De cada diez libros que se venden, seis
son comprados por mujeres y los cuatro restantes por hombres que la mayoría de
las veces los adquieren para regalárselos a sus esposas o novias. Aunque la
igualdad entre hombre y mujer no está todavía lograda, la mujer puede leer hoy
cuanto guste y donde quiera. No ocurría esto, sin embargo, en épocas antiguas.
En el Quijote, don Miguel de Cervantes, de una forma bastante sutil denuncia
esta desigualdad en la lectura entre el hombre y la mujer de aquellos tiempos.
Todo comienza cuando hace su aparición en las páginas del libro Luscinda. Una
doncella que Cervantes mantiene casi siempre ausente del lector. Sólo se
presenta en el desenlace final, cubierta por un antifaz que, al caérsele, deja
al descubierto un rostro maravilloso. Este recurso literario de mantener a las
mujeres dentro, pero ausentes de la narración, era muy frecuente entonces. Los
escritores creían que la vida de la mujer carecía de interés. Y, sin embargo,
Cervantes nos demuestra que a pesar de estar Luscinda en un segundo plano, es
como si estuviese presente en todos ellos. Su belleza, su amor, su constancia,
su discreción, constituyen la mayor dosis de interés en la narración del
enloquecido Cardenio. Y cuando la doncella le confiesa a don Quijote que era
grande y asidua lectora de libros de caballería. ¿Qué otros libros se podían
leer en un mundo donde el hombre escribía para ser leído por el hombre? Es
entonces, y a consecuencia de las confidencias que Luscinda le hace a don
Quijote, cuando el lector comienza a imaginarse a las mujeres de aquellos
tiempos leyendo a escondidas, en la soledad de sus aposentos, en actitud llena
de gracia y con la esperanza de no ser sorprendida por sus padres. Nos las
imaginamos rubias, morenas, castañas; altas, bajas; delgadas, rollizas...
Incluso las que sabían leer, leyendo en voz alta para ser oídas de las que no
conocían esta disciplina,  pero todas con los ojos llenos de sueños, los sueños de
aquellas doncellas recluidas y marginadas, cuyo único balcón sobre el mundo
eran los libros.