde desde que el joven príncipe cumplió los cinco años hasta los trece, en que por haber fallecido su padre prematuramente, tuvo que hacerse cargo del trono de Jerusalén.

            En el corto tiempo en que ambos estuvieron juntos —ocho años poco más o menos—, Felipe enseñó a su joven primo a manejar la lanza, a defenderse y atacar con la espada y a protegerse con el escudo. De igual forma lo hizo trabajar muy duramente en el picadero para aprender la instrucción a caballo, la de pelotón, la gimnasia, el volteo, el ataque y la defensa desde un corcel en movimiento... Después, cuando terminaban la dura tarea que la carrera de caballero entraña, ambos primos disfrutaban contemplando la naturaleza, bañándose en los arroyos y, sobre todo, cazando... Estos duros ejercicios unas veces eran ejercitados en la Corte, donde el padre de Balduino era rey, y otras veces en las ricas posesiones de Inés de Courtenay, Condesa de Jaffa, madre de Balduino y primera esposa de Amalarico I. Rey y Condesa se habían impuesto de común acuerdo un tiempo para disfrutar y compartir a sus dos hijos. Y esto tuvo que ser así porque cuando Amalarico tuvo que suceder a su padre en el trono de Jerusalén, el consejo feudal o curia regis, como también solía ser llamado este Parlamento, se negó a aceptar a Inés de Courtenay, su primera esposa, como reina aduciendo motivos de consanguinidad. El matrimonio fue disuelto, pero, sin embargo, sus dos hijos fueron declarados legítimos y dentro de la línea de sucesión... Tal vez en recuerdo de estos nombrados momentos, sea por lo que El cuento del Grial comience de la siguiente forma:

Era el tiempo en que los árboles florecen, la hierba, el bosque y los prados verdean, los pájaros cantan dulcemente en su latín por la mañana y toda cria­tura se inflama de alegría, cuando el hijo de la Dama Viuda se levantó de la yerma floresta solitaria, y sin pereza puso la silla a su corcel, cogió tres venablos y salió así de la morada de su madre. Pensó que iría a ver a los labradores que tenía su madre, que le rastrillaban la avena; tenían doce bueyes y seis rastras. Así se internó en la floresta, y al punto el corazón se le alegró en las entrañas por la dulzura del tiempo y al oír el canto gozoso de los pájaros: todo esto le agradaba. Por la benignidad del tiempo sereno quitó el freno al corcel y lo dejó que paciera por la verde hierba fresca. Y él, que sabía arrojar muy bien los venablos que llevaba, iba en torno disparándolos ora hacia atrás, ora hacia adelante, ora hacia abajo, ora hacia arriba...

 LA HORRIBLE ENFERMEDAD HACE SU APARICIÓN

Como todos los días, maestro y alumno se estaban entrenando en la noble práctica de las armas y de la caballería. Tenía el pequeño Balduino once años recién cumplidos. Tres chiquillos, más o menos de su edad, les acompañaban. Eran hijos de cortesanos que se ejercitaban con el príncipe y que, a veces, les servían de adversario.

En uno de los tres descansos que en la instrucción militar se les solía dar a los aspirantes a caballeros, los niños, para probar la incisiva punta de una pequeña daga que a uno de ellos le había regalado recientemente su padre, comenzaron a pincharse en los brazos. Mientras que los otros niños gemían de dolor y retiraban enseguida el cuchillo de sus carnes, Balduino, a pesar de sangrar limitadamente, no sentía nada. Atribuyeron los chiquillos este extraño acontecimiento a que Dios había dotado al joven príncipe de poderes especiales, y éste se sintió muy orgulloso por ello. Un hallazgo de tan favorecedoras dimensiones no podía quedar sin ser comunicado, pues sólo los ángeles que sirven a Dios están exentos del dolor y del lamento.

            Cerca del grupo formado por los niños, se encontraba el conde de Flandes conversando con Guillermo de Tiro. El primero —como ya se ha dicho—, era el instructor militar del joven príncipe Balduino, y el segundo, su maestro tanto en las disciplinas religiosas como en las terrenales.

            Balduino llamó a sus dos maestros, y le comunicó lo que habían descubierto. Guillermo de Tiro, sospechando que el joven príncipe podía padecer el mal de la lepra, recordando que el Levítico[1] recomienda para saber con certeza si se padece esta enfermedad que «si al poner encima una tela o un cuero, la mancha que deja es verdosa o rojiza, es mancha de lepra...», lo examinó. La mancha que la secreción de uno de los pequeños bultos que el niño poseía en sus brazos y en su cuerpo no dejaba dudas, era verdosa.

            Fray Guillermo, sin dar señales de la angustia que sentía, dijo que había que llevar inmediatamente al niño al dispensario del médico. En aquellos tiempos, y para saber a ciencia cierta si un enfermo padecía el mal de la lepra, era sometido a una prueba vanguardista.

            La mencionada prueba se efectuaba de la siguiente forma: se hacía tumbar al paciente boca arriba, completamente desnudo sobre una gran mesa de mármol, de alabastro o de cualquier otro material que, por su naturaleza, se mantuviese frío. En esta mesa, que previamente se había dejado refrescar durante toda la noche en la calle, se dejaba al paciente por un periodo no superior a una hora, ni inferior a media. Si su cuerpo se llenaba de manchas marrones circundadas de fronteras amarillas, el diagnóstico era seguro; si no, el paciente sufría de otra enfermedad más benigna.

            En El cuento del Grial, precisamente en el castillo del rey del Grial, donde, como veremos más adelante, ocurren hechos inexplicables y extraños, se describe una mesa de estas características que, sin duda alguna y como veremos también más adelante, es un calco de la mesa que ordenó construir el rey Artús de Brynaich. Veamos:

Dos pajes traen una ancha mesa de marfil, y la historia atestigua que era toda de una pieza. La mantuvieron un momento delante de su señor y del muchacho, hasta que llegaron otros dos pajes que traían dos caballetes, que estaban hechos de una madera que tenía dos virtudes muy notables, pues sus piezas duran siempre, porque eran de ébano, una madera que nadie espera que se pudra ni que se queme, ya que no hay miedo que ocurra ninguna de estas dos cosas. La mesa fue montada sobre estos caballetes, y se puso el mantel...

Tan degradante era esta prueba, sobre todo para las mujeres, para los nobles y para los burgueses, que su ejercicio ha pasado a la historia con una frase tan popular y a la vez tan amenazadora como la que oímos en la actualidad de: «pasar a alguien por la piedra», como si el sólo hecho de decirlo fuese una tortura para la persona amenazada.

 No sabemos en qué teoría estaría basada esta prueba, ni nos vamos a meter ahora en hacer elucubraciones sobre la misma, tal vez sea suficiente decir que su finalidad era helar la sangre del paciente para que se le produjeran esas marcas que determinaban, según criterio clínico, la evidencia o la duda de la terrible enfermedad.

EN BUSCA DE UN OBJETO MILAGROSO

En el año 1172, teniendo todavía Balduino once años de edad, su primo, el conde de Flandes, viaja al Condado de Artois que estaba en aquellos tiempos situado en los Países Bajos. Se dirige hacia el monasterio de san Vedasto con ánimo de postrarse ante la cabeza del Apóstol Santiago, y los monjes lo acogen con familiaridad y afecto. Al día siguiente, el Conde ha desaparecido y la cabeza del Apóstol Santiago también. Los monjes vedastinos se hallan muy afligidos por tan valiosa pérdida. Sospechan que el Conde se la ha llevado, y mandan un emisario para convencerle de que la devuelva. Felipe, por medio del emisario, les hace saber a los monjes que serán colmados de bienes si le dejan la reliquia. Los monjes no ceden y le comunican que si no la devuelve en un plazo de quince días, pondrán el asunto en las manos de la Santa Sede. El Conde, tal vez sabiendo las consecuencias que este acto le puede acarrear, lleva la reliquia a la Iglesia de San Pedro, sita en la localidad de Avio, un municipio italiano que pertenecía a la provincia de Trento.

Puesto en conocimiento de la Santa Sede todo lo acaecido, el papa Alejandro III (1159-1181), que ocupaba la silla de Pedro en aquellos tiempos, le escribe una carta[2] al arzobispo de Reims, y le ordena lo siguiente:

Alejandro, episcopus, servus servorum Dei, ad perpetuam rei memoriam.

Ha llegado hasta Nos la noticia de que el noble barón Felipe, conde de Flandes, ha sacado con violencia de la iglesia de San Vedasto la cabeza del Apóstol Santiago. No queremos que dicha iglesia —la que no tiene otro obispo que el Romano Pontífice—, sea privada sin causa razonable de la reliquia, ni de otros bienes suyos.

Así pues, por medio de este escrito Apostólico mandamos a su Paternida que amoneste con insistencia, y obligue severamente a los canónigos de la iglesia Ariense, a que restituyan sin pretexto ni apelación alguna la referida cabeza a la iglesia de San Vedasto.

Y si no quisieren restituir la sobredicha cabeza, mandamos por nuestra autoridad Apostólica que pongáis en entredicho a la mencionada iglesia Ariense, y sean prohibidas las celebraciones de los oficios divinos en ésa o en otra cualquier iglesia a donde se haya transportado la mencionada reliquia.

Dado en Benevento, siendo el día 25 se mayo del segundo año de nuestro pontificado.

Enrique, arzobispo de Reims, mantuvo una reposada entrevista con el conde de Flandes, y éste, para que la calma volviera a su vida y no pudiera nunca verse metido en problemas con la Iglesia, devolvió la reliquia a los monjes del monasterio de San Vedasto.

            Hay quien asegura, sin embargo, que el Conde tomó una decisión salomónica. Dicen que ordenó partir la cabeza en dos. Y que una parte fue enviada a los monjes de la Iglesia de San Vedasto, y la otra a la Iglesia Aviense de San Pedro. Pero el que suscribe no está muy conforme con esa versión, entre otras cosas, porque de haber sido cierta, el Papa hubiese fulminado y mandado a los infiernos por los siglos de los siglos al conde de Flandes por haber destrozado una reliquia tan valiosa.

            Pero, ¿por qué Felipe se metió en semejante complicación? ¿Para qué o para quién sustraería la cabeza del Apóstol Santiago? ¿Sería para llevársela a Balduino e intentar con ello que el joven obtuviera la curación? ¿Podríamos considerar este insólito hecho como el inicio de la búsqueda caballeresca del santo Grial?

Sin embargo, de lo que no hay duda es del cariño que un primo sentía por el otro. Según nos dice Guillermo de Tiro en su crónica[3], en el año 1176, el ya rey de Jerusalén Balduino IV, sintiendo que la enfermedad avanzaba activamente por todo su cuerpo, hizo llamar a su primo el conde de Flandes.

El Conde desembarcó en Acre a primeros de agosto. El soberano envío una comitiva de bienvenida que estaba más en consonancia con un rey que con un conde. De esta forma le hacía saber cuán contento estaba y cuánto se alegraba con su llegada.

            Balduino le pidió a su primo que fuese su sucesor en caso de que él falleciera. Era el único hombre en el que podía confiar, y el único que podría gobernar Jerusalén con la misma devoción y respeto que él la estaba gobernando.

Pero el conde de Flandes, acordándose de las palabras que fueron pronunciadas por su pariente Godofredo de Boullón, cuando se le dio el privilegio de ser el primer rey de Jerusalén, manifestó: «Auri coronam non feram ubi spineam tulit Christus».[4]

El Conde estuvo un año en el castillo real, después regresó a Flandes. Durante este año Felipe descubrió el estado tan lamentable en que se hallaba su primo. Confinado en un solitario aposento, servido por dos criados que solamente entraban cuando tenían que limpiarle las úlceras, servirle el sustento de todos los días o cuando eran llamados por el soberano por medio de una pequeña campanilla, pasaba los días allí solo, sin más compañía que sus libros sagrados y rodeado de reliquias, entre las cuales se encontraban, según atestiguan cronistas de la época, la lanza de Longinos, el recipiente donde le fueron servidos los alimentos que tomó Jesús y sus discípulos en la última cena y la verdadera cruz donde fue crucificado.

El Cuento del Grial describe este pasaje de la siguiente forma:

Había allí dentro una iluminación tan grande como la podrían procurar las candelas en un albergue. Y mientras hablaban de diversas cosas, de una cámara llegó un paje que llevaba una lanza blanca empuñada por la mitad, y pasó entre el fuego y los que estaban sentados en el lecho. Todos los que estaban allí veían la lanza blanca y el hierro blanco, y una gota de sangre salía del extremo del hierro de la lanza...

El único momento en que el rey era aliviado de su severa soledad, era cuando dos pajes y una joven doncella le llevaban la comunión diaria.

El cuento del Grial lo explica de la siguiente forma:

Mientras tanto llegaron otros dos pajes que llevaban en la mano candelabros de oro fino trabajado con adornos. Los pajes que llevaban los candelabros eran muy hermosos. En cada candelabro ardían por lo menos diez candelas. Una doncella, hermosa, gentil y bien ataviada, que venía con los pajes, sostenía entre sus dos manos un grial. Cuando allí hubo entrado con el grial que llevaba, se derramó una claridad tan grande, que las candelas perdieron su brillo, como les ocurre a las estrellas cuando sale el sol, o la luna. Después de ésta vino otra que llevaba un plato de plata. El grial, que iba delante, era de fino oro puro; en el grial había piedras preciosas de diferentes clases, de las más ricas y de las más caras que haya en mar ni en tierra; las del grial, sin duda alguna, superaban a todas las demás piedras...

Este fragmento del cuento, tal vez porque el Conde no quiere manifestarlo abierta y claramente, está lleno de simbolismos. Donde dice, por ejemplo, que en cada candelabro ardían por lo menos diez candelas, debemos de entender que el diez simbolizaba para los cristianos primitivos la Ley porque corresponde al decálogo o diez mandamientos, es decir, que quien recibía esa luz obedecía y respetaba los mandamientos de Dios, teniendo en cuenta asimismo que al ser este número «universal» por contener dentro de sus entrañas a todos los demás números, predisponía a quien respetaba y obedecía su Ley, a alcanzar la vida eterna... Pero su mensaje más importante, sin embargo, consistía en que quien recibía su potente luz era un leproso que reclamaba simbólicamente la piedad de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo hace saber el Evangelio: «Y entrando en una aldea, le vinieron al encuentro diez leprosos, que a lo lejos se pararon, y levantando la voz dijeron: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros...»[5]

Hay que decir que el grial que aquí se menciona, no es el grial que hemos llegado a conocer a través de la posterior literatura artúrica. Aquí, traducido del francés medieval, representa un recipiente con tapadera para contener alimentos. Era, pues, más o menos como una especie de sopera. Un recipiente cerrado con tapadera en cuyo interior, y para que no fuese contaminada por el polvo durante el transporte, se hallaba la hostia divina previamente consagrada por el sacerdote de la Corte.

El plato de plata, como el lector ya habrá podido comprender era la Patena, el platillo de oro o de plata que se pone bajo la oblea divina cuando se le da al creyente para evitar que ningún fragmento de la misma, por minúsculo que sea, caiga al suelo y se contamine.

Llama la atención también que en este cuento, y eso es precisamente lo que lo hace más enigmático, no se mencione el nombre del rey que todos los días recibe el grial en la sala real donde nadie puede entrar sin permiso previo. El creador del cuento, siendo como era un hombre muy religioso y, por tanto, conocedor de la Biblia, no lo desvela porque el rey del castillo del Grial es una persona muy entrañable y querida para él, sin embargo, sabe perfectamente que quienes posteriormente oigan o lean el cuento, podrán enseguida adivinar de quien se trata, porque tal como dice el Evangelio «Non enim est occultum quod non manifestetur nec absconditum quod non cognoscatur et in palam veniat...»[6]

El autor, acogiéndose a una de las normas de la caballería, la de no hablar mucho porque el que mucho habla mucho yerra, y la de abstenerse de preguntar cosas que no nos sean libremente manifestadas, escribe en su cuento lo siguiente:

El muchacho que aquella noche había llegado allí, ve este prodigio, pero se abstiene de preguntar cómo y por qué ocurría tal cosa, porque se acordaba del consejo de aquél que lo hizo caballero, que le dijo y le enseñó que se guardara de hablar y de preguntar demasiado...

EL REY ARTURO Y LA ORDEN DE LA MESA REDONDA

Franceses, alemanes e incluso españoles habían fundado órdenes militares que, por su ardor en la batalla y por su carácter eminentemente religioso, se habían distinguido tanto en la conquista de Tierra Santa como en su posterior defensa y conservación. Suponemos que al encontrarse molestos los soldados ingleses ante esta situación, no tuvieron más remedio que echar mano de una antigua leyenda que tuvo origen en sus tierras mucho antes de haber sido unificado su reino.  

Por los tiempos que andamos describiendo, y bastante antes de haber sido escrito El cuento del Grial, los caballeros y soldados que regresaban de Tierra Santa llegaban a sus lugares de origen contando una leyenda que ellos a su vez habían oído relatar a los cruzados ingleses. Era la historia del rey Artús. El mismo rey que, en el cuento que nos ocupa, es buscado por el joven muchacho para ser de sus manos investido caballero. Nuestro poeta escribe:

El muchacho cabalgó hasta que vio venir a un carbonero, que llevaba un asno delante, y le dijo:

                        —Campesino que llevas un asno delante, enséñame el camino más recto para ir a Carduel. Quiero ver al rey Artús, que dicen que allí hace caballeros.

                        —Muchacho —le responde— en esta dirección hay un castillo edificado al lado del mar. Si tú vas a este castillo, dulce buen amigo, encontrarás al rey Artús alegre y triste.

                        —Ahora satisfarás mi deseo diciéndome por qué el rey tiene alegría y tristeza.

                        —Te lo diré en seguida —le contesta—. El rey Artús, con toda su hueste, ha luchado con el rey Rión. El rey de las ínsulas ha sido vencido, y por esto el rey Artús está alegre; pero está enfadado con sus compañeros que se han marchado a sus castillos, donde viven más holgadamente, y no sabe qué es de ellos; y ésta es la tristeza que tiene el rey...

El rey Artús que aquí es mencionado existió. Lo que ocurre es que su verdadera historia ha sido confundida en ocasiones con las muchas leyendas que sobre este enigmático rey fueron propagadas por los cruzados ingleses. A él se debe la creación de la Orden de la Mesa Redonda. Su historia, aunque como hemos dicho anteriormente está mezclada de leyendas que los historiadores han dado como verdaderas, es la siguiente:

            La Orden de la Mesa Redonda fue fundada en el año 516 d.C., por el rey de Brynaich[7] Artús Esa que reino desde el año 500 hasta el 520 d.C.

            De estos primeros reyes de Inglaterra nos hablan unos escritos muy antiguos que hoy se encuentran repartidos en la Biblioteca Británica, en la Biblioteca Bodleina y en la Biblioteca del Corpus Christi de la Universidad de Cambridge, conocidos como Las Crónicas Anglosajonas.

            Como decíamos anteriormente, esta Orden fue fundada con el objeto de defender el reino de sus numerosos enemigos. Y el rey Artús Esa elegía a los caballeros más valientes y a los que más se distinguían en la defensa de su reino y de su Rey para ser nombrados por él mismo como caballeros de la Orden de la Mesa Redonda. Ser nombrado caballero de esta Orden era un alto honor[8].

            Los Caballeros de esta Orden se ejercitaban para la batalla todos los días más de cinco horas, y eran los defensores en torneos y justas de su Rey y de su Patria. Después de los ejercicios militares, de las fiestas y de los torneos, estos caballeros se reunían, el día de Pascua de Pentecostés, en una mesa redonda construida en marfil, cuyas patas, trabajadas en madera de ébano, estaban prendidas al suelo para que nadie pudiese moverla de su inicial posición. Allí, sentados cada uno en la silla que le apetecía o encontraba libre, daban su opinión estratégica para atacar al enemigo o para mejorar las condiciones de vida de los súbditos del reino.

            Del trabajo que adquiría esta mesa en el día de Pentecostés, nos habla también El cuento del Grial:

Era el día de Pentecostés, y la reina estaba sentada al lado del rey Artús, a la cabecera de la mesa, y había muchos condes, reyes y duques, y reinas y condesas...

La mesa era inmensamente grande, dicen las crónicas que tenía ciento cincuenta plazas que no siempre estaban cubiertas. Y las mismas crónicas dicen que alrededor de ella se sentaron los más dignos caballeros de su tiempo.

            La mesa era redonda porque —según dicen los libros que se encargan de glosar esta historia—, el rey Artús Esa, no quiso nunca que nadie, ni siquiera él, la presidiera. Y para llevar a efecto esta decisión, por orden expresamente suya —como ya se ha dicho anteriormente—, cada uno se sentaba donde le apetecía o donde encontraba un asiento libre.

EL CUENTO SÍ TIENE FIN

En cuanto uno comienza a leer El Cuento del Grial, más o menos a mitad de la obra, enseguida se da cuenta de que se interrumpe el cuento y se le da paso a otra historia que nada tiene que ver con la que estamos leyendo.

El cuento del Grial nos relata la historia de un muchacho joven que no sabía su nombre, y que al ser investido caballero descubre milagrosamente que se llama Perceval; mientras que en el otro relato, por el contrario, se explica la historia de un caballero entrado en años que responde al nombre de Gauvain, y que es dueño de una prodigiosa espada:

Venga quien venga, desde ahora está dispuesto a defender la puerta y la entrada de la torre, porque lleva ceñida a Escalibor, la mejor espada que jamás existió y que taja el hierro como si fuese madera...

Estas dos historia, tan dispares la una de la otra, nos lleva a sospechar que Chrètien de Troyes tenía ya terminado El cuento del Grial cuando murió y que había comenzado recientemente otro al cual todavía no le había dado nombre, cuyo protagonista era un caballero llamado Gauvain.

Lo único que tienen en común estos dos cuentos, además de ser ambos temas de caballeros, es que el argumento principal del uno y del otro, es, en el primero saber por qué la lanza gotea sangre y a quién se sirve con el grial; y en el segundo la búsqueda del grial y de la lanza que gotea sangre. 

En El cuento del Grial se dice lo siguiente:

Pero Perceval habló de modo distinto. Dijo que en toda su vida no dormiría dos noches seguidas en el mismo albergue; que cuando tuviera nuevas de un paso difícil, no dejaría de ir a pasarlo; que cuando supiera de un caballero que vale más que otro, o que otros dos, no se abstendría de luchar contra él, hasta saber a quién se sirve con el grial y hasta haber encontrado la lanza que sangra y se le diga la verdad probada de por qué sangra...

Y en el cuento del caballero Gauvain, se dice:

Pero se procederá según el parecer del rey, mi señor, que está aquí: él me encarga y yo lo digo que, a condición de que ello no pese ni a vos ni a él, ambos aplacéis hasta dentro de un año esta batalla, y que mi señor Gauvain se vaya, tras haberle tomado mi señor un juramento: que antes de un año, sin más prorroga, le entregará la lanza cuya punta gotea la sangre clara que llora; y está escrito que llegará una hora en que todo el reino de Logres[9], que antaño fue la tierra de los ogros, será destruido por esta lanza. Este juramento y esta fianza quiere tener mi señor el rey...

Estamos seguros de que El cuento del Grial, que le había sido encargado escribir en verso a Chrètien por el Conde de Flandes, haría ya más de un año que estaría terminado cuando el encargado de dar a conocer el cuento póstumo del poeta puso manos a la obra. Pero también estamos seguros de que el cuento —totalmente terminado—, estaba en poder de Chrètien cuando éste todavía vivía, y hubiera seguido estando por los siglos de los siglos, por el hecho incuestionable de que el Conde, después de encargarle el texto que él le había entregado en prosa, marchó hacia Tierra Santa donde murió en la batalla de San Juan de Acre en el año 1191, sin poder regresar de nuevo a su tierra. No es pues de extrañar que quien tomara los papeles de Chrètien de Troyes creyera que era un solo cuento lo que en realidad eran dos. Error que pudo ser provocado por el hecho concreto de que el señor Gauvaín[10] es descrito en El cuento del Grial como sobrino del rey Artús, diciendo de él que gozaba de la fama y el mérito de todas las bondades... Tal vez Chrètien dotase aquí al caballero Gauvaín de tales méritos, porque tenía en mente hacerlo protagonista de su nuevo cuento.

            Si, como ya hemos dicho anteriormente, el argumento principal de El cuento del Grial es saber a quién se sirve con el grial, entonces no cabe duda de que este relato termina de la siguiente forma:

Y necio criterio fue el tuyo cuando no supiste preguntar a quién se sirve con el grial. Aquél a quien con él se sirve es mi hermano, y hermana mía y suya fue tu madre; y creo que el rico pescador es hijo del rey que se hace servir en aquel grial. No os imaginéis que en él haya lucio, lamprea ni salmón; con una sola hostia, que se le lleva en el grial, el santo varón su vida sostiene y vigoriza: tan santa cosa es el grial, y él es tan espiritual, que para sostenerse no necesita nada más que la hostia que va en el grial. Así ha estado doce años sin salir de la cámara[11] donde viste entrar el grial...

Después de esto, quien fue encargado de recopilar, terminar y publicar el cuento del ya fallecido Chrètien, dice lo siguiente:

El cuento aquí no habla más largamente de Perceval, ahora sólo oiréis hablar mucho de mi señor Gauvain, y ya no me escucharéis contar nada de él.

Esto es un añadido de alguien. Chrètien no pudo escribirlo porque si hubiese sido un cuento y no dos diferentes, los hubiese hilvano de tal forma que no hubiera habido necesidad de añadir ese comentario. Lo que quiere decir que El cuento del Grial termina en ese momento porque nada más se dice de él. Siguiendo desde ahí en adelante otro cuento diferente, el cuento del caballera Gauvain, cuyo texto, y esto si que es cierto, quedó inacabado porque su autor, Chrètien de Troyes, murió antes de poder terminarlo.

            El otro cuento, el del caballero Gauvain, finaliza bruscamente con las siguientes palabras:

Una dama, Lore, que estaba sentada en una galería, viendo el dolor que reinaba en la sala, desciende de la galería y se dirige hacia la reina como trastornada. Cuando la reina la vio, le preguntó qué le ocurría...

Un error pudo hacer que este cuento, El cuento del Grial, apareciese ante los ojos de sus posteriores lectores, como algo misterioso que intentaba desvelar un secreto muy importante. Un secreto que el autor se llevó a la tumba sin revelar. De ahí que después se hayan derramado chorros y chorros de tinta en multitud de libros de caballería, donde el tema principal era la búsqueda del Santo Grial, convertido ya en el sagrado vaso con el cual Jesús celebró su última cena y su primera Eucaristía.


[1] Lev. 13:49

[2] Archivo de la Congregación de San Mauro de París. Colección de cartas papales de fray Edmundo Mortene. Tomo I, página 102 y siguiente.

[3] Principio de la historia de los hechos acaecidos en las regiones de Ultramar, desde los tiempos de los sucesores de Mahoma hasta el año del Seños de 1184.

[4] No llevaré corona de oro donde Cristo la llevó de espinas.

[5] Lucas 17. 12-13

[6] No hay nada oculto que no haya de ser manifestado, ni nada escondido que no haya de ser conocido y salir en claro... (Lucas 8:17)

[7] Nombre que dio origen al conocido actualmente como Bretaña.

[8]  De ahí que el héroe de nuestro cuento, busque al rey Artús para tener el alto honor de ser investido caballero por tan digno y afamado soberano.

[9] Este nombre fue tomado de aquí, para nombrar luego el mítico reino del rey Arturo,

[10] Sobrino del rey Artús y hermano del caballero Agrevaín. Ambos aparecen en la Leyenda del rey Arturo. El hermano aparece en este cuento con el nombre de Agrevaín el Orgulloso. Tal vez por ello fuese elegido este personaje por el autor de las posteriores leyendas artúricas como el que le descubre al rey Arturo el romance entre Lanzarote y su esposa la reina Ginebra, que dio origen a la discordia entre ambos.

[11] Doce años fueron los que Balduino IV de Jerusalén estuvo reinando en la tierra donde Jesucristo fue crucificado.

NOTA DEL AUTOR.  Hasta que este cuento fue escrito nadie mencionó ni atribuyó nunca antes la palabra GRIAL a la copa que usó Jesús en la Última Cena. Como hemos visto en el mismo cuento, la palabra “grial”, traducida del francés, no era más que un recipiente. Sin embargo, el halo de misterio sagrado que se le da en el cuento a la entrada de los bellos jóvenes llevando en sus manos el grial y la lanza, ha dado pie a que posteriormente numeroso escritores, investigadores e historiadores hayan creído que el grial, tapado con la hostia consagrada con que comulgaba el rey, era el vaso donde Jesús bebió por última vez, y la lanza que goteaba sangre, la lanza de Longinos… Y la explicación es bien sencilla, cuando los jóvenes servidores salían de la estancia del rey, la lanza goteaba sangre porque, dada el extremo peligro que conllevaba acercarse a un leproso o simplemente tocarlo, los que cuidaba de que su enfermedad no progresara, tenían que reventarle las ampollas que todos los días se le producían para que la enfermedad no se le extendiera. Y eso, para no acercase al cuerpo desnudo del rey, lo tenían que hacer con una lanza. De ahí que la lanza saliera de la estancia goteando sangre.