EL COMEDOR EN LAS CASAS DEL TEMPLO

 

El comedor solía estar formado por una sala muy grande que todas las semanas se blanqueaba con cal. Una limpieza profunda y esmerada, que rayaba en la pulcritud, se veía por todas partes. La superficie del comedor, enlosada con losas de barro cocido de color marrón, estaba conformada por un rectángulo perfecto, orillado por una única y larga mesa comunal de madera de roble. 

En el centro del comedor, justo donde todos los comensales podían ver y oír a los hermanos lectores, un atril artísticamente tallado en madera de olivo, en cuya base descansaba un voluminoso y dorado libro. 

En el suelo, bajo las pulidas patas del atril, pintada sobre las losas de arcilla, la cruz roja ochavada del Temple enmarcada en un círculo de dos metros de diámetro en fondo blanco. Los monjes templarios solían entrar al comedor disciplinada y silenciosamente. Cada uno de ellos llevaba en sus manos una escudilla de cerámica blanca en cuya panza se podía leer el nombre y el grado del que la usaba, una cuchara de madera y una servilleta blanca con rayas azules y con la cruz roja del Temple en una esquina bordada. 

Cuando los hermanos sirvientes terminaban de servir la mesa, el capellán bendecía los alimentos. Y seguidamente, el Hermano lector, que desde el principio había estado situado frente al atril, comenzaba a leer; y como si esa hubiese sido la señal que los hermanos templarios hubiesen estado esperando, todos comenzaban a desayunar, a comer o a cenar en el más completo silencio.