ORÍGENES DE LA LENGUA CASTELLANA

Desde tiempos remotos, y conforme otros pueblos fueron tomando posesión en diversas zonas de nuestra Península, muchas y muy importantes lenguas florecieron por toda ella.  Celtas, íberos, fenicios y otros nuevos pueblos fueron dejando su lenguaje esparcido por todos los rincones de España. La necesidad de comerciar unas regiones con otras, la trashumancia y la migración, obraron el milagro de que esas diferentes lenguas se fueran fundiendo en una..., o mejor dicho, que se fundieran en una, conservando cada una de ellas los diferentes matices de sus orígenes territoriales. Sólo se salvó de esta asociación de lenguas el Euskera, aunque he de decir que no del todo porque también en este maravilloso idioma encontramos expresiones que provienen del «romance castellano».

          Sobre el origen del romance castellano hay varias hipótesis. Pero yo personalmente creo que es muy aventurado circunscribir esta lengua a una región de España en concreto, aunque haya documentos que así lo acrediten. La lengua puede muy bien asemejarse a una persona que se mueve mucho por un extenso territorio. Pasado un tiempo, podemos encontrar documentos que nos certifiquen que esa persona residió y por lo tanto nació en un lugar, y más tarde encontrar otros documentos que nos acrediten que la misma persona residió y nació en otro lugar diferente. Con el lenguaje puede ocurrir lo mismo. Ya que las palabras, al ser asimiladas  y aprendidas por viajeros, peregrinos y comerciantes, se transmiten a una velocidad prodigiosa.

La doctora en Filología Románica, doña Emiliana Ramos Remedios, elaboró, hace unos años, un estudio filológico que sitúa los orígenes del castellano entre Álava y Burgos.

Basándose en los Cartularios de Valpuesta, supuestamente latinos, que están fechados entre los años 804 y 1200, doña Remedios nos dice que: «En la zona que abarca del Cantábrico al Ebro, esto es, el extremo oriente de la actual Cantabria, el extremo occidental Vizcaíno (las Encartaciones), en el norte de Burgos y el occidente de Álava (limitado por la sierra de Arcena y la de Bayas), es decir, en lo que fue la antigua Autrigonia, y después el ámbito de la diócesis de Valpuesta y el territorio primitivo del condado de Castilla, se desarrolló una lengua que vino a ser el embrionario romance castellano, una lengua que más tarde avanzó hacia el sur con la reconquista y la repoblación, hasta la zona de Burgos ciudad, donde adquirió personalidad, rasgos más innovadores que el resto de los romances peninsulares, e incluso más innovadores que los del antiguo castellano que había germinado más al norte, y se convirtió en la lengua castellana que acompañó en su expansión política y geográfica al condado y después reino de Castilla...»

         Los romanos llegaron a nuestra Península en el año 218 a. C. Desembarcaron en Emporion, de donde procede el nombre de la ciudad de Ampurias.

Los soldados, al mando de Gneo Cornelio Escipión, tenían órdenes expresas de detener el avituallamiento de los ejércitos púnicos de Aníbal, que abastecían a sus barcos desde este puerto para luego hostilizar las posesiones romanas. Y así tendría que ser porque el nombre de Emporion dado a la ciudad por los fundadores griegos, significa: «mercado».

Años después, debido a unas rebeliones que en aquel lugar tuvieron lugar, Roma decidió ocupar de forma permanente la ciudad y,  desde aquel mismo momento, quedó bautizado nuestro país con el nombre romano de Hispania.

La inclinación a lo positivo que arrastraba a los romanos a las conquistas, su vida toda política y guerrera, debieron necesariamente causas en los colonizadores griegos que en aquellos tiempos poblaban la ciudad de Emporion alguna clase de intimidación, ya que en vez de hacerles frente, salieron huyendo sin oponer resistencia.

Los invasores traían un nuevo idioma que pronto se hizo oficial en España. Este idioma era el latín, un lenguaje tan complejo y tan difícil de hablar, que sólo los comerciantes, los nobles y los mismos romanos se entendían en él, mientras que el pueblos llano: labradores, campesinos y gente sencilla en general, siguieron hablando el romance castellano que tanto trabajo les había costado asimilar.

         Sin embargo, el lenguaje que hablaban los romanos y que ya había sido introducido en Hispania, no era tampoco un idioma puro. Tal y como ya antes había ocurrido en nuestra Península, se sabe que durante y después de la fundación de Roma existían en Italia muchas lenguas que formaban diferentes dialectos hablados por diversos pueblos y regiones como los oscos, etruscos, ligurios, samnitas... De la combinación de todos estos, donde predominaba y sobresalía el dialecto de los oscos, fue de donde se obtuvo el idioma que se extendió, desde muy antiguo, entre los pobladores de Italia para forjar la formación de su nuevo lenguaje.

         Esta lengua, el recién nacido latín, que se formó de los despojos y ruinas de otras lenguas, debió de ser muy grosera en un principio. Se puede juzgar cuan grosera e informe debía de ser esta lengua en un principio por el testimonio de Cicerón, Tito Livio y otros escritores de la época. Pues los pocos fragmentos que hoy existen atribuidos a ellos, son casi ilegibles, ya que faltaban en su alfabeto varias letras que no habían sido todavía incluidas en él. Estas omitidas letras, eran la G; la F; la H; la Y; y la Z. Huellas de esta antigua lengua, careciendo de estas letras, se encuentran todavía en los fragmentos que nos quedan de los antiguos poetas latinos y aun en las piezas de Plauto.

Las guerras, conquistas e invasiones que los romanos iban consumando debieron causar en este idioma un notable progreso, ya que, como todo el mundo sabe, cuando se conquista un pueblo, no sólo se toma de él lo que tiene de valor, sino también su cultura.

         Varios son los recuerdos que aún existen de la antigua lengua latina. El más antiguo de ellos es una canción de los religiosos Arvalos que se remonta a los tiempos de Rómulo. Estos religiosos eran un colegio de doce sacerdotes que todos los años, al principio de la primavera, paseaban una cerda por los campos con el fin de obtener de los dioses abundantes cosechas. Difícil es percibir en estos versos, todavía bárbaros, indicios de la actual lengua latina. Aunque no obstante se distinguen algunas palabras que, ligeramente modificadas, han logrado conservarse. Vienen seguidamente algunos fragmentos de  las leyes de Numa. Y a pesar del corto espacio de tiempo que separa estas leyendas del reinado de Rómulo, se pueden reconocer en ellas un progreso, aunque débil, pero bastante notable. Poco a poco, y a medida que el lenguaje se iba depurando, se iba alejando también de él la rudeza de sus formas.

         La consecuencia natural de las estrechas relaciones establecidas entre romanos y griegos, fue sin lugar a dudas un progreso importante en la perfección de la lengua y de la literatura romana. Este perfeccionamiento sensible de la lengua se verificó desde luego en Roma, que era entonces el centro de reunión de los mejores cerebros y de los más elevados ciudadanos. En Roma se enseñaba a hablar correcta y agradablemente la lengua materna, en ella se hizo este lenguaje más elevado y más delicado. Esta moda pronto se extendió a las provincias y a las aldeas más incultas del pueblo.

         La lengua latina se extendió por todo el Imperio con increíble rapidez. En menos de cincuenta años comenzaron a resonar en los teatros los versos de Saturnino, de Andrónico, y aquella lengua de Plauto, tan llena de encanto. Las costumbres romanas cambiaron también al compás que cambiaba su lengua. El brillante éxito de sus empresas engendró un amor desenfrenado hacia la dominación y, como siempre, fueron los débiles y desvalidos los que fueron dominados. Con la riqueza que vino a consecuencia de sus conquistas, desapareció la frugalidad y la actividad, y la capital se convirtió en morada de disolución y disfrute sexual.

         Fue en la época de Sila cuando los romanos alcanzaron la Edad de Oro de su lengua. El latín comenzó a extenderse más allá de los límites de Italia, principalmente en las provincias occidentales del imperio, cuyos habitantes no tenían lengua propia. Contribuyeron a ello de gran manera los lazos estrechos que unían las provincias a la metrópoli, la multitud sucesiva de gobernadores, la colonización y la jurisdicción romana. Merced a estas circunstancias se formó insensiblemente en las provincias aquella variante del latín, aquel sermo peregrinus que se hablaba generalmente sin impedir que la lengua culta de la capital fuese para las mismas provincias la lengua consagrada. En esta época, el latín no sólo fue prodigiosamente extendido, sino fijado completamente.

         Al llegar al trono del Alfonso X el sabio, se encuentra con un reino muy extenso y con una lengua que no le vale para comunicarse con todos sus habitantes. Observa que el latín es escrito y hablado por eclesiásticos y nobles, pero advierte también que el pueblo llano sigue hablando el romance castellano. Y como suelen hacer las personas que quieren reinar para todos sus súbditos, revive este legendario idioma y lo convierte en la lengua oficial de su reino. Sabe que es la única forma de unificar su gobierno. Un solo problema encuentra el Rey sabio a la hora de tomar tan importante decisión: cuando intenta que los contenidos eclesiásticos, que siempre se habían escrito y expresado en latín, se comiencen a escribir y a expresar en romance castellano, la Iglesia pone el grito en el cielo. Pero el rey no se desalienta y toma la siguiente decisión: los asuntos de la Iglesia se seguirán escribiendo y expresando en latín, y los asuntos del pueblo en romance.

         Excelente decisión está que lleva a las letras españolas a los más altos peldaños de la Gloria, pues sin este acertado y valiente arbitraje jamás hubiera conocido el mundo una obra tan gloriosa como «Don Quijote de la Mancha», ya que no contento don Alfonso con darnos un lenguaje propio, creó también, para ir depurando y enriqueciendo la recién acogida lengua, un Centro de Estudios donde agrupó las tres culturas presentes en aquellos tiempos: árabe, cristiana y judía, que en adelante tendrían la misión de acrecentar para universalizarlo el romance castellano.