A veces nos sorprende la vida
con noticias tan curiosas y extrañas como el hecho de que se haya encontrado
vagando por una playa inglesa a un hombre vestido con elegancia y de noble
porte. A las muchas preguntas de la policía, el hombre de noble porte, no
contestaba, ignorando a la policía y a cuantos curiosos se arremolinaron a su
alrededor. Debido a su silencio fue imposible su identificación. Nadie le conocía;
nadie sabía de dónde había venido. Era como si para él no existiera en el
mundo nadie; como si de pronto la tierra se hubiese quedado vacía de toda
persona que no fuese él mismo. Ante su negativa a contestar, y ante su ignorar
a la multitud que lo acompañaba, le llevaron a un psiquiátrico. Allí, alguien
tuvo la buena idea de darle un papel y un bolígrafo. Y el hombre de noble
porte, como si el papel y el bolígrafo lo hubiesen despertado de un momentáneo
letargo, con buenas formas y mejores trazos, dibujó un hermoso piano.
Seguidamente, el hombre de noble porte, fue llevado a la capilla del hospital, y
puesto delante de un piano, y entonces fue cuando este personaje comenzó a
comunicarse usando el lenguaje de los ángeles, de los espíritus
bienaventurados que moran en un lugar donde los que allí habitan no se
comunican con palabras sino con apacibles notas musicales.
Decía Ana Magdalena Bach de su marido, Juan Sebastián Bach, que cuando
éste se sentaba al piano era cuando volcaba su corazón y llegaba a las
regiones de que provenía y en las que él, y sólo él, estaba como en su casa.
Mucha de la magnífica música que fluyó de él, eran sus confesiones más íntimas.
Confesiones que solamente una reducida comunidad de vivientes podían descifrar.
Eran palabras embellecidas con notas musicales que fluían de su alma y de sus
manos.
Si hay alguna probabilidad de que lo que afirma Ana Magdalena Bach sea
cierto, cada vez que se sienta el pianista delante del piano, se está
comunicando con sus oyentes. ¡Lástima que nadie lo entienda!