Hasta bien entrado el siglo XII
—probablemente a mediados del año 1188 o a principios del 1189—, en que un poeta
francés perteneciente a la corte de Champaña llamado Chrètien de Troyes escribió
un prodigioso relato que ha pasado a ser conocido en la historia con el título
de «Li contes del Graal», en castellano «El cuento del Grial»,
nadie había calificado antes con este nombre: Grial, el sagrado vaso con
que Jesucristo celebró la primera Eucaristía.
El cuento que
acabamos de mencionar, hubiese caído irremediablemente en el olvido si no
hubiese sido por el extraño hecho de que la obra —aunque el que suscribe tenga
sus dudas, como se explicará más adelante—, quedó inconclusa y envuelta por ello
en un mar de agitación y de toda clase de conjeturas.
Un cuento que ni
siquiera iba a ser divulgado, ya que fue escrito por expreso deseo del conde de
Flandes don Felipe de Alsacia antes de partir hacia Tierra Santa, tuvo el honor
de ser el origen de todos los libros de caballería que fueron publicados después
y de proveer de nombre al sagrado vaso que, tras el misterio de la
Transubstanciación, contuvo el vino convertido en la primera sangre de Nuestro
Señor Jesucristo.
Según nos hace saber
el mismo Chrètien en la dedicatoria que le ofrenda al conde de Flandes, el
cuento no es de su autoría. Es una especie de leyenda que los nobles relataban
con mucha frecuencia en la corte. El poeta solamente se ocupa de convertir en
verso lo que su señor le da escrito en prosa. Y así, con toda modestia, nos lo
dice el autor en su dedicatoria:
Sí, no lo dudéis. Bien empleado está el trabajo
dedicado aquí por Chrètien, que se ha esforzado y se ha afanado, por orden del
Conde, en rimar el mejor cuento que fue contado en corte real: es El Cuento
del Grial, sobre el cual el Conde le dio el texto. Prestar atención y
descubriréis de qué forma cumple su cometido...
De todos los cuentos, o novelas,
como el autor gusta de llamar a sus escritos, éste es, con mucha diferencia, el
que más contenido religioso incluye. Decimos esto, porque nuestro autor, a pesar
de lo poco que hemos llegado a saber de él, no era un hombre especialmente
fervoroso. El hecho que da fe a este testimonio es que en el cuento que nos
ocupa —ya fuese motu proprio o por habérselo dado de esta forma escrito el
Conde— confunde expresiones comentadas por san Juan y se las atribuye a san
Pablo. En un tiempo en que el contenido de los libros religiosos eran, por así
decirlo, propagados insistentemente por curas diocesanos y por predicadores
itinerantes de todas las órdenes monásticas; y, eran, además, los que
determinaban las leyes y las normas de convivencia, extraña enormemente que un
escritor de cámara real cometiera semejante descuido, ya fuese por sí mismo, o
por no haber tenido el suficiente conocimiento para corregirlo, en caso de haber
sido copiado de otro escrito.
Lo que sí nos
consta, por las alabanzas que de su señor Conde hace Chrètien en su dedicatoria,
por el carácter particularmente generoso que le tribuye, y por lo que nosotros
hemos investigado sobre él, es que el conde de Flandes era un hombre
excesivamente religioso. Chrètien nos revela en su dedicatoria:
El Conde es de tal condición que no presta oídos
a viles burlas ni a palabras necias, y le pesa si oye hablar mal de otro, sea
quien fuere. El Conde ama la recta justicia, la lealtad y la Santa Iglesia, y
abomina de toda villanía. Es más generoso de lo que se supone, pues da al
necesitado sin hipocresía y sin falsedad, según dice el Evangelio: No sepa tu
izquierda lo que hace tu derecha. Que lo sepa solamente quien lo recibe y
Dios que ve los secretos y está al corriente de todo lo que se esconde en
nuestro corazón y en nuestras entrañas...
EL CONDE DE FLANDES
Nacido en el año del Señor de
1143, Felipe de Alsacia se hizo cargo del Condado de Flandes cuando su padre
Thierri de Alsacia, estando dispuesto para emprender su tercer viaje a Tierra
Santa, sin abdicar, le cedió el gobierno del Condado a pesar de no haber
cumplido todavía los quince años de edad.
Thierri de Alsacia,
el padre de Felipe, era muy religioso. Cuentan las crónicas que emprendió más de
cuatro viajes a Tierra Santa, y que en todos ellos se distinguió por su valor en
la batalla y por la generosidad que mostraba con el enemigo vencido. Cuando
sintió que las fuerzas le abandonaban, porque el ocaso estaba anidando en sus
huesos, ingreso en un convento de monjes del Cister, donde murió sin abdicar de
sus cargos terrenales.
Felipe no sólo
heredó a la muerte de su padre el Condado de Flandes ya de pleno derecho, sino
que también adquirió de él su extraordinario fervor religioso.
Sin embargo, no
hemos traído a este apartado al susodicho Felipe, conde de Flandes, para glosar
las comparables historias de su padre, Thierri de Alsacia o de su madre, Sibila
de Anjoau. Lo hemos puesto aquí para demostrar que El cuento del Grial
fue creado por él, y que fue, asimismo, originado por la horrible enfermedad que
un familiar suyo padecía en sus propias carnes.
Penetrando en
aquellos oscuros y perdidos rincones donde pocos investigadores han entrado,
hallamos la evidencia de que el conde de Flandes tenía un primo hermano
—dieciocho años menor que él—, al que quería como a su propio hijo. El mismo
Conde lo había instruido en el manejo de las armas.
Cuando
Balduino —que así era como se llamaba su primo—, cumplió los cinco años de edad,
el padre de éste, Amalarico I, rey de Jerusalén, pidió a su sobrino el conde de
Flandes que se hiciese cargo de la educación militar de su hijo. Y eso fue
precisamente lo que hizo el Conde desde que el joven príncipe cumplió los cinco
años hasta los trece, en que por haber fallecido su padre prematuramente, tuvo
que hacerse cargo del trono de Jerusalén.
En el corto tiempo
en que ambos estuvieron juntos —ocho años poco más o menos—, Felipe enseñó a su
joven primo a manejar la lanza, a defenderse y atacar con la espada y a
protegerse con el escudo. De igual forma lo hizo trabajar muy duramente en el
picadero para aprender la instrucción a caballo, la de pelotón, la gimnasia, el
volteo, el ataque y la defensa desde un corcel en movimiento... Después, cuando
terminaban la dura tarea que la carrera de caballero entraña, ambos
primos disfrutaban contemplando la naturaleza,
bañándose en los arroyos y, sobre todo, cazando... Estos duros ejercicios unas
veces eran ejercitados en la Corte, donde el padre de Balduino era rey, y otras
veces en las ricas posesiones de
Inés de Courtenay,
Condesa de Jaffa, madre de Balduino y primera esposa de Amalarico I. Rey y
Condesa se habían impuesto de común acuerdo un tiempo para disfrutar y compartir
a sus dos hijos. Y esto tuvo que ser así porque cuando Amalarico tuvo que
suceder a su padre en el trono de Jerusalén, el consejo feudal o curia regis,
como también solía ser llamado este Parlamento, se negó a aceptar a Inés de Courtenay, su primera esposa, como
reina aduciendo motivos de consanguinidad. El matrimonio fue disuelto, pero, sin
embargo, sus dos hijos fueron declarados legítimos y dentro de la línea de
sucesión... Tal vez en recuerdo de
estos nombrados momentos, sea por lo que El cuento del Grial comience de
la siguiente forma:
Era el tiempo en que los árboles florecen, la hierba,
el bosque y los prados verdean, los pájaros cantan
dulcemente en su latín por la mañana y toda criatura
se inflama de alegría, cuando el hijo de la Dama
Viudase levantó de la yerma floresta solitaria, y sin pereza puso la
silla a su corcel, cogió tres venablos y salió
así de la morada de su madre. Pensó que iría a ver a los labradores que tenía su madre, que le rastrillaban la avena; tenían doce
bueyes y seis rastras. Así se internó
en la floresta, y al punto el corazón
se le alegró en las entrañas por la dulzura
del tiempo y al oír el canto gozoso de los pájaros: todo esto le agradaba. Por la benignidad del tiempo sereno quitó
el freno al corcel y lo dejó que paciera por la verde hierba fresca. Y
él, que sabía arrojar muy bien los venablos
que llevaba, iba en torno
disparándolos ora hacia atrás, ora hacia adelante, ora hacia abajo, ora hacia arriba...
LA HORRIBLE ENFERMEDAD HACE SU APARICIÓN
Como todos
los días, maestro y alumno se estaban entrenando en la noble práctica de las
armas y de la caballería. Tenía el pequeño Balduino once años recién cumplidos.
Tres chiquillos, más o menos de su edad, les acompañaban. Eran hijos de
cortesanos que se ejercitaban con el príncipe y que, a veces, les servían de
adversario.
En uno de los tres descansos que en la instrucción militar
se les solía dar a los aspirantes a caballeros, los niños, para probar la
incisiva punta de una pequeña daga que a uno de ellos le había regalado
recientemente su padre, comenzaron a pincharse en los brazos. Mientras que los
otros niños gemían de dolor y retiraban enseguida el cuchillo de sus carnes,
Balduino, a pesar de sangrar limitadamente, no sentía nada. Atribuyeron los
chiquillos este extraño acontecimiento a que Dios había dotado al joven príncipe
de poderes especiales, y éste se sintió muy orgulloso por ello. Un hallazgo de
tan favorecedoras dimensiones no podía quedar sin ser comunicado, pues sólo los
ángeles que sirven a Dios están exentos del dolor y del lamento.
Cerca del grupo formado por los niños, se encontraba el conde de Flandes
conversando con Guillermo de Tiro. El primero —como ya se ha dicho—, era el
instructor militar del joven príncipe Balduino, y el segundo, su maestro tanto
en las disciplinas religiosas como en las terrenales.
Balduino llamó a sus dos maestros, y le comunicó lo que habían descubierto.
Guillermo de Tiro, sospechando que el joven príncipe podía padecer el mal de la
lepra, recordando que el Levítico[1]
recomienda para saber con certeza si se padece esta enfermedad que «si
al poner encima una tela o un cuero, la mancha que deja es verdosa o rojiza, es
mancha de lepra...», lo examinó. La mancha
que la secreción de uno de los pequeños bultos que el niño poseía en sus brazos
y en su cuerpo no dejaba dudas, era verdosa.
Fray Guillermo, sin dar señales de la angustia que sentía, dijo que
había que llevar inmediatamente al niño al dispensario del médico. En aquellos
tiempos, y para saber a ciencia cierta si un enfermo padecía el mal de la lepra,
era sometido a una prueba vanguardista.
La mencionada prueba se efectuaba de la siguiente forma: se hacía
tumbar al paciente boca arriba, completamente desnudo sobre una gran mesa de
mármol, de alabastro o de cualquier otro material que, por su naturaleza, se
mantuviese frío. En esta mesa, que previamente se había dejado refrescar durante
toda la noche en la calle, se dejaba al paciente por un periodo no superior a
una hora, ni inferior a media. Si su cuerpo se llenaba de manchas marrones
circundadas de fronteras amarillas, el diagnóstico era seguro; si no, el
paciente sufría de otra enfermedad más benigna.
En El cuento del Grial, precisamente en el castillo del rey
del Grial, donde, como veremos más adelante, ocurren hechos inexplicables y
extraños, se describe una mesa de estas características que, sin duda alguna y
como veremos también más adelante, es un calco de la mesa que ordenó construir
el rey Artús de Brynaich. Veamos:
Dos pajes traen
una ancha mesa de marfil, y la historia atestigua
que era toda de una pieza. La mantuvieron un momento
delante de su señor y del muchacho, hasta
que llegaron otros dos pajes que traían dos caballetes,
que estaban hechos de una madera que tenía dos virtudes muy notables, pues sus
piezas duran
siempre, porque eran de ébano, una madera que
nadie espera que se pudra ni que se queme, ya que no hay miedo que ocurra
ninguna de estas dos cosas. La mesa fue montada sobre estos caballetes, y
se puso el mantel...
Tan
degradante era esta prueba, sobre todo para las mujeres, para los nobles y para
los burgueses, que su ejercicio ha pasado a la historia con una frase tan
popular y a la vez tan amenazadora como la que oímos en la actualidad de:
«pasar a alguien por la piedra», como si el sólo hecho de decirlo fuese una
tortura para la persona amenazada.
No sabemos
en qué teoría estaría basada esta prueba, ni nos vamos a meter ahora en hacer
elucubraciones sobre la misma, tal vez sea suficiente decir que su finalidad era
helar la sangre del paciente para que se le produjeran esas marcas que
determinaban, según criterio clínico, la evidencia o la duda de la terrible
enfermedad.
EN BUSCA DE UN OBJETO MILAGROSO
En el año 1172, teniendo todavía
Balduino once años de edad, su primo, el conde de Flandes, viaja al Condado de
Artois que estaba en aquellos tiempos situado en los Países Bajos. Se dirige
hacia el monasterio de san Vedasto con ánimo de postrarse ante la cabeza del
Apóstol Santiago, y los monjes lo acogen con familiaridad y afecto. Al día
siguiente, el Conde ha desaparecido y la cabeza del Apóstol Santiago también.
Los monjes vedastinos se hallan muy afligidos por tan valiosa pérdida. Sospechan
que el Conde se la ha llevado, y mandan un emisario para convencerle de que la
devuelva. Felipe, por medio del emisario, les hace saber a los monjes que serán
colmados de bienes si le dejan la reliquia. Los monjes no ceden y le comunican
que si no la devuelve en un plazo de quince días, pondrán el asunto en las manos
de la Santa Sede. El Conde, tal vez sabiendo las consecuencias que este acto le
puede acarrear, lleva la reliquia a la Iglesia de San Pedro, sita en la
localidad de Avio, un municipio italiano que pertenecía a la provincia de
Trento.
Puesto en
conocimiento de la Santa Sede todo lo acaecido, el papa Alejandro III
(1159-1181), que ocupaba la silla de Pedro en aquellos tiempos, le escribe una
carta[2]
al arzobispo de Reims, y le ordena lo siguiente:
Alejandro, episcopus,
servus servorum Dei, ad perpetuam rei memoriam.
Ha llegado hasta Nos la noticia
de que el noble barón Felipe, conde de Flandes, ha sacado con violencia de la
iglesia de San Vedasto la cabeza del Apóstol Santiago. No queremos que dicha
iglesia —la que no tiene otro obispo que el Romano Pontífice—, sea privada sin
causa razonable de la reliquia, ni de otros bienes suyos.
Así pues, por medio de este escrito
Apostólico mandamos a su Paternida que amoneste con insistencia, y obligue
severamente a los canónigos de la iglesia Ariense, a que restituyan sin pretexto
ni apelación alguna la referida cabeza a la iglesia de San Vedasto.
Y si no quisieren
restituir la sobredicha cabeza, mandamos por nuestra autoridad Apostólica que
pongáis en entredicho a la mencionada iglesia Ariense, y sean prohibidas las
celebraciones de los oficios divinos en ésa o en otra cualquier iglesia a donde
se haya transportado la mencionada reliquia.
Dado en Benevento, siendo el día
25 se mayo del segundo año de nuestro pontificado.
Enrique, arzobispo de
Reims, mantuvo una reposada entrevista con el conde de Flandes, y éste, para que
la calma volviera a su vida y no pudiera nunca verse metido en problemas con la
Iglesia, devolvió la reliquia a los monjes del monasterio de San Vedasto.
Hay quien asegura, sin embargo, que el Conde tomó una decisión salomónica. Dicen
que ordenó partir la cabeza en dos. Y que una parte fue enviada a los monjes de
la Iglesia de San Vedasto, y la otra a la Iglesia Aviense de San Pedro. Pero el
que suscribe no está muy conforme con esa versión, entre otras cosas, porque de
haber sido cierta, el Papa hubiese fulminado y mandado a los infiernos por los
siglos de los siglos al conde de Flandes por haber destrozado una reliquia tan
valiosa.
Pero, ¿por qué Felipe se metió en semejante complicación? ¿Para qué o para quién
sustraería la cabeza del Apóstol Santiago? ¿Sería para llevársela a Balduino e
intentar con ello que el joven obtuviera la curación? ¿Podríamos considerar este
insólito hecho como el inicio de la búsqueda caballeresca del santo Grial?
Sin embargo, de lo que no hay duda es del cariño que un
primo sentía por el otro. Según nos dice Guillermo de Tiro en su crónica[3],
en el año 1176, el ya rey de Jerusalén Balduino IV, sintiendo que la enfermedad
avanzaba activamente por todo su cuerpo, hizo llamar a su primo el conde de
Flandes.
El Conde desembarcó en Acre a primeros de agosto. El
soberano envío una comitiva de bienvenida que estaba más en consonancia con un
rey que con un conde. De esta forma le hacía saber cuán contento estaba y cuánto
se alegraba con su llegada.
Balduino le pidió a su primo que fuese su sucesor en caso de que él falleciera.
Era el único hombre en el que podía confiar, y el único que podría gobernar
Jerusalén con la misma devoción y respeto que él la estaba gobernando.
Pero el conde de Flandes, acordándose de las palabras que
fueron pronunciadas por su pariente Godofredo de Boullón, cuando se le dio el
privilegio de ser el primer rey de Jerusalén, manifestó: «Auri
coronam non feram ubi spineam tulit Christus».[4]
El Conde estuvo un año en el castillo real, después regresó a Flandes.
Durante este año Felipe descubrió el estado tan lamentable en que se hallaba su
primo. Confinado en un solitario aposento, servido por dos criados que solamente
entraban cuando tenían que limpiarle las úlceras, servirle el sustento de todos
los días o cuando eran llamados por el soberano por medio de una pequeña
campanilla, pasaba los días allí solo, sin más compañía que sus libros sagrados
y rodeado de reliquias, entre las cuales se encontraban, según atestiguan
cronistas de la época, la lanza de Longinos, el recipiente donde le fueron
servidos los alimentos que tomó Jesús y sus discípulos en la última cena y la
verdadera cruz donde fue crucificado.
El Cuento del Grial
describe este pasaje de la siguiente forma:
Había allí dentro una iluminación tan grande
como la podrían procurar las candelas en un albergue. Y mientras hablaban de
diversas cosas, de una
cámara llegó un paje que llevaba una lanza blanca
empuñada por la mitad, y pasó entre el fuego y los
que estaban sentados en el lecho. Todos los que
estaban allí veían la lanza blanca y el hierro blanco,
y una gota de sangre salía del extremo del hierro
de la lanza...
El único momento en que el rey era aliviado de su severa soledad, era
cuando dos pajes y una joven doncella le llevaban la comunión diaria.
El cuento del Grial
lo explica de la siguiente forma:
Mientras tanto llegaron otros dos pajes que llevaban
en la mano candelabros de oro fino trabajado
con adornos. Los pajes que llevaban los candelabros
eran muy hermosos. En cada candelabro ardían
por lo menos diez candelas. Una doncella, hermosa,
gentil y bien ataviada, que venía con los pajes,
sostenía entre sus dos manos un grial. Cuando
allí hubo entrado con el grial que llevaba, se
derramó una claridad tan grande, que las candelas
perdieron su brillo, como les ocurre a las estrellas
cuando sale el sol, o la luna. Después de ésta
vino otra que llevaba un plato de plata. El grial,
que iba delante, era de fino oro puro; en el grial
había piedras preciosas de diferentes clases, de las
más ricas y de las más caras que haya en mar ni
en tierra; las del grial, sin duda alguna, superaban
a todas las demás piedras...
Este fragmento del cuento, tal
vez porque el Conde no quiere manifestarlo abierta y claramente, está lleno de
simbolismos. Donde dice, por ejemplo, que en cada candelabro ardían por lo
menos diez candelas, debemos de entender que el diez simbolizaba para los
cristianos primitivos la Ley porque corresponde al decálogo o diez mandamientos,
es decir, que quien recibía esa luz obedecía y respetaba los mandamientos de
Dios, teniendo en cuenta asimismo que al ser este número «universal» por
contener dentro de sus entrañas a todos los demás números, predisponía a quien
respetaba y obedecía su Ley, a alcanzar la vida eterna... Pero su mensaje más
importante, sin embargo, consistía en que quien recibía su potente luz era un
leproso que reclamaba simbólicamente la piedad de Nuestro Señor Jesucristo. Así
lo hace saber el Evangelio: «Y entrando en una aldea, le vinieron al
encuentro diez leprosos, que a lo lejos se pararon, y
levantando la voz dijeron: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros...»[5]
Hay que decir
que el grial que aquí se menciona, no es el grial que hemos llegado a conocer a
través de la posterior literatura artúrica. Aquí, traducido del francés
medieval, representa un recipiente con tapadera para contener alimentos. Era,
pues, más o menos como una especie de sopera. Un recipiente cerrado con tapadera
en cuyo interior, y para que no fuese contaminada por el polvo durante el
transporte, se hallaba la hostia divina previamente consagrada por el sacerdote
de la Corte.
El plato de
plata, como el lector ya habrá podido comprender era la Patena, el platillo de
oro o de plata que se pone bajo la oblea divina cuando se le da al creyente para
evitar que ningún fragmento de la misma, por minúsculo que sea, caiga al suelo y
se contamine.
Llama la atención también que en este cuento, y eso
es precisamente lo que lo hace más enigmático, no se mencione el nombre del rey
que todos los días recibe el grial en la sala real donde nadie puede entrar sin
permiso previo. El creador del cuento, siendo como era un hombre muy religioso
y, por tanto, conocedor de la Biblia, no lo desvela porque el rey del castillo
del Grial es una persona muy entrañable y querida para él, sin embargo, sabe
perfectamente que quienes posteriormente oigan o lean el cuento, podrán
enseguida adivinar de quien se trata, porque tal como dice el Evangelio «Non
enim est occultum quod non manifestetur nec absconditum quod non cognoscatur et
in palam veniat...»[6]
El autor, acogiéndose a una de las
normas de la caballería, la de no hablar mucho porque el que mucho habla mucho
yerra, y la de abstenerse de preguntar cosas que no nos sean libremente
manifestadas, escribe en su cuento lo siguiente:
El muchacho que
aquella noche había llegado allí, ve este prodigio, pero se abstiene de
preguntar cómo y por qué ocurría tal cosa, porque se acordaba del consejo de
aquél que lo hizo caballero, que le dijo y le enseñó que se guardara de hablar y
de preguntar demasiado...
EL REY ARTURO Y LA ORDEN DE LA MESA
REDONDA
Franceses, alemanes e incluso
españoles habían fundado órdenes militares que, por su ardor en la batalla y por
su carácter eminentemente religioso, se habían distinguido tanto en la conquista
de Tierra Santa como en su posterior defensa y conservación. Suponemos que al
encontrarse molestos los soldados ingleses ante esta situación, no tuvieron más
remedio que echar mano de una antigua leyenda que tuvo origen en sus tierras
mucho antes de haber sido unificado su reino.
Por los tiempos que andamos
describiendo, y bastante antes de haber sido escrito El cuento del Grial,
los caballeros y soldados que regresaban de Tierra Santa llegaban a sus lugares
de origen contando una leyenda que ellos a su vez habían oído relatar a los
cruzados ingleses. Era la historia del rey Artús. El mismo rey que, en el cuento
que nos ocupa, es buscado por el joven muchacho para ser de sus manos investido
caballero. Nuestro poeta escribe:
El
muchacho cabalgó hasta que vio venir a un carbonero, que llevaba un asno
delante, y le dijo:
—Campesino que llevas un asno delante, enséñame
el camino más recto para ir a Carduel. Quiero ver al rey
Artús, que dicen que allí hace caballeros.
—Muchacho —le responde— en esta dirección hay un
castillo edificado al lado del mar. Si tú vas a este
castillo, dulce buen amigo, encontrarás al rey Artús alegre y triste.
—Ahora satisfarás mi deseo diciéndome por qué el rey tiene alegría y tristeza.
—Te lo diré en seguida —le contesta—. El rey Artús, con
toda su hueste, ha luchado con el rey Rión. El
rey de las ínsulas ha sido vencido, y por esto el
rey Artús está alegre; pero está enfadado con sus
compañeros que se han marchado a sus castillos,
donde viven más holgadamente, y no sabe qué es de
ellos; y ésta es la tristeza que tiene el rey...
El rey Artús que aquí es
mencionado existió. Lo que ocurre es que su verdadera historia ha sido
confundida en ocasiones con las muchas leyendas que sobre este enigmático rey
fueron propagadas por los cruzados ingleses. A él se debe la creación de la
Orden de la Mesa Redonda. Su historia, aunque como hemos dicho anteriormente
está mezclada de leyendas que los historiadores han dado como verdaderas, es la
siguiente:
La
Orden de la Mesa Redonda fue fundada en el año 516 d.C., por el rey de
Brynaich[7]Artús Esa que reino desde el año 500 hasta el 520 d.C.
De estos primeros reyes de Inglaterra nos hablan unos escritos muy
antiguos que hoy se encuentran repartidos en la Biblioteca Británica, en la
Biblioteca Bodleina y en la Biblioteca del Corpus Christi de la Universidad de
Cambridge, conocidos como Las Crónicas Anglosajonas.
Como decíamos anteriormente, esta Orden fue fundada con el objeto de
defender el reino de sus numerosos enemigos. Y el rey Artús Esa elegía a los
caballeros más valientes y a los que más se distinguían en la defensa de su
reino y de su Rey para ser nombrados por él mismo como caballeros de la Orden de
la Mesa Redonda. Ser nombrado caballero de esta Orden era un alto honor[8].
Los Caballeros de esta Orden se ejercitaban para la batalla todos
los días más de cinco horas, y eran los defensores en torneos y justas de su Rey
y de su Patria. Después de los ejercicios militares, de las fiestas y de los
torneos, estos caballeros se reunían, el día de Pascua de Pentecostés, en una
mesa redonda construida en marfil, cuyas patas, trabajadas en madera de ébano,
estaban prendidas al suelo para que nadie pudiese moverla de su inicial
posición. Allí, sentados cada uno en la silla que le apetecía o encontraba
libre, daban su opinión estratégica para atacar al enemigo o para mejorar las
condiciones de vida de los súbditos del reino.
Del trabajo que adquiría esta mesa en el día de Pentecostés, nos
habla también El cuento del Grial:
Era el día de Pentecostés, y la reina estaba sentada
al lado del rey Artús, a la cabecera de la mesa,
y había muchos condes, reyes y duques, y reinas y
condesas...
La mesa era inmensamente grande,
dicen las crónicas que tenía ciento cincuenta plazas que no siempre estaban
cubiertas. Y las mismas crónicas dicen que alrededor de ella se sentaron los más
dignos caballeros de su tiempo.
La mesa era redonda
porque —según dicen los libros que se encargan de glosar esta historia—, el rey
Artús Esa, no quiso nunca que nadie, ni siquiera él, la presidiera. Y para
llevar a efecto esta decisión, por orden expresamente suya —como ya se ha dicho
anteriormente—, cada uno se sentaba donde le apetecía o donde encontraba un
asiento libre.
EL CUENTO SÍ TIENE FIN
En cuanto uno comienza a leer
El Cuento del Grial, más o menos a mitad de la obra, enseguida se da cuenta
de que se interrumpe el cuento y se le da paso a otra historia que nada tiene
que ver con la que estamos leyendo.
El cuento
del Grial nos relata la historia de un muchacho joven que no sabía su
nombre, y que al ser investido caballero descubre milagrosamente que se llama
Perceval; mientras que en el otro relato, por el contrario, se explica la
historia de un caballero entrado en años que responde al nombre de Gauvain, y
que es dueño de una prodigiosa espada:
Venga quien venga, desde ahora está dispuesto a
defender la puerta y la entrada de la torre, porque lleva ceñida a Escalibor,
la mejor espada que jamás existió y que taja el hierro como si fuese madera...
Estas dos historia, tan dispares
la una de la otra, nos lleva a sospechar que Chrètien de Troyes tenía ya
terminado El cuento del Grial cuando murió y que había comenzado
recientemente otro al cual todavía no le había dado nombre, cuyo protagonista
era un caballero llamado Gauvain.
Lo único que
tienen en común estos dos cuentos, además de ser ambos temas de caballeros, es
que el argumento principal del uno y del otro, es, en el primero saber por qué
la lanza gotea sangre y a quién se sirve con el grial; y en el segundo la
búsqueda del grial y de la lanza que gotea sangre.
En El
cuento del Grial se dice lo siguiente:
Pero Perceval habló de modo distinto. Dijo que
en toda su vida no dormiría dos noches seguidas en el mismo albergue; que cuando
tuviera nuevas de un paso difícil, no dejaría de ir a pasarlo; que cuando
supiera de un caballero que vale más que otro, o que otros dos, no se abstendría
de luchar contra él, hasta saber a quién se sirve con el grial y hasta haber
encontrado la lanza que sangra y se le diga la verdad probada de por qué
sangra...
Y en el cuento del caballero
Gauvain, se dice:
Pero se procederá según el parecer del rey, mi
señor, que está aquí: él me encarga y yo lo digo que, a condición de que ello no
pese ni a vos ni a él, ambos aplacéis hasta dentro de un año esta batalla, y que
mi señor Gauvain se vaya, tras haberle tomado mi señor un juramento: que antes
de un año, sin más prorroga, le entregará la lanza cuya punta gotea la sangre
clara que llora; y está escrito que llegará una hora en que todo el reino de
Logres[9],
que antaño fue la tierra de los ogros, será destruido por esta lanza. Este
juramento y esta fianza quiere tener mi señor el rey...
Estamos seguros de que El
cuento del Grial, que le había sido encargado escribir en verso a Chrètien
por el Conde de Flandes, haría ya más de un año que estaría terminado cuando el
encargado de dar a conocer el cuento póstumo del poeta puso manos a la obra.
Pero también estamos seguros de que el cuento —totalmente terminado—, estaba en
poder de Chrètien cuando éste todavía vivía, y hubiera seguido estando por los
siglos de los siglos, por el hecho incuestionable de que el Conde, después de
encargarle el texto que él le había entregado en prosa, marchó hacia Tierra
Santa donde murió en la batalla de San Juan de Acre en el año 1191, sin poder
regresar de nuevo a su tierra. No es pues de extrañar que quien tomara los
papeles de Chrètien de Troyes creyera que era un solo cuento lo que en realidad
eran dos. Error que pudo ser provocado por el hecho concreto de que el señor
Gauvaín[10]
es descrito en El cuento del Grial como sobrino del rey Artús, diciendo
de él que gozaba de la fama y el mérito de todas las bondades... Tal vez
Chrètien dotase aquí al caballero Gauvaín de tales méritos, porque tenía en
mente hacerlo protagonista de su nuevo cuento.
Si, como ya hemos
dicho anteriormente, el argumento principal de El cuento del Grial es
saber a quién se sirve con el grial, entonces no cabe duda de que este relato
termina de la siguiente forma:
Y necio criterio fue el tuyo cuando no supiste
preguntar a quién se sirve con el grial. Aquél a quien con él se sirve es mi
hermano, y hermana mía y suya fue tu madre; y creo que el rico pescador es hijo
del rey que se hace servir en aquel grial. No os imaginéis que en él haya lucio,
lamprea ni salmón; con una sola hostia, que se le lleva en el grial, el santo
varón su vida sostiene y vigoriza: tan santa cosa es el grial, y él es tan
espiritual, que para sostenerse no necesita nada más que la hostia que va en el
grial. Así ha estado doce años sin salir de la cámara[11]
donde viste entrar el grial...
Después de esto, quien fue encargado de recopilar, terminar y publicar el cuento
del ya fallecido Chrètien, dice lo siguiente:
El cuento aquí no habla más largamente de
Perceval, ahora sólo oiréis hablar mucho de mi señor Gauvain, y ya no me
escucharéis contar nada de él.
Esto es un añadido de alguien.
Chrètien no pudo escribirlo porque si hubiese sido un cuento y no dos
diferentes, los hubiese hilvano de tal forma que no hubiera habido necesidad de
añadir ese comentario. Lo que quiere decir que El cuento del Grial
termina en ese momento porque nada más se dice de él. Siguiendo desde ahí en
adelante otro cuento diferente, el cuento del caballera Gauvain, cuyo texto, y
esto si que es cierto, quedó inacabado porque su autor, Chrètien de Troyes,
murió antes de poder terminarlo.
El otro cuento, el
del caballero Gauvain, finaliza bruscamente con las siguientes palabras:
Una dama, Lore, que estaba sentada en una
galería, viendo el dolor que reinaba en la sala, desciende de la galería y se
dirige hacia la reina como trastornada. Cuando la reina la vio, le preguntó qué
le ocurría...
Un error pudo hacer que este
cuento, El cuento del Grial, apareciese ante los ojos de sus posteriores
lectores, como algo misterioso que intentaba desvelar un secreto muy importante.
Un secreto que el autor se llevó a la tumba sin revelar. De ahí que después se
hayan derramado chorros y chorros de tinta en multitud de libros de caballería,
donde el tema principal era la búsqueda del Santo Grial, convertido ya en el
sagrado vaso con el cual Jesús celebró su última cena y su primera Eucaristía.
[2]
Archivo de la Congregación de San Mauro de París. Colección de cartas
papales de fray Edmundo Mortene. Tomo I, página 102 y siguiente.
[3]Principio de la
historia de los hechos acaecidos en las regiones de Ultramar, desde los
tiempos de los sucesores de Mahoma hasta el año del Seños de 1184.
[4]
No llevaré corona de oro donde Cristo la llevó de espinas.
[6]No hay nada oculto que
no haya de ser manifestado, ni nada escondido que no haya de ser conocido y
salir en claro... (Lucas 8:17)
[7]Nombre que dio origen al conocido
actualmente como Bretaña.
[8]
De ahí que el héroe de nuestro cuento, busque al rey Artús para tener el
alto honor de ser investido caballero por tan digno y afamado soberano.
[9]
Este nombre fue tomado de aquí, para nombrar luego el mítico reino del rey
Arturo,
[10]
Sobrino del rey Artús y hermano del caballero Agrevaín. Ambos aparecen en la
Leyenda del rey Arturo. El hermano aparece en este cuento con el nombre de
Agrevaín el Orgulloso. Tal vez por ello fuese elegido este personaje por el
autor de las posteriores leyendas artúricas como el que le descubre al rey
Arturo el romance entre Lanzarote y su esposa la reina Ginebra, que dio
origen a la discordia entre ambos.
[11]
Doce años fueron los que Balduino IV de Jerusalén estuvo reinando en la
tierra donde Jesucristo fue crucificado.
NOTA DEL AUTOR. Hasta
que este cuento fue escrito nadie mencionó ni atribuyó nunca antes la palabra
GRIAL a la copa que usó Jesús en la Última Cena. Como hemos visto en el mismo
cuento, la palabra “grial”, traducida del francés, no era más que un recipiente.
Sin embargo, el halo de misterio sagrado que se le da en el cuento a la entrada
de los bellos jóvenes llevando en sus manos el grial y la lanza, ha dado pie a
que posteriormente numeroso escritores, investigadores e historiadores hayan
creído que el grial, tapado con la hostia consagrada con que comulgaba el rey,
era el vaso donde Jesús bebió por última vez, y la lanza que goteaba sangre, la
lanza de Longinos… Y la explicación es bien sencilla, cuando los jóvenes
servidores salían de la estancia del rey, la lanza goteaba sangre porque, dada
el extremo peligro que conllevaba acercarse a un leproso o simplemente tocarlo,
los que cuidaba de que su enfermedad no progresara, tenían que reventarle las
ampollas que todos los días se le producían para que la enfermedad no se le
extendiera. Y eso, para no acercase al cuerpo desnudo del rey, lo tenían que
hacer con una lanza. De ahí que la lanza saliera de la estancia goteando sangre.